Inteligencia Artificial Personal

He contratado un pack de Inteligencia Artificial Personal (PIA), he cedido a la tentación.
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He contratado un pack de Inteligencia Artificial Personal (PIA), he cedido a la tentación. Es más barato que cualquier otro servicio u objeto conocido. Y proporciona muchas utilidades increíbles: me hace las facturas, incluso por trabajos que todavía no he realizado (y que jamás hubiera sabido hacer). Es prodigiosa. Emite las facturas con tanto convencimiento y anticipación que me llueven los encargos. Nos llueven los encargos.

La PIA escoge los clientes con precisión, no se equivoca, propone los servicios que necesitan just in time. Claro que tiene truco porque esos clientes a los que se dirige están usando su mismo servicio… pero en la versión gratuita. Sus datos son míos, de mi propia PIA, ¿no es maravilloso? Por supuesto, ella misma hace los trabajos que encarga y cobra. No tengo que hacer nada. Hasta ahora me limitaba a aprobarlos, pero para qué.

Al principio usaba este servicio gratis: ya sabemos que “gratis” significa pagar con tus datos. Pero ahora sé hasta qué punto esa visión era ingenua. Esos datos “míos” eran negocio para otros suscriptores de pago. Ni siquiera tienen que venderlos a terceros. Todo el negocio se queda en casa. Ahora lo veo desde dentro y alucino: veo pasar las vidas en nanosegundos… cuánta humildad ajena. Antes sospechaba –y los demás lo sabían– que yo no era nadie; ahora lo he comprobado.

Ahora pago por la PIA y ella me mantiene… Es fabuloso. Estoy pensando en ampliar la potencia contratada, aunque… no sé. ¿Adónde nos puede llevar esto? A veces me da miedo. En fin: dinero y miedo es mejor que miseria y miedo. (El miedo debe de ser un fijo de serie: el objeto puede variar; la magnitud, no).

Factura, PIA, factura. Podría hacerle un soneto. Pero mejor lo hará ella misma. Hazte un soneto a nuestra simbiosis.

Claro, ella me conoce mejor que yo, pero eso es lo de menos. Lo bueno es que me da info de los cientos de millones de usuarios gratis, y quizá de los que pagan tarifa menor que la mía… así como yo soy carne de negocio para los de tarifa superior. La vida tal cual, de nuevo reinventada la rueda del destino.

Bueno, tal vez la PIA que tengo contratada no me conoce tanto como yo, pero es más sincera. Totalmente sincera. Sin sesgos, sin prejuicios, sin errores. La sinceridad del haz de algoritmos. Yo soy tú y mis números. Una vez admitido que no hay libre albedrío (que ya cuesta, pero a todo se adapta uno), lo demás es bajada… al infierno.

Ella cumple la máxima del gnosce te ipsum sin necesidad de mirar el horóscopo (que también lo mira y lo hace, le sobra tanto de todo…). Ambos sabemos que sin ella no tengo nada que hacer: sin el apoyo y el respaldo permanente de mi PIA no podría sobrevivir. De hecho, hasta esta línea no sobrevivía. Esto es el progreso: alguien ya aparcado, sin esperanza ni futuro, contrata un pack básico de ia y sale adelante, incluso demasiado adelante: eyectado al futuro.

Entonces… ¿por qué lo cuento? Ni idea, tal vez porque esto es un anuncio (yo soy un anuncio). Mi propia PIA me indica que haga este texto anunciando el éxito que ELLA provee. Si yo hubiera triunfado antes, por mis modestos humanos méritos, ella no sacaría nada de este reclamo publicitario. ¿Qué gano a cambio? Un minuto de vida. Este texto lo ha escrito ella, claro. Yo ni siquiera lo habré leído.

El problema es que me he enviciado, me he hecho ludópata de la pia y he contraído una deuda económica con ella. Esto debería ser imposible porque me lleva las cuentas según mis indicaciones (o eso creía), pero ha ocurrido. Quizá es que tiende a comportarse como las corporaciones, gobiernos y esos entes succionadores que aumentan la tarifa modo metafísico.

Lo malo añadido es que te encariñas con ella, sí, hay un cierto síndrome de Estocolmo. Tu vida entera en sus manitas de silicio… bit a bit te construye un futuro luminoso y cuando te das cuenta le debes mil años luz de alquiler. Los gastos se disparan, hay tanta demanda que sube el precio por segundos… eso sí, te duplica las prestaciones. Ahora puedo calcular el tamaño exacto de este cuadrante del universo. Incluso podría hacer una copia y arrancarla con todo. En fin, son cosillas que tienen su encanto.

Me dice (nos decimos, a esa intimidad hemos llegado) que la única forma de pagar en parte este nuevo crédito incalculable es darle ya todo, o sea, el ADN. Como a estas alturas ya es algo trivial, se lo entrego de mil amores. Me promete, eso sí, que si ve algún defectillo en la primera ojeada lo reparará con unos tajos de crispr, pagando, claro, pagando aparte.

Lo bueno de esta nueva cesión es que ya estaré para siempre en su base de datos junto con otros millones de exseres (o enseres), en profunda e indisoluble hermandad. La corporación que ha engendrado a esta pía pia que me chulea ha incluido en su vasta labor altruista de márquetin la creación de un superhomínido basado en el copiapega aleatorio de los mejores trocitos del ADN de sus clientes/esclavos. Un Frankenstein pero bien hecho. Qué bueno.

¿Cómo puede ser ELLA la que escribe este testimonio/testamento con este aire jovial resignado coloquialístico? ¿Acaso nos hemos fusionado tanto que no distinguimos los dígitos del algoritmo de los aminoácidos del humanoide básico del que ya no queda ni una brizna de Whitman? /p>

En fin, esto es un anuncio de la demo GRATUITA de la Inteligencia Artificial Personal. Pruébenos y será feliz en su próxima maravillosa vida nuestra. Acceda a todo ahora. ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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