Hacia un país de lectores sin librerías

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Desde que el presidente Vicente Fox presentó Hacia un país de lectores hace poco más de un año, el nombre del plan se ha convertido en otro lema de la burocracia cultural, repetido una y otra vez como propaganda que promete un futuro ideal, mientras la realidad desmiente las buenas intenciones, porque ahora sabemos que, en esa futura Arcadia mexicana de lectores, comprar libros podría causar impuestos. ¿Así se fomenta la lectura? En una nación con tan grandes desigualdades como la nuestra, la respuesta es obvia.
     Ante el disgusto de los contribuyentes, el presidente Fox ha recomendado no prestar tanta atención a los impuestos sino a la inversión que se haría del dinero recaudado, un comentario en apariencia intachable, que comparten quienes desean un país más justo, de no ser porque el gobierno suele echarlo todo a perder utilizando los impuestos —recaudados con tantas molestias— para hacer inversiones muy criticables en infraestructura cultural, como la faraónica sede de la nueva Biblioteca “José Vasconcelos” o la recién anunciada sucursal del Fondo de Cultura Económica en el edificio del Cine Bella Época, en la colonia Condesa de la ciudad de México.
     Este último proyecto de crear un centro cultural “con una de las mayores librerías del país y de Latinoamérica”, que se llamará “Rosario Castellanos”, decididamente es lamentable. Lo es porque la primorosa Condesa, una de las zonas mejor urbanizadas del país, poblada por gente con altos niveles educativos, lo que menos necesita es una megalibrería que, además, llegará a competir deslealmente con varias librerías pequeñas que funcionan desde hace tiempo en esa colonia privilegiada, entre otras cosas, porque contar con este tipo de pequeños comercios cerca de casa es un verdadero lujo en México.
     Según un informe reciente de la Asociación de Libreros Mexicanos (almac), los lugares que exclusivamente venden libros en todo el país son cerca de quinientos, mientras que 998 puntos de venta comparten el espacio con otro tipo de productos (entre los que no están incluidos los centros comerciales, considerados un inciso aparte en el “mapa librero en México”). ¿Un país de lectores? Por supuesto que estamos muy lejos de serlo, porque, aparte de que aquí no se fomenta correctamente la lectura en el sistema educativo, de que no existe una red amplia y eficiente de bibliotecas públicas, de que los libros son artículos costosos (aun sin impuestos) para millones de personas, evidentemente no existe una red comercial que facilite el consumo de libros entre los lectores potenciales en regiones alejadas de las grandes ciudades, e incluso en amplias zonas del oriente de la ciudad de México, para no ir más lejos.
     Con estas deficiencias ¿entonces por qué no abrir una gran librería a todo lujo en uno de tantos lugares de este país donde no existen comercios de este giro en kilómetros a la redonda? En primer lugar, porque en esos lugares suele vivir gente pobre, con poca escolaridad, sin interés por ningún tipo de libros excepto en septiembre, cuando comienza el ciclo escolar y la población se lanza a la compra masiva de libros de texto, que ahí, por cierto, se venden en las papelerías. Y en segundo lugar, porque una “amplia y moderna librería con espacio para conferencias, presentaciones de libros y con área de alimentos, además de un centro de promoción de la lectura infantil, el segundo en su tipo en nuestro país”, como se propone hacer el Fondo de Cultura Económica, no luciría, por ejemplo, junto al Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, donde la población ilustrada no se asoma ni por equivocación; así que mejor debe crearse en el corazón de la Condesa, donde no hace mucha falta, cierto, pero quedará céntrica, a la vista de los ojos críticos, y será una prueba real (de cemento, cristal y madera) de que el gobierno está haciendo cosas para convertirnos en un país de lectores.
     De esta manera queda claro que con obras llamativas, como la nueva Biblioteca “José Vasconcelos” y este centro cultural-librería del Fondo de Cultura Económica, se quiere tapar con un dedo el sol de estas carencias: la Asociación de Libreros se lamenta en su informe de que, desde 1995, la cifra de librerías ha decrecido cuarenta por ciento, y de que los socios, lejos de levantar cabeza, aún resienten la crisis por “la excesiva regulación fiscal, la falta de financiamientos externos” (los pocos que hay cobran intereses muy altos) y porque “el estancamiento de la industria editorial de los últimos años ha propiciado una mayor caída en las ventas”, entre otras causas.
     Y las consecuencias de esta crisis saltan a la vista en el informe: en España hay una librería por cada doce mil habitantes, en Costa Rica una por cada veintisiete mil, en Argentina una por cada quince mil, mientras que en México hay una por cada 97,000 habitantes. ¿Cuántas de las escasas librerías que hay en el país sobrevivirían al embate del diez por ciento de iva a los libros? Entre los establecimientos particulares, no sabemos; entre las financiadas por el Estado (como la futura librería en el ex Cine Bella Época) seguramente todas: precisamente gracias a la propuesta de los nuevos impuestos. ~

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