Momento Frankenstein

El llamado "Gobierno Frankenstein" de Pedro Sánchez puede ser uno de los más arriesgados y a la vez más interesantes de la historia de la democracia española.
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El doctor Sánchez ha tomado posesión sin crucifijo, sin Biblia y sin Albert Rivera. Su gobierno Frankenstein puede ser uno de los más arriesgados, pero también más interesantes de la historia de la democracia española. Se presenta un nuevo paradigma de gobernanza con un gobierno de coalición surgido de una moción y de la exigencia de renovar la confianza en unas instituciones dañadas.

Como un moderno Prometeo, Pedro Sánchez ha profanado una especie de acuerdo tácito por el cual se permitía al Partido Popular seguir gobernando pese a conocer los papeles de Bárcenas y la existencia de una caja B. El retorno de Sánchez también tiene algo de odisea: tras una sentencia judicial ha optado por dar un paso al frente en el plano político. Sin actos premeditados ha lanzado una moción relámpago, ha asestado un golpe inesperado, y ha ganado a su archirrival Mariano Rajoy. Después de una dura moción en la que ambos parecían bailar al son de La danza de los caballeros de Prokofiev, Rajoy se apartó, arrastrando sus pies hasta un bar en el que permaneció ocho horas mientras su asiento era ocupado por un bolso.

Lo de Sánchez también ha sido una jugada maquiavélica, como señalaba Manuel Arias Maldonado, que incluye el mantenimiento de los presupuestos así como evitar unas elecciones que barajen y repartan nuevos escaños en el Congreso. El país ha sido gobernado por un partido corrupto y un presidente cuya única estrategia consistía en negar y esperar a que pasara el temporal, y que ha pasado en cuestión de horas, abruptamente, a estar en manos de la oposición, que pretende gobernar con la friolera de 84 diputados.

Vivimos un momento inusual en la historia de la democracia, pero al mismo tiempo este gobierno es resultado de la vieja y anquilosada cultura política bipartidista española, en la que los nuevos partidos aún no han conseguido instalarse salvo como apoyo o muleta de los viejos (siendo este apoyo cada vez más necesario).

El concepto Frankenstein, comúnmente aceptado en literatura, es múltiple: hacer algo contranatura, jugar a ser Dios, desafiar la naturaleza, transgredir, hacer lo prohibido, profanar el orden natural de las cosas. Sánchez es acusado de todo esto, y la oposición no le pondrá fácil gobernar un Parlamento dividido. Le quedan duras pruebas a nivel interno (secesionismo en Cataluña, caso ERE, gobernar con grupos dispares, levantar la economía y reducir el desempleo) y externo, tras el bajo perfil de la anterior legislatura (retomar el liderazgo en la política exterior europea, reconquistar el eje Berlín-Bruselas, ocuparse de la percepción internacional del conflicto con Cataluña, renegociar acuerdo de refugiados, retomar las relaciones con Iberoamérica y con la ribera sur del Mediterráneo…).

Pero volviendo a la novela de Mary Shelley, hay que naturalizar y comprender a “la criatura” de Frankenstein. No todo en ella es monstruoso o maligno. La criatura es compleja, contradictoria, falible. Es un monstruo que crea el mal porque es infeliz; tras sentirse rechazado e incomprendido decide tomar el camino del odio y la venganza, no sin tener remordimientos y conciencia de sus actos. La naturaleza de la política también es amorfa.

No podemos buscar en la democracia la solución de todos los males, sino el sistema menos malo de gobierno.

Sin duda, gobernar con apoyos tan variopintos como dudosos hace que muchos, incluidos los propios votantes, recelen de la capacidad del gobierno Frankenstein de salir adelante más allá de un ciclo de estaciones. Lo que hay que tener en cuenta es que las coaliciones son un instrumento más de la política, y aunque no haya demasiada afinidad política entre algunos apoyos, el único límite es la legalidad. Pero los gobiernos de coalición en teoría deben formarse para gobernar de acuerdo a la mayoría; este debe ser un gobierno inteligente que examine qué funciona mejor para la sociedad española, y esa debe ser su prioridad, integrando las distintas fuerzas que lo componen para que sus políticas se ajusten a las necesidades de nuestro país.

El doctor Sánchez, o el moderno Prometeo, debería, siguiendo la propia definición de liderazgo de Joseph Nye, trascender su interés propio y el de su partido en favor de un propósito más grande. Asumir riesgos es una parte importante del proceso y Sánchez ha demostrado que no tiene miedo de romper los esquemas, pero ahora queda el reto de formar gobierno y hacer política, empezando por los presupuestos. Por ahora, parece que los ministros, como el propio partido ha dicho, “vendrán aprendidos de casa”. La noticia del nombramiento del catalán Josep Borrell en exteriores es un buen golpe de efecto; será un buen altavoz en Europa y en el exterior que dará mejor perspectiva sobre la naturaleza del procés.

El ciudadano español, ya desengañado de la política tras una pésima etapa marcada por la degradación de la imagen de sus instituciones, el auge del nacionalismo catalán, la crisis económica y los escandalosos casos de corrupción, está de vuelta de discursos con fines mitineros e intereses partidistas.

Además, se deben dejar a un lado la intolerancia y la incomprensión, conceptos que dificultan el ejercicio de un gobierno de coalición por las divergencias internas. Sánchez también se enfrenta a la intolerancia de un PP humillado, que se lame las heridas y se prepara para su nuevo papel en la oposición, empezando por presentar enmiendas a sus propios presupuestos, haciendo uso de su mayoría absoluta en el Senado. Incomprensión e intolerancia son dos piedras en el camino para un gobierno frágil y con dudosos apoyos.

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es periodista.


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