Foto: Piotr Kucza/Newspix via ZUMA Press

La selección española como naturaleza muerta

Malas sensaciones en el empate de la selección de Luis Enrique ante Polonia.
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Serios problemas para la selección española tras su segundo partido en esta Eurocopa 2020. Ni el más optimista del lugar creía hace una semana que el equipo de Luis Enrique se podía llevar el título, pero tampoco se pensaba que, tras dos partidos, se sumarían solo dos puntos jugando, además, como local en un grupo bastante flojo. Los rivales han sido Suecia y Polonia que, precisamente, no son la Brasil de Pelé ni el Súper Dépor de final de siglo. No funciona nada: la defensa es un flan, la delantera se trastabilla cual escopeta de feria y apenas existe creatividad en la zona de construcción de juego. Falta un plan y, sin duda, el entrenador no consigue dar con la tecla. Ante los polacos, España no pudo pasar del 1-1 definitivo.

Quizás, el aficionado español ha de entender que esta selección solo cumple el guion de lo que siempre ha sido el combinado nacional antes de los torneos, es decir, generar ilusión en las semanas previas y, luego, pegarse el trompazo tras superar la primera fase, en un guiño nostálgico a tiempos de Luis Arconada, Julio Salinas, Vicente Engonga o el propio Luis Enrique; que lo ocurrido entre 2008 y 2012 es la excepción, y que son días que no volverán, como cantara Antonio Vega. En este caso falta, incluso, esa alegría que se acaba disipando con la eliminación, pues se impone la apatía. Si con Suecia, al menos, se podía creer en que se jugó bien un tramo de encuentro, contra Polonia no existe tal clavo ardiendo. Los jugadores de la Roja se muestran apáticos, como los protagonistas de los lienzos de la excepcional Paula Modersohn-Becker, pintora expresionista especialista en retratar a las personas como si fuesen naturalezas muertas.

Luis Enrique decidió apostar de inicio por Gerard Moreno, reclamado por todos tras la desesperante falta de gol en el anterior encuentro. Apuntalar el flanco ofensivo era vital, y más aún cuando en frente hay un rival a cuyo delantero se le caen los goles del bolsillo. Los diez primeros minutos fueron de tanteo por parte de los dos equipos. Polonia tuvo una primera ocasión con un disparo lejano que se marchó por encima del larguero, y España se iba acercando con creciente desenvoltura. Faltaba ritmo, y lo más destacado era la pancarta de “Pepe Pinreles” en la grada de La Cartuja. Pero todo cambió en el minuto 25, momento en que España tomó la delantera en el marcador.

Parece tan desafortunado el pobre Álvaro Morata que, para un balón que consigue meter entre los palos, no lo pudo celebrar. Moreno dio un excepcional pase y el delantero de la Juventus se adelantó al portero Szczesny para anotar, pero pensaba que estaba en fuera de juego –por otra parte, hábitat habitual, si se me permite la cacofonía­– del jugador madrileño. El equipo arbitral chequeó la jugada en el VAR y el tanto, finalmente, subió al marcador. 1-0 para la selección, que se las prometía felices. No se puede interpretar esto como la reconciliación del delantero como el gol, como veremos.

Pudo caer alguno más para la selección española en la primera mitad, pero tras el descanso lo que llegó fue el empate. Robert Lewandowski, premiado con la Bota de Oro esta temporada por sus 48 tantos –41 en Bundesliga, el récord de la competición– se adelantó a Laporte y puso de cabeza el 1-1. Fue una excepcional maniobra del ariete polaco, pero lo cierto es que la zaga española volvió a dar mucha sensación de fragilidad, especialmente Pau Torres, que no ha llegado en su mejor momento a la cita europea. Laporte reclamó una falta cometida por Lewandowski en el salto, absolutamente inexistente, aunque quien lo pidió con vehemencia fue José Antonio Camacho, comentarista de este torneo con Mediaset. ¿Hasta cuándo habrá que soportar los alaridos y llantos infantiles del antiguo entrenador? Parece el más radical de los hooligans y, si él fuese árbitro, es posible que España ya hubiese ganado una decena de torneos. “¡Ha pitado al revés!”, llegó a decir Camacho en un momento de éxtasis, en una frase magnífica, que no desencajaría en el partido de filósofos de los Monty Python.

Pero la verdadera tragedia no fue el gol encajado, sino lo que llegó un minuto después. Más que tragedia se ha de hablar de tragicomedia, o de humorismo al más puro estilo pirandelliano, si se prefiere, ya que provoca pena, pero al mismo tiempo, es difícil contener la risa. Daniele Orsato pitó penalti a favor de Moreno, quien fue el encargado de tirarlo. Su disparo pegó en el poste, y el rechace le vino a Morata para anotar a puerta vacía, pero tuvo que hacer un escorzo raro y echó la pelota fuera. Pese a esta disculpa, era más fácil meterla que fallarla, y daban ganas de decirle a Morata aquello que Perec le espetó a Vila-Matas, como el catalán confiesa en París no se acaba nunca, cambiando la palabra mundo por portería: “¡El mundo es grande, joven!”.

Es inevitable padecer cierto pesar al observar el caminar cabizbajo de Morata tras su enésimo infortunio. Parece presa de una corrosiva melancolía, de una “bilis negra” que le atenaza y que le atrapa, a la manera de Kierkegaard: “La melancolía es mi amante más fiel. No me extraña que la quiera tanto”. Por suerte, Morata y los diez más –por decirlo con el lenguaje de Luis Enrique– tienen una última oportunidad para enmendar su, hasta el momento, pobre participación. Si ganan a Eslovaquia el próximo miércoles, de nuevo en Sevilla, estarán clasificados para octavos de final. El triunfo es la única manera de transformar la melancolía hiriente en ese otro tipo de melancolía de cara amble que el ser humano siempre busca para sí, la melancolía a fuerza de placer, como cantaba Rafael Berrio en su maravillosa Mis amigos.

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Elios Mendieta es periodista. Es autor de 'Memoria y guerra civil en la obra de Jorge Semprún' (Escolar y Mayo).


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