Un espléndido mapa

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VV. AA.

Floreced mientras. Poesía del romanticismo alemán

Edición bilingüe de Juan Andrés García Román

Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2017, 640 pp.

 

Una ausencia recorre este libro de punta a cabo y se deja sentir como, según dicen, algunos miembros amputados. ¿Me refiero a la elección de los poetas? ¿Alguna ausencia llamativa o inexplicable? No, nada de eso. Basta una ojeada para percatarse de que aquí están todos los nombres que espera encontrar un lector no especializado: los hermanos Schlegel, Novalis, Tieck, el filósofo Schelling… y el burlón Heine para cerrar la fiesta. Incluso nos reencontramos con Hölderlin, el más “famoso” de los románticos y al mismo tiempo un poeta de tal envergadura que justificaría su elisión para no entorpecer al resto, y que ha sido incluido en el volumen con una sabia selección de poemas que nos deslumbran sin desestabilizar el conjunto. Nadie que conozca lo que se despliega cuando se trata de Hölderlin dejará de admirar esta operación de alta orfebrería. A estos nombres hay que añadir varios que el lector español quizás maneja con menos soltura pero de los que querríamos leer más, en especial Clemens Brentano y Joseph von Eichendorff, dos poetas melancólicos, burlones, que se mueven entre la fascinación por lo popular y un tenso misticismo, magníficos ambos.

Se me dirá: ¿cómo vamos a echar en falta a algún poeta si no somos especialistas? Y por el mismo motivo: ¿cómo estar seguro de que la selección es tan satisfactoria como usted dice si desconocemos el percal? Por un conjuro sencillo e infalible: enseguida confiamos plenamente en su antólogo Juan Andrés García Román, hombre servicial, con unas enormes ganas de contar y de explicarse y que despliega un talento tras otro hasta servirnos una edición impecable de un periodo que nos faltaba.

Pese a tener un desarrollo teórico menos apabullante que su vecino alemán, el romanticismo inglés cuenta con un elenco de poetas mucho más cohesionado y célebre, arremolinado en torno a dos centros indiscutibles: el arrollador Wordsworth y el cruel Keats. No se dejen engañar por la falsa delicadeza del londinense ni las poses de paseante despistado que adopta el de los Lagos cuando le conviene: son presencias tiránicas e inflexibles, seminales de todo lo que vendrá después, pautado ya de ese lirismo íntimo del que todavía no hemos aprendido a escapar (o no nos apetece): Coleridge, Shelley, Byron, Browning… El mapa es tan famoso que podemos trazarlo con los ojos cerrados. Una antología realmente útil del romanticismo no debería limitarse a establecer un catálogo de poetas, cada uno a su bola, sino que debería insinuar las relaciones entre ellos, objetivo sobradamente cumplido para quien se entretenga a leer las biografías (con voluntad de ensayo crítico) que acompañan a cada uno de los nombres seleccionados. Gracias, pues, por esta indispensable visión de conjunto.

García Román dedica también un apéndice a antologar una serie de textos que dan cuenta del empeño teórico (indispensable para la cabal comprensión del “periodo”) de estos poetas. Aquí presenciamos el que quizás sea el gesto crítico más importante del libro: su antólogo no ha renunciado a que en el libro se manifiesten los elementos más identificables (en cursi: “icónicos”) del romanticismo (ruinas, paisajes, noches, melancolías…), pero amplía y desborda el repertorio al instruirnos sobre la importancia del fragmento, del sentido que le confirieron a la ironía, de la construcción de un habla popular, del empleo de un nacionalismo del que iban a germinar tantas horas oscuras, de la “poesía universal progresiva”, de la tensa relación con el cristianismo, de los monólogos dramáticos, del genio y la gracia, de las primeras aspiraciones hacia un arte total, de la entregada fascinación que les suscita el Shakespeare más desordenado y del incómodo respeto con el que forcejean con Goethe… Todo esto explicado, además, al trasluz de los poemas, el motivo por el que hemos comprado el libro, y a los que estos textos teóricos (una veintena escasa de páginas de interés concentradísimo) invitan a volver una y otra vez.

Quien lea este libro recurriendo a las explicaciones suplementarias (notas, biografías, prólogo, texto teóricos…), entrando y saliendo de los poemas, obtendrá no solo un conocimiento amplio e inesperado del periodo, también algo así como una visión dinámica o cronológica sobre los objetivos y las tensiones del romanticismo alemán, sobre sus éxitos y limitaciones, sus perseverancias y olvidos, sus filias y traiciones… desde sus primeros pasos hasta casi el final (pues aunque Heine se toma muy en serio la tarea de bajar el telón de esta “aventura intelectual” numerosas moléculas de “romanticismo” seguirán vivas e identificables, flotando en la atmósfera literaria e incorporándose en sitios inesperados; sin ir más lejos, en el cuerpo de la poesía de otro de esos poetas cuya envergadura desaconseja su inclusión en antologías: Rainer Maria Rilke). Y es aquí, si he entendido correctamente el propósito de este libro, donde se manifiesta, casi desgarradora, la terrible ausencia. ¿Dónde está la cinta de tela (que en años especialmente pródigos para la industria editorial llegaron a ser dos) que provista de la facultad de marcar la página nos permitía movernos por el volumen a la velocidad adecuada? Velocidad que en el caso que nos ocupa solo podía ser la de la inteligencia y la curiosidad bien alimentadas. La dichosa cinta de tela, otro fallo no logro encontrarle a este libro de las maravillas. ~

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