Vox y la nueva indignación

La heterodoxa internacional populista, que tiene en Trump su principal exponente y mentor, ha entrado ya en la política española con doce diputados en el Parlamento andaluz.
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El partido Vox ha entrado en la política española como un ciclón tras sus sorprendentes resultados en Andalucía: doce diputados. El populismo de derecha extrema ya no es solo un fenómeno en las redes sociales –fueron de nuevo un buen termómetro de lo que se avecinaba– y eso explica los temblores nerviosos provocados en las últimas semanas en ese espacio de centro derecha, el eje conservador/liberal, la “España de los balcones”, por cuya hegemonía pugnan el Partido Popular y Ciudadanos.

La inquietud de las dos formaciones ante la emergencia de Santiago Abascal y sus huestes –el entusiasmo casi mesiánico de sus seguidores y el morbo con el que son tratados en los medios recuerdan los primeros pasos de Podemos– es lógica. Cs y PP son en teoría las víctimas naturales de la emergencia en España de una derecha dura y populista con la que ahora deben decidir si pactan para acabar con la hegemonía socialista en Andalucía. Vox está logrando capitalizar el voto de los cabreados, el de otro tipo de indignado diferente (pero no tanto) al del 15-M y cuyo malestar –por la pérdida de oportunidades, de poder adquisitivo, de derechos, la herida por el golpe independentista al orden constitucional…– no puede ser ridiculizado ni ignorado por el resto de formaciones. Llamarles “fachas” es tan simple como pernicioso.

Por este motivo, el temor ante el ascenso de Vox (y todo lo que representa) también ha penetrado en los cuarteles generales de la izquierda. El PSOE y Podemos saben que su pastel electoral puede reducirse sensiblemente, como ha sucedido este fin de semana en Andalucía y como ha sucedido en Francia, donde el Frente Nacional de Le Pen ha ido creciendo en feudos que en la etapa de industrialización votaban mayoritariamente a opciones de izquierda.

Hay motivos para la inquietud. En Andalucía se ha empezado a poner fin a una anomalía española en esta Europa de las identidades inflamadas que hasta el domingo andaluz muchos celebrábamos con cierto orgullo. El clima político y social (la sensación de crisis del modelo de Estado, con el embate independentista aún en marcha) así como el rumor de una recesión económica que vuelva a golpear a una clase media y trabajadora que aún sufre las crueles consecuencias de la anterior, pueden allanar el terreno al partido de Abascal y Ortega Smith y su discurso de soluciones fáciles a problemas complejos.

A la derecha populista española, asimismo, le favorecen los fuertes vientos de cola procedentes de Europa. Sus posiciones, antiliberales, claramente antiglobalizadoras, antiestablishment bruselense, tanto en políticas económicas como respecto a la soberanía nacional, la identidad y el trato a la inmigración, tienen una conexión directa con el discurso dominante en Italia, Polonia, Hungría, Rusia, Brasil.

Una heterodoxa internacional populista que tiene en Trump su principal exponente y mentor. Estos avales intencionales –Le Pen se apresuró a felicitar en Twitter a Vox por sus resultados andaluces– ejercen de fuertes inmunizadores ante cualquier intento de desactivar a Vox desde el debilitado constitucionalismo español.

Hace una semanas, Steve Bannon, a quien siempre hay que leer y escuchar con atención, apuntaba en una entrevista en el rotativo chileno El Mercurio que a medida que más millennials, educados en unas redes sociales cuyo lenguaje es el binario me gusta/no me gusta, empiecen a ser votantes el populismo de derechas o izquierdas “va a ser la fuerza más poderosa del mundo”.

¿Exagerada, a la par que interesada, previsión sobre la eclosión de la internacional populista? Tal vez. No obstante, a la espera de ver la evolución de los nuevos votantes, hay otra característica de la sociedad líquida y de consumo que favorece a Vox y no es otra que la fascinación por la novedad. Los de Abascal representan una marca nueva a la que votar/comprar, y las novedades en mercados saturados como el político suelen desprender un gran atractivo. Si hace cuatro años Podemos y Ciudadanos se beneficiaron del factor novedad, hoy parecen viejos y desgastados tras entrar en las instituciones y tomar decisiones que en sus días de rebeldes airados censuraban de forma vehemente.

Ante este panorama es normal que políticos y columnistas se pregunten qué hacer desde posiciones liberales. El ensayista francés Guy Sorman, recientemente, ha apuntado una vía: convertir la aparente debilidad del liberalismo frente a los populismos, “su modestia ideológica y su voluntad de aprender de la experiencia”, en estos tiempos de gritos y ceño fruncido, en su mejor baza: decir abiertamente que no tiene respuesta para todo y que está dispuesto a aprender. “Sería algo nuevo y el amanecer del renacimiento”, ha escrito. Sería, afirmo yo, una seductora respuesta anticomercial y serena frente a la pujanza de las marcas populistas de izquierda y derecha.

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Iñaki Ellakuría es periodista en La Vanguardia y coautor de Alternativa naranja: Ciudadanos a la conquista de España (Debate, 2015).


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