La inclusividad lingüística debe ser radical

Suprimir palabras que designan realidades desagradables puede eliminar algunas de esas realidades desagradables.
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El mantra se repite en tribunas, tertulias y análisis. Se puede escuchar en las pesadillas y en la vigilia. A muy temprana edad una niña recibe la sentencia y la naturaliza, la hace suya. La palabra sin marca en la lengua castellana es la palabra masculina. En plural designa simultáneamente a entidades masculinas y femeninas. A veces es ambigua y a veces discrimina. Se trata de la diferencia gramatical: una manera de discriminar independiente de la de la naturaleza, según dicen. Ya se sabe que esa supuesta neutralidad es una falacia que encubre una herramienta para invisibilizar a la mujer.

El imparable tsunami feminista trabaja sin cesar para que esta evidencia se acepte. Se sabe que la parte semántica carece en buena medida de disputa y que hay causas prescriptivas y descriptivas para insistir en la brecha. Lingüistas de tendencias muy diferentes, en universidades y hasta en la Real Academia, admiten ya las premisas. A veces hacen matices, hablan de la naturalidad de la lengua, del avance y avatares de las palabras del latín a las lenguas francesa, italiana, catalana y castellana. Es un disfraz, un camuflaje que busca deslegitimar el avance tras la excusa de la ciencia.

Se señalan y a veces extirpan las palabras que marcan realidades e imágenes sexistas. Nuevas realidades exigen que se amplíe el caudal y que se creen significantes para las nuevas circunstancias y sensibilidades.

Hay una ausencia grave aún. Muchas más áreas de la lengua de las que habitualmente se admiten muestran huellas sexistas y patriarcales. Sucede en palabras, letras y partículas gramaticales que carecen de carga semántica, según dicen desde academias y universidades. Nada es puramente instrumental en un sistema de estas características. La tara semántica represiva está ahí, se puede descubrir aunque quieran disimularla tras la pretendida neutralidad de las estructuras sintácticas.

Limitar la tarea inclusiva a eliminar un final que marca, bien la pluralidad bien la especifidad, sería insuficiente, y derivaría en una trampa que indudablemente llevaría a nuevas invisibilidades.

Sería una ingenuidad letal aceptar esa premisa a veces ciega y frecuentemente maligna. De igual manera que la basura en una esquina hace que se degrade una calle entera, que la llave inglesa usada en un crimen es inadecuada para arreglar la cuna en que duerme la criatura lactante en una casa feliz, la huella machista de una partícula en una palabra se traslada a la letra aunque esté exenta de carga semántica. ¿Puede esa letra, esa llave inglesa, dejar de ser partícipe de un crimen? ¿Quién querría bañarse en agua sucia si hay alternativa?

Se dice que en las lenguas las estrategias inducidas únicamente desde arriba fracasan de manera inevitable. Se afirma tajantemente, y se prescinde de sustentar la tesis en pruebas ni nada similar, más allá de la experiencia previa en varias lenguas. Si, antes de ver cualquier prueba, se visten de verdades las herramientas de defensa de un régimen y de una estructura que abarca de la metafísica al episteme y limita la viabilidad de la experiencia y así la capacidad de transmitir la riqueza de la vivencia femenina, ¿qué enseñanza se traslada, qué cadena se desactiva, qué cárcel se destruye?

La resistencia que encuentra este avance exige recrudecer el ataque. La intensidad ha de ser triplicada. Nunca se es excesivamente radical: hace falta llegar hasta el límite, e ir más allá.

Dirán que es una quimera: esa vieja etiqueta nunca detiene a las feministas. Advierten de que se perderán palabras habituales, muy útiles en la vida diaria. Habrá que buscar nuevas. La vertiente gráfica habrá de marcar esta vez la ruta de la lengua hablada, la vertiente escrita guiará a la auditiva en esta travesía fascinante.

Imaginar permitirá purificar, empezar desde la línea de salida, crear una lengua nueva. La batalla para resignificar empieza en el significante. La creatividad servirá para hallar maneras alternativas de describir, para descubrir maneras distintas de pensar. Algunas ideas y palabras se perderán: eran antiguallas, inadecuadas para esta era. Y, además, aunque haya a quien le pese y quien se ría de la idea, eliminar palabras que designan realidades desagradables puede eliminar algunas de esas realidades desagradables.

La asfixiante presencia de la letra machista, que simula su naturaleza fálica en su circularidad, ha de ser resistida. La lucha feminista bien merece renuncias. Empezaré naturalmente en esta pieza. Parece a primera vista una tarea fuera del alcance de cualquiera, extenuante. Al final es fácil. Ya se ve: terminé esta página sin ella. Y, sinceramente, perder una quinta parte de las herramientas lingüísticas básicas para fabricar sílabas y una sexta parte de la palabra que me designa es una renuncia asumible en aras del avance de la mitad de la humanidad.

¡Muerte a la letra o!

Daniel Gasc-n

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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