¿Por qué Grecia y Roma siguen despertando tantas pasiones?

Lo que buscamos y lo que encontramos en los libros sobre el mundo clásico.
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“Ninguno querríamos estar vivos en la Roma antigua”, ha dicho la historiadora y premio Princesa de Asturias Mary Beard en alguna ocasión. La crueldad brutal, las guerras, las enfermedades, la falta de higiene en las ciudades o la mortalidad infantil son aspectos que nos llevarían a rechazar que una máquina del tiempo nos transportase a aquella época (y quedarnos por allí). Y lo mismo ocurre con la Grecia clásica. Mucho peor en el caso de las mujeres, como la propia Beard también ha destacado. Sin embargo, la pasión por Grecia y Roma no parece acabarse nunca. Los foros romanos siempre están atestados de turistas. Libros como Yo, Claudio, de Robert Graves, o SPQR, de Beard, se han convertido en bestsellers que, en el caso del primero, duran décadas; y el cine ha encontrado a menudo un filón en las películas de griegos y romanos. Los mitos, los filósofos, los reyes y los emperadores conviven entre nosotros como si no hubieran desaparecido hace siglos.

Esta nueva temporada literaria muestra que esa pasión sigue bastante activa. Llegan ensayos como Una nueva historia del mundo clásico, de Tony Spawforth, que se suma a otros muy recientes como El fatal destino de Roma: cambio climático y enfermedad en el fin de un imperio, de Kyle Harper, La edad de la penumbra, de Catherine Nixey, Un año en la antigua Roma: la vida cotidiana de los romanos a través de su calendario, de Néstor F. Marqués y Latín lovers: la lengua que hablamos, de Emilio del Río. Y en el terreno de la ficción, autores como Valerio Manfredi, Santiago Posteguillo o Javier Negrete continúan entre los más vendidos por sus historias ambientadas en esta época.

“Tenemos una mayoría de libros excelentes sobre esta época por lo que tiendo a pensar que buena parte de esta fascinación la procura el hecho de que hay muchos escritores que nos presentan ese mundo de forma excepcional”, comenta Óscar Martínez, presidente de la Delegación de Madrid de la Sociedad Española de Estudios Clásicos. El caso de Beard es bastante paradigmático, puesto que desde la academia ha conseguido que sus libros sean leídos también por bastantes profanos en la materia. Y lo mismo ocurre con los documentales que ha elaborado para la BBC.

No obstante, Roma y Grecia poseen algo que se escapa a esta cuestión y que aún no consiguen obtener otras épocas como la Edad Media o el antiguo Egipto. Como señala Martínez, “el mundo clásico está envuelto en un halo de prestigio particular, el de un mundo lejano y fascinante. pero con el que a la vez nos sentimos de alguna manera conectados todavía. Y es que no puede ser de otra manera: nuestra lengua, nuestra literatura, nuestro arte, nuestra filosofía y nuestra forma de estar en el mundo es un legado del mundo clásico”.

Emilio del Río, autor de Latín lovers, y conductor del espacio “Verba volant”, en No es un día cualquiera, de RNE, se acerca a esta postura. “Es una manera de conocernos y mirarnos a nosotros mismos, y no hay nada que nos interese más. Entender el mundo que nos rodea es lo que han hecho todas las generaciones. Los clásicos dan respuestas a las preguntas que nos hacemos. Y además, las preguntas van cambiando, pero las respuestas siguen estando ahí”, explica.

El nuevo valor de lo cotidiano

Este filólogo, que además trata de divulgar el mundo latino desde el humor, acude a la retórica pythonesca de La vida de Brian para demostrar que los romanos han hecho por nosotros mucho más de lo que pensamos. “La educación, la seguridad… y ¡el vino! ¿Por qué nos pedimos una ración de jamón serrano con vino? ¿O una de gambas? Porque ya lo hacían los romanos, que tenían bares cada dos metros, como se puede ver en Pompeya. La manera de entender el amor y el humor es de los romanos. Se reían de todo, y de sí mismos. Si ahora nos riéramos un poco más de nosotros… nos iría mejor”, apostilla.

Precisamente estos aspectos cotidianos son los que más interés han cobrado para los lectores en los últimos años, quizá más allá de las grandes gestas. Los libros de Beard y de Néstor F. Marqués se fijan en ellos y nos cuentan cómo bebían, comían, jugaban o mantenían relaciones sexuales. “En el fondo nos gusta percibir afinidades: ver las tabernas de Pompeya o esas especies de pasos de cebra de los que nos habla Mary Beard en su libro Pompeya o en sus documentales… Muchas cosas del legado clásico siguen vigentes: desde la lengua, las vías romanas, el derecho, la sensibilidad literaria, la pasión por los deportes de masas…”, insiste Martínez. Del Río pone algunos ejemplos curiosos con el lenguaje como la expresión “hacerse el sueco”, que nada tiene que ver con los ciudadanos de Suecia. “En el teatro romano había unos personajes que eran los ‘socus’, y que llevaban una máscara con un zapato grande de madera, de hecho, ‘zueco’ viene de ahí. Cuando querían hacer reír se ponían esta máscara y hacían como que no se enteraban de nada. Se les llamaba ‘socus’ y de ahí lo de ‘hacerse el sueco’”, explica.

También han tomado relevancia los libros que se detienen en la historia de las mujeres que vivieron en aquella época. Es el caso de Agripina la Menor, de Emma Southon, sobre la emperatriz casada con Claudio y madre de Nerón; Mujeres de Roma, de Isabel Barceló, Marginación y mujer en el Imperio Romano, de P. Pavón o Mujeres en tiempos de Augusto, de Rosalía Rodríguez López y María José Bravo Bosch, solo por poner unos ejemplos.

“La historia de la dominación es la de la historia de la dominación del hombre. Eso no quiere decir que las mujeres no hayan tenido su protagonismo. También lo tuvieron en el mundo clásico. Mucho más que siglos después. Por eso es extraordinario que se recupere y se sepa cuál fue su papel efectivo”, sostiene Del Río.

 

Alejandro Magno, César y los grandes emperadores

No obstante, quienes nos siguen llamando la atención son los poderosos. Los entresijos de los años de Alejandro Magno, Julio César y los emperadores Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón dan lugar cada temporada a unos cuantos libros. El asesinato de César, que conllevó el fin de la República y el inicio del Imperio, podría haber sido uno de esos momentos estelares de la humanidad de los que hablaba Stefan Zweig.

Se trata de figuras de una peripecia vital extraordinaria, capaces de acometer hazañas increíbles y con unas personalidades controvertidas y con comportamientos en ocasiones excesivos. Pienso que de nuevo se trata de ese juego de proximidad y lejanía: fueron mortales, como todos nosotros, pero a su vez hicieron cosas únicas y excepcionales”, argumenta Martínez sobre el atractivo que aún suponen estas figuras. Incluso hay países como EEUU, creado mucho tiempo después del fin de esta era, que se miran constantemente en ellas, como sostiene Del Río, por esa analogía con los grandes imperios: “Ahí está la arquitectura de sus instituciones, el lema del dólar está en latín y hasta los padres de su Constitución se hicieron llamar los ‘cincinatos’ en alusión a los tribunos romanos con ese nombre”.

Decía Anatole France que “solo con el pasado se forma el porvenir”. Óscar Martínez recuerda a este escritor francés para señalar que aún nos queda mucho por aprender de los clásicos. “Aprenderíamos bastante tan solo con no olvidarlos, con leer a sus poetas, a sus historiadores, a sus filósofos…, ya estaríamos aprendiendo mucho de la condición del ser humano. Leer libros sobre ellos es magnífico, pero leerlos a ellos mismos en buenas traducciones es una experiencia extraordinaria”, zanja.

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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