Fotografía: Clement Zablocki

Entrevista con Alfredo Guevara

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Alfredo Guevara (1925-2013), una de las figuras más influyentes de la política cultural de la Revolución cubana y amigo personal de Fidel y Raúl Castro, murió el año pasado en La Habana. Desde el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), que fundó y dirigió por varias décadas, se exportaron imágenes épicas que dieron la vuelta al mundo en medio de la Guerra Fría. El ICAIC contribuyó a que la Revolución fuera una representación, una gran película, de la que aún desconocemos el final.

Unos meses antes de morir, y gracias al cineasta Arturo Sotto, sostuvimos un par de entrevistas con Alfredo Guevara. El resultado de esas conversaciones, o más bien confesiones, es una visión inédita y de primera mano de alguien que estuvo en el epicentro mismo del poder. Seguro de su corto tiempo de vida, Guevara habló sin tapujos de los líderes de la Revolución, de las intrigas y luchas intestinas que marcaron las primeras décadas; de su papel como censor, de la viabilidad del socialismo en Cuba y las recientes reformas planteadas por Raúl Castro.

El primer encuentro ocurrió en su casa de El Vedado habanero, en febrero de 2012. La conversación se dio en un ambiente lujoso, adornado con cuadros de famosos pintores cubanos –podían distinguirse al menos, un Servando Cabrera y un Amelia Peláez–. Los bienes de Guevara –considerados “patrimonio cultural de la nación”– se encuentran hoy en el centro de atención de las autoridades cubanas, luego de que un inventario realizado en su casa tras su deceso arrojara la ausencia de tres obras importantes. El segundo y último encuentro fue en su oficina del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, un mes después. Su salud ya estaba deteriorada. “Siento que tengo poco tiempo de vida”, dice apenas comienza a hablar, “por eso me ha entrado en estas últimas semanas un deseo inmenso de apurar la vida que quede. Les estoy dando la entrevista porque no quiero que se queden cosas dentro de mí”.

La obsesión de Guevara por la trascendencia está implícita en el título de su último libro ¿Y si fuera una huella? (Ediciones Autor, 2010), que junto a Tiempo de fundación (2003) y Revolución es lucidez (1998) intenta no solo asentar su legado y biografía sino también reescribir la memoria y la historia de la Revolución cubana. “Yo no sé cómo nos van a juzgar; debía saberlo porque ya empezaron y puedo sentir que van a ser muy agudos y a veces muy crueles, injustos”, comenta a pocos minutos de comenzar el primer encuentro y aclara: “Yo leí el último libro de Fidel [Fidel Castro Ruz: Guerrillero del tiempo, de Katiuska Blanco Castiñeira] y no le voy a mandar una carta diciéndole que las cosas no fueron de la manera en que él las está contando. Pienso que él tiene su versión y yo tengo la mía; pero no quiero ninguna contradicción. Quiero ser muy cuidadoso, yo tengo miedo… No es que esté cambiando la Historia pero es que se pone a hablar y a hablar… como hacen los viejos, que se les olvidan las cosas.”

A Guevara le gustaba pensarse como un romántico: “Yo quería que mi vida pudiera mirarse hacia atrás como una novela, que me pasaran muchas cosas, que viviera muchas cosas, esa era mi imaginación y pensaba que para eso había que ser o millonario o revolucionario. Decidí escoger el camino de la Revolución. Claro, también era más difícil emprender el camino de ser millonario. Lo bueno sería ser millonario y a la vez revolucionario” [ríe]. Su vida fue, efectivamente, agitada y marcada por las luchas dentro del poder. Interpelado sobre el tema, cita a Marguerite Yourcenar y su Memorias de Adriano. El emperador Adriano “era un dios porque podía con su sola voluntad disponer de la vida de los demás. Esa es la clave del poder, y la clave de la educación antipoder es ejercer el poder como una obligación moral. Yo he tenido esa experiencia y es desgarrador pensar que la vida y el destino de otros dependen de ti. Efectivamente, el que tiene el poder es un censor, porque si yo tenía dinero para producir siete películas pero tenía doce guiones, tenía que censurar también al decidir a cuáles de ellas les iba a poner el dinero y a cuáles no. Eso es censura también, eso es gobernar. Cuando Raúl Castro está invirtiendo en el puerto del Mariel y no en el mercado mayorista que hace falta para desarrollar el sector privado y para que los cuentapropistas no tengan que robar, porque todos roban, está censurando y tomando una decisión política, está ejerciendo un poder. ¡Las cosas que me han hecho decir! Ya no me importa”.

Rápidamente su memoria regresa varias décadas y salen a relucir sus desavenencias con el Partido Socialista Popular –antiguo Partido Comunista de Cuba– al que culpa de imponer el estalinismo dentro de la Revolución: “Muchos de los errores que se cometieron a inicios de la Revolución son responsabilidad de los miembros del partido, que no tenían más méritos que el de ser confiables, pero eran unos incapaces y estaban en todas partes. Algunos eran obreros con ninguna formación política, sin la más mínima creatividad, era gente limpia y abnegada pero estaban deformados por el estalinismo, con una interpretación del marxismo que produjo una cosa que se llamó marxismo-leninismo, que no era otra cosa que la doctrina estalinista. Así no se puede dirigir un país”, concluye. Para Guevara, este partido había perdido legitimidad tras haber construido una alianza con la dictadura de Fulgencio Batista: “El Partido Socialista Popular seguía las instrucciones de Stalin de crear un frente único antifascista, y para instaurarlo en Cuba establecieron incluso una alianza con el dictador Fulgencio Batista. El libro Los fundamentos del socialismo en Cuba de Blas Roca, en el que acaba con la historia de Cuba, se había publicado antes de la edición que seguramente ustedes conocen, que es la de 1961. Esa edición de la que hablo, que fue la primera, estaba dedicada a Fulgencio Batista. Eso no era condenable, porque estaba siguiendo la línea de la Internacional Comunista, pero esa alianza los derrotó para siempre políticamente; el partido se manchó.”

Al referirse al impacto nefasto de las fórmulas estalinistas en el diseño y manejo de la cultura en esos primeros años y sus intentos por imponer el llamado “realismo socialista”, Guevara rememora la polémica que estableciera con el secretario del partido, Blas Roca Calderío, quien en 1963 lanzó airadas críticas al ICAIC por proyectar en los cines de La Habana las películas La dolce vita de Federico Fellini, Accattone de Pier Paolo Pasolini, El ángel exterminador de Luis Buñuel y Alias Gardelito de Lautaro Murúa. En una carta que nunca se publicó entonces, sino muchos años después en su libro ¿Y si fuera una huella?, Alfredo Guevara comparaba a Blas Roca con Stalin y Beria: “Yo creo que fui muy duro con él entonces. Él no era una mala persona, pero sí estaba muy aferrado al modelo y a la experiencia soviética que ellos consideraban triunfadora, y al final se demostró que era un fracaso. La Internacional Comunista era el Partido Comunista Internacional, o sea que estaba más allá de las naciones mismas. Es un ideal al igual que el anarquismo, que el cristianismo. La Internacional era un Vaticano. Yo ya no creo en una globalización partidista y en consignas que sirvan a todos por igual.”

Pero las ambiciones de los líderes del psp iban más allá de imponer criterios estéticos. A inicios de la década de los sesenta coexistían en la cúpula del poder al menos tres grupos bien diferenciados: el Movimiento 26 de Julio, dirigido por Fidel Castro; el Directorio Revolucionario, con una fuerte base estudiantil y de clase media, y el psp. Miembros de este partido, liderados por Aníbal Escalante, intentaron aumentar su control sobre las instituciones –entre ellas el ICAIC– y desplazar del poder a los líderes del 26 de Julio, incluso a Fidel Castro, a quien consideraban un “pequeñoburgués”.*

“Para hablar de la conspiración en el ICAIC tengo que hablar de Edith García Buchaca, quien vive todavía y sigue fastidiando con más de noventa años. Era la directora de la comisión de cultura del psp y, a la vez, secretaria del Consejo Nacional de Cultura. Ella se había planteado tomar el ICAIC con la anuencia de unos cuantos de sus fundadores, que se asombrarían si les dijera quiénes eran. Fue al ICAIC como presidenta de la Comisión Cultural del partido y dijo algo así: ‘Fidel, como ustedes saben, nos está pasando el poder al partido’, lo cual era mentira porque yo estaba al lado de Fidel y de Celia Sánchez y ellos no sabían de esto. Ella siguió hablando y me dijo que yo debía aceptar la presencia de un comisario político. Yo no puedo juzgarme ahora, debo de haber estado muy desconcertado. Le pedí un tiempo para pensar qué decisión tomar, si iba a renunciar o iba a aceptar al comisario político. Del ICAIC salí para la calle 11 en El Vedado, Fidel vivía ahí con Celia Sánchez, y en el momento que llego a la casa Fidel no estaba pero hablo con Celia y le cuento. Ella empezó a gritar y a decir malas palabras porque Celia era fuerte, y me dijo que eso estaba pasando en todo el país. Me dijo que los sacara a todos ‘a patadas por el culo’, ‘¡nos tiene tomados los teléfonos, incluso el de aquí de la casa!’, me dice. En ese momento me di cuenta de que lo que se conoció después como la microfracción estaba andado ya.

”Yo no hice lo que Celia me dijo. Cuando al cabo de los días regresó a una reunión en el ICAIC con Edith García Buchaca, le dije que había decidido renunciar, pero no ante ella, sino ante Fidel, a quien le iba a explicar lo que ella decía acerca del traspaso de poder al partido. En ese momento, ella empezó un recoge velas, que si esto, que si lo otro… Ella se fue y yo regresé a mi despacho y me puse a pensar, y decidí que todos los que [se] me habían colado en el ICAIC se iban de allí. Iba a dejar solo a los que yo consideraba que eran cineastas o tenían potencial para serlo. Por ejemplo, a Santiago Álvarez lo dejé de milagro porque en aquel momento no parecía que iba a ser el cineasta que fue, parecía más un militantón [sic] que otra cosa; pero después fue algo extraordinario.”

El 26 de marzo de 1962, Fidel Castro anunciaba ante las cámaras de televisión la existencia de una corriente sectaria –así se prefirió llamarle a la conspiración– al interior de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ori), que agrupaban a los miembros del Movimiento 26 de Julio, al Partido Socialista Popular y al Directorio Revolucionario. Años más tarde, en 1968, el mismo Aníbal Escalante volvería a estar involucrado en lo que se conoció en Cuba como la “segunda microfracción”.

Al parecer, entre Aníbal Escalante y Alfredo Guevara, quien provenía del 26 de Julio, existían serias contradicciones. “Estoy seguro –señala Guevara– de que si llega a triunfar Aníbal Escalante, que intentó dos veces tomar el poder, yo no estaría vivo. Lo que no hizo la dictadura [de Fulgencio Batista] lo habría hecho el partido, del cual fui militante en mi juventud. Aníbal pretendía acusarme de agente de la inteligencia francesa, y comenzó a hacerme un expediente. Esto se basa en que, en una ocasión, estando yo en París, se me acercó la inteligencia francesa para enviarle una información a Fidel a través de mí. Así se hizo, yo le traje los documentos a Fidel y él me pidió que se los diera al Che, quien estaba manejando el asunto de una conspiración que estaba en curso para frustrar una negociación azucarera cubana; y ello afectaba a Francia, que dependía en ese momento del azúcar cubano. Esa conspiración la estaban llevando a cabo personas que estaban incluso en el Consejo de Ministros y con los que Fidel se reunía frecuentemente, pero Fidel, como buen estratega, sabía quién iba a ir renunciando y abandonando el país. Aníbal guardó toda la información para conformarme un expediente que me desacreditara.”

Pero aunque Guevara insiste en distanciarse del psp, no dudó en utilizarlo para acabar con el proyecto “Lunes de Revolución”, encabezado por Carlos Franqui –también miembro del 26 de Julio– y que agrupaba a varios intelectuales de renombre, entre ellos a Guillermo Cabrera Infante y Virgilio Piñera. En abril de 1961, Guevara aunó esfuerzos con Edith García Buchaca para censurar el documental PM, realizado por Sabá Cabrera Infante, hermano de Guillermo, y Orlando Jiménez Leal. El filme documentaba una parte lúdica y extravagante de la noche habanera, que permanecía desconectada del contexto de plaza sitiada y del discurso revolucionario del momento. La censura de este material desencadenaría acontecimientos cuya repercusión sería muy negativa en la cultura cubana. En la entrevista Guevara confiesa que el asunto fue más lejos de lo que él habría querido o imaginado. “Con la experiencia que tengo hoy digo que no debí haberme prestado para eso, aunque yo no estaba de acuerdo con la distribución de PM porque estábamos en el preludio de Playa Girón; ya estaban las ametralladoras emplazadas en las azoteas y en las calles. Estábamos esperando una invasión a Cuba. El problema es que el viejo partido se metió de cabeza en el asunto y llevó las cosas más lejos de lo que yo quería. Yo no tenía la experiencia que tuve después, pude haber jugado mejor, pero no jugué con toda la inteligencia. Pero aprendí a ser diabólico después. Aunque asumo responsabilidad en el asunto, a lo que me negué fue a distribuir la película en los cines, pero yo les entregué la copia.”

Un mes después de nuestro último encuentro con Guevara, entrevistamos a una nonagenaria pero aún lúcida Edith García Buchaca en su casa, donde se encuentra recluida en prisión domiciliaria desde 1964. De acuerdo con García Buchaca, fue Alfredo Guevara quien se le acercó para manifestarle su preocupación por la exhibición de PM y solicitar su ayuda pues no quería prohibirlo él directamente. Aunque ambos relatos no concuerdan en lo relativo a las cuotas de responsabilidad de cada quien, lo cierto es que García Buchaca, con otros miembros del partido, convocó a una reunión en Casa de las Américas para discutir el material y de esa reunión salió un documento que prohibía oficialmente, con la anuencia del ICAIC, la proyección y circulación del documental.

Sin embargo, la censura al documental PM fue solo el acontecimiento más visible de una lucha que sucedía tras bambalinas por el control de los medios de comunicación. El propio Guevara da las pistas y cuenta también cómo asaltaron una de las televisoras más importantes del país, cuando el proceso de nacionalizaciones aún no había sido planteado en la isla: “Mi problema con Franqui viene dado porque yo vi un interés de él en apoderarse de las televisoras; el Che también se dio cuenta de eso. Carlos Franqui sabía que aquel que dominara los medios podía obtener mucho poder y eso fue lo que trató de hacer, pero gente clave de la Revolución comenzó a conspirar conmigo para adelantarnos a él y así fue. Asaltamos literalmente la televisora de Gaspar Pumarejo, que era el dueño del Canal 12 que estaba en la calle Prado y tenía una salida por la parte de atrás. Ustedes me ven así ahora pero yo era un joven calientico y con muchas posibilidades físicas. Fui acompañado de unos cuantos salvajes con mandarrias. Asaltamos aquello por la noche y en la mañana, cuando entraron las secretarias y el personal que trabajaba allí, se encontraron que yo era el nuevo Pumarejo. Ya teníamos dos televisoras. Esa noche me acompañaron el Che, Ramiro Valdés y el propio Raúl. Esto lo estoy diciendo por primera vez.”

Al final, Alfredo Guevara acudió directamente a Fidel Castro y cuenta: “Entonces yo hablé con él y le planteé mi preocupación con respecto a ‘Lunes de Revolución’. Mi posición era que ellos no podían seguir hablando en nombre de toda la juventud intelectual del 26 de Julio y Fidel hizo lo que le dio la gana y convocó a las reuniones en la Biblioteca Nacional y dio el discurso famoso que se conoce como ‘Palabras a los intelectuales’.” Dicho discurso, cuya sentencia más conocida es “dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”, estableció públicamente el marco que, hasta la fecha, no solo ha regido el campo de la cultura sino también el de la política más general. Guevara, no obstante, insiste en que Fidel solo buscaba dirimir las diferencias internas de miembros del 26 de Julio que se disputaban el campo cultural y, de paso, menciona que las ideas socialistas en Fidel se remontaban a mucho antes de 1959: “Para mí ‘Palabras a los intelectuales’ es una acción de Fidel para tratar de mantener la unidad de la Revolución a un nivel superior; pero desde luego que ese es mi punto de vista. Todo esto es un enredo, no vayan a creer que esto fue fácil. Fidel no aceptaba ni acepta que dentro del movimiento 26 de Julio hubo divisiones internas. Y sí las había, porque no todos en el 26 de Julio aceptaban las ideas socialistas. Fidel tenía las ideas socialistas incluso antes de embarcarse en el yate Granma, pero no las transmitía. Fidel era el cemento de todos nosotros, y tenía una idea clara de lo que debía ser la unidad, por eso las divisiones en el 26 de Julio nunca afloraron, nunca se supieron.”

Durante las primeras décadas de la Revolución, Alfredo Guevara supo navegar con acierto en las turbulentas aguas del poder. Al parecer, su cercanía a Fidel Castro lo mantuvo a flote ante las embestidas de algunos miembros del Partido Comunista en los años sucesivos. Sin embargo, en 1981, un altercado con Antonio Pérez Herrero, quien supervisaba el campo de la cultura desde el buró político del Comité Central del partido, lo hace salir del ICAIC. Cuenta Guevara que el pretexto del altercado fue una polémica que se dio a partir de Cecilia, una coproducción cubano-española que demandó grandes sumas de dinero: “Se decía que yo había dilapidado el presupuesto del ICAIC para producir esa película y eso era mentira, porque esa película recuperó la inversión incluso antes de terminarse. Todo fue un montaje. En ese montaje estaba metido Antonio Pérez Herrero; habíamos tenido broncas tremendas que el propio Fidel conocía. Yo me reuní en un momento dado con Pérez Herrero y le dije que no aceptaba los métodos que estaba utilizando en el área de la cultura y le dije que si continuaba haciendo eso iba a provocar un problema para la Revolución. ‘Voy a tener que matarte’, le dije en una ocasión y saqué mi pistola. Antonio Pérez Herrero le llevó calumnias a Raúl de mí, y Raúl me llamó la atención y me dijo que Pérez Herrero tenía unas grabaciones que me perjudicaban. En ese momento le dije a Raúl que exigiera la grabación completa del material que él había recibido. Esa fue una de las causas que me llevaron a París… Fidel me pidió que saliera del ICAIC y que no hiciera comentarios, que se supiera inmediatamente que me iba para la unesco.”

Luego de una década en París, Fidel Castro le pide a Alfredo Guevara que regrese a dirigir el ICAIC, pero Guevara encuentra un nuevo escenario. Había ya caído el Muro de Berlín y, con él, el gobierno cubano había perdido sus principales socios económicos, comerciales y políticos. En ese nuevo panorama de los años noventa, aquel viejo marco binario –que redujo la cubanidad a estar dentro o fuera de la Revolución– comenzó a fracturarse. Una vez de regreso, Fidel Castro le pide que trabaje junto a él en una nueva política dirigida a los emigrados cubanos en Miami para tratar de incentivar el consumo de estos en la isla.

Casi al finalizar la segunda entrevista, Guevara se veía ya un tanto fatigado. Convino que tocaría un tema más, las reformas de Raúl Castro, y luego haría una pausa hasta un próximo contacto, que nunca llegó a ocurrir. Se mostró optimista ante las reformas, aunque realizó una extensa crítica al papel del Estado en Cuba: “Yo creía, incluso mucho antes de estos cambios que se están dando y de la convocatoria al Congreso del Partido, que si se empezaba el desmantelamiento de un Estado que usurpa a la sociedad –porque el Estado que ha sido creado en Cuba es usurpador de la sociedad, y la desburocratización es un modo de desmantelarlo de modo realista– resurgirá entonces una sociedad civil que ya existe pero que está aletargada. Con eso se puede crear una sociedad civil que presione al Estado.”

Desde su posición muy cercana a Fidel y Raúl Castro, Guevara confirma las versiones de quienes creen que las reformas no se han acelerado debido a la cautela que ha mostrado el general presidente, no solo para no cometer errores estratégicos, sino para no incomodar a su hermano Fidel. Sobre esto dice: “Yo soy muy optimista, sigo creyendo a veces que de verdad vamos a cambiar. Y Raúl es amigo mío personal y conoce a mi familia también, venían aquí a cenar y a estar con nosotros. Mi hijo siempre me interpela diciéndome que lo que yo le digo se lo he repetido muchas veces y que nada cambia, y tiene razón; pero yo sigo optimista, porque conozco muy bien a Fidel y a Raúl. Creo que con Raúl llegó el momento en que se pudiera transformar esta sociedad. Pero es que Fidel le tiene tanto miedo al capitalismo, a que toda su obra se desmorone, que Raúl no quiere contradecirlo. Raúl tiene que ir arrancando los cambios. Yo creo que ya él arrancó tanto, tanto de lo que parecía más difícil, que tal vez, si logra dar algunos pasos más, ya los cambios que se necesitan puedan venir más rápido. Yo se lo he dicho muchas veces a la cúpula del gobierno, a la dirección, ya no movilizamos a nadie porque la gente no se siente protagonista.”

También se refiere a la inmovilidad de las estructuras del Partido Comunista, al que compara con la Iglesia: “Yo no veo diferencia alguna entre un cristiano y un socialista aquí en la Tierra; en el cielo, veremos […] ¿Cuál es la diferencia entre la organización estructural de la Iglesia y la del partido? La pregunta me hace pensar en las cruzadas y en la Revolución también, porque la Revolución es el proyecto de imponer o propagar una idea en la conciencia de un individuo o de una colectividad. Ahí está la clave de que el proyecto socialista no haya funcionado, porque una cosa es proponer una idea al otro y otra cosa es imponerse al otro.”

Pero, aunque Guevara intenta presentarse como un miembro más crítico y lúcido de la élite en el poder, su distanciamiento de la realidad de la isla se hace evidente y lo lleva a negar y relativizar el empobrecimiento que han sufrido grandes sectores de la población como consecuencia de la crisis de las últimas dos décadas: “Algunas veces, personas cercanas a mí me reclaman que nosotros no vemos la miseria, y no se dan cuenta que antes de la Revolución sí había miseria. Me viene a la mente ahora un restaurante que estaba al costado del Capitolio, en esa cuadra que está entre el Gran Teatro de La Habana y las ruinas del Campoamor, donde les vendían a los niños abandonados los cartuchos de las sobras de los platos en cinco centavos. Eso sí es miseria y entonces ahora le llaman miseria a la gente que vive en edificios de microbrigada con las tendederas en la calle y la gente medio en cueros. A mí no me pueden decir que esa miseria existe.”

Mucho más sorprendente, por su descarnada franqueza, es su visión del “pueblo”, aquel en nombre del cual dirigió instituciones, escribió borradores de las primeras leyes revolucionarias y obtuvo una silla en el parlamento. Guevara, como Raúl Castro en su discurso del 8 de julio en la Asamblea Nacional, sentía una gran decepción del pueblo cubano y sus cualidades: “De todas maneras, y me lo creo, soy portador de una visión casi mística de mi país y de mi pueblo, pueblo en el que no creo, no creo que mi pueblo valga la pena. Creo en sus potencialidades pero no en su calidad. A nosotros siempre nos han querido meter en el molde de la Unión Soviética. Conversando con un intelectual francés sobre las particularidades de Cuba en una ocasión, yo lo quería convencer de que éramos muy diferentes y ese día lo convencí, porque le dije: ‘Sal a la calle. ¿Tú crees que con esos culos y con esas licras alguien puede entender Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana? ¿Tú crees que es posible eso?’ Acto seguido se rio y me entendió. Hay que tomar en cuenta el trópico, dios mío. En el trópico no se pueden aplicar ni siquiera las fórmulas más puras de Carlos Marx.”

Sin embargo, a pesar de sus críticas y dudas, el anciano Guevara se resiste a hablar del fracaso del socialismo en Cuba. Puesto a juzgar, en definitiva, su propia vida, Alfredo Guevara prefiere creer que la Revolución y con ella algo de su propio legado tendrá cabida en la Cuba del futuro: “Nunca ha existido el socialismo, tampoco en Cuba. En Cuba lo que hay es una sociedad más solidaria, más preocupada por lo social. Nuestro proyecto original ha sido deformado y la única esperanza que nos queda es que tengamos la fuerza para cambiar, no la imagen sino la esencia estructural del proyecto. Si me equivoco, entonces habré perdido toda mi vida y será una novela como la he soñado, pero trágica. Porque lo único que merecería mi vida es que me suicidara.” ~

*Véase Raúl Castro, “Informe ante el Comité Central del partido”, en Verde Olivo. Órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, año IX, núm. v, 4 de febrero de 1968, pp. sup. III-XV.

 

NOTA DE LA REDACCIÓN: En el siguiente reproductor pueden escucharse algunos fragmentos de la entrevista, gentilmente otorgados por los autores. 

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(Matanzas, Cuba, 1976) es ensayista, investigador, catedrático y crítico. New York University.


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