El ser humano y la evolución. ¿Por qué solo hablamos nosotros?

Los humanos somos los únicos animales que hablamos, gracias a la combinación de dos cosas: la capacidad semiótica y la capacidad computacional.
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Nadie en su sano juicio puede dudar de que los animales no humanos se comunican, no solo entre ellos, sino también con nosotros. Todos los que tenemos la suerte de convivir a diario con una mascota tenemos mil anécdotas que lo atestiguan. De hecho, en ocasiones se comunican tan bien que no podemos evitar expresar con admiración: “¡Fíjate: solo le falta hablar!”. Porque, eso sí, aunque se comunican muy bien, lo que no ha hecho ningún animal no humano hasta el momento ha sido hablar en una lengua natural. La pregunta que muchos se hacen es por qué y hoy trataré de resumir lo que la ciencia sabe al respecto.

Quizá la respuesta más tradicional sobre por qué no habla el resto de animales ha consistido en decir que no tienen el aparato fonador necesario para articular palabras. Esta respuesta, sin embargo, es francamente frustrante para cualquiera que sepa un poquito sobre lingüística. Primero, porque hay animales (aves y cetáceos) que sí pueden producir sonidos articulados y sin embargo no hablan; segundo, porque no todas las lenguas se manifiestan a través de los sonidos. Claro, las lenguas de signos son idénticas al resto, aunque se expresen de modo distinto.

Una vez descartada la respuesta fácil, solo queda reflexionar sobre qué necesita un humano para hablar. Y la respuesta es que son necesarias dos funciones cognitivas básicas. En primer lugar, una capacidad semiótica, por la que somos capaces de relacionar determinadas palabras con un determinado contenido: camión significa esto; mano significa lo otro. En segundo lugar, una capacidad computacional que nos permite combinar elementos. Con ella, somos capaces de hacernos el nudo de los cordones de los zapatos (a partir de una cierta edad), resolver problemas de cálculo y, en el ámbito que aquí nos interesa, combinar palabras, a través de unas reglas, para transmitir un significado determinado. Si nosotros hablamos y ellos no, la respuesta al misterio debe de estar en una de esas capacidades.

Como primera hipótesis podríamos considerar que nosotros somos los únicos que usamos signos. Pero, obviamente, no es el caso. Las llamadas de apareamiento o de peligro están presentes en muchas especies y no dejan de ser signos, dado que relacionan un sonido con un significado. Además, no son pocos los casos atestiguados de animales que aprenden un número no desdeñable de símbolos propiamente humanos, en una lengua de signos o en forma de fichas o tarjetas. Al leer los informes de los cuidadores de chimpancés como Sarah, Chimpsky o Washoe,[1] por ejemplo, descubrimos con satisfacción cómo estos primates fueron capaces de comunicarse con los humanos que los cuidaban a través de signos lingüísticos.

Entonces, ¿somos acaso los únicos capaces de combinar elementos atendiendo a ciertas reglas? Pues tampoco. Son muchos los animales que demuestran cada día cierto tipo de capacidad computacional. Quizá, dicen, la más cercana a la nuestra es la que utilizan algunas aves para crear sus nidos. Distintos estudios de investigación de las últimas décadas[2] han descubierto, además, que esta capacidad combinatoria la aplican, en cierto modo, también en sus cantos, lo que les convierte en el ejemplo más similar al habla humana. Por otra parte, volviendo a las experiencias con chimpancés, se demostró cómo, tras un tiempo de aprendizaje, eran capaces de distinguir entre el significado de Washoe da una banana al cuidador y El cuidador da una banana a Washoe.

¿Por qué somos, entonces, los únicos que hablamos? La respuesta es que somos diferentes. En primer lugar, nuestros signos son distintos que los de los demás animales. Sobre todo porque nosotros podemos trascender el “aquí y ahora” y porque somos capaces de crear conceptos (como, por ejemplo, jueves), que ni siquiera se refieren a nada concreto de la naturaleza. Además, nuestra capacidad computacional es sustancialmente distinta a la de otros animales. Es superior sin duda a la del resto de primates, pues ellos comprenden los mensajes linealmente y no son capaces de interpretar la ambigüedad de una oración como Hemos traído galletas para mascotas con forma de hipopótamo. Por otro lado, frente a la computación de las aves, nosotros combinamos unidades con significado y no simples sonidos. Como consecuencia, nuestro lenguaje es capaz de crear infinitos mensajes a partir de unas pocas unidades.[3]

Solo nosotros hablamos. Solo nosotros creamos mundos nuevos a través de la combinación jerárquica de símbolos que transcienden el contexto inmediato. Pero no me malinterpretéis. No me miréis con desconfianza. Esto no nos hace mejores que otros animales, ni nos separa de ellos. No he vuelto al dualismo cartesiano. Entender que cada especie presenta una peculiaridad y que la nuestra es hablar es, simplemente, entender adecuadamente al ser humano y la evolución.

 

 

 

[1] R.A. Gardner y B. Gardner (1998). The Structure of Learning. From Sign Stimuli to Sing Language, Nueva York, Psychology Press.

[2] R.C. Berwick, K. Okanoya, G..J.L. Beckers y J.J. Bolhuis (2011). “Songs to syntax: the linguistics of birdsongs”, Trends in Cognitive Sciences, 15.3: 113-121.

[3] V. M. Longa (2015). Los sistemas combinatorios de los animales no tienen dualidad. Hockett tenía razón. Pragmalingüística, 23: 122-141.

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).


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