Trump y el triunfo definitivo del neoliberalismo

Los políticos han dejado de ver a las personas a las que gobiernan como conciudadanos y empiezan a verlas como empleados.
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Las sociedades modernas capitalistas están construidas sobre una dicotomía: en el espacio político las decisiones se toman (o se deben tomar) siguiendo un principio de igualdad, donde la voz de todo el mundo cuenta igual y la estructura del poder es plana; en el espacio económico el poder lo ostentan los propietarios del capital, las decisiones son dictatoriales y la estructura del poder es jerárquica. Siempre ha sido muy complicado mantener el equilibrio en esta dicotomía.

A veces, los principios políticos de igualdad nominal suelen entrometerse en el espacio económico para limitar el poder de los propietarios: los sindicatos, la habilidad de demandar a empresas, las regulaciones contra la discriminación, la contratación y el despido. En otras ocasiones, es la esfera económica la que invade la política: los ricos son capaces de comprar políticos e imponer las leyes que desean.

La historia del capitalismo puede entenderse rápidamente como la lucha entre estos dos principios: ¿es el principio democrático lo que se “exporta” de la política para gobernar también la economía, o es el principio jerárquico de las organizaciones empresariales lo que invade la esfera política? En la socialdemocracia ocurría generalmente lo primero; en el neoliberalismo lo segundo.

El neoliberalismo ha justificado y promovido la introducción de principios puramente económicos y jerárquicos en la vida política. Aunque ha mantenido la pretensión de igualdad (una persona, un voto), la ha erosionado gracias a la habilidad de los ricos para seleccionar, financiar y elegir a los políticos que simpatizan con sus intereses. El número de libros y artículos que documentan el poder político creciente de los ricos es enorme: no cabe apenas ninguna duda de que es lo que lleva pasando durante cuarenta años en Estados Unidos y en otros muchos países.

La introducción en la política de las reglas de comportamiento empresariales tiene como consecuencia que los políticos dejan de ver a las personas a las que gobiernan como conciudadanos y empiezan a verlas como empleados. Los empleados pueden contratarse y despedirse, pueden ser humillados y desestimados, estafados, engañados o ignorados.

Antes de la llegada de Trump al poder, la invasión del espacio político por las reglas de comportamiento económicas se mantuvo oculta. Existía la pretensión de que los políticos trataban a la gente como ciudadanos. La burbuja explotó con Trump. Incapaz de aplicar la sutileza de la dialéctica democrática, no vio nada malo en aplicar reglas empresariales a la política. Provenía del sector privado, y de sectores especialmente inclinados hacia el pillaje como el mercado inmobiliario, las apuestas y Miss Universo, y pensó con razón –apoyado por la ideología neoliberal– que el espacio político es simplemente una extensión de la economía.

Muchos acusan a Trump de ignorante. Pero creo que esta es una manera equivocada de mirar las cosas. Quizá no esté interesado en la constitución estadounidense ni en las reglas complejas que regulan la política en una sociedad democrática porque, conscientemente o intuitivamente, cree que no deberían importar o incluso existir. Las reglas con las que está familiarizado son las reglas de las empresas: “¡Estás despedido!”, una decisión puramente jerárquica, basada en un poder consagrado por la riqueza, y sin control de cualquier otro tipo.

Al introducir la economía en la política, los neoliberales han hecho mucho daño al valor “público” de la toma de decisiones y a la democracia. Han llevado a muchos países a un estadio inferior al de las sociedades gobernadas por déspotas egoístas. Mancur Olson, en su famosa distinción entre gobernantes nómadas y sedentarios cuenta la anécdota de un campesino siciliano que apoya el gobierno déspota de un solo hombre porque el gobernante tiene un “interés muy amplio”: para mantener su poder y maximizar los ingresos por impuestos, debe tener un interés en la prosperidad de sus súbditos. Es algo diferente, y mucho mejor, según Olson, que un bandido nómada que, como los invasores mongoles, tiene solo interés en la extracción temporal de sus súbditos.

¿Por qué un gobernante neoliberal es mejor que un déspota con un “interés muy amplio”? Precisamente porque carece de ese “interés muy amplio” en su orden político y no se ve a sí mismo como parte de él; en su lugar, es el dueño de un empresa enorme llamada en este caso Estados Unidos de América, donde decide quién debe hacer qué.

Hay quienes se quejan de que Trump, en esta crisis, carece de la compasión humana más elemental. Aunque tienen razón en el diagnóstico, no consiguen entender el origen de esta falta de compasión. Como cualquier propietario rico, no cree que su papel sea demostrar compasión a sus asalariados, sino decidir qué deberían hacer, e incluso si se presenta la ocasión bajarles el sueldo, obligarles a trabajar más o echarles sin compensación. Al comportarse así con sus supuestos compatriotas está simplemente aplicando a un área llamada “política” los principios que ha aprendido y usado durante muchos años en los negocios.

Trump es el mejor estudiante del neoliberalismo porque aplica sus principios sin disimulo.

Traducción del inglés de Ricardo Dudda. 

Publicado originalmente en el blog del autor

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, Mayo de 2024).


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