Árbol quieto entre nubes

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Aquel joven soldado
     era sonriente y tímido y erguido
     como un joven durazno.
     El vello de su rostro se doraba
     con el rubor de los duraznos
     al amarillo sol de mediodía.
     Sus ademanes eran
     como los ademanes del durazno
     cuando el viento lo mueve, en la colina.
     Si sonreía era su sonrisa
     un imprevisto florecer durazno.
     Una ráfaga a veces lo nublaba
     y entonces, serio, ensimismado,
     era un durazno al aire, deshojado.

     Jugaba con los niños, en la tarde,
     con un fervor nostálgico, lejano,
     con la misma ternura de la ola
     que se aleja volviendo la cabeza.
     Un viento melancólico barría
     nubes en flor, apenas nubes,
     y en el jardín volaban hojas
     ¡oh despeinada primavera!
     Árbol quieto entre nubes, hojas, niños,
     se preguntaba aquel soldado:
     ¿Es nube todo, todo es hoja, viento?
     ¿Los familiares árboles son nubes?
     ¿Esta rama que toco, esta corteza,
     estos niños, son nubes? ¿Nube el sueño
     y la muchacha aquella y su perfume,
     fantasma de la carne, nube, espuma
     apenas sostenida por el viento?

     Y se alejó, callada nube negra. –Berkeley, 18 de abril de 1944.

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