Tonantzin Guadalupe, de Miguel León-Portilla

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TONANTZIN GUADALUPEMiguel León-Portilla, Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el "Nican mopohua", El Colegio Nacional, Fondo de Cultura Económica  (Sección de Obras de Antropología), México, 2001, 202 pp.Se conoce con el título de Nican mopohua el relato en lengua náhuatl de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego en el Tepeyac y a su tío Juan Bernardino en Cuauhtitlan, y de la aparición de la imagen de la Virgen sobre la tilma de Juan Diego ante el obispo Fray Juan de Zumárraga (1476-1528-1548) en su palacio de la ciudad de México, ocurridas entre el sábado 9 y el martes 12 de diciembre de 1531. El título Nican mopohua, "Aquí se cuenta" en náhuatl, se deriva de las dos primeras palabras del texto, impresas en gruesos caracteres en su primera publicación, el librito impreso en 1649 cuyo largo título se conoce también por sus dos palabras iniciales, Huei tlamahuizoltica, "Muy maravillosamente", publicado por el bachiller criollo Luis Lasso de la Vega (1605?-1660?), capellán del santuario de Guadalupe. El Huei tlamahuizoltica incluye, además del Nican mopohua, textos introductorios, oraciones y el Nican motecpana, "Aquí se pone en orden", relato de algunos milagros atribuidos a la Virgen en los años que siguieron a su primera aparición.
     En un ambiente enrarecido por el aparicionismo clerical estrecho, resulta refrescante la reimpresión de Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el "Nican mopohua", de Miguel León-Portilla, que es la primera edición y traducción al español del Nican mopohua plenamente laica. Su autor, además, es uno de los más profundos conocedores y eficaces divulgadores de la lengua, literatura e historia nahuas de antes y después de la Conquista española. Por eso este libro no defrauda.
     De manera sensata, Miguel León-Portilla busca ubicarse más allá de la polémica sobre la historicidad de las apariciones de 1531, y precisa que los motivos que lo llevaron a intentar una nueva traducción del Nican mopohua son el tratarse de una joya de la literatura náhuatl y universal, y la indudable importancia del culto guadalupano en la historia toda de México.
     El propósito particular de León-Portilla es producir "un trasvase al castellano en el que cuanto sobrevive allí de la antigua espiritualidad nahua sea más fácilmente perceptible". De este modo, su traducción se diferencia de las anteriores, las cuales, aunque trataron de dar cierta idea de las expresiones nahuas, destacaron el mensaje cristiano del relato. No hay traducciones mejores ni peores: todas son complementarias, lo cual es aún más cierto en el caso de una lengua tan rica en significados y connotaciones como la náhuatl.
     Miguel León-Portilla tiene conciencia de la índole problemática de su empresa, pues agrega que afirmar que en el Nican mopohua
      
     hay vestigios del antiguo pensamiento y forma de expresión indígenas, supone esclarecer antes dos cuestiones principales. Una se relaciona con su contenido, la fecha aproximada en que fue compuesto y lo concerniente a su autor. La otra tiene que ver con la identificación misma de esos vestigios de la visión nahua del mundo y de la estilística prehispánica, perceptibles en el relato. (p. 16)
      
     León-Portilla trata estas cuestiones en los dos primeros de los tres capítulos de su introducción, que merecen atención cuidadosa.
     Como lo ha hecho en varias de sus traducciones del náhuatl, León-Portilla siguió a su maestro el padre Ángel María Garibay K. (1892-1967) y otros estudiosos, y dispuso el texto original y su traducción en líneas a modo de versos. Aunque este estilo de presentación ha sido criticado, por dar la idea de una supuesta poesía indígena con versos occidentales, tiene grandes ventajas por su claridad y su espontáneo lirismo. "No quiero poetizar el texto en la traducción —escribió León-Portilla—, lo cual sería hacerle agravio, ya que es poesía en sí mismo." (pp. 15-16)
     A diferencia de la excelente edición y traducción de James Lockhart y sus colaboradores (1998), la de Miguel León-Portilla no está dirigida sólo a los estudiosos de la lengua náhuatl, sino que aspira a llegar a un público amplio. Su mayor virtud es la sencillez y la claridad. León-Portilla optó por publicar su versión bilingüe sin notas, comentarios ni agregados. Muchas cosas quedaron explicadas en la introducción, muchas no; podrán surgir reparos sobre la traducción o la falta de alguna explicación, pero la sola presencia de los "versos" nahuas frente a los españoles ayuda al lector a acercarse a su sentido y lo anima a estudiar la lengua náhuatl. De igual manera, la introducción elude problemas y va siempre a lo esencial, y con ello induce a querer adentrarse en el rico entramado de preguntas que se teje en el Nican mopohua.
     Tonantzin Guadalupe de Miguel León-Portilla, que inicia su existencia con una modesta edición de dos mil ejemplares, bien puede convertirse en un clásico como su Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista, de 1959, que llegó en 1999 a su decimosexta edición, con un nuevo capítulo: "Lo que siguió."
     Existe, de hecho, congruencia y continuidad entre la Visión de los vencidos y Tonantzin Guadalupe, y en la obra toda de Miguel León-Portilla. Así como en la Visión de los vencidos se propuso restituir la imagen indígena de la Conquista de México (el reverso de La invención de América, 1958, de Edmundo O'Gorman), en su estudio sobre Los franciscanos vistos por el hombre náhuatl y en su edición y traducción de los Coloquios de los Doce de Sahagún y sus colaboradores (1564), León-Portilla se propuso transmitir algo de la visión indígena de la llamada Conquista espiritual. Así, en Tonantzin Guadalupe buscó restituir algo de la perspectiva indígena de la evangelización y de la tradición del milagro guadalupano.
     La restitución de los elementos autóctonos en el Nican mopohua es de agradecer por la belleza, la limpidez y la utilidad que entraña. Pero acaso no hace destacar suficientemente que, para aprehender los conceptos específicamente indios en el Nican mopohua, es necesario tener plena conciencia de los elementos cristianos. Un ejemplo: donde el Nican mopohua llama a la Virgen "in cenquizca ichpochtli Sancta María", León-Portilla traduce "la perfecta doncella Santa María", sin indicar que, como lo vio Louise Burkhart, los frailes utilizaron el término ichpochtli, "doncella", para traducir el concepto, ausente en náhuatl, de "virgen". Por ello, al poner sin más "perfecta doncella", no se restituye el pensamiento nahua, ajeno a la idea de una "doncella perfecta", y se pierde el pensamiento cristiano, porque la Virgen María se mantuvo eternamente virgen, mas no doncella, pues se casó con San José.
     No estoy seguro de que la búsqueda de la antigua espiritualidad nahua en el Nican mopohua requiera que su autor haya sido necesariamente nahua. Con base en un somero pero claro y bien documentado análisis histórico y estilístico, León-Portilla se adscribió a la opinión, sostenida por la mayor parte de los historiadores, de que el autor del Nican mopohua fue Antonio Valeriano (1524?-1605), de Azcapotzalco, el más ilustre de los alumnos nahuas de Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590) en la elaboración de su magna obra. Y aunque le da un trato irónico, León-Portilla acepta la hipótesis de Edmundo O'Gorman (1906-1995), según la cual Antonio Valeriano escribió el Nican mopohua en 1556.
     Bien pudo ser así. Y podría pensarse, además, que el móvil para que el arzobispo Montúfar mandara a Valeriano escribir la historia milagrosa que legitimara el culto a la Virgen de Guadalupe, devoción del arzobispado de México, fue que el Primer Concilio Provincial Mexicano, promovido por el mismo arzobispo y celebrado en la ciudad de México de junio a noviembre de 1555, exigió que se examinara las historias de todos los santuarios e imágenes, y se destruyera los que no tuvieran fundamento suficiente. Y podría agregarse también que el posible mediador entre el arzobispo Montúfar y Antonio Valeriano fue el humanista Francisco Cervantes de Salazar (1513-1575), quien en 1554 publicó y dedicó al recién llegado arzobispo sus Diálogos latinos, en los que por primera vez le habló de la iglesia del Tepeyac, el Colegio de Tlatelolco y el convento de San Francisco, lo mismo que de Antonio Valeriano y de Fray Francisco de Bustamante (1485-1562), escenario y personajes del drama guadalupano de 1556.
     León-Portilla refuerza la autoría de Valeriano señalando que el Nican mopohua es la
      
     obra de un profundo conocedor de esa lengua […] familiarizado con muchos aspectos del antiguo pensamiento nahua. Entre otras cosas había tenido acceso a cantares de la tradición indígena, así como a textos del género de los huehuetlahtolli, la "antigua palabra". (p.87)
      
     El náhuatl del Nican mopohua es tan elegante, sutil y refinado, que se cree imposible que un español del siglo XVII haya podido escribirlo. Pero debe considerarse también que en esos momentos se estaba dando un auge en el estudio del náhuatl, impulsado por los jesuitas en la Universidad de México y en sus colegios. De cualquier manera, queda el hecho fundamental de que el lenguaje del Nican mopohua no es sencilla o espontáneamente náhuatl, sino que es el fruto de un esfuerzo deliberado de construcción y filtración: es un lenguaje formado en los conventos de los frailes y rescatado en los colegios de los jesuitas. Pero también aceptado e internalizado por los indios. –

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(ciudad de México, 1954) es historiador. Autor, entre otros títulos, de Convivencia y utopía.


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