El tiempo de los inusuales

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Teatro y timing. A veces, también, se trata de eso. En el peor momento de popularidad del presidente Nicolás Maduro –que es el peor momento de popularidad del chavismo desde que llegó al poder hace quince años–, cuando una de las cartas que le quedan al gobierno para hacer rendir la aparatosa herencia de Hugo Chávez es denunciar golpes de Estado con french fries cocinados desde el “imperio norteamericano”, cuando el desabastecimiento de alimentos ha convertido un pollo crudo en un botín de enfurecidas amas de casa y las encuestas muestran que por primera vez la intención de voto de la oposición puede traducirse en un cambio en el equilibrio de fuerzas. Justo en este momento Barack Obama firma una orden ejecutiva en la que declara que Venezuela es una “amenaza inusual y extraordinaria” para la seguridad de Estados Unidos.

Pertenecer al club de los inusuales es una circunstancia de pocos. En este momento está integrado por Irán, Sudán, Rusia, Siria, Bielorrusia, Corea del Norte y algunos otros. De los colegas que han entrado y salido, tres son americanos: Haití, Nicaragua y Panamá. La orden que firmó Obama el 9 de marzo de este año cita la Ley para la Defensa de los Derechos Humanos y la Sociedad Civil de Venezuela, que congresistas de Estados Unidos aprobaron en diciembre de 2014 a la luz del deterioro de los valores de la democracia venezolana, amenazada por el encarcelamiento de líderes políticos, los casos de corrupción y el uso desproporcionado de la fuerza policial para contener las protestas. La norma se expresa en dos sanciones específicas: la posibilidad de que el presidente Obama decida el congelamiento de activos y la revocatoria de visa y expulsión de Estados Unidos de funcionarios venezolanos que hayan estado relacionados con la violación de derechos humanos. El primer grupo de siete señalados lo conforman militares, fiscales, directores de policías y presidentes de corporaciones estatales.

Para el chavismo todo este decorado legal se traduce en una sola idea que no es nueva y tiene su target: “El presidente Barack Obama, representando a la élite imperialista de los Estados Unidos, ha decidido pasar personalmente a cumplir la tarea de derrocar mi gobierno e intervenir Venezuela para controlarla.” Así reaccionó Maduro, con la misma canción que no ha dejado de entonar desde que llegó al poder hace dos años. De nuevo hizo playback de sí mismo. La diferencia es que, por primera vez, Obama lo acompañó con algunos coros.

En palabras de John Magdaleno, consultor político: “No estoy valorando la decisión de Obama, pero puede ser aprovechada por el gobierno venezolano para estirar las tensiones en la dirección de transferir la responsabilidad de la crisis a otros actores en medio de un contexto socioeconómico muy serio: van tres años consecutivos con altas tasas de inflación, se estima que en 2015 ronde 90% o 100% y la escasez es muy pronunciada, lo que genera un profundo malestar social; esto tiene impacto sobre la imagen del presidente Maduro. Según la encuestadora Datanálisis, aparece señalado por un 45% de la muestra del estudio como el responsable de la crisis. Eso nunca había ocurrido en tiempos de Chávez, cuando siempre eran señalados como responsables los miembros de su gabinete y, por último, él. Además, la identificación con el modelo chavista bajó dieciocho puntos porcentuales entre diciembre de 2012 y diciembre del año pasado.”

La historiadora y analista política Margarita López Maya considera que en este episodio de enemistad entre el chavismo y Estados Unidos también hay algo de teatro, de retórica melodramática: “La jugada de Obama es parte de la misma resolución del año pasado. Lo hace en el momento en que Unasur se retira de Caracas después de haber hecho un muy mal papel como mediador, con un presidente como Ernesto Samper que está totalmente polarizado. Ha sido algo pensado. Pero así como Maduro nos está hablando todo el día de guerra económica e invasiones imperiales, esa resolución de Obama tiene algo de histriónica y de teatral, y no se corresponde con la realidad porque Venezuela no tiene con qué ser una amenaza.” John Magdaleno también duda de que las acciones estadounidenses puedan beneficiar al gobierno todo lo que necesita. “En doce años no se había visto que meses antes de una contienda electoral, sin haber empezado la campaña, la oposición arranque con veinticinco puntos porcentuales de ventaja. El gobierno va a intentar revertir esto, pero no se sabe si lo logrará en medio de una recesión económica que no parece que vaya a revertirse en corto plazo. El cuadro tendría que cambiar radicalmente.”

En esta puesta en escena hay actores con predilección por el género de la “diplomacia gore”. El embajador de Venezuela en la Organización de Estados Americanos, Roy Chaderton, habló incluso de un eventual ataque de tropas estadounidenses durante una entrevista en el canal de televisión del Estado. “Las bombas son generosas en el sentido de que se reparten por igual entre todo lo que encuentran por delante, las armas cumplen la misma función; los francotiradores apuntan a cabezas, pero llega un momento en que una cabeza escuálida [mote inventado por Chávez para referirse a los opositores] no se diferencia de una cabeza chavista, salvo en el contenido; el sonido que produce en una cabeza escuálida es mucho menor, es como un chasquido, porque la bóveda craneana es hueca, entonces pasa rápido, pero eso se sabe después de que pasa el proyectil.” Habló sin despeinarse, sonriendo en la palabra “rápido”, como si –por ejemplo– jamás se hubiera enterado de que dos semanas atrás un oficial de la Policía Nacional Bolivariana le había disparado a quemarropa en la cabeza a Kluivert Roa, un estudiante de catorce años de edad que salía del colegio y estaba cerca de una protesta opositora. El muchacho murió con el morral de libros en la espalda. En Venezuela las amenazas internas no son tan inusuales.

Antes del decreto, voceros del gobierno de Estados Unidos habían manifestado su preocupación por las detenciones de opositores sin juicio ni pruebas. El más reciente encarcelamiento fue el del alcalde metropolitano Antonio Ledezma, al que una comisión de hombres con pasamontañas del servicio de inteligencia sacó de su oficina por orden de la fiscalía que lo acusa de participar en un golpe de Estado. Ledezma se encuentra recluido en la cárcel militar de Ramo Verde –junto con el también alcalde Daniel Ceballos y el fundador de Voluntad Popular, Leopoldo López– y la fiscal de su caso, Katherine Harrington, es uno de los siete sancionados de Obama.

Muy pronto, Maduro se sentó a comer en la mesa ejecutiva que le sirvieron: pidió al Parlamento poderes excepcionales para legislar contra la injerencia norteamericana a través de una Ley Habilitante y los diputados del chavismo se la otorgaron por nueve meses. “La solicitud de poderes especiales puede ser leída como una medida de un gobierno que sospecha que puede perder la mayoría de la Asamblea Nacional y que hará cualquier cosa por preservarla. No hay garantías de que estas elecciones puedan ocurrir en unas mínimas condiciones democráticas de equilibrio y de competencia justa. Hay que exigir desde ya una observancia internacional importante”, advierte López Maya.

Todo esto ocurre al mismo tiempo que Obama propicia, participa y hace público el acercamiento de su gobierno con el de Cuba, la nave nodriza del chavismo. Ocurre mientras pdvsa sigue vendiéndole petróleo a Estados Unidos pero los oficiales de inmigración de ambos países juegan a tensar la cuerda con los viajeros trasnochados. Y sucede también mientras los venezolanos pasan el día haciendo colas en los mercados detrás de jabón, café y pañales, y son capaces de protagonizar una escena trágica por ese pollo crudo. ~

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Es periodista venezolana. Es coautora del libro ¿Cuál es el libreto del gobierno? (El Nacional, 2014), un reportaje que sigue el discurso del gobierno bolivariano.


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