Inundaciones y El mapa de sal, de Iván de la Nuez

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En su reciente libro de ensayos Inundaciones, igual que ya hizo en El mapa de sal (2001) que ahora reedita Periférica, Iván de la Nuez desarrolla la reformulación heroica del Calibán shakespeariano que hizo en su día Roberto Fernández Retamar y postula que el eje de las controversias de la cultura latinoamericana del siglo xx ha sido la batalla intelectual del sujeto histórico latinoamericano –del cual el cubano es epítome– para construir su modernidad, forzado a elegir entre Próspero (el pragmatismo estadounidense, la cultura de masas, el pop) y Ariel (la alta cultura europea, la espiritualidad, el surrealismo). Desde la revolución, dice De la Nuez, “el sujeto histórico cubano ha aparecido a menudo identificado con Calibán, paradigma de la barbarie y la rebeldía, siempre necesitado de optar y renegar entre Próspero o Ariel, odiando a ambos y necesitando a ambos”. A fin de entrar en el Primer Mundo, el propio arte cubano de la era posmoderna ha optado por acentuar esa barbarie implícita de su cultura e identificarse con una versión estetizada y culturalmente rentable de Calibán, “el isleño a quien Próspero arrebatara su isla e impusiera su lengua”.

El regreso periódico de esta extendida metáfora shakespeariana solamente extrañará a quienes no estén familiarizados con la obra de De la Nuez: sus libros no se suceden como variaciones de un mismo libro, a la manera de tantos ensayistas, ni tampoco como aplicaciones “locales” de un canon intelectual propio. Ni siquiera me parece que las distintas entregas de su proyecto ensayístico se puedan considerar exactamente piezas de un mismo edificio intelectual o, como dice Rodrigo Fresán de sus propios libros, “habitaciones de una misma casa”, ya que eso supone una naturaleza sistemática que la obra de De la Nuez elude, a la vez que excluye un concepto de crecimiento orgánico que es muy característico de su escritura. En realidad, la metáfora más útil –tal vez la única– para describir la escritura de Iván de la Nuez es la metáfora cartográfica que él mismo formuló hace una década en El mapa de sal, cuyo proyecto de disidencia engloba el conjunto de su obra: “Yo escribo este libro –dibujo este mapa– con la pretensión mínima de cartografiar el presente. Yo dibujo este mapa –escribo este libro– para invadir el futuro.” Dicha invasión se ejecuta “entre la revolución social naufragada y la pequeña revolución privada que es preciso llevar adelante para mantener en forma una mínima disidencia con el mundo: y será una invasión exitosa en la medida en que no favorezca a ninguna parte y las desestabilice a todas. En la justa medida en que construya una erótica […] por las pulsiones y estremecimientos que consiga poner en juego a su alrededor […] He ahí la faz contundente del mapa de sal: emplear los usos que sean para que siempre quede un Muro por hacer estallar”. El proyecto del mapa de sal lleva más de una década creciendo, y su autor lo compara con la saeta de Lezama Lima, donde no importan el origen ni el destino sino la trayectoria y la propia supervivencia. Libro a libro, el mapa crece igual que crecen los mapas del cartógrafo premoderno, cuyas virtudes ha alabado De la Nuez en numerosas ocasiones: la exploración a ciegas, la incursión en la intemperie.

Inundaciones es el libro más ambicioso de Iván de la Nuez hasta la fecha; recoge dos décadas de escritura para publicaciones como Lápiz y Babelia y de trabajo teórico como comisario de arte, y regresa por tanto a los textos que sirven de base a los tres libros que lo preceden: La balsa perpetua (1998), El mapa de sal (2001) y Fantasía roja (2006). La idea de inundación que da título al libro es lo más parecido a un mito fundacional de la obra de De la Nuez, y alude a la transformación en 1989 de Occidente en un mundo multiperiférico, donde la caída del Muro de Berlín funciona como big bang multidireccional que fractura todas las fronteras geográficas y sociales e inunda simultáneamente las periferias de formas culturales occidentales y Occidente de las formas periféricas. Inundaciones también presenta al lector el atractivo de transformar en verdadera travesía épica (los libros de Iván de la Nuez, igual que los de su admirado Peter Sloterdijk, se leen como si fueran novelas) el que a mí me parece indudablemente el eje de su obra.

Me refiero a la oposición, en ese paisaje inundado, entre los dos caminos que se le presentan al sujeto-Calibán de la metáfora inicial de este artículo: la nostalgia melancólica versus la supervivencia a la intemperie.

Por “nostalgia melancólica”, término inspirado en La jaula de la melancolía de Roger Bartra, De la Nuez se refiere a un elenco de formas políticas y culturales carcelarias destinadas a atenazar el pensamiento, mantener silenciado al “bárbaro” contemporáneo y perpetuar la autoridad cultural de Occidente. Son nostálgicas las autoridades neocon del exilio cubano en Miami, con su edulcoración de la Cuba prerrevolucionaria como origen maravilloso de la cubanidad y también la nostalgia por la “inmanencia misma de una isla que pese a todas sus catástrofes vendría acompañada de autenticidad”. Son nostálgicos los líderes de la Revolución Cubana, tras renunciar al ideal universalista de los sesenta a favor de una
reivindicación neo-origenista de la raza y las raíces. Está la nostalgia de Occidente, que necesita “codificar territorios exóticos para poder asumir de manera simple las culturas complejas que existen más allá de sus mares, al punto de no reconocer siquiera el carácter occidental de algunas, como es el caso de la latinoamericana”. Son nostálgicos los turistas revolucionarios de los que habla Fantasía roja: esa “nutrida tropa de filósofos, músicos, novelistas, poetas y cineastas que han convertido Cuba en el destino particular de sus fantasías revolucionarias, la encarnación de su sueño redentor o la terapia ideal para colocar en otro sitio –pintoresco y lejano– su desasosiego con el malestar de la cultura en Occidente”. Todos permanecen congelados en ese gesto reverencial que adopta Sartre en la foto de su encuentro con el Che, cuando ve materializada la síntesis de la mayor fantasía revolucionaria: “recibir el fuego del Che en persona”. Son nostálgicos los escritores, músicos y artistas latinoamericanos que “se han apuntado a todos los tópicos habidos y por haber para configurar el folclorismo contemporáneo”. Y son nostálgicos los multiculturalistas, con su adoración del sujeto étnico y de las raíces y con su “inserción selectiva del margen” en el discurso institucional de la cultura. Sus dispositivos institucionales de inclusión de las periferias no son más que una nueva estrategia poscolonizadora encaminada a restituir la autoridad cultural de Occidente: mientras el crítico occidental siga “comprando allá para vender aquí, reintegrándose a los centros desde un viaje circular que comienza y acaba allá mismo, su benévolo gesto no podrá cambiar el sentido perverso de un esquema que deja a la periferia su exhibición y a Occidente la conciencia crítica de la misma”.

Como puede apreciarse por el párrafo anterior, la diatriba ocupa un puesto muy central en la ensayística de Iván de la Nuez. Y sin embargo, pese a la lucidez a menudo hilarante de dicha diatriba, con sus incursiones frecuentes en la sátira, es la parte afirmativa de su ethos, su proyecto de supervivencia a la intemperie, la que marca la diferencia. En última instancia, el mapa de sal creciente y cambiante de Iván de la Nuez tiene como fin romper el círculo vicioso planteado por la metáfora extendida de La tempestad, “resistirse a la idea de un Calibán al que sólo le queda ‘maldecir en lengua ajena’, enfrentado a Próspero” y “perseguir ese momento en el que Calibán, percatado de la inutilidad de su lucha, opta por abandonar la isla y atraviesa el océano para explorar y sobrevivir, dejando algún rastro en el mar”. Esa es la base del proyecto de Iván De la Nuez, esa reinvención del porvenir que él denomina “una cruzada de sal en la intemperie”. La huida de Caliban de la isla. Dejarse llevar hasta la intemperie vital e intelectual desprotegida por los sistemas de pensamiento y poder existentes, esa intemperie que en sus primeros libros tenía su metáfora central en la huida del balsero a través del océano. ~

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