¿Una gran ilusión?

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Tony Judt

¿Una gran ilusión?

Un ensayo sobre

Europa

Traducción de Victoria

Gordo del Rey

Madrid, Taurus, 2013

163 pp.

¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa fue publicado originalmente en inglés en 1996. Entonces, el proyecto de lo que sería la Unión Europea llevaba más de cuatro décadas en marcha, pero después de lo que ha pasado en estos últimos cinco años, los noventa pueden parecernos, por lo que respecta a este tema, historia antigua. Alemania acababa de salir de la reunificación, no existía el euro y el gran problema no parecía ser ni mucho menos la unión fiscal o la federalización de Europa, sino la posibilidad de que los países del Este entraran en un club que todavía tenía ciertas dudas acerca de la ya consumada entrada de los del Sur. Naturalmente, todos estos asuntos siguen teniendo gran influencia en el eurodebate, pero hoy hay uno que ha dejado a los demás de lado: la mera supervivencia del proyecto y de su moneda. Tanto tiempo después, sin embargo, este libro sigue siendo muy valioso.

Tony Judt (Londres, 1948-Nueva York, 2010) dedicó buena parte de su tarea de historiador a  Europa. Estudió los movimientos de izquierdas franceses a lo largo de los siglos XIX y XX, la vida intelectual en Francia en los años cuarenta y cincuenta, escribió un monumental libro, Posguerra, sobre el continente europeo desde 1945 hasta anteayer, y en sus últimos años se convirtió en una especie de guardián del legado de lo que Eric Hobsbawm llamó la Era Dorada -las tres décadas de gran crecimiento europeo comprendidas entre el fin de la guerra y los años setenta-. Fue un hombre de izquierdas que entendió como pocos la inmensa tragedia que fue el comunismo en la Europa del Este y acertó al ver, como recuerda aquí, que esos países sometidos a la tiranía tendrían graves dificultades para adoptar la democracia liberal. También supo explicar admirablemente –en Posguerra y en este libro– las consecuencias económicas de la gran crisis energética de los años setenta, que cambió los equilibrios políticos en el mundo anglosajón y cogió a Europa desprevenida en su paso de la dependencia del carbón –un producto europeo– al petróleo –casi siempre foráneo–. Pero en cualquier caso, para Judt, los dos acontecimientos claves que definieron nuestra Europa actual fueron la Segunda Guerra Mundial en los años cuarenta y la caída del comunismo y del Muro en 1989. Es difícil no estar de acuerdo con él, aunque quizá hoy haya que sumar a esos dos sucesos nuestra crisis actual.

Judt no fue un euroescéptico tal como hoy se entiende en el Reino Unido. Tampoco, ni remotamente, como lo entienden los extremistas nacionalistas de diversos rincones de Europa. Sin embargo, como explica en este libro, nunca tuvo claro que la Unión pudiera funcionar. Aunque los editores en castellano del libro probablemente hayan hecho lo correcto al traducir el título –A Grand Illusion? en el original– es importante aclarar que en inglés illusionsignifica lo que “ilusión” solo en el sentido de “espejismo”, no de “esperanza”. Para Judt, el intento de crear una unidad política supranacional podía ser un bonito anhelo, pero también un proyecto imposible. Como explica en sus páginas, la Unión no nació por un idealismo exacerbado ni una súbita fraternidad entre países hasta entonces enfrentados. “La entidad europea que comenzó a emerger en 1950 fue […], en ciertos aspectos cruciales, un accidente. No fue algo predicho ni predecible, ni en su forma ni en sus integrantes.” Alemania quería volver a la comunidad de naciones respetables después de haber provocado la catastrófica guerra, Francia aspiraba a iniciar un proyecto que le permitiera conservar una grandeur bastante maltrecha, los Países Bajos esperaban por motivos comerciales que la economía alemana se recuperara y, como Bélgica, estaban dispuestos a casi cualquier cosa para que Estados Unidos no abandonara, exasperado, Europa. Gran Bretaña, y en eso seguimos igual, no lo tenía claro, pero tampoco le parecía mal. Algo, en cualquier caso, había que hacer para salir del hoyo.

La protounión fue creciendo –en contenido y en miembros– a trancas y barrancas, y casi siempre, insiste Judt, más para solucionar problemas políticos inmediatos que con una gran visión a largo plazo. “Cuatro fueron los aspectos de la situación europea en la década siguiente a la derrota de Hitler que contribuyeron a dar forma al especial contexto en el que se desarrolló la Europa occidental moderna”, afirma Judt: el impacto de la Guerra Mundial, la Guerra Fría, la devastación económica de finales de los años cuarenta y la revolución agraria subsiguiente, que permitió un inmenso aumento de la producción de alimentos y casi terminó con el hambre y la escasez. “Estas fueron transformaciones irrepetibles, únicas. Es decir, Europa occidental probablemente nunca volverá a tener que recuperarse de treinta años de estancamiento o medio siglo de declive agrario, o reconstruirse tras una guerra devastadora. Ni volverá a  unirse por la necesidad de hacerlo, o por la coincidencia de la amenaza comunista y el apoyo estadounidense. Para bien o para mal, las circunstancias de la posguerra, que actuó como la comadrona de la prosperidad de Europa occidental a mediados del siglo XX, fueron únicas, nadie más volverá a tener la misma suerte.” Si desaparece el recuerdo vivo de estas circunstancias, asegura, es posible que desaparezca también la viabilidad del proyecto.

Pero, diecisiete años después de la publicación original de este libro, ¿volvemos a tener esa misma mala y buena suerte? Sin duda, la espantosa crisis actual es menos espantosa que el hundimiento europeo tras la Segunda Guerra Mundial, y menos humillantemente tiránica que la que se vivió en el Este durante largas décadas. Sin embargo, la gran pregunta es si estas nuevas pero distintas dificultades, que Judt no podía imaginar en 1996, servirán una vez más para fortalecer el proyecto europeo o lo derrotarán para siempre. Una vez más, lo que está en cuestión no son los grandes ideales y las fraternidades multinacionales –aunque no estaría mal que algo de esto hubiera–, sino si sabremos crear mecanismos, aunque sean parciales, improvisados, nunca del todo satisfactorios, que permitan recobrar el bienestar de lo que es, a mi modo de ver, uno de los proyectos políticos más racionales e ilusionantes de los últimos siglos: la Unión Europea.

Tony Judt tenía razón en ser escéptico. “Así como la obsesión con el ‘crecimiento’ ha dejado un vacío moral en el corazón de algunas naciones modernas, la condición abstracta y materialista de la idea de Europa está demostrando ser insuficiente para legitimar sus propias instituciones y mantener la confianza popular.” Judt era un hombre de izquierdas y a veces su rechazo a la lógica económica capitalista puede no acabar de seducir a quienes no somos, como él, convencidos socialdemócratas. Pero eso es una discrepancia menor. Este libro tiene un puñado de lecciones que sirven aún hoy, especialmente hoy, para entender qué es el proyecto europeo y cuáles son las probabilidades de que salga adelante. Fue una desgracia inmensa lo que lo puso en marcha. Fueron pactos interesados, entre la política y el politiqueo, los que lo mantuvieron vivo. Hoy, después de su primera prueba crucial, los políticos no han demostrado demasiada rapidez ni contundencia, pero parece que la gran amenaza de la ruptura de la Unión y su moneda se ha alejado. Judt urge en ¿Una gran ilusión? a tener siempre en mente la Segunda Guerra Mundial y la desolación del comunismo si queremos que el proyecto funcione. Ojalá en unos años algún otro historiador pueda contarnos lecciones positivas de lo que estamos pasando hoy. Para que esa “gran ilusión” pueda ser una esperanza y no un espejismo. ~

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(Barcelona, 1977) es editor de Letras Libres España.


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