¿Es que nadie piensa en los niños? Apu, Wonder Woman y el cine como ejemplo moral

Hay una parte de la crítica cultural contemporánea que piensa que lo importante de un personaje de ficción es que nos sintamos reflejados en él: es una lectura mojigata, narcisista e infantiloide.
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Hari Kondabolu es un humorista estadounidense de origen indio. En 2017 grabó el documental The problem with Apu, sobre el personaje de Los Simpson. Kondabolu piensa que Apu, a quien da voz el actor de origen judío sefardí Hank Azaria, es un estereotipo racista de los indios o los sudasiáticos: “Es un tío blanco imitando a otro tío blanco riéndose de mi padre.” Lo compara con el blackface o los blancos maquillados como negros, un ejemplo clásico de racismo, y su intención es que “maten” al personaje: “Si no consigo que retire su voz [la de Azaria] todo esto será un fracaso.” 

Esta semana, la serie de Fox respondió a Kondabolu en un episodio blanco y sin gracia. Marge y Lisa discuten sobre un libro que la primera admiraba de joven y que, leído ahora, parece racista y ofensivo. Lisa, entonces, mira a cámara y dice: “A veces, algo que comenzó hace décadas y que entonces era aplaudido y se consideraba inofensivo se convierte ahora en políticamente incorrecto. ¿Qué se puede hacer?”. El plano final es un marco con una foto de Apu donde pone: “No te enfades, Apu”.

Si la respuesta de Los Simpson a la polémica es pobre, la acusación lo es más aún. The problem with Apu es un documental divertido pero superficial y repleto de cherry pickings o selecciones parciales de información. Coge un debate interesante y lo reduce a cuatro brochazos sobre cine, racismo y representación. El personaje de Apu es menos unidimensional de lo que cree Kondabolu, que se obsesiona con su acento y con enmarcarlo en una historia de racismo americano. Y a veces saca de contexto situaciones en la serie para que encajen en su teoría: cuando Apu baila en un musical, cuando unos monos se ríen de él en la calle (justo cuando estás hablando de representaciones racistas de negros, a los que se compara con monos).

Esto le hace olvidar su biografía: tiene un doctorado en informática, lo que le hace muy atractivo para las mujeres de Springfield porque nadie en el pueblo tiene estudios universitarios (fue muy ligón antes de casarse), trabaja en El badulaque para pagar sus deudas de estudiante, formó parte de Los solfamidas, el grupo coral que crearon Homer, Barney, el director Skinner y Moe y que lo petó durante meses, y es amigo de Paul y Linda McCartney. Es un personaje lleno de estereotipos (como todos en la serie) pero también de aristas. Y es un personaje cuestionado y autocuestionado en la serie: Kondabolu entrevista al actor indio Utkarsh Ambudkar, que interpreta al sobrino de Apu en la serie. En un episodio, se ríe de que no sea más que un estereotipo y le pide que “vuelva al templo maldito, doctor Jones” (en referencia a Indiana Jones y el templo maldito, donde aparecen indios que comen sesos de mono).

Kondabolu habla con un productor de Los Simpson, que le pregunta si piensa que Montgomery Burns es unidimensional (en el sentido de que es solo un estereotipo). Kondabolu responde que Burns es “una caricatura unidimensional de un rico maníaco, y hay muchos como él y tienen poder”. Un dependiente de tienda como Apu, dice, no tiene ese poder. Es un análisis muy superficial del poder y la representación, y en un momento dado lo lleva a extremos ridículos: cuando Hank Azaria le responde en un email que prefiere no participar en el documental porque le asusta ser malinterpretado y quedar a merced de la edición de Kondabolu (con razón: su documental está muy sesgado), este responde indignado: “Es genial que pueda elegir cómo quiere ser representado. Qué privilegio. Puede elegir cómo es visto por los demás. Es jodidamente irónico.” Da la sensación de que Kondabolu quería que Azaria participase para vengarse: ahora me toca a mí representarte mal.

Kondabolu piensa que el problema con Apu es que, cuando se creó Los Simpson en 1989, y cuando se convirtió en un fenómeno global a principios y mediados de los noventa, no había muchos más personajes indios en televisión. El único representante de la comunidad india era un indio bobalicón, tacaño y con un acento gracioso. En parte respondía a la ignorancia respecto a una etnia y una cultura minoritaria en Estados Unidos: en 1990, había alrededor de 450.000 indios en EEUU; en 2015 hay unos 2.390.000. Kondabolu tiene razón cuando dice que Los Simpson no crearían a Apu hoy. Quizá matarlo no sea tan mala idea: de hecho, como dice un entrevistado en el documental, a lo mejor eso hace que la serie, que está de capa caída, tenga al menos un capítulo interesante o bueno. 

Pero quizá lo más interesante del documental es su visión del cine como representación y reconocimiento. Cuando Kondabolu le pregunta a sus padres, inmigrantes de primera generación como Apu, si se sienten identificados con él, obviamente responden que no. Pero ¿es realmente el objetivo sentirse identificados? ¿Hay alguien que se sienta identificado con los personajes de Los Simpson?

Este enfoque parte de la premisa de que el cine, y la televisión y el arte en general, es un espejo en el que verse reflejado, y especialmente en la mejor versión de uno mismo. Por una parte, esta crítica reivindica la representación de minorías en cine y TV por una cuestión de justicia social, y como una manera de reparación histórica. Pero a menudo se combina con la idea de que la representación y el reconocimiento sirven para construir modelos a seguir, o role models, especialmente para los niños.

Una de las defensas del cine como reconocimiento, muy común en los últimos años con películas como Wonder woman o Black panther, es la idea de que hay niños de determinadas minorías que no tienen modelos a seguir, o héroes, con los que puedan identificarse. La escritora británica Reni Eddo-Lodge, autora de Why I’m no longer talking to white people about race, dice que de niña le preguntaba a su madre cuándo sería “blanca”, porque identificaba a los blancos de las películas con los buenos. En redes muchos padres muestran imágenes de sus hijos negros vestidos de Black panther, o niñas vestidas de Wonder woman (tiene su gracia que muchos de los niños que aparecen en las fotos no pueden ver la película, que es para mayores de 12; porque sí, hay fotos de niños casi preescolares). El hashtag #RepresentationMatters (La representación es importante) es muy popular, y está lleno de crítica cultural pero también de mensajes positivos y cursis. En el inicio de The problem with Apu sale un montaje de un niño indio mirando a Apu como si fuera su modelo a seguir, y Kondabolu pregunta a varios indios de la industria del entretenimiento si sufrieron de niños acoso con referencias a Apu. (Muchos de niños sufrieron con la frase “Thank you, come again” que dice Apu, y el racismo se basa a menudo en estereotipos así, que pueden ser hirientes).

Puede ser un debate interesante y necesario si lo ceñimos a los productos culturales infantiles y a Disney Channel. Pero ¿es necesario extenderlo al resto del cine, o al arte en general? Aun a riesgo de parecer cínico, ¿debería ser tan importante en el cine y la televisión hasta qué punto los niños se ven reflejados? Es un enfoque que hasta la crítica cultural seria ha adoptado. No ocurre con películas de autor, por ejemplo, pero se aplica a filmes que muchos no etiquetarían fácilmente como “infantiles”, o que al menos se están tratando como para adultos. Muchas críticas de Wonder woman muestran lo rompedor que resulta ver a una superheroína (aunque muchos de mi generación crecimos viendo Xena: la princesa guerrera), pero asumen que lo realmente importante es la posibilidad de que las mujeres se vean reflejadas en ella. Como si fueran niñas. Es una actitud de revista adolescente.

Este enfoque asume que el cine, la TV y los productos culturales son agencias de colocación simbólica, lugares donde proyectar nuestras identidades individuales en su mejor imagen. El arte que busca la rectitud y la pureza moral, situaciones en las que nos vemos inmediatamente reflejados es, en general, bastante aburrido. También hay algo de puritanismo y mojigatería. Hay que proteger a los débiles, a mujeres y niños, de lecturas incorrectas y posibles perversiones. Recuerda a la esposa del reverendo Lovejoy en Los Simpson, que se pregunta indignada constantemente “¿Es que nadie piensa en los niños?”

La crítica cultural que cuestiona los estereotipos y las representaciones puede ser interesante y estimulante. Pero molesta el tono arrogante de quienes patrullan por los productos culturales y establecen fronteras, y el narcisismo de quien denuncia no sentirse representado: Kondabolu concluye su documental diciendo que “todavía estás autorizado a que te gusten Los Simpson” (mmmm ¿gracias?), pero que quizá tenemos que ver la serie como vemos a nuestros abuelos: son muy simpáticos y adorables y nos cuentan historias fascinantes y divertidas, pero también son un poco racistas y sexistas. Y como es posible que no cambien, quizá es preferible que mueran. Como chiste está bien, pero como síntesis de una crítica cultural que se cree solemne y seria (Kondabolu se cree un poco Bob Woodward en su búsqueda de Hank Azaria, menciona el 11S como punto de inflexión en su visión del mundo, y tiene momentos en los que parece que está sumergido en una autoexploración y un exorcismo sobre su identidad imposibles de soportar) es bastante floja. Muerte a los viejos y ¡vivan los niños! 

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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