Hugh Thomas: un historiador profesional que trabajaba por libre

Hugh Thomas escribió libros de referencia sobre la historia de España, América Latina y el mundo atlántico, llenos de ambición y talento narrativo. Este es un retrato de su personalidad y su obra.
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Conocí a Hugh Thomas en 1968 cuando llegué a la Universidad de Reading para hacer un máster en Estudios Europeos Contemporáneos, donde él daba un curso sobre la Guerra Civil española. Antes yo había estudiado en Oxford, donde me había decepcionado profundamente la falta de posibilidades de trabajar sobre la historia contemporánea. La oportunidad de concentrarme en el periodo que más me interesaba fue un cambio bien recibido. De lo que no me daba cuenta era de que estudiar y luego trabajar con Hugh Thomas cambiaría mi vida. En la época, por supuesto, sabía poco de él, más allá de que era el autor del gran libro sobre la Guerra Civil española que había salido siete años antes. El curso sobre la guerra que hice con él produjo trabajos posteriores, como asistente de investigación y profesor temporal cuando estaba de sábatico. Y, de manera más decisiva, fue lo que me abrió el camino a toda una vida de estudio de la España del siglo XX.

Nacido en Windsor el 21 de octubre de 1931, Hugh Thomas era el hijo único de Hugh Whitelegge Thomas, un oficial británico colonial en lo que entonces se llamaba Costa de Oro, la actual Ghana. Su tío sir Shenton Thomas había sido el gobernador de Singapur que se rindió ante los invasores japoneses en 1942. Hugh asistió a Sherborne School antes de estudiar historia, con no mucha asiduidad, en el Queen’s College de Cambridge. Sin embargo, adquirió prominencia como el bravucón presidente Tory de la Unión. Cuando terminó, llevó una vida regada por el champán en Londres. Antes, hizo los exámenes para entrar en el Foreign Office y, mientras esperaba los resultados, se fue a París para mejorar su francés. Iba alguna vez a conferencias en la Sorbona y leía libros franceses en la Biblioteca Nacional. En la época, también trabajaba como asistente de investigación para Nancy Mitford, que vivía en París y estaba escribiendo una biografía de Madame de Pompadour. Se habían conocido en Cambridge en 1953. En primavera, se había enterado de que no había aprobado los exámenes pero Harold Nicholson, un amigo cercano de Nancy Mitford, le animó a intentarlo de nuevo, lo que hizo en una breve visita a Londres.

((Agradezco a Inigo Thomas que compartiera conmigo el relato que el propio Hugh hacía del periodo.
))

Se puede encontrar alguna pista sobre su vida en París en una carta de Nancy a su madre, lady Redesdale: “Mi joven amigo Hugh Thomas acaba de venir, bastante maltrecho tras una pelea con un alemán anoche.” Un conocido de París, que aparece como agregado honorario en la embajada británica, también pudo sugerir a Hugh que volviera a examinarse para hacer una carrera diplomática. En agosto de 1954, Harold Nicholson le informó de que había superado el examen del Foreign Office, pero solo tendría un puesto de prueba. Una carta de Nancy a Hugh de noviembre de 1955, sobre el atractivo de los potenciales puestos diplomáticos, confirma que ya había empezado a trabajar en el Foreign Office. Sin duda, estaba trabajando ahí asuntos de desarme, gracias –se decía– a la influencia de Nicholson.

((Nancy Mitford a Hugh Thomas, 11 de julio de 1954 y 18 de noviembre de 1955, a lady Redesdale, 11 de abril de 1955, Charlotte Mosley (ed.), Love from Nancy. The letters of Nancy Mitford (Londres, Hodder & Soughton, 1993), pp. 327, 340, 345.
))

 La base formal sobre la que lo estaba haciendo era una especie de misterio. Su nombre no aparece en la lista del Foreign Office y el Libro Diplomático y Consular del Año, lo que implica que estaba en un año de prueba o simplemente vinculado por medio de una solución ad hoc.

Hugh dejó el Foreign Office en noviembre de 1956 en solidaridad con el ministro de asuntos exteriores, Anthony Nutting, que era una especie de mentor para él. Hugh afirmaba que, como Nutting, lo hacía impulsado por la repugnancia que le producía el papel británico en la crisis de Suez. Más tarde escribió un libro brillante con ocasión del décimo aniversario de los acontecimientos que era, hasta cierto punto, un esfuerzo por aclarar sus opiniones en la época y después. Citaba “recuerdos personales” como una de sus fuentes principales. En él, describe a Churchill abandonando Downing Street por última vez, el 5 de abril de 1955, para ir al Palacio de Buckingham y renunciar a los símbolos de su cargo: “Observé esta escena desde una ventana superior en Downing Street.” Hay algunas ventanas en el Foreign Office que dan a Downing Street, así que esto puede considerarse una confirmación adicional de su trabajo en la época. Construido a partir de amplias lecturas y docenas de entrevistas con protagonistas, era un pequeño tour de force producido en un momento en el que ya estaba embarcado en su gran historia de Cuba.

((Hugh Thomas, Suez (Nueva York, Harper & Row), pp. 7, 13, 141, 223.
))

Según su hijo, Hugh dejó el Foreign Office “no solo por las acciones de Eden sino porque él mismo reconocía que no estaba preparado para la vida institucional. Siempre había querido ser escritor, y el margen para serlo en el Foreign Office era limitado”. En el verano de 1956 había logrado vender su novela sobre las futilidades de la vida diplomática, The world’s game, a Eyre & Spottiswoode.

((Inigo Thomas a Preston, 21, 25 de mayo de 2017.
))

 No mucho después, la publicidad que se dio a ese choque con el Foreign Office lo convirtió en una presa atractiva para el Partido Laborista. Se presentó, sin éxito, a las elecciones parlamentarias de 1957-1958 por Ruislip y Norwood. Su cambio de opinión quedó establecido cuando editó The establishment en 1959. El ensayo introductorio era notable por su brillo estilístico y por la precisión de sus críticas hacia una élite política y social atrofiada. Denunciaba el establishment como el “museo institucional contemporáneo de la pasada grandeza de Gran Bretaña”. Culpaba al sistema de colegios privados en el que se había educado él mismo: “Es en la infancia cuando se forman los hombres que ahora componen el establishment actual; y por tanto no estaremos libres de la forma de pensar del establishment, que permea todos los aspectos de la vida y de la sociedad, hasta que los colegios privados sean totalmente barridos, cueste lo que cueste para la paz temporal del país”.

((Hugh Thomas (ed.), The establishment: a symposium (Londres, Anthony Blond, 1959) pp. 14-12, 20.
))

Sin embargo, el éxito del volumen colectivo no resolvió las cuestiones económicas. Una breve temporada como profesor en el Royal Military College de Sandhurst no lo satisfizo. Siguió probando como novelista pero The oxygen age (1958) no se vendió bien. Sin embargo, una obra del año anterior que tampoco tuvo éxito, The world’s game, resolvió el problema de manera inesperada. Dedicada a Nancy Mitford, quizá cimentó una conexión ya clave, la que tenía con su amigo Gladwyn Jebb, a quien Hugh había conocido en la embajada de París. Y, lo que era más importante, lo leyó el conocido editor James MacGibbon, que en esa época trabajaba como agente literario para Curtis Brown. Lo que Hugh Thomas no sabía en la época era que MacGibbon, miembro del Partido Laborista, había sido un agente soviético cuya pertenencia anterior al Partido Comunista Británico se había inspirado en la lucha de la República española, aunque su reclutamiento por la Inteligencia Militar Soviética (Glavno Razvedupravlenie o gru) no se produjo hasta 1942.

((Correspondencia con Hamish MacGibbon y carta de Thomas a Hamish del 27 de febrero de 2010. Véase también Boris Volodarsky, Stalin’s agent: The life and death of Alexander Orlov (Oxford, Oxford University Press, 2015), pp. 117-18, 493
))

 MacGibbon lo invitó a comer y le dijo que la escena de su novela donde el héroe iba a combatir a Israel le había recordado a los voluntarios de la Guerra Civil española. Señalando que era un buen momento para un estudio amplio de la guerra y que conocía a un editor estadounidense que estaba ansioso por encargarlo, instó a Hugh a que presentara una propuesta. Debidamente produjo una, y en Estados Unidos Harper le ofreció un adelanto sustancioso. La sinopsis le dio otro anticipo considerable en Londres de Eyre y Spottiswoode, que publicaba sus novelas.

((Hugh Thomas, The Spanish civil war, anniversary edition (Londres, Folio Society, 2014), pp. XXXIII-XXXV.
))

 Esto fue un tanto sorprendente porque su editor ahí era Douglas Jerrold, el ferviente derechista y franquista que había ofrecido adquirir cincuenta ametralladoras y quince millones de balas para los escuadrones de Falange y más tarde contribuyó a organizar el vuelo de Franco desde las islas Canarias a Marruecos al principio de la guerra. Claramente, no esperaba que Hugh produjera una obra favorable a la República.

((Douglas Jerrold, Georgian adventure (Londres, Right Book Club), pp. 367-74.
))

Aunque en la época no sabía español, Thomas se puso a ello, leyendo vorazmente y entrevistando asiduamente a innumerables participantes de ambos bandos. De hecho, apareció por primera vez su capacidad para el trabajo duro prolongado. Sus contactos incluían, en la izquierda, a los antiguos miembros del quasitrotskista poum, y por entonces ferozmente anticomunistas, Julián Gorkin y Víctor Alba; al comunista Manuel Tagüeña; al ministro republicano de asuntos exteriores, el socialista Julio Álvarez del Vayo; al embajador republicano en Londres Pablo Azcárate; a anarquistas como la antigua ministra republicana de sanidad Federica Montseny y el extremista José García Pradas, que había terminado la guerra como colaborador del coronel Segismundo Casado; al sacerdote vasco Alberto Onaindia y a los catalanes Josep Maria Tarradellas y Pere Gosch Gimpera. En la derecha, entre sus interlocutores estaban José María Gil Robles, el cardenal Ángel Herrera, el cuñado de Franco Ramón Serrano Súñer, Miguel Fal Conde y don Juan de Borbón. Se escribía con corresponsales bien informados como Herbert Matthews y Henry Buckley. En esa primera edición, agradeció a Buckley que le permitiera “hurgar en su cerebro sin piedad”.

((Hugh Thomas, The Spanish civil war (Londres, Eyre & Spottiswoode, 1961), p. XXI.
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Publicado en 1961, cuando se celebraba el vigésimo quinto aniversario del estallido de la contienda, el libro de Hugh se estableció rápidamente en el imaginario popular como el libro sobre la Guerra Civil. El excomunista Claude Cockburn lo describió como “magistral”.

((Claude Cockburn, “International battlefield”, The Sunday Telegraph, 30 de abril de 1961.
))

 Hubo numerosas reseñas elogiosas de comentaristas liberales ingleses. Cyril Connolly, por ejemplo, que estuvo brevemente en España durante la guerra, escribió en el Sunday Times: “Casi ningún aspecto de la Guerra Civil, por doloroso o impopular que sea, se le escapa en este libro espléndido”. Michael Foot, del Partido Laborista, lo llamó en Tribune “un libro prodigioso”. Esas reseñas hicieron que el libro se aceptara ampliamente como un clásico y llegara a vender casi un millón de ejemplares por todo el mundo. No solo estaba escrito con un estilo muy vívido y ameno, sino que La Guerra Civil española fue el primer intento por ofrecer una visión general y objetiva de la lucha que todavía excitaba las pasiones de la derecha y la izquierda.

En The Guardian, el joven académico izquierdista David Marquand subrayó la habilidad de Hugh Thomas para contar una historia atractiva. Calificó el volumen de “obra maestra de historia a la antigua usanza: historia como el relato elocuente de batallas, maniobras diplomáticas, y las hazañas y el carácter de grandes hombres”. Continuaba: “El señor Thomas destaca, especialmente, en el retrato. Las llamativas personalidades que pueblan su fresco cobran vida, con una exuberancia casi excesiva. Pero la historia social y económica pocas veces es algo más que el fondo; y tenemos comparativamente poca idea de la agitación ciega y espasmódica de una sociedad que sufre.”

((David Marquand, “Lessons of the Spanish civil war”, Guardian, 27 de abril de 1961.
))

Las pocas voces discordantes llegaron de los extremos de la derecha y la izquierda y, de manera más sorprendente, de especialistas en la guerra como Raymond Carr y, algunos años más tarde, Herbert Southworth, el gran experto en el conflicto. En la época Southworth estaba trabajando en su devastadora demolición de la mitología de la cruzada franquista, El mito de la cruzada de Franco (París, 1963). En la derecha, Peter Kemp, que formaba parte del puñado de voluntarios británicos que se pusieron del lado de Franco en la Guerra Civil española, reconocía “un volumen de investigación realmente asombroso […] El resultado es según cualquier criterio un libro extraordinario: un relato claro, ameno y cuidadosamente documentado de la Guerra Civil”. Sin embargo, los prejuicios de Kemp eran visibles. Elogiaba a Hugh por sus esfuerzos “para controlar su simpatía por la República”, pero sostenía que no era “totalmente capaz de ocultar su prejuicio contra los nacionalistas y, en particular, el general Franco”.

((Peter Kemp, “Spain and the myth that survives”, Daily Telegraph, 27 de abril de 1961.
))

De la izquierda llegaron críticas mucho más virulentas. Entre las más vehementes está la reseña del libertario Vernon Richards, casado con la hija del anarquista italiano Camillo Berneri. Describió la obra como “el libro más cínico que he leído sobre la Guerra Civil”. Se centró precisamente en las cualidades del libro que atraían a reseñistas como David Marquand, y alegaba que el volumen era dañino porque padecía un desequilibrio importante. En su opinión, dedicaba mucho espacio a personalidades de políticos y generales a expensas de los grandes acontecimientos revolucionarios de la guerra: “el error de La Guerra Civil española reside en el hecho de que está tan fascinado con las personalidades de políticos y militares, y tan impulsado por las consideraciones de estrategia militar y las intrigas de política internacional, que más o menos pasa por alto los principales actores –los trabajadores revolucionarios– en una lucha que captó la atención del mundo durante casi tres años”. Continuaba: “Aparte del hecho de que el señor Thomas, un exfuncionario, carece de la compasión humana sin la cual es imposible empezar siquiera a entender al pueblo español, no digamos escribir sobre sus acciones durante esos años cruciales, a este reseñista le da la impresión de que le preocupan más las técnicas de escritura que los problemas de escribir historia. Para él los adjetivos son más importantes que la precisión factual […] Sus retratos son caricaturas desagradables, y los logros constructivos de la revolución se solventan con unos pocos párrafos insignificantes desperdigados por el libro.”

((Vernon Richards, Lessons of the Spanish revolution (Londres, Freedom Press, 1972), p. 22; “July 19, 1936: Republic or revolution”, Anarchy, vol 1., núm. 5, 1961, pp. 129-1936.
))

Esas críticas de la derecha y la izquierda parecen un tributo implícito a la objetividad de la obra. Ciertamente el respetado pensador centrista Salvador de Madariaga hizo exactamente eso. Influido por las opiniones anticomunistas de su amigo Julián Gorkin, Madariaga estaba en desacuerdo con algunas cuestiones de interpretación que investigaciones posteriores han resuelto en favor de Thomas. Sin embargo, su admiración era pródiga: “Está admirablemente documentado, y desde ese punto de vista revela no solo una diligencia prodigiosa y una sobresaliente capacidad para reunir y cotejar datos sino también una especie de imaginación apasionada que parece haber guiado al autor para buscar la fuente imprevista o el dato que faltaba. Además está escrito con una imparcialidad irreprochable.”

((Salvador de Madariaga, “The Spanish civil war”, The Contemporary Review, 1 de junio de 1961, pp. 325-6.
))

En cambio, un exiliado republicano y profesor de la American University de Washington, D. C., Ángel Palerm, resumió las reacciones de quienes buscaban una genuina objetividad cuando escribió que “indiferencia y falta de amplitud, no objetividad e imparcialidad, son lo que encontramos en el libro de Thomas”. También detectó lo que llamaba “cierto desprecio frío, derivado de los prejuicios heredados” en el recurso dramático a estereotipos al atribuir la falta de la falta de calma de Calvo Sotelo característica de su lluviosa Galicia natal a su “sangre gitana”, o al repetir el rumor de que Dolores Ibárruri había cortado el cuello de un sacerdote con sus propios dientes. Palerm escribió que el libro “permite que el extraño vea la guerra en España de una manera muy parecida a como, con horrorizada fascinación, ve otras peculiaridades españolas como las corridas de toros o las procesiones de los penitentes” y que, “para mí, el libro de Thomas no es otra cosa que otro eslabón en la cadena de literatura ‘negra’ sobre España, aún más irritante cuando es hipócritamente compasiva”.

((Ángel Palerm, carta al director, The Americas, vol. 20, núm. 1, octubre de 1962, pp. 212-220. Los comentarios de Thomas, The Spanish civil war, pp. 6 y 8.
))

 Thomas contestó a Palerm en 1963, pero no hizo nada para corregir los pasajes en la edición revisada de 1965.

((Hugh Thomas, carta al director, The Americas, vol. 20, núm. 1, julio de 1963, pp. 89-92. Los comentarios sobre Calvo Sotelo y Dolores Ibárruri todavía pueden leerse en Hugh Thomas, The Spanish civil war, segunda edición (Harmondsworth, Penguin, 1965), pp. 27 y 29; The Spanish civil war, tercera edición (Londres, Hamish Hamilton, 1977), y en The Spanish civil war, cuarta edición (Londres, Penguin, 2003), pp. 7 y 9.
))

La reseña del historiador de Oxford Raymond Carr fue bastante fría. Describía el volumen como un “relato equilibrado” pero daba a entender que la predilección de Thomas por las anécdotas divertidas restaba valor a la imagen general. “Mi desacuerdo con Thomas es de proporción y detalle. En un libro largo, la guerra en sí tiene poco espacio. La historia militar es la más excitante de las disciplinas y se puede aprender poco a partir de mapas toscos y flechas gruesas. […] Quizá Thomas desperdicia demasiado espacio en los detalles de las Brigadas Internacionales, aunque las haga fascinantes: el bastón bañado en oro de Nathan, la posición de Clive en el barco de Oxford están muy bien pero no hay retratos de comparable intimidad dedicados a los oficiales españoles.”

((Raymond Carr, “The graveyard of ideals”, The Observer, 30 de abril de 1961.
))

 Las relaciones entre los dos nunca fueron cálidas.

((Para un ejemplo, véase María Jesús González, Raymond Carr. The curiosity of the fox (Brighton, Sussex Academic Press/Cañada Blanch, 2013), pp. 308-9.
))

Por sugerencia del historiador económico Nicolás Sánchez Albornoz, José Martínez Guerricabeitia, un anarquista español en el exilio, aceptó encargar una traducción del libro como el primer título de la editorial que intentaban establecer en París, Éditions Ruedo Ibérico. La decisión hizo que uno de los amigos de José Martínez, el historiador marxista Manuel Tuñón de Lara, le escribiera una vehemente carta de protesta. El propio Martínez le había dicho a Sánchez Albornoz que “sin leerlo sé que no estaré de acuerdo con sus interpretaciones”. Cuando se publicó el libro, llevaba un prefacio editorial que afirmaba que “Ruedo Ibérico ni rechaza ni suscribe la aportación de Hugh Thomas a la historia contemporánea española.”

((Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico (Barcelona, Anagrama, 2000), pp. 188-9, 198-200.
))

Aunque estaba prohibida en la España de Franco, la traducción se convirtió en un best-seller clandestino, enviado por varios métodos desde el correo convencional al contrabando de los maquinistas ferroviarios. Southworth, que contribuía a la financiación de Ruedo Ibérico, escribió a su amigo Jay Allen: “De momento, hemos enviado ejemplares a las Canarias, ahí la aduana es laxa, y desde allí la entrada en la península es fácil.” Al parecer, el libro costaba el doble que en Francia y los sustanciosos beneficios iban a los contrabandistas.

((Southworth a Allen, 29 de enero de 1964, Southworth papers, Centro de Documentación del Bombardeo de Gernika, Gernika; Forment, José Martínez, pp. 223-4.
))

 Los propagandistas del régimen nunca habían dejado de proclamar que la guerra había sido una cruzada contra la barbarie comunista. Sin embargo, el impacto de obras extranjeras de Thomas y Southworth, que circulaban a pesar de los esfuerzos de la policía de fronteras, desacreditó por completo la línea del régimen. En particular, la forma en que el libro de Thomas contaba la historia de la guerra con un estilo ameno y objetivo era un golpe devastador para los partidarios de lo que llamaban cruzada de Franco y por tanto fue rápidamente devorado por cualquiera que pudiera hacerse con un ejemplar. La primera edición de cinco mil ejemplares se vendió rápidamente, pero una segunda edición mucho más grande se enfrentó a controles fronterizos más duros. Un ejemplo de los esfuerzos del régimen por reprimir el impacto del libro de Hugh fue el caso de Octavio Jordá, un valenciano de 31 años de clase obrera arrestado en la frontera con Francia con dos maletas llenas de ejemplares de La Guerra Civil española. En el juicio posterior, se le consideró culpable de “propaganda ilegal” y de “propagar el comunismo” y fue sentenciado a dos años de cárcel.

((González, Raymond Carr, pp. 157, 409.
))

 Uno de los importadores del libro informó a Martínez de que dos distribuidores clandestinos habían sido encarcelados por contrabando.

((Forment, José Martínez, p. 230.
))

En respuesta a Thomas y Southworth, el entonces ministro de información, Manuel Fraga, estableció un centro oficial de estudios de la Guerra Civil para promover la historiografía de la cruzada. El libro tuvo tanto éxito que incluso al propio Franco se le pedía con frecuencia que comentara cosas que se decían en él. Al principio, el Caudillo estaba bajo la impresión de que Thomas era estadounidense y le dijo a su primo Francisco Franco Salgado-Araujo: “la mayoría de los que escriben en los Estados Unidos sobre asuntos de España no son rojos o izquierdistas, son unos despistados”. Salgado-Araujo escribió que cuando le preguntaba a Franco cuestiones concretas sobre la versión de Thomas, “en general, me contesta desmintiendo muchas afirmaciones de este escritor”. Curiosamente, aunque aceptaba responsabilidades por el bombardeo de Barcelona, afirmaba que “los diversos bombardeos de Barcelona se hicieron sobre las actividades del puerto, sin alcanzar a la población”. Negando que hubiera ejecuciones masivas, aseveraba que “la mayoría de las sentencias de muerte firmadas por los consejos de guerra fueron conmutadas por mí”.

(( Francisco Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco (Barcelona, Editorial Planeta, 1976), pp. 375-6, 484-5, 494, 504, 507.
))

De manera inevitable, dados los esfuerzos del régimen por frustrar la distribución del libro, el director del Centro Ricardo de la Cierva escribió una recensión larga y contradictoria pero, en último término, hostil. Reconocía su habilidosa síntesis e importancia pero lo denunciaba como ingenuo, lleno de errores de detalle e interpretación, grotescamente sensacionalista y aun así “un monstruo histórico”. Porque la versión de Hugh no era abiertamente franquista, De la Cierva aseguraba que el libro estaba escrito “desde el lado republicano”. Esa opinión derivaba en igual medida de su defectuosa comprensión del inglés y de su posición como propagandista de Franco. Por ejemplo, en el relato que hace de la batalla del Ebro, Hugh describe las dificultades republicanas y luego comenta que “lo peor estaba por llegar”. Para De la Cierva, esas cuatro palabras son una muestra de partidismo republicano. Insinuaba que el problema se debía especialmente a la influencia de Herbert Southworth.

((Ricardo de la Cierva, Cien libros básicos sobre la guerra de España (Madrid, Publicaciones españolas, 1966), pp. 121-36, “Worse was to follow”, The Spanish civil war, segunda edición, p. 703.
))

 Años después, al reseñar la tercera edición, dijo que el libro de Thomas era “un vademecum para papanatas”.

((Ricardo de la Cierva, “El vademecum de los papanatas”, Nueva Historia, febrero de 1977, p. 102.
))

 Para disgusto de De la Cierva, la notoriedad del libro de Thomas ocasionada por denuncias como esta produciría unas ventas colosales tras la muerte del dictador en 1975.

Southworth y Thomas tenían una relación cordial en los años sesenta. Tras la publicación de la primera edición, Southworth “me escribió en 1962 diciéndome que le había gustado mucho mi libro. Después nos conocimos y mantuvimos una larga correspondencia”.

((Thomas a Preston, 8 de mayo de 1975.
))

 Como De la Cierva había detectado rápidamente, Thomas había pedido a Southworth que revisara las galeradas de la segunda edición de La Guerra Civil española e hizo alteraciones en el texto en respuesta a algunos pero no todos los consejos de Southworth. También fue dos veces a la casa de Southworth en Francia. Hugh intentó, sin éxito, encontrar un editor en inglés para El mito de la cruzada de Franco de Southworth.

((Southworth a Allen, 18 de noviembre de 1964, papeles de Southworth. La ayuda de Southworth se reconoce en The Spanish civil war, segunda edición, p. 15.
))

 Sin embargo, se preparaba lentamente un choque. En correspondencia privada, Southworth comentaba: “Thomas está bastante inseguro de sus conocimientos y está dispuesto a hacer cambios. Pero, cada vez que leo con atención una parte de su libro, algunos datos están mal”.

((Southworth a Allen, 2 de enero de 1964, papeles de Southworth.
))

 Allen repetía las preocupaciones de Southworth comentando que encontraba a “Thomas terriblemente confuso con respecto a muchas cosas”.

((Allen a Southworth, 6 de enero de 1964, papeles de Southworth.
))

 Southworth escribía: “Se ha escrito muy poco de Galicia, por razones obvias, muy pocos combates reales, perdida en un rincón, etc. Thomas tiene casi una página, y toda mal. Una cosa curiosa: cada vez que leo con atención a Thomas, los datos están mal, y por tanto también la interpretación. Dice que en Vigo y La Coruña participaron barcos de guerra, cuando en realidad ningún buque de guerra participó en la lucha en ninguno de los puertos. Dice que hubo fuertes luchas callejeras en todas las ciudades de Galicia, lo que es falso porque la gente no tenía nada con lo que luchar. Dice que los mineros asturianos venían de minas de estaño en la provincia de Lugo. Etc., etc. Lo que hizo Thomas fue pagar a alguien para que hiciera resúmenes breves de algunos libros, el resultado es un poco como los datos de la revista Time, todo el mundo cambia una palabra y al final…”

((Southworth a Allen, 23 de enero de 1965, papeles de Southworth.
))

 En otros lugares, Southworth se quejaba de que, teniendo los datos sobre la Falange bien en la primera edición, Thomas había cambiado por error el texto en la segunda para coincidir con el estudio de Stanley Payne.

((Southworth a Allen, 21 de diciembre de 1965, papeles de Southworth.
))

Una de las cosas que al final conducirían a una polémica pública con Herbert Southworth era que Hugh permitiera que su inclinación a la prosa florida lo dominara. Sería una diferencia crucial entre los dos. Soutworth había trabajado para la República española en Washington durante la guerra y había pasado buena parte de su vida intentando establecer la verdad sobre el conflicto. Hugh no compartía su compromiso: James MacGibbon le había sugerido que viera la Guerra Civil española simplemente como un buen tema. A menudo se describía como “un historiador profesional que trabaja por libre”. Le contó a un periodista español, Jesús Pardo, que Douglas Jerrold había dicho que su forma de escribir novelas sugería que era en realidad un historiador y que le pagaría un adelanto y le permitiría escoger el tema. “Elegí vuestra guerra civil pero podría haberme decidido por la revolución turca.” Esto sugiere que el encuentro con James MacGibbon era doblemente fortuito.

((González, Raymond Carr, pp. 164-410.
))

Sin embargo, el fascinante estilo de La Guerra Civil española, un estilo que constituiría su seña de identidad, sería la causa de su disputa con Southworth. En la primera y segunda ediciones, con respecto al sitio republicano del santuario de Santa María de la Cabeza en Jaén, escribió: “Los defensores estaban rodeados por veinte mil republicanos, que parecía probable que fueran tan salvajes como los indios. Surgieron dudas y dificultades. Se reanundaron los ataques. La aviación y la artillería guiaban el avance. El heroico Cortés fue herido el 30 de abril, y el 1 de mayo las Brigadas Internacionales y la milicia de Jaén irrumpieron en el santuario. Por un tiempo la matanza fue generalizada. El santuario se quemó. Las llamas se alzaron sobre la sierra.”

((Thomas, edición de 1961, p. 423; edición de 1965, p. 537; edición de 1977, pp. 630-1; edición de 2003, pp. 612-13.
))

 Herbert Southworth señaló en su libro sobre Guernica que “sin embargo, en realidad, los vencidos fueron tratados con una generosidad rara en la Guerra Civil española, y sin duda no se puede encontrar nada parecido en los relatos del trato de los nacionalistas a los prisioneros republicanos. […] En el libro de Thomas, este relato seguía al de Guernica, y el historiador inglés sin duda atribuyó a los republicanos esta atrocidad para mantener un equilibrio”.

((Herbert Rutledge Southworth, La destruction de Guernica. Journalisme, diplomatie, propagande et histoire (París, Ruedo Ibérico, 1975), p. 342, nota 106.
))

 En la tercera edición de Hugh, las referencias a los indios y la matanza generalizada se eliminaron pero no la frase colorida sobre las llamas alzándose sobre la sierra.

Cuando el libro de Southworth se publicó en París, yo era un profesor sustituto en la Universidad de Reading, que suplía a Hugh durante su año sabático. Recuerdo bien su irritación, por no decir furia, ante la afirmación de Southworth de que había dado un excesivo énfasis dramático al sitio de Santa María de la Cabeza a fin de crear una atrocidad para equilibrar el bombardeo de Guernica. Habíamos acordado que yo reseñaría el libro cuando saliera en francés y que él esperaría a hacerlo a que apareciera en inglés. Sin embargo, cuando vio lo que decía Southworth de él en la primera edición francesa, decidió reseñarlo. También lo irritaba que Southworth hubiera señalado que había cambiado las cifras de las víctimas del bombardeo de Guernica sin dar ninguna fuente. Eso era, de hecho, cierto.

((Southworth, La destruction, p. 329. Carta de Hugh Thomas a mí, 8 de mayo de 1975.
))

 En su primera edición, Thomas había empleado la cifra de 1.654 muertos que daba el gobierno vasco, pero en la edición de 1965 se redujo drásticamente a un centenar.

((Thomas, edición de 1961, p. 419; edición de 1965, p. 537. En la edición de 1977, había corregido esto a “murieron unas mil personas”, nota 2. En la cuarta edición de 2003, p. 607, se había convertido en: “Murió mucha gente, quizá hasta llegar a las mil personas, aunque los acontecimientos posteriores hacen imposible saber cuántas con exactitud.”
))

En The Times Literary Supplement, Thomas escribió una reseña interesante del libro de Southworth, que, aunque era generosa, se mostraba bastante quisquillosa con respecto a la edición francesa de la obra.

((Hugh Thomas, “Heinkels over Guernica”, Times Literary Supplement, 11 de abril de 1975.
))

 Se inclinaba por mostrar más respeto hacia propagandistas de Franco, como su amigo Douglas Jerrold, Arnold Lunn o Luis Bolín, que el que Southworth u otros estudiosos prorrepublicanos habrían manifestado. En el texto se percibía su irritación por las críticas de Southworth. Había escrito: “Parte del barro que lanza Southworth alcanza a casi todo el que ha escrito sobre la España moderna. La amistad no se ha interpuesto en la investigación. A mí, por ejemplo, se me describe como caprichoso por mis cambios en el cálculo de los que murieron en Guernica.”

((La reseña original apareció en el Times Literary Supplement el 11 de abril de 1975 y la correspondencia posterior el 13 y el 20 de junio de 1975.
))

Esto se refería a la pregunta retórica de Southworth de “pour quelle raison capricieuse” Thomas había reducido su cálculo de las víctimas a solo cien.

((Herbert R. Southworth, Conspiracy and the Spanish civil war. The brainwashing of Francisco Franco (Londres, Routledge-Cañada Blanch Studies, 2002), pp. 54-7. El comentario ofensivo de Southworth, La destruction, p. 464 y Herbert Rutledge Southworth, La destruction de Guernica. Journalisme, diplomatie, propagande et histoire (París, Ruedo Ibérico, 1977), p. 475.
))

 En la edición española de mediados de 1977, esto se presentaba como: “Pero ¿por qué capricho, cuando revisó su libro en 1965, desmintió esas cifras y escribió en una nota a pie de página”, y en la edición inglesa como “But for some whimisical reason, when he revised his book in 1965, he reneged on these figures [las 1.654 víctimas mortales que daba el gobierno vasco] and wrote in a footnote that it was impossible to establish the number of persons killed: ‘Estimates vary from 1.600 to 100. The lower estimate is likely.’”

((Southworth, La destruction, p. 464 y Herbert Rutledge Southworth, La destruction de Guernica. Journalisme, diplomatie, propagande et histoire (París, Ruedo Ibérico, 1977), p. 475.
))

 Hugh tenía razón al decir que nunca sabremos con exactitud el número de víctimas a causa del caos y del hecho de que los rebeldes habían capturado la ciudad antes de que se retirasen los escombros, pero se equivocaba al sugerir que podría ser tan baja como un centenar. De hecho, las investigaciones más recientes sugieren que la verdad se encuentra cerca o incluso por encima de las cifras calculadas en ese momento por el gobierno vasco, 1.654 muertos y 889 heridos.

((Xabier Irujo, El Guernica de Richthofen. Un ensayo de bombardeo de terror (Guernica-Lumo, Guernicako Bakearon Museoa Fundazioa, 2012), pp. 257-301.
))

A Southworth le molestaba que Hugh empezara su reseña así: “Un día de mediados de la década de los treinta, un texano autodidacta, Herbert Southworth, llegó a Washington y consiguó un trabajo en la Biblioteca del Congreso. Por la noche, estudiaba y se hizo socialista.” En realidad, cuando llegó a Washington, Southworth ya tenía un título de la Universidad de Arizona y un máster de Columbia. Cuando se publicó la reseña, tenía un doctorado por la Sorbona. Además, el libro tenía un prefacio que elogiaba su metodología, escrito por el gran historiador francés Pierre Vilar, de la Escuela de los Annales. Southworth creía, como otros que leyeron la reseña, que Thomas presentaba la imagen de un amateur excéntrico y obsesivo y que lo hacía para restarle seriedad. Esta impresión se basaba en un pasaje de la reseña sobre los partidarios británicos de Franco: “Esos caballeros cristianos, sin embargo, se habían visto fundamentalmente afectados por la terrible atmósfera de aquelarre que caracterizaba la España nacionalista esos días. Entender esta atmósfera requiere un espíritu más ecuánime que el de Southworth, que ve a sus víctimas con la misma generosidad con que el Conde de Montecristo veía a sus enemigos. ¿El origen de la traición de Danglar debía buscarse en la cantidad de chicas embarazadas en la Rue du Chat Qui Pisse en la era napoleónica? Edmond Dantès habría despreciado esas pedanterías, como Herbert Southworth, el conde de Anticristo, intenta echar a un lado a los historiadores escépticos de la siguiente generación. Con Dantès, como con Southworth, hay que tomar partido.” Con respecto a la observación de Thomas sobre el barro, Southworth contestó en el Times Literary Supplement que se veía “como alguien que ha dedicado muchos años a rascar el barro que se ha arrojado sobre la República española”. En cuanto a que lo llamaran “el conde de Anticristo”, Southworth escribió que “me han llamado cosas peores, y si este es el precio que debo pagar por denunciar la bancarrota moral y la mediocridad intelectual de los textos sobre Guernica escritos por los portavoces católico-romanos, acepto la denominación”.

((TLS, 13 de junio, 1975.
))

Thomas se puso furioso al leer la respuesta de Southworth. Tanto en círculos intelectuales como sociales, podía ser encantador pero también bastante susceptible. No encajaba fácilmente las críticas o, de hecho, en absoluto, como muestra el conflicto en el tls. Le pedí que considerase que contestar en ese tono solo ayudaría a Ricardo de la Cierva y otros franquistas que los consideraban “el enemigo” y los atacaban constantemente. Su respuesta fue relativamente contenida. Reafirmó su opinión sobre las víctimas en Guernica y el asedio de Santa María de la Cabeza. Terminó irónicamente, diciendo: “Lamento haber descrito a Southworth como autodidacta si lo considera un insulto. Yo lo consideraba un cumplido.”

((Preston a Thomas, 13 de mayo de 1975; TLS, 20 de junio de 1975.
))

Southworth volvería en su obra final a lo que seguía considerando la equidistancia de Hugh Thomas. El libro era un estudio de la falsificación que los derechistas habían realizado de cuatro “documentos secretos” que, a fin de justificar la posterior conspiración militar, parecían “demostrar que el Partido Comunista español, conjurado con socialistas e incluso anarquistas españoles, así como comunistas y socialistas extranjeros y líderes del Comintern, conspiraba, en vísperas de la revuelta militar de julio de 1936, para tomar el control –a través de un levantamiento armado– del gobierno español, que ya se encontraba en manos del Frente Popular”. Torpemente fabricados, los documentos fueron enviados al Foreign Office de Londres pero no se consideraron auténticos.

((Southworth, Conspiracy and the Spanish civil war, pp. 1-5.
))

 En su libro, Southworth recordaba que, en su primera edición, Thomas había parecido creer que los documentos eran genuinos. Hugh había escrito: “He llegado a la conclusión de que tres documentos de los que se dice que se han encontrado en cuatro lugares distintos después del comienzo de la Guerra Civil, y que muestran planes para un golpe de Estado socialista-comunista a través de un alzamiento simulado de la derecha, no son falsificaciones”. Thomas decía más adelante que, si eran falsificaciones, eran “falsificaciones inteligentes” y, al juzgar que los “documentos” eran “genuinos”, concluía ásperamente que eran planes republicanos y no “producto de los militares rebeldes”. Así, interpretaba los documentos como “sueños más que planes, o más bien planes para circunstancias hipotéticas que quizá nunca ocurrieran”.

((Thomas, The Spanish civil war, edición de 1961, p. 108; Southworth, Conspiracy and the Spanish civil war, pp. 51-3.
))

 Como resultado de una correspondencia con Southworth, en la segunda edición, Hugh los describió como falsificaciones y escribió: “Estoy particularmente agradecido al señor H. R. Southworth por ayudarme a ver la luz.”

((Edición de 1965, p. 150, nota 2.
))

Trajeran lo que trajesen las futuras polémicas, el éxito de este libro permitió a Hugh, ahora financieramente más seguro, casarse en 1962 con la hermosa Honorable Vanessa Jebb, hija de lord Gladwyn Jebb. Tuvieron tres hijos: Inigo, Isambard e Isabella. Vanessa, una influencia serena en su a veces irascible marido, era la joya del brillante círculo social que se reunía en su casa en Ladbroke Grove. En 1966, Hugh se convirtió en profesor de historia en la Universidad de Reading. Era un docente absolutamente entretenido y popular: lo vi por primera vez como estudiante del máster y unos años después como compañero de trabajo. Nunca se sintió cómodo con las arteras exigencias administrativas de la vida académica y lo sustituí en 1974-75 cuando se tomó un año sabático para concentrarse en la escritura, en este caso una historia del mundo. Un año después de su regreso a la universidad, Hugh abandonó la cátedra. Antes, yo había sido asistente de investigación en la tercera edición de La Guerra Civil española. La buena suerte que tuve al trabajar con él significaba que a menudo me invitaban a su casa y allí conocí a gente enormemente interesante. Gracias a eso, conocí y me hice amigo del gran escritor cubano Guillermo Cabrera Infante y establecí contacto con el cuñado de Franco, Ramón Serrano Súñer, lo que abrió la puerta a muchas entrevistas posteriores con él cuando trabajaba en mi biografía del Caudillo.

Ya antes de ir a Reading, Hugh había empezado a investigar para su gigantesca historia de Cuba.

((Hugh Thomas, Cuba or the pursuit of freedom (Londres, Eyre & Spottiswoode, 1971).
))

Con casi 1.700 páginas, no fue un éxito comercial. Su largo estudio temprano de la historia de la isla, que comenzaba con la ocupación británica de La Habana, resultó árido para muchos lectores. Solo cuando llegaba a la revolución de Castro alcanzaba el ritmo confiado del libro sobre España, lleno de anécdotas y comentarios breves e iluminadores. Después de su trabajo sobre Cuba, el presidente venezolano Rómulo Betancourt le encargó que hiciera algo similar sobre Venezuela, pero nunca llegó a empezarlo del todo. Además, se sentía limitado tras dedicar, como decía, “siete años al estudio de un breve periodo en la historia de una pequeña sociedad y es, por tanto, natural que quiera escribir algo de una escala más generosa”.

((En la propuesta original.
))

 El resultado fue La historia inacabada del mundo, publicado en 1979. Su tono reflejaba que Hugh se había desplazado a la derecha. Tom Nairn comparó el libro con La decadencia de Occidente de Oswald Spengler. Escribió: “Como con Spengler, la historia de la especie se conjura e interroga con solemnidad, a la espera de fabricar una base moral para el conservadurismo. Fantasías perniciosas como el socialismo se rastrean y critican. Aunque la decadencia es avanzada, todavía quedan fuerzas sanas y tradicionales –misericordiosamente prominentes en el país del escritor– que se pueden aglutinar y nutrir con forraje intelectual.” El mensaje central de la necesidad de “resucitar Occidente” se perdía en la cornucopia de anécdotas fascinantes pero a menudo no relacionadas.

((Hugh Thomas, An unfinished history of the world (Londres, Hamish Hamilton, 1979); Tom Nairn, “Mrs Thatcher’s Spengler”, London Review of Books, 24 de enero de 1980.
))

El cambio en la posición política de Hugh siguió a una experiencia desdichada en el Partido Laborista. A petición de su amigo Roy Jenkins, tuvo otro intento fracasado de obtener un escaño laborista, en North Kensington, pero no fue elegido como candidato después de que lo debilitaran miembros de la tendencia militante del comité de selección. Por tanto, si no en consecuencia, declaró públicamente su abandono del Partido Laborista y su adhesión a la economía de libre mercado que favorecía Thatcher. La bomba venía en un artículo publicado en el Daily Mail. Bajo el titular “Por qué he cambiado de bando”, denunciaba el “mar gris del socialismo de Estado” y elogiaba “las aguas más turbulentas pero brillantes de la libre empresa”. El artículo tal como salió publicado señalaba: “Los conservadores parecen ser ante todo el partido del privilegio.” En una carta al editor, escribió: “Por supuesto, debería haber dicho: “Los conservadores parecen haber dejado de ser ante todo el partido del privilegio.”

((Daily Mail, 23, 26 de noviembre de 1976.
))

 La omisión podría haber sido obra de un cajista o corrector de izquierda.

Se convirtió en uno de los consejeros oficiosos y en director de su think-tank, el Centre for Policy Studies, sucediendo a Keith Joseph. En línea con su nueva vocación política, cuando La historia inacabada del mundo recibió un premio literario del Arts Council en abril de 1980, se negó a recoger el cheque. Dijo que su gestor bancario estaría horrorizado, e hizo el gesto argumentando que los capítulos finales del libro sostenían que “la intervención del Estado [conduce] a la decadencia de la civilización y el colapso de las sociedades”. En History, capitalism and freedom, un panfleto publicado con un prefacio de Thatcher, defendía que el declive de Gran Bretaña era consecuencia del crecimiento del Estado. En el Center for Policy Studies, intentó ayudar a Keith Joseph, ministro de educación, a reestablecer una idea de las glorias de la historia inglesa que ambos creían que habían oscurecido las obras de Eric Hobsbawm, E. P. Thompson y otros. Era un proyecto que contradecía sus obras sobre España y Cuba y produjo acusaciones de que un historiador de primera clase intentaba convertir un tema acerca del cual nunca había trabajado en “adoctrinamiento hueco y pseudopatriótico”.

((Edward Countryman, carta al director, The Guardian, 25 de junio, 1983.
))

 En su panfleto de 1983, Our place in the world, atribuía el declive de Gran Bretaña a la “transformación de la vieja Inglaterra del individualismo y el laissez-faire en una Inglaterra organizada desde arriba”.

((Hugh Thomas, Our place in the world (Londres, Conservative Political Centre, 1983), p. 8.
))

Poco tiempo después de unirse al Partido Conservador, estaba escribiendo notas para los discursos de Thatcher.

((Thomas, notas, “The renewal of Britain”, 25 de junio de 1979, Thatcher mss (Churchill Archive Centre): THCR 5/1/4/3/2.
))

 La cercanía de su relación con ella se revela en una nota manuscrita de la líder Tory al presidente del Partido Conservador Peter Thorneycroft sobre los nombramientos en la organización del partido: “Primero debemos consultar al profesor Hugh Thomas.”

((14 de mayo de 1979, Thatcher mss (Churchill Archive Centre): THCR 2/6/2/38.
))

 En uno de sus borradores, ella escribió: “excelente, y tiene la habitual perspectiva de Hugh que es tan refrescante”.

 Era un invitado frecuente a almorzar en Downing Street y Chequers. También escribió informes sobre Gibraltar.

((Thomas, Gibraltar, 12 de diciembre, 1979, TNA PREM 19/769fl29.
))

 De hecho, el trabajo del Centre for Policy Studies, “por la causa”, como escribió en informe dirigido a ella, fue considerable.

((Thomas, informe, 3 de julio de 1980, Thatcher mss (Churchill Archive Centre): THCR 2/11/3/ parte 1 f101.
))

Por sus esfuerzos en nombre de Thatcher, fue recompensado al ser nombrado lord Thomas de Swynnerton y había rumores de que sería enviado a Madrid como embajador para sustituir a sir Richard Parsons, aunque las deficiencias de su español podrían haber complicado el trabajo.

((The Observer, 6 de noviembre de 1983.
))

 Durante la guerra de las Malvinas, Hugh aconsejó a Thatcher y pudo hacerlo de manera eficaz por su relación con el presidente del consejo de ministros de Perú, Manuel Ulloa, que intentaba facilitar la paz entre Londres y Buenos Aires. Escribió largos memorandos para ella a mediados de abril de 1982.

((Minutas de Thomas, 15 de abril de 1982, THCR 1/13/26 f32; 16 de abril, 1982, THCR 1/13/ 26 f31.
))

 Y de nuevo el 5, 6, 7, 11, 13 (dos veces) de mayo y el 17 de mayo.

((Thomas a Thatcher, “A future settlement in the Falklands crisis”, 5 de mayo de 1982, TNA, PREM 19/624/f23; minutas a Thatcher, 6 de mayo de 1982, THCR 1/13/26 f22; 7 de mayo de 1982, THCR 1/13/26 f10; 11 de mayo 1982, THCR 1/13/26 f87; 13 de mayo 1982, THCR 1/13/26 f9 y THCR 1/13/26 f10; 17 mayo 1982, TNA PREM 19/648 f150. The Guardian, 21 de agosto, 1983.
))

 Cuando las fuerzas británicas en el Atlántico sur vencieron, le envió una carta obsequiosa (algunos dirían aduladora). En ella, escribía: “Me parece que con esta derrota de los argentinos usted ha dado la vuelta al derrotismo, el negativismo y el espíritu de retirada en nuestro país.” Más adelante la comparaba con sir Francis Drake y el almirante Nelson.

((Thomas a Thatcher, 16 de junio de 1982, THCR, 1/13/27 f174.
))

Durante su tiempo, extremadamente atareado, en el Centre for Policy Studies, también trabajaba en un libro voluminoso sobre los primeros años de la Guerra Fría. En realidad, por intensas que fueran sus actividades políticas, nunca relajó su asombrosa producción. The armed truce era una obra brillante y extremadamente amena de casi mil páginas. Con una mirada amplia y llena de anécdotas centelleantes, fue aclamada por críticos de derecha e izquierda y por participantes como Zbigniew Brzezinski. En su prefacio, Hugh anunció que sería el primero de varios volúmenes sobre la Guerra Fría.

((Hugh Thomas, Armed truce. The beginnings of the Cold War (Londres, Hamish Hamilton, 1986), pp. 17-19.
))

 Sin embargo, nunca salieron porque él, o quizá su editor, buscaban un asunto más emocionante.

Tras la derrota de Thatcher en 1990, su prominencia en el Partido Tory disminuyó y se vio cada vez más decepcionado por lo que consideraba un creciente euroescepticismo. Finalmente, en busca de un mayor protagonismo público, el 17 de noviembre de 1997 atravesó la Cámara de los Lores y se sumó a los liberal demócratas. Anunció: “He dimitido como whip conservador en la Cámara de los Lores porque tras la elección del pasado 1 de mayo, sus actitudes hacia la Unión Europea tal como está constituida, y como es probable que evolucione, se han vuelto cada vez más críticas y escépticas.”

((Nota de prensa del Partido Liberal-Demócrata, 17 de noviembre de 1997; Anthony Bevins “Europhile defects from Tories to Lib-Dems”, The Independent, 18 de noviembre de 1997; The Times, 18 de noviembre de 1997.
))

Hugh hablaba con frecuencia en la Cámara de los Lores con un tono que sugería que, aunque hubiera abandonado el Partido Conservador, no había dejado atrás sus opiniones conservadoras. El 9 de junio de 1990, declaró: “También visitaré Chile por primera vez desde que lo visité durante el lamentable régimen del presidente Allende. Cuando estuve allí en 1970, me parecía que el país estaba al borde de la guerra civil con una antigua democracia, como el noble vizconde la describía, subvertida por un gobierno de un frente popular muy comparable a lo que existía en Europa oriental justo después de 1945; en otras palabras, una especie de anticipo de los gobiernos comunistas de Europa oriental. Por supuesto, el golpe de Estado de 1973, como todos sabemos bien, tenía un lado oscuro. Sin embargo, el recuerdo de eso no debería cegarnos ante el hecho de que el cambio con respecto al régimen de Allende fue un beneficio para Chile, el continente y quizá el mundo.”

((9 de junio de 1999, Hansard, House of Lords Debates.
))

Libre por fin de la política de partidos que nunca lo había satisfecho por completo, había vuelto a su oficio real y empezó a escribir una serie de obras llamativas sobre la España imperial. El impulso narrativo de La Guerra Civil española y The armed truce fue incorporado en primer lugar a su extensa historia de la conquista española de México. Era fácil ver que le podían atraer la audacia de Hernán Cortés y su banda temeraria, y casi en la misma medida el papel de Moctezuma y los aztecas. El libro, que había empezado cuando seguía en el Centre for Policy Studies, fue otra prueba de su energía y capacidad de trabajo, así como de los esfuerzos de sus asistentes de investigación. La reseña de John Elliott elogiaba la diligencia y el estilo de Hugh: “Ha realizado una enorme cantidad de trabajo, no solo atrapando en su hábil red la vasta literatura secundaria publicada en el siglo y medio que ha pasado desde Prescott, sino también descubriendo nueva documentación de los archivos de Sevilla.” Geoffrey Parker subrayaba la habilidad con la que Hugh desenmarañaba la complejidad de las negociaciones de Cortés con los enemigos de los aztecas y emocionaba a sus lectores con escabrosos relatos de la brutalidad de la lucha en Tenochtitlán. En cambio, Frank McLynn reconocía la “poderosa erudición” del libro, pero sentía repulsión por su falta de simpatía hacia los aztecas y por lo que llamaba “cortesmanía”, hecha posible por el sistemático blanqueo de las atrocidades cometidas por los españoles.

((Hugh Thomas, The conquest of Mexico (Londres, Hutchinson, 1993); J. H. Elliott, “Decoding the Caesar of Mexico”, The Times, 28 de octubre de 1993; Geoffrey Parker, The Spectator, 5 de marzo de 1994; Frank McLynn, “Epic thuggery”, New Statesman, 12 de noviembre de 1993.
))

Su paso de los conservadores a los liberal demócratas había coincidido con la publicación de una obra de novecientas páginas sobre el tráfico de esclavos, un relato osado. Felipe Fernández Armesto situaba el volumen firmemente en la larga línea de logros de Thomas: “ningún historiador vivo tiene una carrera similar en una forma particular y vital de estudio: domina enormes cantidades de datos y los reorganiza en libros de integridad académica y atractivo universal. La trata de esclavos es uno de los más poderosos hasta ahora”. El cautivador relato no solo cubría el grado en que la riqueza generada por la trata de esclavos transformaba ciudades como Liverpool, Manchester, Bristol, Londres y Glasgow sino también la complicidad de los jefes tribales africanos y los mercaderes árabes en el tráfico. Lo impulsaban fascinantes relatos de esos esclavistas, así como también piratas y con menor frecuencia abolicionistas idealistas.

((Hugh Thomas, The slave trade: The history of the atlantic slave trade 1440-1870 (Londres, Picador, 1997). Felipe Fernández Armesto, “Of human bondage”, The Sunday Times, 23 de noviembre de 1997; Ronald Segal, “Irons in the fire”, The Observer, 23 de noviembre de 1997; Fred D’Aguiar, “The black man’s burden”, The Guardian, 27 de noviembre de 1997; Leslie Mitchell, “All guilty, some more than others”, The Spectator, 29 de noviembre de 1997.
))

Al libro lo siguió lo que fue su logro supremo, una trilogía sobre el Imperio español que componían El imperio español (2003), El imperio español de Carlos V (2010) y El señor del mundo: Felipe II y su imperio (2014). Tremendamente ameno, el primero era un relato a gran escala de los triunfos que siguieron al gran viaje de Colón. Al contar el genocidio cometido por los españoles en las primeras tres décadas del imperio, revelaba más simpatía por los imperialistas españoles que por las poblaciones nativas conquistadas. Sin embargo, Paul Kennedy hizo una observación similar a la que había hecho Fernández Armesto una década antes: “Un libro del tamaño de El imperio español sería una obra asombrosa en cualquier autor, pero su publicación simplemente afirma la posición de Thomas como uno de los historiadores más productivos y de mayor amplitud de los tiempos modernos.”

((Hugh THCRTHCRThomas, Rivers of gold: The rise of the Spanish empire (Londres, Weindenfeld & Nicholson, 2003). Frank McLynn, “Conquistadors, saints and psycopaths”, The Independent, 9 de febrero de 2004; Paul Kennedy, “Conquerors and missionaries”, New York Times, 25 de julio de 2004; Jonathan Keates, “Tarnished heroes, but still heroes”, The Spectator, 6 de diciembre de 2003.
))

 En España, sin embargo, se atribuyeron errores factuales a la rapidez de su gestación.

((Juan Eloy Gelabert, “España antes de tiempo”, Revista de Libros, núm. 87, marzo de 2004.
))

El segundo volumen relataba con la habitual energía de Hugh los siguientes treinta años, la creación del imperio de Carlos V. De manera poco sorprendente, se deleitaba en la carnicería que acompañó la conquista del Perú de Francisco Pizarro. El énfasis característico en grandes personalidades, crueles e implacables, estaba en el centro de otra enormemente amena y épica, donde la brutalidad de Pizarro igualaba la de Cortés.

((Hugh Thomas, The golden age: The Spanish empire of Charles V (Londres, Allen Lane, 2011); Ben Wilson, “When the Spanish made off with the gold and the llamas”, The Daily Telegraph, 19 de febrero de 2011; J. H. Elliott, “The reign of Spain”, The Guardian, 15 de enero de 2011.
))

 El volumen final no estuvo a la altura de los primeros dos. Era más breve y condensado, aunque también estaba espolvoreado de anécdotas cotillas que aseguraban su amenidad. En formato, se acercaba más a ensayos sobre distintos aspectos de los esfuerzos de Felipe II por mantener en marcha su complejo imperio. Quizá, a medida que avanzaba en su octava década, Hugh se cansaba. El gusto por la barbarie permaneció, así como su entusiasta admiración por los logros de los españoles. En una reseña característicamente divertida, Malcolm Deas comentaba: “Ama intensamente a un conquistador.” De hecho, en 2001, Hugh había publicado en España un “Quién es quién” de los conquistadores.

((Hugh Thomas, Quién es quién de los conquistadores (Barcelona, Salvat, 2001).
))

 Deas continuaba: “También es parcial hacia los nobles, y hay muchos virreyes, arzobispos, obispos y otras eminencias, juzgados con brevedad y confianza.” En un tono similar, Ben MacIntyre señaló: “escribe casi como si él fuera un cortesano que transmite los cotilleos, problemas y genealogía de los grandes hombres que configuraron y dirigían el imperio de Felipe”.

((Hugh Thomas, World without end: The global empire of Philip II (Londres, Allen Lane, 2014); Dominic Sandbrook, “Epic of empire”, The Sunday Times, 27 de julio de 2014; Malcolm Deas, The Spectator, 19 de julio de 2014; Ben Macintyre, “The Spanish plan to take China”, The Times, 19 de julio de 2014.
))

Tras sufrir un accidente cerebrovascular, Hugh Thomas murió el 7 de mayo de 2017 y dejó varios proyectos inacabados, entre los que se encontraba una autobiografía. Se iba a basar en su enorme archivo personal, para el que parecía conservar cada trozo de papel en el que había escrito, además de recortes de periódico, diarios y miles de cartas. Siempre tuvo mala salud: padecía problemas de corazón y riñones. Pese a una preocupación obsesiva con la salud, se esforzó mucho en mantener en secreto sus dificultades.

((Inigo Thomas, “On Ladbroke Grove”, London Review of Books, 15 de junio de 2017.
))

 Era un autor de historia popular al viejo estilo y en la mayor escala, que siempre partía de una considerable labor de investigación. La medida de su energía y ambición era su capacidad de combinar la incesante producción de libros enormes con otros proyectos. Cuando hablé con él por última vez, un par de semanas antes de su muerte, criticaba severamente el Brexit, fiel hasta el final a sus opiniones europeístas. ~

 

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