Foto: Rodrigo Fernández / CC BY-SA 4.0

Raúl Zurita: la palabra encarnada

Zurita, recién galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, no es solamente uno de nuestros autores más experimentales o aventurosos, sino también uno de los que mejor saben cristalizar la emoción.
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Mi primer encuentro con la obra de Raúl Zurita no fue por su poesía, sino por actos performáticos que tienen, siempre, a la poesía en su centro. En una clase de licenciatura, una académica que se especializa en historia del arte me mostró las fotografías que registran “La nueva vida”, poema escrito en los cielos de Nueva York, donde el chileno da testimonio de todas las cosas que es su Dios: Hambre, Nieve, No, Desengaño, Carroña y Paraíso, entre otras cosas. Aparte de eso, supe de su frase escrita con piedras en algún lugar del desierto de Atacama, y de la forma en que su mejilla lastimada dio base y contexto a los poemas de Purgatorio. Este proceso de tatuar la palabra en piel, en tierra, en cielo, muestra cómo la materialidad del lenguaje es afectada por el soporte en que está escrita, permite a los actos poéticos (separados de su estatismo en la página) comunicarse, sostenerse más allá de poemas y libros aislados, generando un bucle referencial donde su obra se enfrenta con la historia, la naturaleza y las formas de lo sensible.

Sus libros otorgan una sensación de obra abierta, vasta, que tiene su médula en tres referencias básicas: la Divina Comedia de Dante, con cuya visión cósmica el poeta se enfrenta en cada entrega; el mundo personal entrecruzado por la violencia de la dictadura y sus efectos; y la potencia del Amor, entendido como una sustancia universal que todo entrecruza, que se percibe en cada nivel de la naturaleza y transpira incluso en las relaciones humanas. A partir de esos tres abrevaderos, el poeta se ha dedicado a forjar una poesía con gran filiación hacia lo profético, en la cual aparece un “Yo” abstracto, abarcador, que ve el universo entero desde lo más amplio hasta sus particularidades. Este “Yo” es puesto en referencia con el “Zurita” diegético, en eterna correlación con el primero, cuya mano traza los designios numinuosos y cuyo cuerpo sufre, de forma descarnada, los embates de vivir en este mundo.

Al saber que la obra del chileno nacido en 1950 existe tanto en el plano literario como en uno más bien plástico, es posible relacionarla de inmediato con otros autores de su época: están los relacionados con el Colectivo de Acciones de Arte, fundado por él junto con Diamela Eltit, Fernando Balcells, y otros; están Juan Luis Martínez y Cecilia Vicuña, que conjugaron la política, la palabra y la plástica en obras más allá del “arte acción”, y también está, aunque de un modo más abstracto, Ulises Carrión, el escritor-artista mexicano que nos recordó la necesidad de otorgarle un sentido performático al libro y a la escritura. Nuestro poeta se distingue de estos ejemplos porque el centro de su práctica no es una discusión estética o política, aunque necesariamente incluye estas facetas. Lo que une a los libros de Zurita con su obra de carácter visual, aparte de la palabra, es la visión de la misma como una cualidad profética. Una enunciación, en su mundo, puede liberar las potencialidades de las cosas, transmitir el amor dantesco que sobrepasa los límites de toda apariencia y racionalidad. Debido a este carácter excesivo y torrencial de la palabra, Zurita no es solamente uno de nuestros autores más experimentales o aventurosos, sino también uno de los que mejor saben cristalizar la emoción.

Al observar todo esto, podríamos decir que nuestro autor encarna la posibilidad de ver las palabras como “imágenes”, en el sentido que les dio Aby Warburg: sus palabras no apuntan a un tiempo y espacio determinados, sino que hacen referencia a múltiples contextos y discursos, logrando que el poema genere relaciones entre objetos más allá de lo narrativo o secuencial. Más que gestos secuenciales o discursivos, sus palabras son Pathosformeln: testimonios de nuestra forma de sentir, y sobre todo, de dolernos. En un momento recorremos la historia del arte desde Miguel Ángel hasta Michael Jackson; en otro momento tenemos a las víctimas de la dictadura siendo lanzadas de un barranco hasta que la tierra –en forma de copos de nieve– se abraza a sí misma en lamentación; al final de Zurita (su libro más vasto y, a mi gusto, capital) observamos las imágenes de una montaña a escala de grises, y las palabras del “Yo” numinoso dictando todas las cosas que veremos. En este último ejemplo, la inclusión de imágenes gráficas en contraposición con el discurso lírico permite un nuevo espacio de significación entre tierra y cielo, entre el sufrimiento humano y la calma de la naturaleza, donde habita su escritura.

La última aleación entre plástica y lírica que recuerdo del chileno es “Sea of Pain”, obra que presentó en la Bienal Kochi-Muziris, en India, y que consiste en un recorrido por un espacio cubierto de agua, la cual llega hasta los tobillos, mientras escuchamos y presenciamos un homenaje lírico a Galip Kurdi, integrante de una familia de refugiados que se ahogó al intentar cruzar la frontera, y cuyo cuerpo se perdió en el mar. Aún este tipo de experiencia, al mismo tiempo sensorial, literaria, musical y espacial, en su práctica es una experiencia poética. La poesía, para él, es un profundo ejercicio espiritual: “no puede sino ser un acto de devoción por la vida, en todo lo terrible y lo maravilloso que ella tiene”. La obra de Raúl Zurita es testimonio de la actualidad de la escritura poética. En lugar de integrar simplemente su práctica con otras herramientas con intención novedosa o experimental, el artista potencia a las palabras, primero con imágenes y ahora con sensaciones y sonidos, para llevarlas a otros espacios de posibilidad. Raúl Zurita nos recuerda que la poesía es, en el sentido arcaico de la palabra, una vocación religiosa: nos ofrece la posibilidad de unir nuestro mundo disperso, solitario, con el de la naturaleza y con los otros. Su trabajo es un continuo ejercicio de empatía.

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(Naucalpan, 1994) escribe poemas y ensayos. Su primer libro, Fracción continua, fue publicado por el FOEM en 2022.


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