La herencia recibida

El debate sobre el impuesto de sucesiones no es sobre recaudación sino sobre igualdad de oportunidades.
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En 2016, dos economistas italianos publicaron un artículo científico donde demostraban, a partir de análisis de apellidos, que las familias más ricas de Florencia en 2011 eran las mismas que en 1427: en seis siglos las élites no habían cambiado mucho. Los autores afirman que, aunque es delicado extrapolar estos datos a Europa en general, el caso de Florencia no se aleja mucho del de otras ciudades y países europeos. Esto demostraría que la desigualdad no necesariamente desaparece con el paso de las generaciones, y que a veces no solo se perpetúa sino que aumenta. Como explica la economista Lidia Brun, “cuanto más rico eres, más tiendes a ahorrar. Cuanto más ahorras, más tiendes a invertir. Cuanto más inviertes, mayores rendimientos sueles tener. Es decir, que la distribución desigual de la riqueza no solo tiende a perpetuarse, sino a aumentar”.

Recientemente Albert Rivera ha manifestado la intención de Ciudadanos de suprimir el impuesto de sucesiones: “es injusto pagar dos veces por lo que es tuyo”. Es una frase de un aparente sentido común que han usado históricamente los partidarios de eliminar los impuesto de sucesión. En Estados Unidos y Reino Unido se denominó de manera más contundente: “impuesto a la muerte”. Es difícil competir contra un concepto así (recuerda al que inventó Sarah Palin para criticar Obamacare: hablaba de death panels o paneles de la muerte para criticar demagógicamente una parte del programa que incluía asesoramiento sobre eutanasia). Y la idea de “pagar dos veces” es manipuladora, como explica este artículo: “Si evitar la doble tasación fuera un requerimiento de las buenas políticas, entonces los gobiernos deberían abolir los impuestos al consumo, que se pagan con ingresos ya gravados”.

Rivera habla del impuesto de sucesiones como si afectara a todas las rentas por igual. Apela a una pequeña burguesía que piensa que perderá sus ahorros. Pero el impuesto a las herencias, que en España lo aplican las comunidades autónomas (por eso hay tanta variación entre regiones) suele afectar a las rentas más altas, mientras que los demás tienen exenciones o bonificaciones. En buena medida, el discurso contra el impuesto de sucesiones resulta atractivo porque hay muchos ciudadanos que aspiran a integrar la lista de los más ricos (o ni siquiera: clases bajas que se creen clase media, clase media que se cree clase alta: en EEUU, un 40% de contribuyentes piensa que está en el 1% más rico o que lo estará pronto). La gran mayoría de contribuyentes no tendría que preocuparse por un impuesto que no les afectará. Pero hay un votante receptivo al discurso emprendedor, “aspiracional” y business friendly de Ciudadanos.

Un artículo en The Economist sobre el impuesto de sucesiones afirma que el propietario que ahorra para ceder a sus hijos tiene un poco de mito. “Nadie al principio de su carrera piensa en esto. […] Una proporción muy grande de las herencias son ‘accidentales’. La gente ahorra para asegurarse ante riesgos personales, no para ceder su riqueza cuando muere.” Está demostrado que las herencias reducen la productividad, por eso las empresas familiares son a menudo menos competitivas: “Es cuatro veces más probable que una persona que recibe una herencia de más 150.000 dólares deje la fuerza laboral que alguien que hereda menos de 25.000 dólares.” Las herencias, además, son una de las causas de que se mantenga la desigualdad: “En América del Norte, Europa y el Este de Asia, el número de billonarios que han heredado su riqueza parece estar creciendo, según el Instituto Peterson de Economía Internacional.”

Esto no significa que el impuesto de sucesiones sea un milagro recaudatorio. Como explica Jaume Viñas en Cinco Días, “el impuesto ha perdido importancia y en muchos países de la UE, como Italia o Portugal, la recaudación no llega al 0,1% del PIB. En el caso español, el impuesto sobre sucesiones aporta 2.780 millones, un 0,3% del PIB, una décima más que la media de la UE.” La defensa del impuesto tiene más que ver con la justicia distributiva y con la idea de la igualdad de oportunidades. Como escribe Viñas: “el tributo desempeña un papel en la redistribución de la riqueza y es de justicia tributaria gravar las ganancias que ha obtenido un contribuyente sin esfuerzo”. Porque, realmente, no se grava al muerto sino al vivo, que recibe un dinero “gratis”.

Hay muchos matices: como explica este otro artículo de The Economist, “no está claro exactamente si el papel de la herencia es decisivo en la consolidación de una élite hereditaria. Datos de Reino Unido sugieren que la gente no suele perder a sus padres antes de alcanzar los 50 años. En países ricos las ventajas que heredan los hijos de sus padres comienzan con el mecanismo del matrimonio, en el que las élites se junta cada vez más con las élites. Y continúan con los beneficios de la educación, el capital social y los regalos lujosos”, y no tanto con la herencia.

Pero en la idea de que “no te quiten lo que es tuyo” hay una falta de pedagogía sobre lo que implica un Estado del Bienestar que defiende la igualdad de oportunidades. El problema no es tanto de recaudación (se redistribuye mejor con más gasto público que con impuestos más altos) sino de cultura. A menudo los argumentos contra el impuesto de sucesiones podrían ser los mismos contra cualquier tipo de impuesto: ¿por qué me quitan lo que he ganado yo? Al igual que con los impuestos y el gasto público en general, su idoneidad depende de la sociedad que queramos. Como dice Branko Milanovic, uno de los mayores expertos en desigualdad, “Es simplemente inconsistente estar contra el impuesto a las herencias y estar a favor de la igualdad de oportunidades. Tienes que decidir si quieres uno o la otra.”

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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