Escribir bien, escribir mal

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John King, profesor de la Universidad de Warwick, ha publicado un valioso libro con un título muy largo: The Role of Mexico’s Plural in Latin American Literary and Political Culture. From Tlatelolco to the “Philanthropic Ogre”. Se trata de un trabajo más sensible a la crítica ideológico-política que a la literatura o la filosofía, nunca menciona, por ejemplo, los notables escritos de Hugo Margáin. En el último número de Letras Libres (Abril 2008) apareció casi completa la primera sección –“Developments in México”– del tercer capítulo “Politics in Plural, 1971-76”. El texto en Letras Libres concluye con este párrafo: “Sin embargo, Plural nunca fue una revista apuntalada en la comunidad académica: muchos miembros de la revista compartían la opinión de Zaid, quien afirmaba que quienes podían escribir, escribían ensayos, y quienes no podían escribir, trabajaban en la academia.” Sobre lo anterior, quisiera comentar lo siguiente:

 

a) Colaboré en Plural con una columna mensual, Manual del Distraído, y tomé parte en diversas tareas de la revista. Por ejemplo, pertenecí al Consejo de Redacción. Pero a la vez trabajaba en la “academia”, era miembro muy activo del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, daba clases y escribía artículos académicos. Ahora bien, esos artículos tenían –perdóneseme la pedantería– tanta “voluntad estilística” como los considerados más literarios, los que escribía para la columna Manual del Distraído. Tan mal o bien escritos los unos como los otros. Por otro lado, ¿por qué no llamar “ensayos” a mis artículos “académicos”? ¿cómo deben ser los “ensayos” filosóficos? Aquí está, pues, el caso de una persona que trabajaba en la academia, escribía ensayos literarios y también artículos académicos.

b) Como analista de Plural, el Profesor King no debería olvidar que otros muchos colaboradores de la Revista también trabajaban en el mundo académico, la UNAM y El Colegio de México, principalmente. Y resulta –¡caramba!– que sí podían escribir, salvo que se maneje una definición secreta de “escribir”. ¿Acaso Luis Villoro no “escribía”? ¿Tampoco Rafael Segovia? ¿O es que, tal vez, sólo “escribían” cuando publicaban en Plural y en Vuelta? El Profesor King tampoco debería pasar por alto que incluso varios miembros del Consejo de Redacción –¡nada menos!–, aunque fueran esencialmente “literatos”, estaban adscritos a instituciones académicas. Estoy seguro de que el Profesor King convendrá en que el asunto es más complejo.

 

Espero que el Profesor King no caiga –o resbale– en la tentación de echarle todas las culpas culturales del país a la UNAM y convertirla así en el villano de la obra. La idea sería, según esta fantasía rústica, que la creatividad, la chispa, la ocurrencia, la brillantez, la imaginación, la originalidad, etc., etc., sólo se encuentran en los francotiradores, en los maravillosos Peras Locas que ejercen sus talentos fuera de las instituciones académicas, masacradoras del talento individual. Toda esa abundancia se confronta, supongo, con la visión de unos profesores e investigadores burocratizados, los que a falta de “genes creativos” se refugian en la UNAM, donde sobreviven produciendo artículos y libros mediocres. Confieso que al escribir esto también defiendo mi vida, pues imagínese usted, Profesor King, que el 16 de marzo pasado cumplí cincuenta años de antigüedad en el Instituto de Investigaciones Filosóficas, del cual ahora soy –por méritos biológicos, quede claro– el orgulloso Decano. Amén. ~

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(Florencia, 1932-ciudad de México, 2009) fue filósofo y uno de los escritores e intelectuales más relevantes del siglo XX mexicano.


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