2020: un paréntesis muy lleno y largo

Esta noche aquí se cenarán huevos fritos con patatas y jamón. Aún no he decidido si tomaré las doce uvas ni si el año que viene escribiré un diario.
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Ayer fui a hacer la compra. La persona que tenía delante en la cola para pagar llevaba: una caja de nécoras congeladas, una botella de cava y una tableta de turrón de chocolate Suchard. Esta noche termina el 2020. La gente cree que con la última campanada todo mejorará. Salvo para algunos alimentos, las fechas de caducidad son una mentira piadosa.

Durante este año he llevado un diario. Cuando lo empecé no sabía que viviríamos una pandemia. Sí sabía que tendría un hijo. No que nacería a los pocos días de que el Gobierno decretara el estado de alarma.

Además de algunas citas de los pocos libros que he leído (uno de mis lamentos recurrentes es la incapacidad para leer), en ese cuaderno descubro que también he anotado citas de gente cercana. Por ejemplo, dos de una amiga que se mudó de Madrid en cuanto nos desconfinaron: “El límite entre lo tópico y lo universal es difuso” y “La maternidad es un tópico”. Esperaba que mi diario estuviera lleno de descripciones del embarazo (la dictadura del olor a Nenuco) y de declaraciones de amor por mi hijo, pero no. Antes de dar a luz, hay un uso excesivo de la expresión “la última vez”: “Sigo midiendo el tiempo en medidas exactas: es la última vez que”. Después, casi todo es “la primera vez”.

Hay muchas referencias al paso del tiempo. A veces los días se suceden “redondos, rodando. Se atascan en las puertas. Se trastabillan en las escaleras”. Luego, durante el puerperio y el confinamiento, siempre es domingo y “los días duran demasiado en el calendario”. El avance de los meses está marcado por la botánica: a principios de año aparecieron los capullos de la orquídea; en febrero planté camelias y rododendros en la jardinera, que más adelante florecieron, después recogí las flores secas; en verano compré unas macetas para poner en ellas lavanda y albahaca, y una tomatera. La tomatera dio frutos, pero no llegaron a madurar: se congelaron. La lavanda y la albahaca murieron hacia el final del otoño.

Por trabajo este año he descubierto la expresión “de matute”, y parece ser que la usé en una frase: “a veces siento que vivo de matute”. También he aprendido que Bruce Lee bailaba chachachá, que el nombre de ese baile se debe al sonido que hacen los pies contra el suelo cuando se ejecutan los pasos y que el salón cubano donde nació se llamaba “Amores de verano”. La hija de unos amigos me enseñó que la mejor manera de llamar a los cruasanes es “tatanes”. Tengo anotado un valioso consejo, de mi madre: cuando tienes un bebé, hay que aprender a dormir rápido.

De algún modo, el diario es un listado soporífero de hechos, una lista de la compra de lo sucedido. También es un decálogo de recuerdos lejanos, a veces mucho, y de nostalgias. Una mañana me acordé del olor a plastilina sobre los radiadores del colegio. Una tarde, de ir a tomar helados después de jugar al baloncesto. Y muy a menudo, de los años que viví en Italia: las cañerías congeladas, los tés con mi amigo Ilic, el olor a castañas asadas y el sonido de las campanas, encontrarme a los alumnos en los bares, los sustos cada vez que me llegaba una carta reclamando el pago del canon de televisión (que nunca tuve). Alguna entrada del diario la he escrito en italiano.

También hay muchos muertos, por covid o por otras causas. Y un entierro. Y hay cierta culpa por no hablar más de la pandemia, o hacerlo solo en términos vagos y subjetivos: cuando nos dejaron empezar a salir de casa, las calles eran “raspas de pescado”; se oían más pájaros y moscas; los alcorques estaban asalvajados; había mucho silencio, incluso en el supermercado: no había hilo musical; era posible oler las mimosas con la mascarilla puesta; echaba de menos los gritos de los niños del colegio de enfrente, que anudaban cordones de lana en la valla. Un día parece que necesitaba un poco de humor malo y le pido a Bruce Willis que venga a salvarnos, o me pregunto por qué la gente se lleva todos los calabacines y ningún puerro.

El informe anual de Spotify sobre lo que más he escuchado refleja que he sido madre: los primeros puestos son para nanas y temas de jazz que funcionan como tales. También está el “Disperato erotico stomp” de Lucio Dalla y “The Goo Goo Muck” de Ronnie Cook and The Gaylands, las dos canciones que más he bailado con mi hijo en brazos dando vueltas por el salón, esperando la hora de poder salir a la calle, durante la desescalada. Demasiado abajo en la lista, teniendo en cuenta la cantidad de veces que la cito, aparecen “Crush on you” de Bruce Springsteen, que me ha acompañado muchos ratos cocinando, y “Thinking of a place” de The War on Drugs.

Ha sido un año en el que han sucedido muchas cosas y al mismo tiempo no ha sucedido nada. Como un paréntesis muy lleno y largo.

Esta noche aquí se cenarán huevos fritos con patatas y jamón. Aún no he decidido si tomaré las doce uvas ni si el año que viene escribiré un diario.

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Es editora y miembro de la redacción de Letras Libres.


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