Reventar de risa

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Durante algunas pesquisas que realizo sobre algunas diosas más o menos remotas, me topo con un libro interesante que combina casualmente con dos tópicos relacionados con la obra de Octavio Paz.
     El primero: en el índice de Baubo. La vulve mythique (1983), del exacto mitógrafo y etnopsicoanalista húngaro Georges Devereux, me intriga un capítulo titulado “El rostro del vientre”. Comienza explicando los chistes en que “se confunde el rostro con el ano”, tópico antiguo, prestigiado en castellano por las Gracias y desgracias del ojo del culo de don Francisco de Quevedo. Conjunciones y disyunciones (1969), el prólogo de Paz a Picardía mexicana de Jiménez, comienza con el mismo asunto, a partir del extraño grabado de José Guadalupe Posada que representa a una enana de culo malencarado.
     El estudio sobre Baubo trata de las divinidades vulvares, o más bien, de la deificación de la vulva en las protohistorias hindú, egipcia, persa, japonesa y hasta nahua, que al parecer posee una diosa vulvar llamada Icuina. Arraigan todas en su avatar griego, esta diosa Baubo, también llamada Iambe, que “personifica” la vulva como Priapo el pene. Es comprensible que posteriores culturas monoteístas —siempre falocéntricas y misóginas—, hayan erradicado su culto con particular determinación. La diocesilla es, en efecto, poco evocada en la bibliografía y se conservan de ella si acaso un par de imágenes. La más importante muestra a una dama jocosa de piernas abiertas que “cabalga una cerda obesa”, como escribe Goethe en el Fausto (Goethe tuvo que ver una estatuilla romana con esas características que hubo en Berlín, ahora desaparecida). A pesar del velo púdico que la recubre (las diosas tienden a pervivir, como lo supieron los románticos, Paz incluido), sostenemos cotidiano trato con otra de las representaciones de Baubo que sobrevivió las fiscalías adversas a los cultos vulvares: el pan que circulaba en el mediterráneo durante las fiestas de las diosas hogareñas, cuyos herederos hoy pululan por todas partes: es el pan que en México llamamos bolillo, “pan francés” en el norte y virote en el occidente. En Guadalajara, el pan de Baubo tiene un explícito avatar en las sabrosas “puchas”, palabra que en otras regiones nombra popularmente a la vagina.
     Las atribuciones de Baubo son muchas y de tan amplios registros que sería vano siquiera enumerarlas. La principal es que representa un tipo de indecencia benéfica, asociada al humor, a la risa y al placer de la fertilidad. Este atributo propicio se resume en una escena del arcaico Himno homérico a Deméter, cuando la Madre de la tierra llora a Perséfone, su hija raptada por Hades, y cae en un dolor que la devasta, y con ella a la naturaleza entera, que comienza a agonizar. Cuando la devastación parece imparable aparece Baubo en su cerda. En presencia de Deméter, la diosa hace una serie de gestos hilarantes y vulgares que festejan el poder de la vulva para gozar, pero también para parir: una danza para que Deméter ría y para que recuerde que puede recuperar a la hija perdida. Devereux discurre largamente sobre la naturaleza de esos “gestos” para concluir que se trata de impudicias y visajes “burlones” que habrán incluido una danza coital y lo que el Mythographus Vaticanus llama “sonidos obscenos” que, concluye Devereux, “necesariamente significan pedos”. Estos pedos hacen a Deméter “estallar en carcajadas”, la sacan de su angustia, la restauran como la eléusica que vigila el equilibrio entre la vida y la muerte, y la convencen de parir poco después a Cora, hermana (y avatar) de la raptada Perséfone. Así pues, el mundo es salvado por un pedo. Con esta singular terapia, Baubo-Iambe inaugura una tradición festiva y burlesca de tal relieve que los versos iámbicos —respiración básica de la métrica griega— originalmente se emplearon en la confección de poemas burlones y obscenos (iambizein) en que vulvas y pedos juegan papel preponderante.
     En Conjunciones y disyunciones, Paz dice que el culo carece de sentido del humor. Propone que si la sonrisa constata nuestro trato con los demás, la carcajada lo oculta. Es decir, que la sonrisa es inteligente, cerebral y social, mientras que la carcajada es intuitiva, espásmica y tumultuaria. El culo, así, no sólo carece de inteligencia: es su negación. “Las explosiones del culo nos borran la sonrisa de la cara”, agrega, “reventamos de risa”, volvemos a la infancia, quedamos fundidos “con la risa general, con el gran estruendo fisiológico y cósmico del culo”. La gran carcajada de la Madre Tierra (Deméter) desata el mismo estruendo y, es obvio, coincidiría con la interpretación del poeta: el culo carece de sentido del humor, mas su fanfarria estallante ahoga la necesidad de humor, y hasta de sentido. Es “la risa loca” que es “la metáfora del placer”, un bang no tan big como el de los evolucionistas, pero que no obstante salva al mundo. La “risa loca” como deseo de suceder, como emulación doméstica de ese estruendo cósmico fundacional, dice Paz, preñado de preñez. Que Paz no aluda al mito de Baubo, Deméter y el flato salvador, supongo que por ignorarlo, no deja de refrendar que los mitos forman, como quería Jung, parte del inconsciente colectivo.
     Me llama la atención que las fuentes arcaicas, y Paz en su estudio, utilicen para describir al pedo la semántica de la explosión. Los pedos, en efecto, estallan, revientan o explotan: denotan una descarga de energía y, como sucedió con Deméter, una descarga de levedad, con su gracia erótica, que pone al cuerpo por encima del lenguaje y del gesto. Ésa podría ser también su función “burlona” durante el coito o los juegos precoitales, como se documenta en escritos de tantos escritores para quienes el pedo es un signo de admiración en la página del deseo, como Sade, Lawrence, Joyce o Breton, aficionados (al igual que Mozart) al “ruiseñor de los putos”, como les dice Quevedo (en su España del xvii, “puto”, hay que recordarlo con Francisco Rico, significa bandido).
     El segundo tópico (la segunda casualidad): al poco tiempo de leer el libro de Devereux, encuentro una plaquette de Paz tan rara que ni siquiera la registra mi amigo Hugo Verani en su minuciosa Bibliografía crítica de Octavio Paz (1931-1996). Se titula Agua y viento, fue publicada por las Ediciones Mito de Bogotá en 1959 y recoge cinco poemas que irían a dar a Salamandra (1962). El que da título a la pequeña colección es, quizás, el poema erótico más enfático y enigmático de Paz. Quizás más sexual que erótico, el poema es un ardiente recorrido por el cuerpo de una mujer “estallando” en un orgasmo. Es sorprendente que, en la cúspide de la pasión, escribe Paz con desenfado,

…tus pedos estallan y se desvanecen…

El verso fue modificado en las versiones sucesivas del poema y la palabra pedos se convirtió en quejas. Misteriosa substitución que podría explicarse si “quejas” se emplease como sinónimo de “gemidos”. Me divierte imaginar que, a pesar de la posterior reescritura, durante ese momento ardoroso, Paz habrá reventado de risa con su pequeña Baubo. –

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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