Ilustración: Fabricio Vanden Broeck

El lenguaje es una libertad

Salman Rushdie conoce como pocos las consecuencias de la intolerancia y el celo censor. En este discurso, pronunciado en Nueva Delhi, defiende la independencia de la crítica y el arte y reivindica la responsabilidad de conservar una de las cosas que nos hacen humanos: la libertad de palabra.
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Esa palabra: libertad. Tiene un sonido hermoso, ¿verdad? ¿Quién estaría en contra de la libertad? Uno pensaría que todo el mundo estaría automáticamente “a favor” de esa palabra. Una sociedad libre es una sociedad en la que florecen mil flores, en la que hablan mil y una voces. Y qué idea tan sencilla y grandiosa parece. Es como esa diosa de cobre que hay en el puerto, iluminando el mundo.

Pero en nuestra época muchas libertades esenciales corren el peligro de ser derrotadas, y no solo en Estados totalitarios o autoritarios. Aquí en la India, una combinación de fanatismo religioso, oportunismo político y, debo decirlo, apatía pública está dañando la libertad de la que dependen todas las demás libertades: la libertad de expresión.

Tengo que pedir disculpas por ser uno de los temas de este debate. Idealmente, un escritor no debería ser el tema. Un escritor debería ser un observador, no lo observado. El escritor debería ser la persona que habla y no la persona de quien se habla. Pero, una vez más, las circunstancias me arrastraron recientemente al escenario; o, más bien, en Jaipur, evitaron que llegara hasta él.

{{ En enero de 2012, extremistas musulmanes lograron impedir la participación de Rushdie en el Festival de Letras de Jaipur, India, el más importante de Asia. [N. del T.] }}

Como ahora tenemos la perspectiva de un par de meses, está bastante claro que lo que sucedió fue la previsible intolerancia del movimiento deobandi, consentida por lo que se revelaron como cálculos electorales bastante inútiles del Partido del Congreso.

En la debacle de Jaipur se sugirió que asistir sería un completo error por mi parte. Era el mundo al revés. Lo que está ocurriendo aquí, esta noche, es lo que yo llamaría “normal”. Un escritor nacido en la India, que ama este país y ha pasado buena parte de su vida escribiendo sobre él, aparece para hablar a un público indio sobre la India. Yo diría que eso es normal. Lo que no es normal es que eso se impida. Y parece que estamos en peligro de volver estas nociones del revés.

Y en absoluto trata solo de mí. Me sentí extremadamente conmocionado en Jaipur cuando unos escritores que apoyaron mi obra no fueron defendidos por el festival literario, y siguen en este momento en peligro de que se les procese por lo que hicieron. Eso a pesar de que la gente ha leído en público fragmentos de Los versos satánicos muchas veces desde que el libro salió en 1988, sin que se dijera nada de emprender acciones judiciales en su contra. Y eso a pesar de que la única prohibición sobre Los versos satánicos es una prohibición aduanera; el típico truco indio. No prohíbes el libro, solo impides que entre en el país. En teoría, alguien podría publicar la novela en este país. No hay ley que lo impida. ¿Hay algún editor interesado? Nos vemos luego.

Puedes descargar el libro. La prohibición es un absurdo en una era electrónica. Y, sin embargo, existe y hay cuatro escritores que corren peligro de ser procesados por leer en voz alta fragmentos de la novela, mientras que los hombres que amenazaron con la violencia disfrutan de su libertad.

Jaipur solo es un incidente. Pero es importante como indicador de lo que se está volviendo cada vez más frecuente en la India: una guerra cultural, una guerra contra productos culturales de toda clase, películas, piezas artísticas, literatura, toda clase de teatro, y esto sucede mientras el público en general permanece indiferente.

En la época de la Ilustración europea, en el siglo XVIII, los grandes escritores e intelectuales de ese movimiento –Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Diderot– sabían que su verdadero enemigo no era el Estado sino la Iglesia. De hecho, cuando el poderoso Rabelais recibía los ataques de la Iglesia, el rey de Francia lo defendió a causa de su genio. ¡Qué época debió de ser aquella, cuando un escritor podía ser defendido por su talento! Después de Rabelais, los escritores de la Ilustración insistían en que a ninguna Iglesia, ni siquiera a una Iglesia que tuviera una Inquisición a su disposición, se le podía permitir que pusiera límites al pensamiento. Los llamados delitos de blasfemia y herejía eran los objetivos, porque eran los métodos que usaba la Iglesia para limitar la discusión; y se llegó a la idea moderna de la libertad de expresión que derrotó a la idea de que eran delitos y de que se podían usar para silenciar la palabra.

Ahora hay una tendencia a decir: “Eso es una idea occidental. Aquí no lo vemos así.” Pero la tradición india contiene desde sus primeros tiempos defensas muy sólidas de la libertad de expresión. Cuando Deepa Mehta y yo trabajábamos en la película sobre Hijos de la medianoche, hablábamos a menudo de un texto querido por los dos, el Natia-shastra. En el Natia-shastra vemos que los dioses estaban un poco aburridos en el cielo y decidieron que necesitaban algo de entretenimiento. Y así se hizo una obra de teatro sobre la guerra entre Indra y los Asuras, que contaba cómo Idra usó sus poderosas armas para derrotar a los demonios. Cuando se representó para los dioses, los demonios se sintieron ofendidos por su retrato. Los demonios pensaron que la obra los insultaba como demonios. Su condición de demonios recibía una crítica indecorosa. Y atacaron a los actores, e Indra y Brahma acudieron en defensa de los actores. Los dioses se colocaron en las cuatro esquinas del escenario, e Indra declaró que el escenario sería un espacio en el que todo podría decirse y en el que nada podría prohibirse.

Así que en uno de los más antiguos textos de la India encontramos una de las defensas de la libertad de expresión más explícitas y radicales que podamos hallar en el mundo. No es una cosa extraña a la India. Es nuestra cultura, nuestra historia y nuestra tradición lo que corremos peligro de olvidar, y haríamos bien en recordarlo.

Esta semana he leído un artículo en The Hindu que nos recuerda que S. Radhakrishnan hablaba de los muchos textos tempranos del hinduismo que no contienen la idea de la existencia de Dios; contemporáneos de Buda, también citados en el artículo, dirían que no hay otro mundo que este y negarían la idea de una esfera divina. Así que, de nuevo, en las partes más antiguas de la cultura india, hay una tradición atea donde las ideas de blasfemia y herejía no tienen sentido, porque no hay divinidad sobre la que blasfemar o hacia la que mostrarse herético. Esta es nuestra cultura. No es una cultura importada. No es algo extraño a la tradición india. Es la tradición india, y quienes dicen que no lo es son los que están deformando esa tradición.

Esos antiguos sabios pensaban, y yo también, que Dios es una idea que los hombres inventaron para explicar las cosas que no entendían. O para atrapar un conocimiento que querían capturar. Los dioses son ficciones. Así que, cuando los dioses o sus seguidores atacan la literatura, es como si los fans de una obra de ficción decidieran atacar otra. Es como si los seguidores revolucionarios de Arundhati Roy fueran a tomar las armas contra los anticuados encantos de Nirad Chaudhuri y lo declarasen… indecoroso. Las ficciones no deberían ir a la guerra. En las estanterías hay sitio para todas.

Recuerdo que viví en una India en la que la generación de mis padres conocía tremendamente bien la cultura del islam, el hinduismo y otras religiones, pero se sentaban por la noche y contaban chistes, satirizaban, se burlaban y refutaban algunos aspectos de la religión, y no existía la sensación de que se estuviera haciendo algo escandaloso o malvado. Era una conversación normal, cotidiana.

Cuando era joven en la India y Pakistán (porque mi familia estaba dividida a partes iguales entre la India y Pakistán), oí por la noche en muchos jardines a gente que se sentaba y se divertía con las ideas de sus culturas y su fe. Y eso no se consideraba un delito.

La idea de que eso está mal ha llegado recientemente y nos hace un flaco favor a todos. ¿Cuáles son las armas que imponen esta idea de lo que está mal? Por supuesto, las viejas armas de la blasfemia y la herejía siguen ahí. Pero hay dos nuevas armas, que son las ideas de “respeto” y “ofensa”. Cuando uso la palabra respeto, significa que me tomo a la gente en serio. Me relaciono con ellos seriamente. No significa que esté de acuerdo con todo lo que dicen. Pero ahora el término “respeto” se usa para exigir un asentimiento. “Si no estás de acuerdo conmigo, me estás faltando al respeto. Y me enfadaré mucho y puede que hasta empuñe un arma; porque eso es lo que hago cuando me faltan al respeto.”

Se está extendiendo una cultura de la “ofensa”, también en otros lugares, pero sobre todo en este país: una cultura en la que tu condición de “ofendido” te define. Quiero decir, ¿quién eres si nada te ofende? Probablemente un “liberal”. ¿Y quién querría ser eso?

En una sociedad abierta, es un hecho que la gente dirá constantemente cosas que no le gustan a otra gente. Es totalmente normal que eso ocurra, y en cualquier sociedad libre y confiada le quitas importancia y sigues. No hay forma de crear una sociedad libre donde nadie diga cosas que no le gusten a otra gente. Si la ofensa es el lugar en el que debes limitar el pensamiento, no se puede decir nada.

Tras esas ideas sobre la “ofensa” y el “respeto”, siempre está la amenaza de violencia. Siempre, la amenaza es que, si haces lo que me ofende o falta al respeto, yo usaré la violencia contra ti. Así que el verdadero asunto no es la religión, sino la violencia, y cómo deberíamos afrontar la amenaza de la violencia.

En India ha habido en los últimos tiempos ataques religiosos dirigidos contra muchas de las artes. Conocemos algunos de los casos que llegaron a los titulares. Sabemos de las turbas hindúes que destruyeron el set de la película Agua, de Deepa Mehta, causando que la producción se retrasara mucho tiempo y acabara realizándose en Sri Lanka. Sabemos, como ha dicho Aroon Purie y como yo dije hace dos años, cuando hablaba en esta tribuna, del vergonzoso tratamiento de Husain Sahab, un artista que debería haber sido admirado en este país, y que en cambio fue expulsado. Conocemos el cobarde comportamiento de la Universidad de Bombay, cuando unapparatchik de Sena atacó la novela de Rohinton Mistry y el libro fue inmediatamente eliminado del programa. Conocemos el horroroso comportamiento de la Universidad de Delhi, que retiró el clásico ensayo de A. K. Ramanujan, Los trescientos Ramayanas, porque unos hooligans hindúes decidieron que atacaba a Ram. Vemos que esas cosas ocurren casi cada día. Vemos que unos matones hindúes asaltan a un artista gay en una galería. Son los casos que llegan a los titulares. Pero parece que actualmente, casi cada día, en algún lugar de la India hay un ejemplo de acoso de musulmanes o hindúes a artistas a quienes acusan de ofenderlos.

Se silencian voces. Los editores tienen más miedo de publicar. A las galerías les asusta más mostrar ciertos tipos de arte; se dejan de hacer películas que se habrían hecho hace quince o veinte años. El efecto escalofriante de la violencia es muy real y está creciendo en este país.

Y la otra parte de la historia os concierne a todos. Hay una apatía pública hacia esos ataques. Aprobamos el gran crecimiento tecnológico, industrial y económico de nuestro país, pero no parecemos valorar nuestros productos culturales del mismo modo, aunque lo mejor de la historia de la India es la increíble riqueza de su tradición artística y cultural. Parece que se rechazan sus manifestaciones contemporáneas; y esas ideas, las ideas de que no deberías molestar a la gente, ni a los grupos religiosos, han tenido una amplia aceptación en la mentalidad pública. ¿Quién te da derecho a molestar a la gente? Yo diría: “¿Quién le da a la gente derecho a sentirse ofendida, el derecho de atacarme a mí o a otros artistas?”

Repito: el asunto no es el desacuerdo. El asunto es la violencia, y su amenaza, que impide que las voces disidentes hablen. Eso es lo que está ocurriendo y la gente está dormida, me parece. Mayoritariamente dormida ante lo que está sucediendo, y tenéis que despertaros.

En mi novela Shalimar el payaso, un personaje le dice a otro: “La libertad no es un té de las cinco. La libertad es una guerra.”

Conservas las libertades por las que luchas; pierdes las libertades que descuidas. La libertad es algo que alguien siempre te está intentando quitar. Y, si no la defiendes, la pierdes.

Tengo la teoría de que el electorado indio es más inteligente que los políticos y conoce sus intenciones. Sí, a veces se puede incitar a la gente, como hicieron los extremistas religiosos de Jaipur. Pero ¿cuánta gente? ¿Cómo de grandes son esas turbas? ¿En qué medida son representativas? Me parece que el 95% de los musulmanes de la India no está interesado en la violencia que se comete en su nombre. Y eso también valdría para la comunidad hindú. Porque, como he dicho, la gente tiene preocupaciones de verdad. Preocupaciones reales sobre sus vidas reales. Eso es lo que les importa. Cómo conseguir una educación para sus hijos, cómo tener una buena casa en la que vivir, cómo encontrar un trabajo. Son las cosas que preocupan a los habitantes de este país. No esos absurdos ataques que demonizan obras de arte.

Esos ataques, a mi libro o a películas, obras de teatro o cuadros de otra gente, no son cosas que lleguen desde abajo. No existen esas grandes objeciones públicas a esa clase de obras. Son ataques creados desde arriba. Hay gente en el poder que piensa que puede obtener algún beneficio incitando e inflamando distintos problemas, y que usa su posición para hacerlo.

La gente es más sensata que sus líderes. La India merece que la dirijan mejor de lo que la dirigen ahora. Merece líderes que puedan llevarla de regreso a la tierra no sectaria ni comunitaria que imaginaron los fundadores de la nación. Y aquí, en encuentros como este, la idea de esa India puede no forjarse sino renovarse. Forjarse de nuevo. Y solo se puede hacer si todos tenemos la capacidad de decir lo que pensamos. Hablar libremente, sin miedo a las represalias religiosas o gubernamentales. El ser humano, recordemos, es esencialmente un animal del lenguaje. Somos una criatura que siempre ha usado el lenguaje para expresar sus sentimientos más profundos, y no somos nada sin el lenguaje. El intento de silenciar nuestra lengua no es solo censura. También es un crimen existencial contra el tipo de especie que somos.

Somos una especie que necesita hablar, y no debemos ser silenciados. El propio lenguaje es una libertad. Por favor, no permitáis que la batalla por esa libertad se pierda. ~

Traducción de Daniel Gascón

© Salman Rushdie y Wylie Agency

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