Rodrigo Fresán: “Con mis libros me gusta descuadrar al lector, como la propia vida”

En 'Melvill' aparecen las obsesiones de Fresán –leer y narrar, la herencia de los padres a los hijos, la vocación literaria– esta vez contadas a través del padre del escritor de Moby Dick.
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Melvill (Literatura Random House) es un libro más dentro de la bibliografía del escritor Rodrigo Fresán. O, como él mismo dice, una habitación de una casa que no deja de crecer donde va encendiendo y apagando las luces según le interesa. Es por ello que esta obra está relacionada directamente con la anterior, La parte recordada, en la que un personaje no pudo escribir este nuevo libro. De esta forma, redime la figura del padre de Herman Melville y de ese no-escritor inexistente.

En Melvill aparecen también las obsesiones de Fresán –leer y narrar, la herencia de los padres a los hijos, la vocación literaria– esta vez contadas a través del padre del escritor de Moby Dick. Tras fracasar en sus negocios, este tiene que cruzar el río Hudson congelado para reunirse con su familia. Pasó los últimos días de su vida, delirando con su hijo de 12 años, Herman Melville, a los pies de su cama. Este último escucha sus desvaríos, heredó (o al menos eso ficciona Fresán) ese espíritu aventurero del que surgieron sus escritos.

Melvill es una novela sobre la herencia que dejan los padres a los hijos.

El libro tiene tres momentos. El cruce del río Hudson, el hecho de que el padre enfermó y que estuvo delirando con el pequeño Herman a los pies de su cama, y el tercero, que es el añadido, la letra ‘e’ al apellido y todo lo que supone. Esa es la circunstancia histórica, pero todos mis libros tratan sobre leer y escribir, sobre el misterio de la vocación literaria y sobre el modo en que los padres creen estar escribiendo a sus hijos, cuando en realidad son los hijos quienes les reescriben a ellos.

¿Qué te aportaban ellos dos y no otra pareja padre-hijo?

Elegí la imagen que me impactó muchísimo de un padre cruzando un río congelado para volver a casa, desesperado, huyendo de los demonios de su fracaso. Circunstancialmente, resulta que ese hombre fue el padre de Herman Melville, pero el libro nace de esa imagen y luego de un pensamiento mío inmediato: “¡Qué lástima que no lo hubiera cruzado con su hijo!”. Porque eso habría explicado muchas de sus obsesiones: el hielo, la ballena, la blancura… Inmediatamente pensé que si no ocurrió, yo podía hacer que ocurriese. Al final el libro desemboca y navega hacia esa escena reescrita con ellos dos cruzando el río.

De ahí la importancia del hielo en la obra, que vuelve una y otra vez.

El hielo para mí es un material muy literario en el sentido de que es algo que es líquido, se solidifica y se vuelve a licuar.  Esta condición es algo que le puedes atribuir a un estilo literario o a una forma de narrar. A mí me gustan mucho las estructuras de los libros en tres partes, donde no está todo tan presentado de entrada, sino que tienes que ir pasando de un estadio a otro para entenderlo.

La vida del padre no está documentada y por eso la ficcionas. En el libro, Melville dice que la realidad solo se vuelve realmente real cuando se transforma en arte. ¿Era esta tu idea? 

El desafío era contar esa historia. El ser humano, y probablemente esa sea una de las características que más le separa del resto de especies de la tierra, tiene casi una necesidad refleja y automática de contar historias y narrarse, de reescribirse, de corregirse. Pasamos todo el tiempo contando historias. De un tiempo a esta parte, creo además que vivimos en la época en la que más se escribe y más se lee, sobre todo en las redes sociales. Donde lo hacemos muchas veces de manera burda. Pero el impulso de reinventarse es parte del ADN del hombre.

En el libro pones como protagonista al padre, al desconocido, mientras que el hijo ocupa un segundo plano. ¿Por qué?

El padre es el protagonista y el hijo es una especie de sombra narradora, como un médium espiritual que evoca el fantasma del padre. Tuve mucho cuidado de que Herman no anulara al padre y que el momento del cruce del río fuera el clímax en la vida de Melville. 

Hay una frase que explica bien algunas de las ideas del libro: Leer, si se hace bien, es lo más parecido a escribir que existe.

Detrás de toda vocación literaria, primero hay una vocación de leer. Pero también hay un misterio detrás.

Incluso te pasa a ti, que quisiste ser escritor desde que tienes consciencia.

Yo quería ser escritor desde siempre. No hay una explicación. La que encontré fue que nací muerto clínicamente, pero volví. Tal vez regresé para contarla. En el grado cero de mi vida ya había un impulso de irme de viaje y de volver para contarlo. Algo que es muy natural del ser humano.

El libro también trata sobre la unión entre literatura y vida. Un hecho que muestras en la estructura y que demuestras a través de esta frase: “La vida es más un libro de cuentos que una novela”. No podemos buscarle una coherencia a la existencia.

El curso es una cosa que en mis libros no está. Incluso me permito imposibilidades, como que aparezcan los Beatles y Bob Dylan en un momento. A mí me gusta la idea del libro que se va desarrollando paulatinamente, que no tiene ritmo. Me gusta descuadrar al lector, como la propia vida.

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Carlos Martínez Almendariz es periodista.


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