Una idea llamada norte

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Eduardo Antonio Parra (compilador)

Norte. Una antología

México, Era/Fondo Editorial de Nuevo León/Universidad Autónoma de Sinaloa, 2015, 330 pp.

Parafraseo a Alfonso Reyes: la narrativa del norte es la suma de las obras de los escritores del norte de México. Ya sabemos: no hay esencia, hay historia. No existe algo que pueda llamarse el “espíritu del norte”. Hay tradición, expresada en novelas, cuentos y poemas narrativos. Una amplia muestra de ellos es la que reúne Eduardo Antonio Parra en Norte.

De entrada se agradece que el mismo Parra no se haya incluido en el conjunto. En su caso lo entendemos como un ejemplo de modestia porque con justicia pudo aparecer en esta antología como autor destacado. Más trabajo me cuesta entender la ausencia de Francisco L. Urquizo (Coahuila) y de Mauricio Magdaleno (Zacatecas), ambos del ciclo revolucionario. O del cristero Antonio Estrada (Durango). O de los sinaloenses Genaro Estrada y Gilberto Owen (si Parra incluyó el poema narrativo “Señor de señores” de Miguel Tapia, con la misma flexibilidad habrían entrado algunos poemas en prosa de Owen). Más contemporáneos, se extraña la ausencia de Amparo Dávila y, todavía más jóvenes, de Daniel Herrera y Carlos Velázquez.

Toda antología subraya unos nombres y borra otros. De esta manera delimita un elemento central: el gusto de un autor por un conjunto de textos reunidos bajo determinadas reglas que el antologador se autoimpone: que hayan nacido en los estados del norte (con dos excepciones: Julián Herbert y Luis Felipe Lomelí, aunque con ese criterio pudo haber incluido al queretano Heriberto Frías, autor de Tomóchic); y que hayan publicado en los siglos XX y XXI. Son pocas reglas y amplia la selección.

Considero ocioso tratar de buscar los rasgos idiosincráticos, preludios de la esencialización de lo norteño, que igualmente rechazo. El nacimiento, aquí o allá, es un accidente al que a duras penas se le encuentra sentido. Una antología es un juego literario donde el autor fija las fronteras, los límites. En este caso, en su prólogo Parra señala que los escritores del norte escriben de todos los temas y con una amplia variedad de estilos (no solo de narcos y de migrantes). Lo idiosincrático no forma parte del criterio de su selección. Está bien que así sea. Sin coordenadas tan precisas el lector puede dedicarse a disfrutar la exposición narrativa reunida por Parra.

49 relatos aparecen en orden cronológico. La selección inicia a toda intensidad con “La fiesta de las balas”, un clásico de Martín Luis Guzmán. Es un acierto. La crónica de una matanza: Rodolfo Fierro dispara mientras sus soldados “saludaban con exclamaciones de regocijo la voltereta de los cuerpos al caer; vociferaban, gesticulaban, histéricos, reían a carcajadas al hacer fuego sobre los montones de carne humana”. Dos cuentos más adelante, aparece “Oro, caballo y hombre”, de Rafael F. Muñoz, como continuación atroz del cuento de Guzmán. Ahí vemos a Rodolfo Fierro hundiéndose en el lodo, cargado de oro, a la vista de todos sus soldados. Justicia literaria: que la literatura simule reparar lo que la historia no pudo. En medio de ambos, Reyes y Torri; Reyes representado con un cuento curioso en el que aparece un viajero de Venus, incluido, menos por ser un buen cuento que para mostrar cómo en el norte también se escribe literatura fantástica. Más natural, si cabe, es la inclusión de “El vagabundo” de Torri, una lograda fantasía de desaparición. Al buscar rimas –como en el caso de los cuentos de Guzmán y Muñoz– y afinidades –como con Reyes y Torri– Parra logra componer, no una secuencia de cuentos, sino un tejido de afinidades.

¿Es arbitrara la categoría “narrativa norteña”? Claro, como lo sería hacer una antología de cuentos de autores nacidos de 1950 a 2000, o una antología que solo incluyera cuentos fantásticos de todas las épocas, como la que organizaron Ocampo, Bioy y Borges, y por su lado Roger Caillois. Toda clasificación es arbitraria. Con la misma generosidad podríamos saludar una antología de narradores de la frontera (que mostrara la obra de escritores de ambos lados de la frontera; otra que reuniera a autores de las fronteras norte y sur para, en su disimilitud, poder leer mejor sus excesos y semejanzas), o de los narradores de las costas (del Pacífico y el Golfo), o una antología de relatos urbanos que abarcara, como un solo tapiz, relatos de la ciudad de México, Guadalajara, Tijuana, Monterrey, Tuxtla. Si toda antología es arbitraria, la pregunta es otra: ¿logra articular Eduardo Antonio Parra una idea llamada “norte”?

Parra selecciona y organiza la lectura de estos relatos dadas “las características de su ser norteño”. ¿Y qué es el “ser norteño”? Más que una esencia, “ciertos giros del lenguaje, las alusiones al entorno, el carácter de los personajes”. Pero esto es demasiado vago. En el aspecto narrativo esa agrupación por lenguaje, paisaje y carácter no se realiza. Así lo admite Parra: “Desde un punto de vista literario sería imposible agruparlos en un conjunto homogéneo”… ¿incluso en un conjunto llamado Norte? Entonces, ¿desde qué criterio sí es posible hacerlo? ¿Lingüístico, geográfico, psicológico, sociológico? Parra no lo desarrolla. Dice en cambio que “la obra de los narradores del norte muestra casi siempre una preocupación por las palabras”, por captar su uso popular, “la respiración del habla”. Pero esto puede decirse de cualquier literatura. Lo que intento señalar es que no existe tal “ser norteño” sino en la voluntad de quien lo propone; que no hay un carácter ni un habla homogénea entre hablantes de Los Cabos y los de Reynosa; los de Culiacán y los de Monterrey. El canon propuesto tiene tal cantidad de excepciones que la regla no acaba de formularse. Pero si no pudo agrupar un conjunto de relatos representantes del “ser norteño”, en cambio Parra sí organizó e hizo legible una muy buena selección de relatos, de diferente intensidad y calidad.

Norte es un mapa que habla más de Parra que del “espíritu del norte”. Nos habla más de los gustos de un magnífico narrador que de los criterios del recopilador que busca agrupar caracteres y lenguas homogéneos. Esta antología de 49 narradores tiene en realidad cincuenta. Parra es el nombre que falta en este mapa que, como en el cuento de Borges, dibuja la imagen de su propio rostro. ~

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