Ilustración: Alejandro Magallanes

Enemigos en el patio

El ciclo Infierno provisorio es uno de los proyectos literarios más ambiciosos en las letras brasileñas. Presentamos un fragmento del tercer volumen próximo a aparecer en México.
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¿Qué fue primero, la persona o el escritor? No importa cuál sea el esquema del que se parta, Luiz Ruffato rompe con todos.

Escuchamos a Ruffato, por casualidad, en una entrevista para una estación de radio francesa a propósito del lanzamiento en ese país de uno de los cinco volúmenes de Infierno provisorio. Luiz contaba su historia con un tono franco e inteligente –sin embargo modesto–: la de un niño de padres analfabetos que se formó como mecánico, trabajó en un taller mientras estudiaba periodismo por las noches y años más tarde se convirtió en escritor, uno de los más destacados de su generación. Esa breve introducción al mundo ruffatiano fue suficiente para querer adentrarnos, en nuestra calidad de editores, en su literatura.

Leímos el primer volumen de Infierno provisorio de golpe, sin tomar aire entre las imágenes de la existencia miserable de aquellos que están en el corazón de Ruffato –no muy distintos a la gente que podríamos encontrar en México u otros países–, pintadas de una manera muy elaborada y, no obstante, eficiente. Encontramos también a un autor que emplea toda clase de artificios a su disposición para eliminar momentos muertos e innecesarios en su discurso y echa mano de las diferencias tipográficas para identificar voces y personajes, en vez de interrumpir la secuencia emocional con intromisiones del narrador. Nos dimos cuenta de que aun cuando su tema podía ser común a otros autores, su estilo literario era como ningún otro y la literatura que producía era aun menos convencional que su pasado.

Cuando le preguntamos a Ruffato sobre su proceso creativo, respondió que encontrar la temática a plasmar fue fácil –quería, a través de la literatura, darle una voz a la clase proletaria, a la gente sin biografía–; en cambio, encontrar la manera de expresarlo le tomó cerca de dos décadas. No estaba interesado en el estilo periodístico, tan habitual en las narraciones que tocan el tema, sino en hacer literatura. El resultado de esa búsqueda fue un rompecabezas literario en donde un capítulo puede leerse como un episodio de novela pero también como una historia independiente; en donde un volumen en un ciclo tiene cierta relación cronológica con los otros volúmenes pero de igual forma funciona como una novela autónoma; en donde el ciclo puede leerse en orden o en desorden; en donde la elaboración de un párrafo es tan sublime que puede considerarse incluso un poema en sí mismo. El orden de los relatos y los volúmenes es únicamente una sugerencia. Ruffato es un acróbata literario y toma, tanto al editor como al lector, audacia e imaginación seguirle el paso y acompañarlo hasta el final. ~

Ioana Pieleanu,

Directora editorial de Elephas.

¿¡Eh!?, ariscas, las tortolitas agitaron las alas, sumergiéndolas en el silencio húmedo de diciembre, ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? ¿¡Eh!?, escarbaban la tierra con el pico, zureando, aún ahí, ¿Con qué se asustaron? La mecedora, ahora inmóvil. La mano derecha, adiestrada, palpó a ciegas el cuerpo de la escopeta que dormitaba recostada en la pared. Ojos y oídos escudriñan la tarde suspendida, sábana blanca asoleándose en el tendedero. Camuflada en el pecho, la mina lista para disolver el mundo en un chorro de sangre. ¿Simão? Lentamente, se levantó la pijama de franela amarilla, los tenis conga rojos comenzaron a arrastrar pensamientos hacia el terrero. Ruidos, ¿de dónde venían? ¿Iban a tomar por asalto la casa? Junto al muro, las huellas de las botas militares sobre la delicada capa verde de lodo que se desparrama a la sombra de los granadillos brasileños. Están aquí, lo invadió la certeza. ¡Están aquí! Necesitaba sorprenderlos. Las llantas del camión mastican la nieve. Ojos saltones alumbran las tinieblas. El motor ruge, desesperado. Va a comenzar. Dentro de poco, va a comenzar. ¿Simão? Cuatro de la madrugada. Quince grados bajo cero. La madrugada son granadas, morteros, bombas, muertos, muertos, muertos. …legítimo portador de la gran paz que el mundo hoy… El cañón de la ametralladora se adentra en la casa semidestruida, Ya no aguanto más, teniente, ¡ya no aguanto más!, se tira al suelo, huesos y recuerdos abrazados a pedazos de madera (que ya no son vigas, cumbreras, muebles), fragmentos de barro (que ya no son ladrillos, tejas, jarrones), trozos de porcelana (que ya no son platos, tazas, teteras), la cal salpicando el uniforme, fustigando los ojos. Revuelve
la casa, escabulléndose por la pared amarilla ennegrecida por el moho, el cañón de la escopeta huele al enemigo, llega hasta el lavadero, los avista, en el patio, entre los árboles, son ellos. ¡La guerra! ¡Nísia, la guerra comenzó! ¿Sí? Sí, todo mundo está comentando en la plaza Mamá, ¿qué dijo papá? Comenzó… comenzó la guerra… ¿La guerra? Sí, pero es alláááá lejos En Europa No te preocupes, m’hijo, no te preocupes… ¡La guerra! Arrastrándose, cruza por los canteros moribundos del jardín reseco, posicionándose en medio del follaje, su trinchera. Extendido en la tierra, ametralladora acurrucada en el pecho observa la labor de las nubes, la circunnavegación de los buitres, vigila. Una ruina. ¡Eso!: una ruina. Escombros, solo escombros. ¿Simão? Nervios destrozados, músculos flagelados, dientes desportillados, los ojos como cubiertos por un velo, oídos estropeados, dolores, dolores en las piernas, en los brazos, en los hombros, en la espalda, en la planta de los pies, dolores. El corazón mísero, abatido. Y, arruinándolo todo, el sueño, envenenada manzana atorada en la garganta, dormir, dormir, dormir, por siempre jamás, embeberse en las aguas de la gran noche: ¿esto es un hombre? “Por más tierra que recorra, no permita Dios que yo…” ¡¿Mamá?! Mamá… tengo… tengo miedo, mamá… ¿Van a llevarme? ¡Me gustaría tanto estar allí! ¡Tanto! Del otro lado de la pared, ella se muere. La tos la hizo expulsar la dentadura. La enfermedad chupa sus carnes. Esto es lo que quedó: los cabellos crespos requemados desparramados sobre la almohada. Tose, tose, tose y vomita en el orinal. Se cubre la cabeza, pero la aflicción penetra en el ajedrezado de la cobija. ¿Simão? Enfrente, el enemigo pasea su arrogancia, tres rubísimos alemancitos, rostros mallugados de espinillas, podía sentir su respiración entrecortada, qué pena, tan jóvenes, pero, estamos en descampado, y, en el cinto, se busca la granada. Analfabetos de cuero, los pies revientan de ampollas, como hongos. Querían que prosiguiera y prosiguió: había anclado en el infierno. Esto que ve es el infierno, teniente. El infierno es justo esto. De un coraje, decían, murió su padre. En menos de un año, tantas cosas… Turco, hey turquito, ven aquí, ven, ven a jugar con la. Lívido, fue llevado de prisa a la Clínica, lívido. Respiraba con dificultad, parecía decir algo, el tiempo le ganó. Sucumbió por tener al hijo tan lejos, decían. “Papá y mamá, por medio de la presente les doy noticias de esta guerra extraña y triste. Gracias a Dios, llegué bien, aunque haya sido un viaje muy largo. Llevo aquí cuatro días y ya los extraño. Recen por su hijo. Simão.” En ese momento, su madre comenzó a morir un poco. Rudo, el pene marchito, el rostro trabado de rabia, empujó a la italiana, No puedo, no puedo. De la botella bebió largos tragos de vino. La vieja casa, inmunda; navegaba por las calles enfiestadas de Parma. ¿Simão? Simão, m’hijo, ¿estás allí? ¿Simão? A veces, silencio. En un rincón, obstinado, pasaba el día callado, ajeno, triste. Melancólico. Otras veces, espasmos: las palabras nacían a borbotones, ansiosas, histéricas, convulsivas. (El dedo trémulo del sargento Cardoso señaló la oscuridad. Susurró algo, corrió. Pocos metros lo cargaron sus piernas. Cayó, medio tragado por la nieve, despedazado por una ráfaga de ametralladora que, desde un refugio en lo alto del cerro, hacía zumbar su matraca. En la guerra, es así, la muerte: un silencio brusco. Los gritos, estallidos, explosiones de súbito desaparecen y bogamos en un mar infinito. Y son tantos, los muertos, que, luego de cada bombardeo, nos pasamos las manos por el cuerpo para cerciorarnos de que no, no hay ningún agujero por donde se nos esté escapando, subrepticia, la vida.) No pasará de esta noche. Ya sin fuerzas para sorber el aire, los pulmones flaquean, se rinden. No pasará de esta noche. ¿Simão? En el laberíntico entronque de los árboles de mango, los alemancitos desaparecieron. ¡Teniente, la pierna del soldado Lemos! ¡Teniente, la pierna del soldado Lemos! ¡Teniente, la pierna del. Colgada de una finísima cadena bañada en oro, indagaba qué imagen era la de la medallita, ¿Sabes qué santa es esta? La encontré en Italia; nunca supe su nombre. Nunca lo supe. ¿Están viendo? Nuestro objetivo es. ¿No pasará de esta noche? Mamá, la guerra No te preocupes, es alláááá lejos, en Europa. Quieto, bajo la casa, telarañas y botellas empolvadas. Justo sobre su cabeza, pesados pasos de las botas militares. Los vigila por las grietas del piso de madera. ¿Vinieron a buscarme, mamá? La guerra se acabó, Simão. Hace mucho tiempo que la guerra se acabó… Don Simão, ¿se tomó el jarabe? ¿Y la medicina para el corazón? ¿Y la medicina para la circulación? ¿Y el? ¿¡Eh!? ¡Dios mío, ahí vienen! ¿Dónde está la granada? Tres, son ellos, en la mira. Hey, Turco, ¿vamos a encender la antorcha? “…es la afirmación de nuestra conciencia nacional, en torno de las más nobles ideas que los…” Las manos alemancitas estiran el frente de las camisetas, convirtiéndolas en morrales, cargados de. La rueda hace chirriar el acero sobre los rieles, vagones que desbordan mena de hierro cruzan la ciudad como una serpiente corta el camino: desentendiéndose. El silbato. El corazón descarrila. ¿Simão? La escopeta flaquea, aprieta los oídos, Va a comenzar, Va a comenzar. ¡La sirena! ¡Los aviones! ¡Las bombas! Más cerca: los vagones, el silbato. El pijama de franela amarilla se espanta, la orina escurre por la pierna. ¡Uuuuuuuuuuuh! Brazos esquizofrénicos se apresuran a refugiarse bajo los árboles. ¡Uuuuuuuuuuuh! ¡La sirena! ¡Los aviones! ¡Las bombas! La cabeza estalla en pedazos. ¿Quieres leite de camela, Simão? Tres bermudas sucias, piernas finas, costillas sobresalientes escalan el muro, llenos de pavor, dejando un rastro de mangos ubá, pintitos de tan maduros. ~

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Traducción de María Cristina Hernández Escobar.

Adelanto de Infierno provisorio. Volumen iii:

Vista parcial de la noche, de próxima publicación en Elephas.

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(Cataguases, 1961) es uno de los más destacados escritores cntemporáneos de Brasil. Su ciclo de cinco novelas Infierno Provisorio "concilia experimentación lingúistica y preocupación social".


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