Camisa

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La espalda, el canesú, la tela. Costuras ocultas,

las puntadas casi invisibles a lo largo del cuello

dadas en un taller clandestino por coreanos o malayos

 

chismeando mientras toman el té y los tallarines en su descanso

o hablando de dinero o de política mientras uno de ellos ajustaba

esta sisa con su borde planchado a la banda

 

del puño que me abotono en la muñeca. El planchador, el cortador,

el escurridor, el rodillo. La aguja, el sindicato,

el pedal, la bobina. El protocolo. El fuego infame

 

en la Fábrica Triangle en mil novecientos once.

Ciento cuarenta y seis murieron entre las llamas

en la novena planta, sin extintores, sin salidas de incendio–

 

El testigo del edificio de enfrente

que viera cómo un hombre joven ayudó a salir a una muchacha

al alféizar de la ventana, luego la levantó

 

por encima de la pared de mampostería y la dejó caer.

Y luego a otra. Como si las estuviera ayudando

a subir a un tranvía, y no a la eternidad.

 

Una tercera antes de que él la soltara le puso los brazos

alrededor del cuello y lo besó. Entonces él la sostuvo

en el espacio y la dejó caer. Casi al mismo tiempo

 

salió él mismo al alféizar, su chaqueta flameó

y ondeó sobre la camisa mientras bajaba,

se llenaron de aire las perneras de sus pantalones grises–

 

Como la “camisa chillona que se hincha” del lunático de Hart Crane.

Maravilloso cómo el estampado combina perfectamente

a lo ancho de la solapa y sobre los remates gemelos de las

 

esquinas de los dos bolsillos, como una rima estricta

o un acorde mayor. Estampados, telas escocesas, cuadros,

pata de gallo, cuadros Tattersall, cuadros de Madrás. Los tartanes de los clanes

 

inventados por los propietarios de los molinos inspirados por el engaño de Ossian,

para controlar a sus salvajes trabajadores escoceses, amansados

por la heráldica inventada: MacGregor,

 

Bailey, MacMartin. La falda escocesa, concebida para que los trabajadores

la llevaran entre el polvoriento traqueteo de los telares.

Tejedores, cardadores, hilanderos. El cargador,

 

el estibador, el peón. El sembrador, el recolector, la clasificadora

sudando en su máquina sobre un lecho de algodón

como esclavos con turbantes de percal sudados en los campos:

 

George Herbert, tu descendiente es una Dama

Negra de Carolina del Sur, su nombre es Irma

y ella inspeccionó mi camisa. Su color y forma

 

y tacto y su olor limpio nos convencieron

a ella y a mí. Consideramos su precio y su calidad

hasta los botones de hueso falso,

 

los ojales, la talla, la entretela, las letras

impresas en negro en la tirilla y los faldones. La hechura,

la etiqueta, el trabajo, el color, el tono. La camisa. ~

 

 

 

 

 

 

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Versión de Inmaculada Pérez Parra

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(Long Branch, Nueva Jersey, 1940) es responsable de una reputada traducción de El infierno de Dante y editor de poesía de la revista Slate.


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