Por qué Taylor Swift e Inditex son altavoces feministas, y por qué deberíamos celebrarlo

Ni Beyoncé, ni Emma Watson, ni siquiera Hillary Clinton han sido grandes líderes feministas. Pero todas ellas son importantes a la hora de dar un altavoz al feminismo.
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Uno de los grandes temas del pasado año, y que promete serlo también del presente, ha sido y es el acoso sexual. En sí mismo, no se trata de un tema nuevo. Si un científico extraterrestre viniera a la tierra con la intención de estudiar la interacciones sexuales sin consentimiento desde el punto de vista de un observador, probablemente no encontraría que 2017 fuese un año excepcional. Es incluso posible que haya sido uno de los años con menos acoso sexual de la historia de la humanidad. Y sin embargo, 2017 fue el año del #MeToo, en el que muchísimas mujeres recordaron al mundo que el acoso sexual es algo que afecta a todas las mujeres y a las más dispares.

Lo que cambió, por tanto, no fue tanto el acoso sexual como su percepción como conducta inadmisible: podemos hablar de 2017 como el año en que se rompió la ley del silencio, el año en que el poder dejó de ser un salvoconducto seguro para la impunidad. Tras el caso del productor Harvey Weinstein, siguió un larga hilera de hombres en posiciones de poder que fueron señalados públicamente como agresores sexuales, incluyendo nombres tan conocidos como Kevin Spacey, apeado de su papel de protagonista de House of Cards tras desatarse un escándalo con su nombre.

Haciéndose eco de este cambio, la revista Time dedicó su anual portada de “persona del año” a las mujeres que rompieron el silencio: The Silence Breakers . La portada incluía, junto a las celebrities Taylor Swift y Ashley Judd, a la ingeniera Susan Fowler, a la lobista Adama Iwu y a una inmigrante mexicana anónima bajo el seudónimo de Isabel Pascual, así como el brazo de una víctima de acoso sexual que prefirió no revelar su rostro.

A pesar del apoyo generalizado del feminismo al movimiento #MeToo, la presencia de Taylor Swift en esta portada ha sido controvertida. La cantante norteamericana se ganó para muchos el derecho a figurar en la misma tras llevar a juicio a David Mueller por un caso de acoso acontecido en 2013. La denuncia se llevó a cabo después de que Mueller fuese despedido y denunciase a Swift por el impacto que su acusación había tenido en su carrera – entonces, la cantante decidió contrademandar pidiendo un dólar simbólico, con el objetivo de ayudar a que todas las voces puedan ser oídas. Para algunos, sin embargo, Swift no debería haber aparecido en la portada. Los motivos son varios: su reticencia a hablar de sus posiciones políticas en público, su posición de privilegio, o el hecho de que no sea una activista profesional.

Más allá de la controversia asociada a la portada, de lo que no cabe duda es que Taylor Swift no encaja fácilmente dentro del estereotipo de “feminista”. A diferencia de muchas feministas, no se trata ni de una activista, ni de una “intelectual” en el sentido tradicional del término. Se trata además de una mujer que en muchos sentidos encaja dentro de la cultura mainstream: refleja para algunos un estereotipo de feminidad estándar, es una cantante de pop, y sus canciones no versan sobre política sino sobre su vida personal. Muchos medios progresistas en Estados Unidos incluso la han criticado por no haber dado el paso de criticar abiertamente a Donald Trump o por no hacer comentarios sobre un grupo extremista que la considera una diosa aria.

Como ha explicado repetidas veces su amigo, el directo Joseph Kahn, nada de lo anterior significa que Taylor Swift sea una mujer conservadora encubierta. Sin embargo, sí explica por qué para muchas personas su representación como icono feminista es problemática: difícilmente encaja, ni cultural ni identitariamente, en el imaginario colectivo asociado al feminismo Así, a pesar de que la cantante se haya declarado abiertamente feminista en numerosas ocasiones, muchas feministas de estricta observancia han considerado esta asociación oportunista o poco sincera. Pensamos, sin embargo, que ignorar la importancia del fenómeno de Taylor Swift es una actitud miope.

Detengámonos por un momento a pensar en la evolución de Taylor Swift. La trayectoria musical de la cantante cuenta su historia, desde sus años de instituto y sus primeros amores hasta sus peleas con Kayne West. A lo largo de sus canciones, Swift ha cumplido años, evolucionado personal y musicalmente, se ha reivindicado a sí misma y se ha defendido de ataques de tintes sexistas, hasta convertirse en una de las mujeres más ricas y poderosas del mundo occidental. Es posible que esta no sea la historia de una mártir intelectual que arriesgó su salud entre las espesuras retóricas del heteropatriarcado, pero su historia es una de éxito con la que muchas mujeres (e incluso algunos hombres) pueden sentirse identificadas o inspiradas. Tal vez por este motivo la revista Time entendió que su presencia era algo importante.

El caso de Taylor Swift forma parte de algo más amplio. En los últimos años, hemos asistido a la penetración en la cultura de masas de la ideología feminista. Lejos de los oscuros tratados de psicolingüística posmoderna de Luce Irigaray y de los guetos de activistas de algunos partidos políticos, el feminismo parece haberse trasladado a películas de dibujos animados y marcas de ropa, que han comenzado usar la “marca feminista” como parte de su identidad.

De un tiempo a esta parte, el feminismo está en todas partes: en la TV, en las canciones, en los libros, en camisetas, en cojines, en las portadas de los cuadernos junto con gatitos y unicornios. La cantidad de personas que se declaran públicamente feministas también ha crecido vertiginosamente. Innumerables mujeres (Lena Dunham, Karlie Kloss, Ariana Grande, Oprah Winfrey, Diane Von Funstereberg o Chimamanda Ngozi Adichie entre muchísimas otras) pero también hombres (Barack Obama o Justin Trudeau entre los más conocidos) han pasado a significarse como feministas en público.

Las películas y productos televisivos para adolescentes introducen abiertamente en sus tramas referencias al género y a cómo impacta en nuestras vidas. Las protagonistas femeninas ya no están solo preocupadas porque el capitán del equipo de rugby las invite al baile, también hablan con sus amigas de lo que significa ser mujer, de discriminación, de la dificultad de hacer oír sus voces. Las series de televisión que giran alrededor de personajes femeninos son cada vez más frecuentes. En YouTube e Instagram, algunas de las influencers más conocidas dan consejos sobre cómo ser una verdadera #girlboss: emprendimiento, planes de negocios y consejos para desarrollar tus ideas conviven en las secciones de lifestyle con vídeos de belleza y moda. La interseccionalidad ya no es un concepto oscuro reservado a grupos de reflexión feminista. Forma parte de Anatomía de Grey (¡y pensar que Miranda Bailey podría haber sido rubia!), de la pelea tuitera entre Taylor Swift y Nicky Minaj o de las canciones de Beyoncé.

Para muchas mujeres, el activismo feminista no es una actividad a tiempo completo, sino algo que se manifiesta como una nota de color de sus intervenciones públicas, en pequeñas acciones de rebeldía, o como un aspecto puntual de su personalidad. Ni Beyoncé, ni Emma Watson, ni Elizabeth Warren, ni siquiera Hillary Clinton han sido grandes líderes feministas. Pero todas ellas son importantes a la hora de dar un altavoz al feminismo.

Así, el coste social de ser feminista parece haberse reducido drásticamente en los últimos años. Progresivamente, el término se ha ido deshaciendo de las connotaciones que lo asociaban a un grupo de mujeres hurañas que odiaban a los hombres, para asociarse a lo que siempre ha sido el feminismo en realidad: la noción radical de que las mujeres son personas. La idea de que es posible ser una happy feminist parece haberse extendido, y ser feminista a día de hoy es tan fácil como entrar en tu tienda de Inditex más cercana y elegir entre las decenas de camisetas sobre el empoderamiento femenino que hay en los expositores.

Todos los movimientos pasan por distintas fases, y al volverse un movimiento de masas, acomodan nuevas voces, nuevos modelos y nuevas ideas. El feminismo ha sido durante mucho tiempo propiedad de intelectuales y activistas y, a pesar de sus divisiones internas, un campo culturalmente muy homogéneo. Las distintas “olas” de feminismo han visto, sin embargo, la mutación del mensaje para incorporar las inquietudes políticas no solo de las mujeres de clase alta, sino también las temáticas asociadas a la vida privada y especialmente su dimensión multicultural. Es tentador ver la entrada de celebrities dentro del feminismo como la siguiente fase, la fase natural, del movimiento feminista. Posiblemente la aportación de estas mujeres estará menos asociada a sus aportaciones teóricas, su posicionamiento formales, y mucho más a su papel como inspiradoras de nuevos modelos de éxito, de nuevas actitudes de insumisión ante el machismo, y en general de una visión más práctica del feminismo.

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Ariane Aumaitre (La Coruña, 1989) es asistente académica en el Colegio de Europa en Brujas, donde previamente se especializó en políticas europeas. Investiga sobre economía política del Euro, desigualdad de género y Estado del Bienestar.


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