Gabriela Wiener: Cuerpo contado

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Gabriela Wiener (Lima, 1975) acaba de publicar en Mondadori Nueve lunas, una detallada crónica de su embarazo y las reacciones de su cuerpo ante él. Anteriormente había publicado Sexografías (Melusina), una serie de crónicas sobre el sexo en las que Wiener era, también, protagonista.

 

¿Cómo surgió Nueve lunas? ¿Cómo se te ocurrió hacer un libro contando tu experiencia de la maternidad?

Detrás hay una motivación de lo más pragmática. De hecho, es curioso que me haya salido un libro tan romántico. Lo hice primero porque me ofrecieron la posibilidad de publicarme un libro de crónicas, de no ficción, que es lo que suelo hacer. Me entusiasmaba la idea de escribir una crónica extensa, pues ya había trabajado el formato relato. Como explico en Nueve lunas, cuando surgió la opción de publicar algo por primera vez (este libro se planeó antes que Sexografías aunque se publicara después), estaba en un momento especialmente delicado de mi vida por muchas razones. El haberme quedado sin trabajo era una y el estar embarazada era otra. Esa precariedad y la situación de debilidad física en la que me encontré durante los primeros meses me desanimó de realizar alguna de esas investigaciones típicas del periodismo narrativo, que implican viajes, inversión, múltiples entrevistas, desplazamientos. Pensé que mi realidad era bastante contundente como para ir buscando otras.

 

Son libros distintos: Sexografías recopila reportajes, Nueve lunas es un relato autobiográfico, pero parten del mismo planteamiento: ser una observadora de la propia vida, vivir y verse vivir… ¿Periodismo “gonzo”?

Sexografías es un libro sobre la experiencia, que tiene mucho de inmersión y de periodismo gonzo –me encuentro en las antípodas del observador pasivo–; hay algo de actitud robacámaras, sexo, hasta coches y una droga beatnik, pero yo suelo ser mucho más discreta para divertirme y mucho más sentimental. Hunter Thompson me gusta por ese vitalismo salvaje y por la idea de ir rodando con gente temible y regresar para contarlo. Lo mío tiene más que ver con la empatía que surge entre los personajes que me dejan visitar sus vidas y yo. Me muevo un poco por instinto, y  mi carácter es casi lo mismo que mi método: paso de la timidez al arrebato desbocado sin escalas y me entrego al azar y al deseo de que ocurran cosas, pero también por momentos suelo estar bastante aterrorizada. Por eso en la mayoría de mis historias aparece el conflicto entre mi inseguridad y las ganas de vencer esa inseguridad. Me gusta que en dicho juego entre vida y literatura se revele algún misterio, llegar a un conocimiento más profundo de las cosas. Más que en una discípula del gonzo me gusta pensarme como una persona que entra a ciertos mundos de los que no vuelve a salir igual.

 

En el campo de la literatura de creación (ya sea narrativa, diario, testimonio, etcétera), el embarazo es un tema que sorprendentemente brilla por su ausencia. Hay muy pocas excepciones, y todas muy recientes: Quadern d’una espera de Carme Riera, Le bébé de Marie Darrieussecq, Un milagro en equilibrio de Lucía Etxebarría… ¿Eras consciente de ello cuando decidiste escribir tu libro?

La verdad es que me vi ante la idea de un testimonio perfecto: una aplastante noticia absorbía mi imaginación, mi tiempo, mi escritura y, en suma, toda mi vida, y me pregunté si era válido contarlo, pero sobre todo, sí, me pregunté por qué hasta ahora el embarazo había sido un tema tan poco literario (pese a que tenía la sensación de que se había escrito mucho sobre él), por qué era una de esas cosas llamadas, despectivamente, “de mujeres”, por qué no podía entenderse como algo tan estético, intelectual, urgente y universal, como la muerte, el amor, la enfermedad o la guerra.

 

Quizá porque la sociedad patriarcal asocia la cultura con lo masculino y la naturaleza con lo femenino. Hacer literatura sobre algo natural y femenino parece una contradicción en los términos. Además, las escritoras saben que para ser tomadas en serio, para que su literatura sea vista como universal y no como “literatura de-sobre-para mujeres” (etiqueta que a la vez limita y rebaja), tienen que huir de cualquier tema específicamente femenino.

Pues esta vez tendrán pruebas para acusarme de hacer literatura femenina…

Curiosamente, por la misma época en que tú escribías Nueve lunas yo estaba haciéndome la misma reflexión, y decidiendo que la continuación a mi autobiografía de infancia y adolescencia (Adolescencia en Barcelona hacia 1970, Destino) iba a ser otro libro autobiográfico centrado esta vez en la maternidad. Es un proyecto que se enfrenta a unos obstáculos muy particulares, como la ausencia de una tradición literaria a la que anclarse. Pero además, está el pudor. A mí, desde luego, me cuesta mucho dejar de lado el pudor en el que me educaron, como a todas las mujeres, aparte de que no estoy segura de que deba, porque no veo por qué deberíamos imitar la actitud masculina tradicional, mucho más tolerante con la exhibición de la propia intimidad, sexual en particular. No comparto esa convicción tácita, tan extendida hoy entre muchas mujeres, de que el modelo tradicionalmente masculino es siempre mejor que el tradicionalmente femenino.

Es verdad que noté con algo de extrañeza que un libro como el tuyo no pasara por lo sexual, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de tu adolescencia. No obstante, creo que eso no lo hace menos osado (tus opiniones sobre el catalán y Cataluña son de alto riesgo).

 

¿Tú crees? Será porque al ser catalana (aunque no lo sea del todo) me siento muy tranquila para opinar, legitimada; es como criticar a la familia. Yo en cambio donde he visto “alto riesgo” en Nueve lunas y también en Sexografías ha sido en el hecho de relatar en primera persona experiencias tan mal vistas socialmente como tríos o abortos. Me ha gustado la naturalidad con que lo haces, sin ningún exhibicionismo (y sin presentarlo todo como fácil y maravilloso al estilo de Catherine Millet en La vida sexual de Catherine M.). Quería preguntarte si te costó hacerlo, si te ha causado problemas con tu entorno, si ves esta falta de pudor como un progreso de tu generación respecto de la mía (yo nací 17 años antes que tú, en 1958).

De alguna manera, creo que cada época ha tenido su Anaïs Nin, a nivel simbólico quiero decir, pero algo ha cambiado radicalmente en cuanto al pudor, quizá en los últimos diez años. En ese nuevo destape han tenido especial importancia internet, el cine y la televisión, siendo vehículos para compartir intimidad o espectacularizarla. De lo que me siento más alejada, y acepto que puedo tener una mirada bastante parcial en este punto, es de la idea de que hay un modelo masculino dominante que habla sin vergüenza del cuerpo y la sexualidad. Mi experiencia es totalmente contraria en cuanto a las supuestas actitudes tradicionales: hoy las que más firman blogs, libros, columnas, películas, series, salvajemente confesionales de no ficción o ficción, que abordan con crudeza el sexo y, sobre todo, la parte emocional, maternal y visceral del sexo, son mujeres. Por otro lado, existe el hombre pudoroso, es más, creo profundamente en él. Me parece que se trata de ser permeable a visiones más descarnadas o desinhibidas, vengan desde donde vengan, aunque sean masculinas.

 

Yo vivo de espaldas a la televisión y a la vida social en internet. Hubo una época en que pensé que tenía que hacer un esfuerzo por “ser de mi tiempo”, pero en definitiva creo que no: creo que también tiene que haber personas como yo que mantengan el vínculo con la cultura del pasado, que dediquen a leer a Madame de Sévigné el tiempo que otros dedican al Facebook… ¿Tú crees que ese “nuevo destape”, como tú le llamas, propiciado por internet y demás, es un valor?

Creo que todas tenemos pudores fuera y dentro del trabajo literario y está bien que así sea, la riqueza de un texto no se basa en la cantidad de ropa que uno se quita sino en quedarse desnuda o vestida con estilo. Muchas veces prefiero la frustración sexual de Plath, el sexo tragicómico en Pizarnik, o la austeridad sentimental de Dickinson, que los escarceos de los personajes de Duras. Finalmente, como dices, siempre es cuestión de tener o no tener ganas de hacerlo y eso es clave para el resultado. Respecto a tu pregunta, no creo que los temas que toco sean ya ni polémicos. Los cines están llenos de películas de tríos entre adolescentes y el aborto se ve también cada vez con más naturalidad, aunque desde luego queda mucho por normalizar. Importa más la voz, el tono, la forma de tocar esos temas de siempre. Lo más difícil ha sido y es lidiar con la etiqueta “escritora de sexo”. No está mal pero no soy sólo eso. Más que lo que ya he dicho, me preocupa lo que aún no me he atrevido a decir. Creo que tengo el impulso poético de cantarme a mí misma y encuentro entretenido y desafiante este juego entre vida y literatura, y me propongo seguir extremándolo. Hablando de pudor, quería preguntarte por el prólogo a tu libro compilatorio Madres e hijas (Anagrama). Aunque no comparto tu tesis, admito que es una de las cosas más impúdicas que he leído, por su cerrada y a contracorriente defensa de la literatura femenina de temas propios. Han pasado 13 años desde entonces. ¿Lo sigues suscribiendo al completo? ¿Cambiarías algo de tu prólogo?

 

No sólo lo suscribo (véase el prólogo a una nueva antología que he hecho para Anagrama, Cuentos de amigas, y también un ensayo que acabo de publicar en la Universidad de Córdoba, La novela femenil y sus lectrices) sino que lo veo todavía más claro. Con todo lo que llevo leído y reflexionado sobre el tema en estos 13 años, estoy aún más convencida de que existen ciertos hilos conductores característicos de la literatura escrita por mujeres. El gran malentendido es creer que los hombres son seres humanos (o sea, nos representan a todos), incluso cuando su temática y punto de vista son específicamente masculinos, mientras que las mujeres son sólo mujeres, sólo se representan a sí mismas y sólo pueden interesar a otras mujeres. Un libro como el tuyo, Gabriela, demuestra que con la experiencia femenina se puede hacer buena literatura, y la buena literatura, hable de lo que hable, nos ilumina a todos.~

 

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