Representar la música

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La pasión que la música ha encendido en los devotos al logos está documentada: en Los músicos callejeros, Virginia Woolf escribió: “la música provoca en nuestro interior algo salvaje e inhumano como ella misma”; de ella George Steiner dijo que se trata de “un medio seductor de una intuición reveladora más allá de las palabras, más allá del bien y del mal, en el cual el papel del pensamiento tal como podemos comprenderlo sigue siendo profundamente elusivo”. Son famosas las descripciones literarias que intentan explicar el puente directo entre la música y lo sublime; Friedrich Nietzsche y Ezra Pound compusieron algunas piezas. Sin embargo, como aceptan Woolf y Steiner, la música tiene algo que no puede ser descrito y que nos elude, tal vez porque el lenguaje mismo tampoco ha terminado de representar del todo a la realidad.

¿Será posible entender la estrecha relación entre los seres humanos y la música, pero también los alcances del lenguaje musical, a través de las artes visuales? La exposición El arte de la música busca explorar ese vínculo, a través de las obras de Toulouse-Lautrec, Degas, Dalí, Matisse y Kandinski, entre otros. No existe, por supuesto, una sola forma de representar el valor social de la música ni todas las piezas expuestas buscan “traducir” los sonidos al lenguaje pictórico. Por ese motivo, la curaduría, propuesta por The San Diego Museum of Art en colaboración con el Museo de Bellas Artes, está organizada en tres núcleos: “Motivos”, “Social” y “Formas musicales”.

Roxana Romero, subdirectora de comunicación y enlace del museo, explica que el primer núcleo “aborda la forma en la que los artistas de distintas épocas han desarrollado una serie de piezas en las que los músicos tienen atributos morales, divinos; son motivo de representación a partir de su implicación con el instrumento o con la música”. Un ejemplo de este tipo de representaciones es la manera en que Jean-Baptiste-Camille Corot imaginó a Orfeo abriendo los oscuros caminos del Hades con su lira para resucitar a Eurídice.

“Social”, de acuerdo con Romero, incluye “festividad ritual y popular, la corte, el amor y la parte dedicada al escenario. Son los ritos sociales en los que la música es predominante y un personaje importante”. Un aspecto que se aprecia en trabajos como Moulin Rouge: La Goulue de Toulouse-Lautrec o La bailarina de Degas. “Formas musicales”, a su vez, no alude a las “formas de representación” de la música sino a las de visualización: “los artistas intentan visualizar la música”, explica la también historiadora del arte, “ponerles colores a los sonidos o formas a las melodías”. De esta sección, sobresalen los ragamalas, pinturas que representan las melodías conocidas como ragas en la India, 16 de Oskar Fischinger, que experimentó con la sinestesia, y Motivo de “Improvisación 25” de Kandinski.

Sin embargo, El arte de la música no se limita a la pintura. Un programa adicional contempla conciertos en vivo y visitas especiales. A su vez, el museo presentará un ciclo de películas relacionadas con el tema que fueron proyectadas en abril en la Cineteca Nacional: Un americano en París, Ensayo de orquesta, Crónica de Ana Magdalena Bach, Berlín, sinfonía de una gran ciudad, por mencionar algunas cintas clásicas.

Entre las iniciativas más interesantes se encuentra la asociación entre la institución y el servicio de música en línea Spotify, un proyecto que lleva tres años y que hace de Bellas Artes uno de los primeros museos en el mundo en tener una cuenta oficial y ofrecer recorridos musicalizados. Para esta muestra se crearon cuatro playlists curadas por Alondra de la Parra, Horacio Franco y Julieta Venegas, entre otros. Disponibles a través del perfil del museo (mbellasartes), es muy recomendable la lista curada por De la Parra, que tiene a Monteverdi, Debussy, Bach y Revueltas, así como la de Franco, con estupendas piezas de Vivaldi y Telemann. Se trata de un experimento divertido que demuestra que las disciplinas artísticas llevan siglos nutriéndose las unas a las otras, inspirándose entre sí e incluso asociándose en inolvidables colaboraciones. El eco evidente es Cuadros de una exposición de Mussorgsky, que intenta recrear musicalmente la muestra del pintor Víktor Hartmann, amigo del compositor.

El mensaje resulta claro cuando uno considera las piezas de la exposición y los esfuerzos adicionales como un todo: desde siempre, la música ha ocupado un lugar central para los seres humanos, ya sea como parte de un rito comunitario o de una industria multimillonaria en cambio constante. Sin duda, El arte de la música es una de las actividades más completas que ha ofrecido hasta el momento el Museo de Bellas Artes, indispensable para quienes disfrutan de las artes visuales y especialmente atractiva para los melómanos. ~

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Maestra en filosofía, publicista y aficionada a la música clásica


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