Susan Sontag todavía está viva

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Susan Sontag

Declaración

Varios traductores

Nota a la edición española de Aurelio Major

Prólogo de Benjamin Taylor

Barcelona, Literatura Random House, 2018, 352 pp.

En Contra la interpretación, Susan Sontag ataca a críticos de inspiración marxista como Lukács, Benjamin o Adorno, por utilizar con el arte de vanguardia los mismos mecanismos de análisis que estudiosos de siglos pasados usaban con sus contemporáneos. La ignorancia de las propiedades formales del arte, de la toma de conciencia que se produce en el siglo XX, lleva a estos pensadores a enfrentar criterios de realismo o simbolismo a obras que caminan en una dirección muy distinta. Este posicionamiento de Sontag puede hacerse extensible al resto de la obra de la escritora. Sontag trabaja siempre desde el compromiso con la modernidad. Aunque habla de la modernidad en términos de progreso, como también lo haría Adorno, su idea no es la de una evolución marcada por la historia, sino precisamente la superación de este punto de vista, la toma de perspectiva necesaria para evitar todo el conjunto de condiciones morales o ideológicas que tanto críticos como artistas han usado para legitimar unas manifestaciones frente a otras. La modernidad es para Sontag un proyecto de recuperación, el repliegue sobre uno mismo con el objetivo de comprenderse en medio de un nuevo estado de las cosas. Lo que importa no es <qué ocurre, sino cómo está ocurriendo, qué relaciones se producen. Por eso el progreso tiene que ser, ante todo, de tipo formal. Contra la arrogancia de la interpretación de contenidos, que dicta verdades definitivas, se necesita “una mayor atención a la forma en el arte”, un “vocabulario –más que prescriptivo, descriptivo– de las formas”. Lo que no tiene otro objetivo que rescatar la mirada de la narración, de las situaciones y los personajes, para centrarla sobre la mirada misma, para revalorizar la mirada, para “recuperar nuestros sentidos”.

Creo que estas son buenas pistas para enfrentarse a Declaración, una reedición de los cuentos de Sontag que añade algunos que no aparecían en su antología clásica Yo, etcétera. Benjamin Taylor, el editor de esta colección, se refiere también a la cuestión de los procedimientos, del cómo, cuando escribe que frente a la claridad de sus ensayos, los cuentos de Sontag son una manera de “permanecer en suspenso”. Las certezas que la crítica convencional permitía, el estudio del significado de las cosas y la obtención de resultados definitivos, son sustituidos por la perplejidad de quien ya no tiene tan clara su posición: ante la situación de que los significados se fragmentan, de que la interpretación pierda su lugar privilegiado de observación –lo que no significa que no siga siendo necesaria, sino que ya no puede ser absoluta–, la Sontag crítica necesita de la expresión literaria para reforzar su búsqueda. La literatura se convierte en una manera de perseguir ese sentido que se dispersa. Como encontramos en el relato “Proyecto para un viaje a China”, “para renunciar a la literatura debería estar realmente segura de que podría saber. Certidumbre que demostrará groseramente mi ignorancia”. El punto de partida de estos cuentos es la complejidad de las relaciones con los demás, con uno mismo, pero también con el trabajo, con la política, con la feminidad, con la enfermedad… Sontag se ve desbordada por la imposibilidad de buscar reglas para la vida. “Estoy cansado de ser persona. No solo cansado de ser la persona que era, sino cualquier persona. […] Estoy cansado. Me gustaría ser una montaña, un árbol, una piedra”, dice en “El muñeco”. Los diversos enfoques formales que utiliza son intentos de sondear la intimidad de la amistad, el amor, el sexo, la maternidad, la muerte, cambios en el punto de vista que nos hacen conscientes de la dificultad que entraña la situación más cotidiana. En “La escena de la carta”, un conjunto de anotaciones fragmentadas mezclan la escritura de cartas con entradas de diario y un monólogo interior, para contar una serie de historias paralelas que hablan del deseo o del instante de la muerte, pero también de la propia escritura y el estilo. Otro texto será registro de las visitas al psicólogo, otro la conversación durante un viaje con un interlocutor desconocido, otro una escena dramática… Revelar las posibilidades del texto se convierte en revelar las posibilidades (y lo inasible) de la experiencia: “¿Qué son entonces nuestras experiencias? Eso que nos acontece, aquello para lo que no estamos preparados […] Cada acontecimiento tiene una pequeña etiqueta. La cual dice: y pensar que esto, también, está dentro del ámbito de lo posible.”

Pero también hay que mirar la cuestión de las formas desde el mencionado compromiso. En un ensayo sobre Nathalie Sarraute, Sontag habla de un “didactismo” en la producción artística moderna, para referirse a las innovaciones formales o técnicas que tienen que incorporarse al arte para hacerlo progresar. Las consecuencias de este planteamiento serán el agotamiento veloz de los materiales, la necesidad de hacer constantemente cosas nuevas. Mientras que otras disciplinas, argumenta, han abierto ya para este tiempo (el texto es de 1963) una brecha en su relación con la tradición, la novela (léase la narrativa) continúa siendo una “fuente de placer familiar”, cercana todavía a los planteamientos del siglo pasado. Sontag, que habló muy pronto de la pornografía, las drogas o el sida, no puede dejar de intentar hacer avanzar la escritura hacia nuevas situaciones, probar con innovaciones formales que respondan a la conciencia más actual de las cosas.

Al final del primer volumen de sus diarios, leemos que “mis escritos [narrativos] siempre tratan de la disociación –‘yo’ y ‘eso’”. Esta es otra manera de aludir a la extrañeza de uno para uno mismo, al intento de comprensión del lugar que uno ocupa en el mundo, en una maraña de relaciones que es imposible desentramar. “Yo” nunca es solo un yo, sino que depende de con quién se relacione y en qué circunstancias lo haga, esto es, depende de todo “eso”. Allá donde un ensayo llevaría a un alargamiento infinito de la especulación, el relato, por lo que tiene de experimento, permite iluminar de manera momentánea lo difícil, lo irritante, de estar aquí intentándolo. O como Sontag escribe en el relato “Así vivimos ahora”, “la diferencia entre un relato y un cuadro o una fotografía es que en el relato se puede escribir: Todavía está vivo. Pero en un cuadro o en una foto no se puede indicar ‘todavía’. Solo puedes mostrarlo vivo. Todavía está vivo”. ~

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Manuel Pacheco (Villanueva de los infantes, Ciudad Real, 1990) es músico y filólogo. Es autor de 'Las mejores condiciones' (Caballo de Troya, 2022).


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