La larga travesía de un fotógrafo errante

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Eslovaquia, 1967: dos columnas humanas flanquean a una difunta depositada en un féretro bañado por la luz lechosa que se cuela por la mísera ventana de una cabaña gitana. Sentimos la magnificencia muda del momento. Hay algo teatral, rictus de dolor, las mujeres envueltas en toquillas miran al frente, algunas con bebés en los brazos, una niña con el rostro iluminado mira a cámara. El silencio tiene la intensidad de un drama épico: el fotógrafo es uno más en el funeral. Esta es una de las ciento cincuenta imágenes del legendario fotógrafo checofrancés Josef Koudelka que integran la retrospectiva Nacionalidad incierta y, al contemplarlas, se imponen dos preguntas que van más allá de una obra artística construida en torno a la identidad, la historia, el desarraigo y el paisaje como espejo del hombre. Esas preguntas son qué significa ser fotógrafo y qué es una buena fotografía. Para Koudelka, miembro pleno de la agencia Magnum desde hace más de cuatro décadas, las respuestas están claras. Por eso sus instantáneas, al margen de cuál sea el formato elegido (35mm, medio, panorámico) aunque siempre en un recurrente blanco y negro, son tan reconocibles. Una buena imagen, para este ojo infatigable que anduvo errante más de tres lustros a lo largo y ancho de Europa convertido en apátrida, y al margen de la ley como su homónimo Josef K. en el relato kafkiano, es aquella que es capaz de explicar una historia diferente a cada espectador. Fundiendo la mirada documental con la artística a través de su lente, captó imágenes que se incrustan como la hiedra en la mente del espectador, resultado de sus años de convivencia con troupes de teatro y comunidades gitanas, a las que llegó atraído por la música tradicional, de su arrojo denunciador ante la irrupción de los tanques soviéticos en las calles de Praga, a la cual se despojaba de su floreciente Primavera para sumirla en un prolongado invierno, o de su peregrinaje por ferias y fiestas populares alrededor de Europa Occidental. Siempre en camino, tercamente independiente, durmiendo a campo raso, sin aceptar encargos que coartaran su insobornable mirada, Koudelka ha erigido una obra incontestable sobre el malestar y el desarraigo del siglo XX, reinventada en cada proyecto con la sintaxis que impone el uso de una cámara distinta, y cuyas reflexiones siguen siendo válidas para confrontar los males presentes. Sus libros, también exhibidos en la muestra junto a los materiales de preparación, son el medio de expresión por antonomasia de sus proyectos artísticos, donde se hace más evidente su método tenaz, tal vez vestigio de su formación como ingeniero, basado en seleccionar, ordenar, probar y reevaluar su archivo. Koudelka ha dedicado años a reconfigurar las maquetas de GitanosExiliosCaos o El triángulo negro, para gran desesperación de su editor y amigo Robert Delpire. Desde las páginas de sus primeros estudios, que sorprenden por la libertad de experimentación al recortar y recomponer sin complejos las imágenes para descubrir lo maravilloso en lo cotidiano del negativo, hasta la monumentalidad de sus últimos paisajes panorámicos, asistimos a la progresiva desaparición de la figura humana, que ha dejado tras de sí un territorio herido. Murallas, ruinas, cascotes, concertinas, minas a cielo abierto, chimeneas humeantes, muros acribillados, grandes bloques de hormigón y espigones que marcan un límite artificial al mar pueblan una cartografía de la desarmonía en el habitar del hombre en el mundo. En 1968, Koudelka fotografió su muñeca en primer plano mostrando la hora que marcaba su reloj de pulsera con el perfil de Praga en el horizonte. El tiempo se había detenido tanto en la película sensible como en las calles vacías, una prefiguración de los paisajes modernos koudelkianos que reconfiguran nuestro concepto de lo sublime. En uno de ellos, en la Rumanía de 1994, una panorámica nos muestra las aguas del delta del Danubio surcadas por una barcaza que transporta una estatua de un Lenin defenestrado, rumbo a ninguna parte, como en los encuadres sostenidos de Theo Angelopoulos en La mirada de Ulises. En el prólogo a uno de los libros de Josef Koudelka, el poeta polaco Czesław Miłosz dijo que el exilio te destruye, pero que si no lo consigue te hace más fuerte. Estas dos fotografías, una de 1968 y otra de 1994, atravesadas por la idea del tiempo, jalonan una travesía: la que va de P. P. –el anónimo “Prague Photographer”, rúbrica bajo la cual se vio forzado a firmar algunas de las cinco mil fotografías que disparó en apenas siete días durante la invasión soviética– a J. K., firma con la que acompaña las imágenes que da por buenas en el archivo de Magnum. ~

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(Barcelona, 1976) es traductora y fotógrafa. Entre los autores que ha traducido al español se encuentran Vasili Grossman, Lev Tolstói, Yevgueni Zamiatin y Borís Pasternak


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