Fotografía: Marisa Rastellini

¿Por qué importa Natalia Ginzburg?

Pocos escritores han retratado la vida familiar, la erosión y los cambios que produce el tiempo, la decepción o las falsas expectativas con la exactitud y la sabiduría de Ginzburg.
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Este mes se cumplen cien años del nacimiento de la escritora italiana Natalia Ginzburg (Palermo, 1916-Roma, 1991). Autora de libros inolvidables como Léxico familiar, Sagitario o Las pequeñas virtudes, Ginzburg es una gran escritora pequeña, capaz de contar la intimidad y el paso del tiempo. Ligera y profunda al mismo tiempo, su obra muestra una extraordinaria capacidad de percepción de las aristas del ser humano. Tras su prosa aparentemente modesta y natural hay una mirada comprensiva y un relato en off del siglo XX.

En 2002, Ignacio Martínez de Pisón escribía en las páginas de Letras Libres:

su imagen se aviene bien con la que uno ha acabado formándose de las protagonistas de sus historias, con esas mujeres indecisas y melancólicas, desorientadas, huidizas, conscientes solo de su condición incolora, frágiles o directamente rotas, culpables sin culpa alguna, atenazadas por la vergüenza, adultas contra su voluntad, mujeres que en buena parte desconocen sus propios sentimientos, que se sorprenden por el interés de los hombres, que se embarcan en matrimonios equivocados y en un momento u otro tienen que enfrentarse al vacío de la propia existencia… Con personajes así y con los episodios nunca extraordinarios de las crónicas familiares (las muertes y los nacimientos, los noviazgos y las bodas, las separaciones) supo Natalia Ginzburg levantar un mundo al mismo tiempo delicado y consistente, minúsculo y grandioso, íntimo y universal, y uno no puede sino preguntarse por qué ha sido tan escaso el eco que su obra ha obtenido en nuestro país.

La descripción de la obra sigue siendo precisa. Pero desde que Ignacio Martínez de Pisón escribió estas líneas, Ginzburg ha ganado reconocimiento en nuestra lengua. Su aniversario ha coincidido con la publicación en Acantilado de su segunda novela, Y eso fue lo que pasó, y la reedición en Lumen de tres de sus libros: la obra autobiográfica Léxico familiar, la novela Todos nuestros ayeres y la recopilación Las tareas de la casa y otros ensayos. Hablamos sobre su obra con la escritora Aloma Rodríguez, responsable de las páginas culturales del semanario Ahora, y con la poeta y editora Elena Medel, que ha escrito los prólogos de las reediciones de Lumen.

La familia es uno de los grandes temas de Ginzburg. ¿Qué importancia tiene en su obra?

Elena Medel: El mundo familiar es el motor y la excusa para muchos temas. Sus libros son pequeñas obras de ingeniería. Detrás de cada frase sencilla hay un trabajo de pulido finísimo. En la ficción, cuando recurre a la familia, tiene algo de excusa: en Léxico familiar utiliza a sus hermanos para hablar de la resistencia contra el fascismo. Y cuando habla de su madre se está refiriendo al papel de la mujer en la Italia de los años veinte y treinta: una mujer cultísima que está a la sombra de su marido. Podría decirse que escribe sobre lo que tiene más cerca para hablar de lo que tiene más dentro.

Todos nuestros ayeres, de 1953, se puede considerar una especie de ensayo de Léxico familiar. En tu prólogo, Elena, dices que es una novela de la guerra sin la guerra.

Elena Medel: Ocurre algo que sabes que está ocurriendo, pero sobre lo que ella no habla de una forma directa. Son muy importantes en su obra los ambientes, las atmósferas: cuatro frases de ella dicen mucho más que páginas y páginas de hechos y fechas. Cuando lees este libro estás más vinculada a sus personajes, al mundo interior. Los pretextos son el anzuelo o el hilo del que va tirando para construir la narración, pero pasan a un segundo, tercero, cuarto plano. Releyendo Léxico familiar me di cuenta de la importancia escasísima que tenía el marido, que apenas aparece en la obra. Ella se casa y no hace referencia. Y su marido fue quien la introdujo un poco en el mundo intelectual.

Aloma Rodríguez: Era una escritora pudorosa con respecto a su intimidad. No cuenta el acercamiento amoroso y de pronto descubres que se han casado.

En otros momentos de su obra, como en Todos nuestros ayeres, hay cosas menores que va contando de forma muy detallada y de repente se produce un gran cambio: “y los alemanes habían perdido la guerra”. Es solo una frase, pero es un cambio de escenario brutal, que tiene algo cinematográfico.

Aloma Rodríguez: A veces las noticias de la guerra llegan mediante otros personajes que están obsesionados.

Elena Medel: Hay fragmentos oscuros, aunque ella solía ser una persona muy luminosa. Incluso cuando cuenta catástrofes no hay punto de pesimismo ni amargura. La imagino escribiendo con luz natural.

También tiene un componente melancólico. Aparece por ejemplo en Léxico familiar, que es, para muchos, la obra maestra de Ginzburg.

Elena Medel: Lo puedes leer como una historia de Italia, pero a la vez como la historia de Europa antes de la Segunda Guerra Mundial. Es también la historia de una mujer que quiere construirse a sí misma. Podría haber tenido una vida fácil, pero se rebela para hacerse a sí misma. Para mí es también una reflexión continua sobre la escritura desde la vida. Cuando cuenta episodios de la infancia ya dice: “siendo niña ya miraba como una escritora”. Porque esos recuerdos los tiene construidos de una manera literaria. El retrato del padre, por ejemplo. Ginzburg tiene algo muy poético. Cada uno de sus libros tiene lecturas diferentes. Leí Léxico familiar hace unos años y este verano lo volví a leer y me pareció completamente distinto.

Aloma Rodríguez: Me pasó también, cuando he releído sus libros me parecen completamente distintos. Permite proyectar lo que tú necesitas: deja suficiente espacio como para que el lector pueda completar la historia y dar el enfoque que necesita, que busca, que quiere.

Elena Medel: Me parece un esfuerzo generosísimo por parte del escritor, esa capacidad de abrir el libro al lector. En mi caso lo siento más en poesía porque creo que es un género que se puede abrir más a esto. Por eso hablaba de lo poético de Ginzburg, que no tiene nada que ver con las metáforas o las imágenes, ni con la música, sino con la actitud.

Aloma Rodríguez: Ginzburg decía: “Escribo esto porque me han encargado escribir de cine, aunque yo no quiero, y además no sé.” Y de pronto se pone a hacerlo y lo logra: escribe críticas detalladas y muy trabajadas. Lo mismo pasa con la política. Poco antes de meterse en política publicó un artículo titulado “Sin mente política”. Era un poco el contrario a la profecía autocumplida: ella decía que no servía para una cosa e inmediatamente después se probaba que sí era capaz de hacerlo.

Hay un elemento que llama mucho la atención de su obra: la sensación del paso del tiempo, y cómo la percepción de los personajes va cambiando con él.

Aloma Rodríguez: Ella explica que ser la hermana pequeña había dejado una huella en su literatura. Tiene la necesidad de contarlo todo, porque al ser la hermana pequeña el rato de atención que le prestaban siempre era corto y debía contar muchas cosas en muy poco tiempo.

Elena Medel: Lo que me gusta de Léxico familiar es que ocurren muchas cosas de las que no nos damos ni cuenta, y además con una naturalidad enorme. Es algo complejísimo. No reflexionó por escrito sobre su método de trabajo, pero creo que fue una escritora de borrador y borrador y corrección continua.

Aloma Rodríguez: Es todo tan fluido que tiene que haberlo trabajado mucho. Es como si cada frase tuviera que ser así y no pudiera ser de otra manera. Eso es un trabajo que lleva muchísimo tiempo. Da la sensación de que juega con el tiempo como si fuera un chicle: las cosas que no le interesan las acorta y otras las estira, pero de una manera muy natural.

Elena Medel: Muy sutil también. Vuelvo otra vez al relato del padre que se prolonga durante páginas y parece que es el protagonista, pero de repente lo abandona por completo. Va haciendo lo que quiere con la historia y con el lector. Es una escritora muy libre.

¿Tiene una manera particular de abordar el mundo femenino?

Aloma Rodríguez: Como hemos dicho antes, era una escritora pudorosa. No suele dar detalles de la intimidad de los personajes, ni siquiera de los sentimientos. Una muestra de esto podría ser el texto “Él y yo”, recogido en Las pequeñas virtudes. De Todos nuestros ayeres, por ejemplo, me parece fascinante la historia de antes de quedarse embarazada. Cómo la protagonista está más o menos enamorada del chico pero se va desenamorando y Ginzburg lo cuenta todo como si no le importara, pero en el fondo dices: ¿cómo puede ser que no le importe? Eso algo que sucede también con la boda.

Elena Medel: En cuanto podía arremetía contra el feminismo. Una vez dijo: “No soy escritora, soy escritor.” Se negaba por completo al femenino. Y es paradójico, porque es una de las primeras escritoras que construyen personajes femeninos tan fuertes, tan independientes, aunque sus circunstancias las superen en muchos casos. Son personajes que tienen la voluntad de ser por sí mismos. Habla de mujeres pero apela por igual a lectores y a lectoras. Y muchas autoras de su generación hacen lo mismo en ese momento. Por ejemplo, Carmen Martín Gaite, que además la tradujo. Martín Gaite quería ser amiga de Ginzburg, pero ella nunca se dio por aludida. O Ana María Matute, más cruda, o Anna Maria Ortese. Es curioso establecer esa casi generación entre lenguas de mujeres de la misma época que escribieron con latidos semejantes.

Aloma Rodríguez: Ginzburg ha sido reivindicada por muchos escritores hombres. Pisón, pero también Félix Romeo, que tradujo Sagitario, que está descatalogado.

Durante mucho tiempo, ha sido una escritora de escritores. ¿Por qué ha ejercido ese atractivo sobre otros narradores?

Elena Medel: Leer a Ginzburg es como asistir a un taller de escritura. Construye los personajes de una forma muy veraz, nunca son blancos o negros, siempre tienen dobleces, matices. Esa forma tan caprichosa de tratar el tiempo, de dominarlo… es una lección tras otra. Atrae esa capacidad de sacar literatura de la realidad.

Aloma Rodríguez: Lo que admiro de ella es la capacidad para atraparte, para escribir de una manera natural y fluida. En mi caso lo que me mueve es la envidia, pero una envidia sana. Por ejemplo, Las palabras de la noche, que tradujo Andrés Trapiello, es un libro dialogado de principio a fin. Es una escritura clásica y al mismo tiempo moderna. Se atrevía a probar cosas nuevas. Tenía una preocupación especial por el lenguaje. De hecho, Léxico familiar surge como la necesidad de explicar una serie de palabras, de mostrar cómo las palabras son importantes. Decía que no quería comprender la realidad, que se conformaba con escribirla. El lenguaje es nuestra herramienta de comunicación con el mundo y con los otros. En Las pequeñas virtudes hay un ensayo sobre las relaciones humanas que es capaz de contar la historia de una vida en unas páginas y que explica también la importancia del lenguaje. Lo que me gusta es, por un lado, que habla del lenguaje sin pomposidad y te reconoces en su texto natural y nada aleccionador. Por otro lado, la capacidad que tiene para captar la vida, las cosas emocionantes, pequeñas.

Elena Medel: Sí, de tratar la emoción sin cursilerías, darle el lugar fundamental que tiene en nuestras vidas y en nuestras lecturas.

Aloma Rodríguez: Ginzburg consigue lo que todo escritor desea: hablar desde lo propio para todo el mundo.

Tiene muchos temas habituales. Pero hay dos que son recurrentes, el tema del secreto y el tema del engaño. Sus relatos a veces presentan a personajes que tienen expectativas equivocadas y las mantienen. Es algo que sucede en Sagitario.

Aloma Rodríguez: Y en Todos nuestros ayeres también. En la primera parte hay un personaje que cree que le va a suceder una cosa y luego no le sucede, y ahí hay un engaño, aunque digamos que es pactado.

Elena Medel: En muchos momentos su escritura trata de sobreponerse o de recuperarse de lo que no ha ocurrido, o de lo que no se esperaba.

Aloma Rodríguez: Sí, o de la fatalidad, que es un poco lo que le ocurrió a ella.

¿Cuáles serían las puertas de entrada ideales a Natalia Ginzburg?

Elena Medel: Empezar por Léxico familiar sería un error, porque es el más deslumbrante. Lo mejor sería empezar por Todos nuestros ayeres, seguir con Las pequeñas virtudes y terminar con los libros de no ficción declarada como los ensayos, la biografía rarísima que hizo sobre Chéjov o el libro de Serena Cruz, como curiosidades.

Aloma Rodríguez: Yo aconsejaría lo contrario: empezar por Léxico familiar porque es la manera de cautivar.

Elena Medel: Hombre, sí, porque si no te gusta Léxico familiar no te va a gustar Ginzburg, es evidente.

Aloma Rodríguez: Y Las pequeñas virtudes es un libro al que se puede ir y volver.

¿Qué es lo que aprendió de Chéjov?

Aloma Rodríguez: Yo creo que es el escritor al que más admira. Se siente hermanada con él en algunas cosas. Primero, la cuestión familiar (hermanos que te desbaratan la vida) y, segundo, la mirada humana sobre los personajes: eso también lo tiene Chéjov. Las tres hermanas es la gran obra de teatro sobre las expectativas no cumplidas.

Elena Medel: Comparten el gusto por los interiores en todos los sentidos, no solo físicos, sino del propio avatar de cada uno. Y tienen la mirada limpia, ambos escriben sin ningún prejuicio.

Aloma Rodríguez: Sí, no tienen ningún juicio moral de los personajes y los miran de frente. ~

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Nació en Córdoba en 1985. Ha publicado poemarios-como Chatterton (Visor, 2014)-y cuadernos-Vacaciones (El Gaviero,2004) y un Soplo en el corazón (2 de Agosto, 2007)


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