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Yo sé de la pobre abeja
que luego de ver la flor
por dentro siente el horror
del instante que se aleja.

Yo sé del ojo del perro
que lagrimea de humano
y del cadáver lozano
que llega tarde a su entierro.

Yo sé que el pez no sospecha
que el anzuelo tiene vida
y que la bala perdida
solo hiere a quien la acecha.

Yo sé que el pájaro mudo
es más feliz que el cantor,
ese pequeño impostor
clavado a su sobreagudo.

Yo sé de la mariposa
que revolotea dentro
de mí cuando me concentro:
no halla jardín sino fosa.

Yo sé que el sol hace muecas
cuando el hombre lo escudriña
y que hay aves de rapiña
dentro de las bibliotecas.

Yo sé de la caracola
que huye del ruido del mar
y advierte, no sin pesar,
que el sexo se le amapola.

Yo sé que la mosca reza
a los penates de casa
y mientras duermo me pasa
la mano por la cabeza.

Yo sé que el agua se asoma
a sí misma a cada rato
y ve las plumas de un gato
donde hubo una paloma.

Yo sé de la polvareda
que persigue al colibrí
para derribarlo. Sí:
el polvo nos deshereda.

Yo sé por qué las arañas
no desperdician el hilo
pespunteándose un estilo:
les sale de las entrañas.

Yo sé por qué alrededor
de mí chillan las gaviotas:
soy un bando de alas rotas
y una marea interior.

Yo sé de la fruta verde
que se impacienta en la rama:
prefiere, al sol que la ama,
el gusano que la muerde.

Y sé del grillo que espera
que otro grillo le responda
mientras la noche se ahonda
dentro de mi calavera. ~

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