Diario del aislamiento (XI)

Más aventuras confinadas: legumbres que germinan, tartas que cuajan, películas que se quedan a medias, un disfraz de la bella durmiente y una boa que se muda a París.
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Viernes 15 de mayo

Los viernes se publican mis entregas semanales del diario; en la de hoy, anuncio la decisión de dejar Madrid. Me escriben algunas personas y no sé qué me sorprende más: que me lean o que mis decisiones vitales les importen. Se me da peor recibir cariño que insultos. Algunas cosas que me escriben: “Madrid es una ciudad para escalar. Y no creo que quieras eso. Es una decisión inteligente y culta”. “Ay… cuánto cambio. ¿Te gusta la idea o nada de nada? Piensa que Madrid es un lugar anodino y castigado”. “Es una buena decisión. Estará de puta madre”. Muchas de las madres del grupo de posparto de mi hija pequeña –sé cómo suena eso, pero te salvan la vida– dicen que se alegran por nosotros y que les parece una decisión valiente. La verdad es que me paso la mañana llorando a ritmo de chotis.

*

Mi hija mayor lleva diez días preguntándome cuántos días faltan para su cumple. Hoy, por fin, es el último día antes de su cumple. Le digo que podemos ir a comprar las cosas para su cumple: las chuches, banderines, lo que veamos, lo que ella quiera. Le asusta, le digo que lo único que hay que hacer es no tocar nada en el supermercado. Vamos hasta Quevedo bajo la lluvia. No ha querido ponerse botas, solo zapas. La pequeña se ha quedado llorando; el mediano haciendo coches imposibles. Hemos dejado la tarta de queso cuajando en la nevera. Primero la llevo a por un vaso de leche calentita en el Toma Café. Después vamos a la bodega de Olavide. Me llevo vino y cava. Caminamos de la mano, pero me dice que se le está mojando, así que nos soltamos. Elige servilletas de tigre y unos vasos de cartón de cumpleaños; elige algunas chocolatinas y patatas fritas y bolitas de maíz con sabor barbacoa a las que llamamos veneno y batido de chocolate. Por el camino de vuelta me dice que está empapada entre risas y me pregunta si yo estoy empapada.

Cenamos pizza y ponemos el ballet de La bella durmiente. Es larguísimo y solemne y un poco rancio, pero a mi hija mayor le encanta.

A las doce de la noche acaba el plazo de inscripción para los colegios.

 

Sábado 16 de mayo

Por fin es su día. Se despierta llorando porque no quiere crecer. Le damos algunos regalos: dos libros, dos pares de pendientes de pinza y un pasador de pelo. Dice que quiere desayunar zumo de naranjas pero no hay naranjas. Tampoco pan. Me dice, muy contenta, que la tarta ha germinado: pusimos lentejas y garbanzos en algodón y mezcla cuajar con germinar. Tengo que ir a por más regalos: unas converse rojas, una mochila para ir a primaria. Voy al mercado, voy a la panadería. Voy a por sus regalos.

Mientras estoy haciendo los recados, mi hermana va a ver una casa en Zaragoza para nosotros. Resulta que los dueños son amigos íntimos de mis tíos. Entre tanto, a mi padre se le ha puesto roja una pierna, se le ha hinchado un poco. Aunque ya no tiene fiebre, mi madre dice que hay que ir a urgencias. Mi hermano el neurólogo cree que no es nada grave pero dice que mejor ir al hospital. En cuanto llegan, separan a mis padres: mi madre escribió en su historia que era sospecha de Covid y le han aplicado el protocolo. Mi padre es aprensivo y lo pasa mal. Además, está agobiado porque no ha avisado en el periódico y tiene que entregar su columna de domingo. Y se ha dejado el libro en la chaqueta que tiene mi madre. Le digo que lo hace todo para robarle el día a su primera nieta. Mi madre consigue hacerle llegar el libro. Le mandan a casa después de que la PCR dé negativo.

Bajamos a la calle un poco, los niños corren en la plaza de las palomas, que en realidad se llama plaza de los Chisperos. Volvemos a casa al filo de las siete, Barreiros va a por helado.

Nos hemos pasado el día haciendo videollamadas. Mi hija mayor ha soplado las velas en la tarta. Ha soplado las velas en la quiche a la hora de comer. Ha soplado las velas en la tortilla de patata por la noche. Ha soplado tantas veces las velas y le han cantado tantas veces Cumpleaños feliz que mi hija pequeña se aprende la canción.

Leemos los cuentos que le he comprado. Uno de los libros, Críctor, es la historia de una señora que vive en París cuyo hijo, que se dedica a estudiar los animales del desierto, le manda una boa constrictor como regalo de cumpleaños. Le llega en una caja que parece un donut gigante. Le digo que es como La fiera de mi niña, donde Katharine Hepburn recibe un leopardo inofensivo que le manda su hermano desde Brasil.

 

Domingo 17 de mayo

Mi hija mayor llora porque no quiere cambiarse de colegio. Yo lloro también porque me da pena verla así. Y pienso que si mi conservadurismo recién descubierto y mi miedo al cambio tiene que ver con que de pequeña nos mudábamos todo el rato siguiendo los destinos de mi madre como médico. Cuento trece mudanzas. Calle Estudios / Calle Bretón / Urrea de Gaén / La Iglesuela del Cid / Calle Bretón / Garrapinillos 1 / París / Garrapinillos 2 / Avenida Goya / Madrid, calle Príncipe / Madrid, calle Desengaño / Madrid, calle Nicasio Gallego / Zaragoza.

De niña, no sufría por los traslados. Pero alguna vez de mayor he echado de menos tener un grupo de amigos que sean tus amigos desde siempre. Pienso en mi hermana, que siempre ha ido al mismo colegio. Sus amigos también han cambiado a lo largo de los años. Así que ya no me siento tan horrible por privar a mis hijos de tener los mismos amigos desde los tres años.

Aunque ya no es su cumpleaños, mi hija mayor decide alargarlo hasta que le llegue el regalo que le falta: el vestido de la bella durmiente. Cuando están viendo una película, El castillo en el cielo, de Miyazaki, suena el timbre: es el vestido.

Por la noche, mi hija ya habla con normalidad y entusiasmo de nuestro futuro en Zaragoza.

*

Hay una cosa que me agota mucho y de la que creo –falsamente– huir al irme de Madrid: la ansiedad por no quedarse atrás. Que te guste lo que tiene que gustarte, llegar a todo antes, y si no se puede, con más intensidad. Veo ese titánico esfuerzo por no quedar atrás expulsado de lo guay, el radar cool lo llama mi hermano, casi tan patético como el exceso de operaciones de cirugía plástica.

*

Se ha muerto Lynn Shelton. Me acuerdo de dos películas suyas que me gustaron: Humpday y El amigo de mi hermana.

 

Lunes 18 de mayo

Esta semana tenemos cierre de la revista y Barreiros tiene dos trabajos, además del de buscar casa: concierta las citas a las que acude mi hermana y una vez allí, hacen videollamada. A mí todo eso me abruma. Imagino que si tuviera que hacerlo, lo haría, pero mucho peor. Él es resolutivo, seguro, como si fuera inmune a la melancolía.

Por la noche empieza la operación para tratar de convencerse de que la casa que necesitamos es una que vimos hace unos meses y que descartamos por cara. Creo que no estamos encarando bien la búsqueda, empezó. Creía que iba a decir que necesitábamos habitaciones con puertas en las que poder encerrarnos para trabajar, incluso aunque eso supusiera renunciar a un salón grande, que tal vez había llegado el momento de renunciar a los espacios comunes amplios, etc. Pero vi cómo empezaba a desarrollarse lo que llamo la bicicleta del Decathlon, porque la primera vez que reparé en la manera en que piensa Barreiros fue mientras compraba una bicicleta en el Decathlon de Opèra en París. Le habían robado la suya y era nuestro medio de transporte así que presuntamente había ido ahí decidido a comprarse la más barata. Pero estando en la cola ya para pagar había empezado a pensar. ¿Por qué se tenía que comprar una bicicleta de mierda que además no le gustaba? No se compró la más cara, eso es verdad.

Se ha muerto Michel Piccoli. Me pongo Las cosas de la vida. Él hace de arquitecto cuya novia, Romy Schneider, es traductora. Pero tiene una exmujer y un hijo y un yate en una isla y un padre que le pide dinero. La película empieza con un accidente de coche y luego vuelve atrás en el tiempo. Me quedo dormida a falta de veinte minutos para el final.

 

Martes 19 de mayo

Le hemos pedido a Marta, que ha sido la madre de día a de todos mis hijos, que venga a echarnos una mano con los niños. Al principio mi hija pequeña no quiere ir con ella. Luego se pasa unos cuarenta minutos abrazada a ella, como un koala, cantándole. Antes de comer, Marta se lleva a los niños a la calle un rato. Es la primera vez que estamos solos en casa desde hace dos meses.

Mi hermana va a ver la casa que nos pareció cara hace unos meses. Es grande, es luminosa. Hay que negociar un poco el precio. Luego Barreiros llama a los administradores de la casa de Madrid y anuncia que nos vamos. Por la tarde vienen a arreglar la pieza rota del calentador. Por la tarde hablo con mi padre por teléfono. Le digo que me arrepiento un poco de haber contado que me iba de Madrid, estoy segura de que si no lo digo, nadie se da cuenta. Mi padre me dice que habría sido mejor no decirlo, sí. Dice que tiene bien la pierna. Tengo que sacar un libro, uno cada dos años, dice, me río. Tiene que tener 180 páginas por lo menos, hazme caso, con la facilidad que tú tienes… Le digo que le hago caso pero no llego. Me voy a olvidar del libro de cuentos, lo dejaré que crezca solo y ya veremos. Nadie quiere libros de cuentos porque no venden, le digo. Pues yo voy a hacer uno, me dice. Me pregunto si eso es que ya es medio aragonés.

 

Miércoles 20 de mayo

¿Si alquiláis la casa bonita podré tener ropa en tu casa?, quiere saber mi hermana. Marta nos insiste en que busquemos una con terraza. Empiezo a planear la mudanza: llevar a los niños a Zaragoza en tren, volver yo sola a Madrid. Escribo a la Delegación del Gobierno. Me da mal rollo dejar a los niños en casa de mis padres porque cuando mis padres nos dejaron en casa de mis abuelos para hacer la mudanza de Zaragoza a Urrea de Gaén fue cuando tuve el accidente en Ejulve y casi me mato. Se lo cuento a mi hermano. Se lo cuento a mi madre para espantarlo.

Mi hija mayor coge en brazos a la pequeña y bailan juntas. Se ríen y por un segundo todo parece fácil. Si fuera capaz de atrapar ese instante. Esa sencillez, esa felicidad diáfana y luminosa.

Por la noche veo Si vamos 28 volvemos 28, una de las pelis de Quién lo impide, de Jonás Trueba.

 

Jueves 21 de mayo

Le mando la foto de las legumbres germinadas a la profesora de mi hijo mediano, que sale en la foto medio movido. ¿Qué se hace con eso una vez que el experimento ha salido bien? Se tira a la basura, dice Marta sin un atisbo de duda. De mis experimentos infantiles con legumbres solo recuerdo la parte del algodón en el vaso. Y que me daba un poco igual lo que pasara ahí.

Me acuesto a leer. Despojos, de Rachel Cusk. “La madre trabajadora, en cambio, tiene que trasladar continuamente a la vida cotidiana el papel que se le ha asignado en lo mitos fundacionales de la civilización: por eso, no es de extrañar que esté un poco agobiada.”

 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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