Querido científico emprendedor: por favor no edites genes en casa

Hay algo romántico y noble en el espíritu "hágalo usted mismo", pero ya hay voces de alerta sobre los riesgos de la experimentación genética hogareña.
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Según escribe Steven M. Gelber en Do-It-Yourself: Constructing, repairing and maintaining domestic masculinity, la primera mención al término Do It Yourself (Hágalo usted mismo) con la connotación que actualmente conocemos puede rastrearse a un artículo titulado “Practical decoration for the home interior”, publicado en octubre de 1912 en la revista Suburban life, the countryside magazine, en el que se hacía un llamado a que los propietario tomaran las riendas de sus proyectos de remodelación o mejora de sus viviendas y hacerlos ellos mismos

En 1924, Henry H. Saylor escribió Tinkering with tools, en donde dedicó el primer capítulo a la filosofía del “Hágalo usted mismo” y cómo esta podía convertirse en una especie de hobby activo. (Acá pueden leer las recomendaciones de Saylor para hacer una chimenea o un jardín de rosas.) 

Veinte años después de que este libro viera la luz, Ingvar Kamprad, el fundador de IKEA, comenzó a vender muebles listos para armar y con ello daba con una idea tan revolucionaria como millonaria. En 2010, tres estudiantes presentaron el estudio de caso “The IKEA effect: When labor leads to love” a la Harvard Business School y entre sus conclusiones destacaron que los consumidores valoran involucrarse en el armado de los muebles porque se sienten satisfechos de haber hecho el trabajo con sus manos y sienten que han sido parte de una especie de proceso creativo. Vale la pena remarcar que en el estudio se señala que los consumidores de IKEA suelen sentirse satisfechos con el solo hecho de haberlo intentado. No es necesario que efectivamente armen el mueble de manera correcta para regodearse. 

Es cierto que hay algo romántico y hasta empoderador en el “hágalo usted mismo”, pero creo que quizá estamos confiando demasiado en nuestra capacidad para hacer. Hace un par de años treinta y nueve neurocientíficos publicaron una carta abierta en Annals of neurology advirtiendo sobre los riesgos de la estimulación transcraneal con corriente directa (conocida como TMS por sus siglas en inglés) autoadministrada. La TMS ha demostrado ser eficaz en el tratamiento de enfermedades mentales, pero también se ha utilizado para mejorar las capacidades cognitivas. Aquí y aquí pueden verse dos tutoriales en los que se incluyen esponjas para limpiar platos, cartulinas, plumones, mala letra y sobre todo, mucha inconciencia. 

En otras noticias escalofriantes, en noviembre del año pasado Scientific American alertaba sobre los kits CRISPR que puedes pedir por correo postal y que permiten que cualquier persona, con cierta formación científica pueda andar cortando y editando ADN. Días después la FDA emitió un comunicado señalando que “los productos de terapia génica están regulados por el Centro de Evaluación e Investigación de Biológicos de la FDA […] La FDA es consciente de que los productos de terapia genética destinados al uso propio y los kits de ‘hágalo usted mismo’ para producir terapias génicas están a disposición del público. La venta de estos productos es ilegal. La FDA está preocupada por los riesgos de seguridad involucrados”. ¿Resultado? Ya hablamos de biohackeo ¡por accidente! En una nota más reciente (14 de mayo) el NYT habla de Science Exchange, un sitio web con fines comerciales que vende fragmentos clonados de ADN. 

Yo sé que es casi romántico recordar que una de las empresas más innovadoras e irruptoras de los últimos años comenzó en una cochera (y no importa lo que diga Steve Wozniak), pero, querido científico con ímpetu emprendedor: por favor no edites genes en casa. 

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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