Del ojo al hueso, de Olvido García Valdés

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LA LINEA DE SOMBRA                  Olvido García Valdés, Del ojo al hueso, Ave del Paraíso, Madrid, 2001, 116 pp.            
     Todos los libros que ha publicado Olvido García Valdés cruzan siempre una línea de sombra, son meridianos en un progreso de crecimiento existencial y poético. "Cada libro es un tramo de tu vida", ha escrito la propia poeta. Los primeros tienen su centro en un lugar personal de la existencia; era un núcleo diseminado y muy activo en las metamorfosis, pero profundamente personal e íntimo: el nido, el ovillo. El nido corazón. Toda la diversidad del mundo (de las palabras en su poesía) era contemplada con la energía de lo que se llamó "la percepción escindida", la extrañeza. Esa extrañeza se dirimía ya en el conflicto con el cuerpo, la subjetividad heredada y la vivida paso a paso ("ocultar los bordes de la herida").
     Ha madurado esta poesía con un pensamiento que no separa razón y corazón, que persuade y emociona, gracias a una extraordinaria cualidad plástica y sensitiva, una afilada belleza. Lo uno con lo otro da lugar al pensamiento poético, sensible y material, imaginado. Expresión, conocimiento y emoción van unidos porque no se trata nunca de un saber previo al objeto, al poema: todo se dirime dentro del mismo ciclo.
     Se produce ahora en este libro un hecho de extrema y rara naturalidad: vida y muerte están en su médula entretejidas, convocadas con una energía productiva de sentido poético, desde el arranque mismo. Hay una dialéctica, pues ya no se oponen lo blanco y lo negro, conviven indisociables, por la fuerza de una escritura que, acrecentada libro a libro, teje, pelea y une. A diferencia de aquella proclama del joven Aragon: "No existimos más que en función de este conflicto, en la zona donde chocan lo blanco y lo negro. ¿Y qué me importa a mí lo blanco o lo negro? Ellos pertenecen al reino de la muerte", ahora el conflicto se hace poético, no mediante la oposición, sino gracias a que es pura vida, escrita desde su misma raíz, en contradicción productiva de sentido. Recogen el ojo y la voz, con cuidados y atenciones, naturalezas, modos sociales y políticos, figuras, en una rara fenomenología, un herbario vivo en el que se muestra la diversidad del mundo. En una poesía que no convoca a las imágenes por asociación libre, es la propia lengua la que genera sus metamorfosis, cuerpo y música que procede, dentro del poema, mediante un montaje por grados y, de pronto, saltos absolutos, tal como pedía Kierkegaard para la razón. La sintaxis practica incisiones en el cuerpo del poema. Organicidad crecida sin la férula del yo, que sólo quiere ser pura atención y cuidado, pero emite sentencias de la razón poética: "El mundo es fantasmal y está vivo". Vivos están los sentidos, al moverse en los diversos tiempos, incluido el mítico. O en espacios instantáneos, alumbrados por la extrañeza o por la vida bulliciosa. Y cada tanto, llega un poema que parece contener el libro entero, trenza, melodía metamorfoseada, no se interrumpe. La repetición genera una sintaxis móvil y fluyente, como quiso Lezama: "Toda simetría verdadera genera una simetría traslaticia". Pero se trata de un ciclo, un "aliento" que hace visible el retorno de todo lo nombrado, bajo diversas especies, desvelamiento de dones: "Como si un cuervo nos trajera pan y carne", modos del pensar: "la corriente/ continua de la vida se derrama/ en la apariencia presente".
     Al leer este libro a uno le parece estar tocando con la yema de los dedos un viento poderoso que sólo su autora es capaz de contener. Con el poder que da la oscuridad de la palabra doble: lo dicho y lo que nunca se dirá. Se agruma el sentido, se atrae, se convoca mediante una escritura que comunica pálpitos de una fuerza extrañadora. La voz queda afectada y el pensamiento se hace carnal y material, crítico, poético. Hay siempre un borde, un límite: la contención de un exterior ilimitado, un neutro, un agolpamiento. Esto se logra gracias al orden de un fraseo compositivo, que indaga, argumenta, volviendo sobre sí mismo. La distancia primera que toma la intimidad se ha vuelto identificación, raíz de la gran poesía.
     El último capítulo, trabajado en cercanía con el pintor Anselm Kiefer, abre el acceso a una ilimitada planicie del sentido: diversidad y retorno se hacen cuerpo, ritmo de lo atraído por el peso y la levedad. Porque peso y levedad, contención y tumulto son, de siempre, los modos musicales de Olvido García Valdés. ¿Cómo es posible que un libro con tal sobreabundancia deje en el lector un sentimiento de levedad? Pero así es toda poesía que añade un valor nuevo al mundo: nunca lo impone. Saber y no saber, ver y no ver, un tercer jardín, el ojo y el hueso enraizados. Un libro que le dice al lector, en cada lectura, lo mismo que oyó Teresa de Jesús para nuestro raro consuelo: "No tengas pena, que yo te daré libro vivo". ~

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