Dos décadas de Vuelta

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La vida de las publicaciones literarias es en general corta; Vuelta es una excepción: veinte años son muchos años para una revista literaria. Hay otro hecho quizá de mayor peso y significación: somos independientes. Vuelta no es una publicación subvencionada o dependiente de una editorial o un periódico, de una academia o una universidad, de un ministerio o una agencia gubernamental. Es una empresa privada. Estos dos términos requieren una explicación. Es una empresa no sólo en el sentido de ser la obra de un grupo independiente, sino en el más antiguo y caballeresco de acometer una acción difícil, sin ánimo de lucro o de ganancia; si Vuelta no es una hazaña, tampoco es un negocio. En seguida: somos una agrupación privada pero nuestra acción es pública y lo son nuestros propósitos. No queremos ganar conciencia o votos; queremos decir algunas cosas y queremos ser oídos. Nos anima, desde el primer número, una idea de la literatura que se puede, sumariamente, reducir a dos verbos: decir y oír. Para ser un buen escritor hay que comenzar por saber oír, tanto la voz de los muertos como la de nuestros contemporáneos vivos; y un buen lector es aquel que, en cierto modo, es autor de la obra que lee. La obra resucita de la tumba del libro o de la revista apenas unos ojos amorosos y lúcidos recorren sus páginas. La lectura revive, literalmente, a la obra; y ella, en cada una de esas resurrecciones, es simultáneamente otra y la misma. Vuelta no ha querido ser sino una parte del proceso en que consiste esencialmente la literatura: la relación viva entre el decir y el oír, el nacimiento silencioso y solitario de la obra y su prodigioso y múltiple renacer en el espíritu de sus lectores.

Los veinte años de Vuelta son en realidad veinticinco, Vuelta comenzó en Plural, de modo que es la continuación de aquella revista. La continuación y su transformación: para persistir hemos tenido que cambiar. Durante estos veinticinco años hemos coexistido –más bien: convivido– con las inmensas luchas y debates de este cuarto de siglo. Hemos sido testigos del derrumbe del socialismo totalitario y del lento pero implacable desmoronamiento del sistema político mexicano. En Vuelta no hemos sido ajenos a estos combates; al contrario, como escritores, hemos participado activamente en ellos. ¿Ha cambiado el panorama? Sí y no. Aunque es imposible cerrar los ojos ante las graves imperfecciones de las democracias contemporáneas, especialmente en nuestro país, en donde todavía nos queda mucho por hacer, es innegable que la desaparición del totalitarismo despejó el horizonte. No enteramente y no por mucho tiempo. Aparte de que aún quedan algunos sobrevivientes del “socialismo autoritario” en América y en Asia, han aparecido en todo el mundo realidades que creíamos enterradas por la historia: los racismos, los nacionalismos, los fanatismos religiosos. Los crueles fantasmas del pasado han reencarnado en este fin de siglo.

El triunfo de la economía del mercado libre sobre la estatizada no ha llevado la abundancia a los pobres y el desempleo se ha convertido en una llaga permanente de los países desarrollados. Lo he dicho muchas veces y hoy lo repito: el mercado es un mecanismo eficaz pero, como todos los mecanismos, es ciego: con la misma indiferencia crea la abundancia y la miseria. Dejado a su propio movimiento, amenaza el equilibrio ecológico del planeta, corrompe el aire, envenena al agua, hace desiertos de los bosques y, en fin, daña a muchas especies vivas, entre ellas al hombre mismo. Por último y sobre todo: no es ni puede ser un modelo de vida. No es una ética sino apenas un método para producir y consumir. Ignora la fraternidad, destruye los vínculos sociales, impone la uniformidad en las conciencias y ha hecho del arte y de la literatura un comercio. No hay en lo que acabo de decir la menor nostalgia por la estadolatría. El Estado no es creador de riqueza. Muchos nos preguntamos: ¿esta situación no tiene remedio? Y si lo tiene, ¿cuál es? Mentiría si digo que conozco la respuesta. Nadie la conoce. Nuestro siglo termina en una inmensa interrogación. ¿Qué podemos hacer? Como escritores, ofrecer nuestro testimonio. Decir con veracidad lo que sentimos y pensamos es ya el comienzo de una respuesta.

He tocado temas sociales, morales y políticos porque son parte de la historia de Vuelta. Estos temas, apenas si necesito señalarlo, no han sido nuestra única preocupación ni tampoco la central. Desde el principio lo dijimos: somos y queremos ser servidores de la literatura. Servirla bien, con honradez, inteligencia y sensibilidad es una tarea dificilísima. No siempre hemos acertado y no nos avergüenza confesar nuestras omisiones y equivocaciones; agradecemos asimismo las críticas, cuando son objetivas y bien intencionadas. Sin embargo, creo que no es demasiada vanidad de mi parte afirmar que muchos de nuestros autores, gustos, criterios y preferencias, al principio vistos con desdén, han sido consagrados por la silenciosa aprobación de lectores numerosos. Las editoriales, las revistas y los suplementos culturales hoy publican con frecuencia escritores que aparecieron en Vuelta por primera vez hace bastante tiempo. En esto y en otros asuntos menores, como el diseño y la tipografía, hemos tenido y tenemos seguidores. El estilo y los gustos literarios de Vuelta, y no sólo las ideas y los temas, se han infiltrado en la vida literaria de México. Involuntaria y por esto aún más valiosa compensación de veinte años de ataques, denuestos y silencios.

Vuelta ha sido un agente activo en la vida literaria, artística e intelectual de nuestro país, tanto en la esfera de la creación como en las de la crítica y el pensamiento. Subrayo igualmente nuestro interés por la filosofía, la historia y, rara avis, en la literatura mexicana, por la ciencia. No somos, claro, los únicos y no nos ha animado nunca una ambición de hegemonía; más bien ha sido lo contrario: desde el principio nos inscribimos en la oposición y en la crítica, casi siempre minoritarias. Nunca hemos tenido miedo de quedarnos solos y siempre hemos visto con desconfianza las maniobras publicitarias que hoy corrompen al arte y a la literatura. Me parece que de esta manera hemos ayudado a la presente pluralidad de obras y tendencias. Muchas de esas obras nacieron y se han desarrollado gracias a nuestro estímulo; otras no menos numerosas, algunas valiosas, han surgido como negación y oposición a lo que es o representa Vuelta. De una y otra manera, esas obras fueron y son la respuesta que buscamos. La literatura es diálogo, con frecuencia contradictorio. Nuestra misión ha sido avivar ese diálogo.

¿Cuál será el porvenir de Vuelta? No lo sé. Lo único que sé es que un día –pronto– dejaré la revista. Vuelta es una obra, mejor dicho: una pasión, colectiva. Hace mucho, en un poema, me pregunté: “¿cómo decir buenos días a la vida?” Estoy seguro de que Vuelta mañana sabrá decirle a la vida, como lo ha hecho durante estos veinte años: ¡Buenos días, aquí estamos! ~

México, a 10 de diciembre de 1996

“Dos décadas de Vuelta” se publicó en Vuelta,
México, no 242, enero de 1997.

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