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Daniel Alarcón

De noche andamos en círculos

Traducción de Jorge Cornejo

Barcelona, Seix Barral, 2014, 378 pp.

De noche andamos en círculos, la nueva novela de Daniel Alarcón (Lima, 1977), abre con un epígrafe de La sociedad del espectáculo (1967), el famoso tratado de Guy Debord que muestra a la sociedad moderna como un lugar donde la vida social ha sido colonizada por el espectáculo y las relaciones entre las personas se han convertido en mera representación. Nada es, pues, genuino; todos fingen: si solo pueden entenderse a través del espectáculo es porque “el espectáculo está en todas partes”.

Esta idea debordiana de la sociedad como un teatro abierto donde prima la mercancía y nadie puede dejar de actuar es fuerza gravitante en esta segunda y esperada novela de Alarcón, que cuenta la historia de Nelson, joven actor y dramaturgo diletante elegido para formar parte de Diciembre, la legendaria compañía de teatro de su mentor secreto, Henry Núñez.

La vida de Henry, como la de todos los personajes, no ha sido fácil. El relativo éxito que tuvo con su obra política El presidente idiota es eclipsado por su injusto encarcelamiento, el duelo tras la desaparición de su joven amante presidiario, y un presente difuso en el que resuenan los ecos de una guerra civil que acabó con su grupo de teatro, destruyó a su familia y lo convirtió en taxista.

Quince años más tarde, incentivado por el Patalarga, único sobreviviente de Diciembre, la compañía se rehace para emprender una gira por las geografías rurales de un país latinoamericano innombrado. Nelson, adoptado con mano dura y paternal por Núñez, es el nuevo integrante de la troupe teatral. El trío de actores sale de gira en afán escapista, buscando huir tanto de su realidad como de sí mismos. Es entonces cuando el giro debordiano anunciado por el epígrafe cobra consistencia. La idea subyacente a este teatro ambulante es, según Henry, “entrar al mundo de la obra y escapar de mi vida […] salir de la ciudad y entrar en un universo en el que todos éramos distintos”. El proceso de adiestramiento de Nelson consistirá, de esta forma, en dejar de ser Nelson dentro y fuera del montaje, en entender que el escenario es siempre relativo y que “la obra es distinta cada vez. Que no importa si te equivocas. Los errores no existen”.

Algunos de los aciertos de este inteligente thriller político ya estaban presentes en los dos primeros libros de Alarcón. Desde los relatos de Guerra a la luz de las velas (2006), la voz narrativa del autor se distinguía claramente por una prosa ágil, precisa y elegante que, pese a su aparente simpleza, lograba seducir al lector por la belleza de sus imágenes y el cuidadoso trabajo en el perfil de sus personajes.

Sean principales o secundarios, Alarcón es hábil para darles a estos una vida propia y consigue diferenciarlos a través de una sola, sugerente, pincelada. En De noche andamos en círculos esta labor casi artesanal de refinamiento privilegia el detalle y la acción. A través de los pormenores y los pequeños trazos, en apariencia irrelevantes, Alarcón muestra el mundo interior de sus personajes sin abusar del adjetivo. De esta manera, por ejemplo, podemos saber que Fernando, el hermano de Nelson, es huraño y egoísta porque “sabía exactamente cómo poner fin a una conversación”, o percibir cierto envilecimiento en el mismo Nelson, a través de su risa que “era extraña, en el sentido de que no contenía una invitación a reírse con él”.

La indeterminación del espacio, por otra parte, algo que Alarcón ya había explorado en su primera novela Radio ciudad perdida (2007), consigue ampliar el espectro de lo aludido y adaptarlo sin fisuras a cualquier país de América Latina. Más allá de las referencias que remiten al Perú (la matanza de los penales o la caída de una ominosa dictadura, por citar dos), la mirada melancólica de su narrador-personaje no solo se detiene en los enigmas de la trama detectivesca, sino que deja además constancia del desencanto por los resultados de una serie de procesos políticos comunes a la región. No en vano algunos de los conflictos relevantes de sus personajes se enfocan en las consecuencias degradantes de la violencia política y en su invisibilidad sistemática como ciudadanos olvidados de este imaginado país (“Era un pueblo donde en vez de morir, la gente desaparecía muy lentamente, como una fotografía que se desdibuja con el tiempo”).

El otro gran mérito de esta novela es su compleja arquitectura. Pese a su diversidad técnica y a una arriesgada apuesta formal en la que destacan los diálogos intercalados y los continuos saltos temporales, De noche andamos en círculos se lee con interés y tiende a elevar la tensión narrativa a través de repentinas vueltas de tuerca. Organizada como un largo racconto en el que se utilizan con solvencia herramientas propias del género policial (un narrador que investiga un hecho criminal usando las armas del periodismo y la etnografía), la novela de Alarcón mantiene y renueva el interés del lector hasta un final inesperado que es tan perturbador como ambiguo.

Anoté al inicio de este texto la pertinencia del epígrafe de Debord tanto en la trama como en el subtexto de la novela, pero habría que puntualizar que el conflicto de la representación que desfigura la identidad de las personas no es exclusivo de los tres actores de Diciembre. En De noche andamos en círculos todos están fingiendo o pretendiendo ser otros: desde Mónica, la madre de Nelson, que envía cartas de queja a los periódicos a nombre de su difunto esposo, hasta Rogelio, el amante de Henry, que asume en silencio un delito del que es inocente aunque sepulte su vida en la cárcel. Incluso el mismo narrador-personaje parece obsesionado con un reportaje sobre la vida de Nelson que probablemente nunca aparezca impreso.

Esta leve inconsistencia, que no define una motivación verosímil sobre la importancia del narrador presencial –un espectador que deja de ser testigo para convertirse en pieza clave de un drama que es finalmente ajeno–, sea acaso el punto más débil de toda la construcción ficcional. Breve apunte que no modifica ni daña en absoluto la calidad de esta novela impresionante y poderosa con la que Alarcón confirma todos los buenos pronósticos que se tenían sobre su talento y sobre su ambicioso y consistente proyecto narrativo. ~

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(Lima, 1977) es escritor. En 2012 publicó la novela Bioy (Destino)


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