Juan Gelman, la otra historia

Un episodio de la dramática vida de Juan Gelman. 
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De los crímenes  cometidos en los años setenta por las dictaduras ninguno más abominable que la rutina de los militares argentinos de secuestrar mujeres embarazadas, robarse a los recién nacidos y asesinar a las parturientas. Por ello, cuando el poeta Juan Gelman, tras una larga investigación logró dar con su nieta en 2000, que había sido dada en adopción clandestina a un matrimonio uruguayo y enterarla de su filiación, reintegrándola al mundo de la verdad, se convirtió en un símbolo para la justicia universal y en un ícono para toda una generación de latinoamericanos, aquella que protagonizó la militancia revolucionaria en esa década infame. Gelman, así, poeta prolífico de larga trayectoria, además de melómano contumaz y estupendo cronista literario, se volvió inatacable e inabordable: aún ante amigos cercanos, discrepar de sus artículos o matizar la popularidad de su poesía, irremediablemente politizada por su gesta, era una blasfemia, atizada por otro motivo: de los muchos intelectuales refugiados en México, el argentino fue uno de los pocos escritores que decidió quedarse entre nosotros.

Así como el juez Baltasar Garzón, haga lo que haga, estará siempre asociado a la detención y al confinamiento de Pinochet en Londres, Gelman, vivió y murió la semana pasada en esta ciudad como el poeta que había recuperado a su nieta y certificado el asesinato impune de su hijo y de su nuera,  desaparecidos por el terror de Estado.

El amor y la alegría, pero también el sentimentalismo y la beatería, impidieron que se abordara debidamente en México la discusión que se armó en la Argentina cuando Óscar del Barco, un filósofo marxista que había pasado su exilio en la Universidad Autónoma de Puebla, le escribió en 2004 una carta abierta a Sergio Schmucler, director de la revista La intemperie. Al leer los relatos sobre los ajustes de cuentas entre las organizaciones guerrilleras argentinas, algunos anteriores al golpe de 1976, Del Barco sintió la urgencia de hacer un público examen de conciencia que involucraba a Gelman, su antiguo camarada en el entusiasmo religioso por el comunismo ruso, chino y cubano.

Concediendo que Gelman se deslindó en 1979 de los montoneros (ese engendro peronista que habría concitado la simpatía simultánea de Lenin y Mussolini, digo yo) al grado de ser condenado a muerte por sus compañeros de armas,  Del Barco le pedía a Gelman compartir su propia contrición. Cito de la carta, accesible en la red, donde le pide a Gelman ir por la verdad hasta las últimas consecuencias, empezando por “él mismo (que padece el dolor insondable de tener un hijo muerto, el cual, debemos reconocerlo, también se preparaba para matar) tiene que abandonar su postura de poeta–mártir y asumir su responsabilidad” directa, como el dirigente montonero que fue, “en el asesinato de policías y militares, a veces de algunos familiares de los militares, e incluso de algunos militantes montoneros que fueron ‘condenados a muerte’. Debe confesar esos crímenes y pedir perdón”  pues los militares no fueron los únicos asesinos.

No sé si Gelman le respondió a Del Barco pero recomiendo el seguimiento de la discusión que suscitó su carta. Algunos consideraron ese “No matarás” como fruto de otra conversión religiosa, una inocentada pues ese mandamiento y algunos otros son negados, una y otra vez, por la violencia, la vieja e infalible partera de la historia.  Otros, postularon a Del Barco como teórico del duelo entre los dos demonios, que explicaría la historia argentina como un enfrentamiento entre genocidas donde los militares tenían todas las de ganar. Algunos consideraron incomparables los extravíos guerrilleros  con las 30 mil víctimas de la dictadura. Casi nadie aprobó su desesperada contrición y su insistencia en volver a colocar al “No matarás” como imperativo ético. La dramática vida de Gelman, fue, por donde se le vea, una piedra ardiente en la historia latinoamericana.

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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