Aristarj Lentúlov

Confinamiento: Cuando el futuro nos toque

Me alivia más comprender que las campanas tocan a encierro que sentir que, de manera ominosa e indeterminada, toca encierro, como si esto fuera un juego loco en el que ahora hay que ponerse de pie, ahora hay que sentarse.
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Algo muy bello es que la sintaxis no solo es un despliegue lógico, sino que transmite sentidos y emociones con los elementos semánticos que también están en juego. Por otro lado, de vez en cuando hay expresiones que aparecen, se asientan, se explotan y luego se quedan un poco antiguas. Creo que hará unos cinco años de cuando reparé por primera vez en la expresión “toca” queriendo decir “hay que”, incluso con un matiz de resignación que la fuerza hasta el imperativo “no hay más remedio que”. Ahora la oigo a diario, entonces me pareció chocante y un poco desasosegante y voy a tratar de averiguar por qué.

El verbo “tocar”, cuando no tiene que ver con la música o con el tacto, implica un sistema de turnos o de cantidades en el que consecutiva o azarosamente a una persona le llega su momento o su lote: apetecible, indiferente o indeseable, porque “me ha tocado la lotería” o “me toca tirar los dados” o “me ha tocado la china”. Quiere decir que o bien te alcanza o bien no has podido esquivar una cosa, una situación, en un esquema en el que se había proyectado una repartición.

Entonces, ¿qué es lo llamativo en este uso reciente de “tocar”? Diría que la desaparición de la condición previa de repartición. Si nos puede tocar el haba es porque había un roscón de reyes. Si nos puede tocar ir a por la pelota al otro lado de la tapia es porque estábamos jugando al baloncesto. Y nos queda la posibilidad de rebelarnos o de renunciar en favor de otro.

Pero si decimos “me toca subir por las escaleras” cuando el ascensor se ha estropeado, ¿acaso no le ha correspondido ese premio a todos los vecinos? Y cuando decimos “me toca aprender a cambiar la batería”, situación tan general (saber cambiar una batería) que amplía los potenciales agraciados del reparto hasta el total de la humanidad -o de los conductores-, ¿implica eso que dicha lección era inevitable para al menos un individuo del conjunto de todos los humanos, que estaban jugando sin saberlo al juego cuyo objetivo era cambiar la batería de mi Ford Fiesta? ¡Pues justo he sido yo quien la ha cambiado!

Pero en fin, además de ese “me toca” personalizado se utiliza también la variante impersonal. Toca aprender a hacer pan. Pero, en este caso, “aprender a hacer pan” ¿es el sujeto o es el objeto directo? Sintácticamente es el sujeto, claro, pero semánticamente parecería otra cosa, el aprender a hacer pan suena como el concepto despistado sobre el que acaba de recaer la atención insoslayable del “toca”, como en “se impone”. ¿No podemos negarnos?

Recuerda a los verbos atmosféricos o meteorológicos: llueve. Llueve y punto. A veces llueven ranas, pero se especifica porque se trata de un caso extraordinario: no llueven gotas. A veces te llueven las críticas o los elogios, pero entonces se trata de una metáfora. Luego “toca aprender a hacer pan” es una metáfora y aquí arrecia la sensación de impotencia, de algo que no está en nuestra mano controlar.

Me digo que en esta aceptación reside la congoja que me provoca siempre la expresión, pues en ella laten una resignación abrazada quizá demasiado pronto y la pérdida de cierta voluntad, y en general transmite una sensación de despersonalización.

En realidad parece claro que la expresión original que indica que hay un imperativo más fuerte que nos obliga a meternos en determinada situación proviene del toque de las campanas de la iglesia, y así los del pueblo sabían a qué atenerse. “Tocar a rebato”, y de hecho de ahí viene la expresión “a joderse tocan [las campanas]”.

En una situación como la que estamos viviendo, me alivia más comprender que las campanas tocan a encierro que sentir que, de manera ominosa e indeterminada, toca encierro, como si esto fuera un juego loco en el que ahora hay que ponerse de pie, ahora hay que sentarse.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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