Chiapas: Más allá del EZLN

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A Mundo y MaruLos resultados de las elecciones locales del pasado 7 de octubre en Chiapas provocaron sorpresa y desconcierto entre la opinión pública. Muchas personas pensaban que el PRI había mantenido el poder tan sólo mediante la represión y la compra de votos. Se dijo una y otra vez que la rebelión del EZLN era una prueba contundente del
rechazo de la sociedad, en especial de los indígenas, hacia los gobiernos autoritarios y corruptos del PRI. El triunfo, el año pasado, de Vicente Fox en las elecciones presidenciales y el de Pablo Salazar Mendiguchía, apoyado por prácticamente todos los partidos de oposición, en las de gobernador de Chiapas, marcarían entonces el fin del predominio del PRI en el estado. Desplazado del poder federal y estatal, incapaz de recurrir ya a los fondos públicos para captar votos, el PRI estaría destinado a sufrir un acelerado declive en los comicios para renovar los cargos municipales y el Congreso chiapaneco.
     Sin embargo, a pesar de estos pronósticos, en las pasadas elecciones locales el PRI apareció como el gran vencedor. Conquistó 21 diputaciones de mayoría relativa de las 24 que componen el estado, y obtuvo 72 presidencias municipales de un total de 118. Con la única excepción de Las Margaritas, triunfó en todos los distritos indígenas chiapanecos. En Chamula y Tenejapa, que agrupan los municipios indígenas más tradicionalistas, lo hizo con una holgada ventaja.
     ¿Cómo se explican estos resultados? ¿Realmente el PRI mantiene una presencia hegemónica en el estado a pesar de haber perdido la gubernatura el año pasado? ¿O estos resultados son de alguna forma engañosos? ¿Cuál ha sido el papel del EZLN en el triunfo del PRI? Para responder a estas preguntas es necesario analizar con más detalle los resultados electorales a la luz de las luchas políticas que se han producido en el último año.
     Una sociedad cada vez más democrática
     Después de la victoria de Vicente Fox, la participación electoral en los comicios locales de todo el país se ha desplomado. Ciertamente en México, por regla general, las elecciones presidenciales movilizan a más electores que las contiendas locales. Pero, además, todo parece indicar que muchos ciudadanos, tras haber hecho realidad su sueño de desplazar pacíficamente al PRI de la Presidencia de la República, se han desinteresado de las elecciones de gobernador, diputados locales y ayuntamientos. Esta actitud puede comprenderse, en parte, como resultado del inevitable desengaño de la alternancia (los problemas económicos y sociales siguen siendo los mismos), y en parte por el hecho de que los comicios han perdido mucho de su dramatismo anterior: lo que está en juego no es más la permanencia o la desaparición de un sistema político que funcionó durante más de 70 años. Ahora, lo único que se decide es cuál de todos los candidatos en pugna, cuyas promesas de campaña se parecen cada día más y suscitan un creciente escepticismo, habrá de gobernar en lo local o legislar a nivel estatal. Prácticamente de un día para otro, las elecciones, de ser un asunto que definía la esencia política del país, se han transformado en un hecho rutinario. Sin duda hay que lamentar el creciente abstencionismo, pero al mismo tiempo hay que alegrarse de la rápida naturalización de la democracia electoral en México.
     En este contexto nacional, el caso de Chiapas resulta excepcional. A diferencia de lo que ha sucedido en todo el país, y a pesar de que tradicionalmente Chiapas ha tenido las tasas de abstencionismo más altas de la República, en esta ocasión la participación electoral fue prácticamente la misma que en las elecciones presidenciales (51.4% en 2000 y 51.9% en 2001), y creció en más de 5% con respecto a las pasadas elecciones de diputados locales y ayuntamientos de 1998.
     Todavía más sorprendente es el hecho de que las tasas más altas de participación se encuentran en la zona rural del estado y en especial en las regiones indígenas. En 23 municipios (Aldama, San Andrés Duraznal, Santiago El Pinar, Coapilla, Totolapa, Tapalapa, Sitalá, Ocotepec, Pantepec, La Libertad, Osumacinta, Nicolás Ruiz, Jitotol, Suchiapa, San Lucas, Soyaló, Ixtapangajoya, Francisco León, Chapultenango, Sunuapa, El Porvenir, Zinacantán y Monte Cristo de Guerrero) —10 de ellos con población predominantemente indígena—, la participación superó el 74% de la lista nominal. Aunque estos 23 municipios están distribuidos en distintas regiones del estado, comparten muchos puntos. Se trata de municipios pequeños, con población rural de bajos ingresos económicos y en los que las asambleas comunales desempeñan un papel relevante en la vida política. Esto demuestra, una vez más, que una intensa vida comunal puede ser perfectamente compatible con un gran interés por las elecciones y con una fuerte presencia de los partidos políticos. Cabe aclarar que los resultados en estos municipios fueron un poco menos favorables al PRI que los del resto del estado. En efecto, el PRI ganó 12 de los 23 municipios con mayor participación, el PRD seis, el PAN tres, y el PT y el PVEM uno.
     En el extremo opuesto, las tasas más bajas de participación —menos del 45% de la lista nominal— se encuentran en las cuatro ciudades más importantes del estado (Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, Comitán y San Cristóbal de Las Casas) y en extensos y poblados municipios indígenas, en donde no parecen haber cicatrizado las heridas de los conflictos internos entre partidarios y opositores al EZLN (Ocosingo, Palenque, El Bosque y Salto de Agua) o entre tradicionalistas y protestantes (Chamula).
     Mientras todas las ciudades vieron con cierta indiferencia las elecciones locales, muchos municipios indígenas y rurales sintieron que por primera vez podrían elegir a sus autoridades inmediatas en comicios transparentes, imparciales y equitativos, y en consecuencia se volcaron a las urnas. En Los Altos, esta fiebre electoral se manifestó en la aparición de nuevos partidos políticos a nivel municipal. En promedio, se presentaron más de cuatro candidatos en las elecciones para ayuntamientos. Lo más notable fue el orden y la tranquilidad con los que se desarrollaron las campañas y los comicios. En Chamula, por primera vez en toda su historia, hubo partidos políticos distintos del PRI que pudieron no sólo colocar propaganda electoral, sino incluso abrir comités municipales en la cabecera sin sufrir la más mínima agresión. En Tenejapa, tres partidos políticos (PAS, PRD y PAN) realizaron su cierre de campaña en la cabecera el mismo día y a la misma hora. En el pueblo, reinaba un ambiente de fiesta que hermanaba a todos los concurrentes, independientemente de sus inclinaciones políticas. El PRD y el PAN realizaron, incluso, sus mítines en la misma y pequeña plaza central. Cada partido levantó su estrado y congregó a sus simpatizantes. Los candidatos del PAN quisieron empezar su mitin antes de que los oradores del PRD hubieran terminado sus discursos. Del estrado del PRD se les pidió entonces, en tono muy respetuoso, que esperaran a que se terminara el acto del partido del Sol Azteca antes de que ellos empezaran el suyo. Los panistas accedieron de inmediato, de tal forma que sus seguidores escucharon atentamente, primero, los discursos del candidato del PRD y, luego, los del PAN. Tanta civilidad resultaría inimaginable en la ciudad de México. Finalmente, por primera vez, dos municipios indígenas de Los Altos serán gobernados por partidos distintos del PRI: Zinacantán por el PRD y Chalchihuitán por el PT.
     En los municipios indígenas de la región de Los Altos, estos comicios marcaron un paso fundamental de una añeja pluralidad económica, social, política y religiosa, que se vivía de manera muy conflictiva, a un pluralismo en el que las diferencias empiezan a verse como naturales y legítimas.
     La otra gran novedad de estos comicios, ampliamente comentada por la prensa nacional, fue el triunfo del candidato del PAS, Enoch Hernández, a la Presidencia Municipal de San Cristóbal de Las Casas. El ahora presidente municipal electo —un popular locutor de la radio local, que tenía un programa en el que los ciudadanos denunciaban en vivo los errores, las carencias y las corruptelas de las autoridades municipales— buscó ser postulado por el PRI (partido al que pertenecía). Al fracasar en su intento, se acercó al PAN y al PRD, sin mayor éxito. Sólo el PAS, partido que no tenía mayor presencia en el estado, aceptó registrarlo como candidato. En su campaña, visitó repetidamente todos los barrios, colonias y localidades del municipio. A decir de muchos testigos, fue el único candidato que no repartió refrescos, dinero ni material de construcción. Además, a pesar de ser originario de Jiquipilas —pueblo en donde no se habla una lengua indígena desde hace más de un siglo—, se presentó como indígena. Finalmente, a diferencia del PRI y del PRD que negociaron con los líderes de las colonias periféricas y del área rural para obtener el voto de sus agremiados, Enoch se dirigió directamente a los ciudadanos.
     Su triunfo mostró la falsedad de gran parte de los estereotipos habituales sobre San Cristóbal de Las Casas. Lejos de poner al descubierto una irreductible oposición entre auténticos coletos e indígenas, los resultados electorales pusieron en evidencia la enorme diversidad que caracteriza la ciudad. El PAS obtuvo el 31% de los votos, seguido por el PRI con 27%. El PRD y el PAN, por su parte, obtuvieron cada uno 15%. Lo más notable es que, si bien el PRI llegó en primer lugar en el centro de la ciudad y en el área rural, mientras que el PAS obtuvo el triunfo gracias a la copiosa votación de las colonias periféricas, las diferencias en los resultados en las secciones de estas tres zonas no son tan marcadas como se podría pensar. El PAS logró muchos votos en la vieja traza urbana, mientras que el PRI tuvo un muy decoroso segundo lugar en las nuevas colonias. Por otra parte, los resultados electorales fueron muy similares en las colonias indígenas a los de los otros barrios populares poblados en su mayoría por mestizos. Finalmente, los sectores populares de la ciudad —indígenas y mestizos— dejaron en claro que no están dispuestos a seguir las consignas de voto de los líderes de sus organizaciones sociales. El mito del corporativismo sufrió un nuevo descalabro.
     Por si todo esto fuera poco, Mateo Hernández, el candidato del PAS a la diputación del distrito de San Cristóbal (que comprende ese municipio y el de Teopisca) —un colega indígena de Enoch que tiene un programa de radio en tzotzil en el que los radioescuchas envían mensajes, a veces desde Estados Unidos, a sus familiares y amigos—, se quedó a menos de 50 votos de la victoria tras la anulación de algunas casillas por parte del Tribunal Electoral Estatal. Poco faltó para que el único distrito de mayoría ladina de Los Altos de Chiapas estuviera representado por un indígena.
     En todos los municipios fue evidente que la personalidad de los candidatos representó un factor determinante en la decisión de voto de los ciudadanos. El partido que los postulaba pasaba a un segundo plano. De hecho, muchos candidatos provenían del PRI y, al no obtener la candidatura de su partido, buscaron afanosamente otro que quisiera postularlos. Sólo así se entienden algunos hechos sorprendentes de la jornada electoral. El PAS, cuya existencia era desconocida en Chiapas, ganó dos municipios (Tuxtla Chico y San Cristóbal de Las Casas) y obtuvo porcentajes de votación por encima del 20% en otros cinco (Juárez, Tenejapa, Pijijiapan, Teopisca e Ixtapa). De igual forma, el PVEM, que nunca había logrado arraigar en el estado, triunfó en cuatro municipios (La Concordia, Acapetahua, Suchiapa y Bochil) y superó el 30% de la votación en Villa Comaltitán.
     A menudo, la popularidad de los candidatos a presidentes municipales llevó a los electores a sufragar en las elecciones para diputados locales por el partido que los postulaba. Pero en otros casos, se produjo un voto diferenciado. Así, el PRI, que llegó en tercer lugar en las elecciones municipales de Tuxtla Gutiérrez (con menos del 15% de la votación), triunfó en uno de los dos distritos (el Oriente) de la ciudad para elegir diputados locales. En efecto, mientras su candidato a la Presidencia Municipal había tenido serios problemas judiciales a raíz de acusaciones por malversación de fondos públicos, en el Distrito Oriente de la ciudad el candidato del PRI era hijo del gobernador Sabines, quien dejó un grato recuerdo entre los tuxtlecos.
      
     El PRI: Ganar perdiendo
     Las elecciones municipales, al mismo tiempo que mostraron el interés de los campesinos e indígenas por elegir a sus autoridades, pusieron en evidencia el deterioro de los partidos políticos. De hecho, la victoria del PRI se explica no tanto por méritos propios, sino más bien como fracaso de la Alianza por Chiapas que llevó al poder a Pablo Salazar Mendiguchía.

En efecto, el PRI, a pesar de que obtuvo 21 de las 24 diputaciones, sufrió la mayor disminución de la votación a su favor desde los comicios de 1994, que estuvieron marcados por el levantamiento neozapatista. El PRI obtuvo tan sólo el 37% de los votos válidos, cuando en las elecciones para gobernador del año pasado había alcanzado el 47%. En el caso de San Cristóbal de Las Casas, ganó el distrito con tan sólo el 26% de la votación. De hecho, sólo obtuvo la mayoría absoluta en dos distritos (Chamula y Tenejapa). Eso significa que, si la coalición de partidos que llevó al poder a Pablo Salazar se hubiera mantenido, el PRI sólo habría triunfado en esos dos distritos y habría obtenido seis diputaciones de representación proporcional. Es decir que habría contado con ocho diputados de un total de 40, en vez de 24 (que es el máximo que autoriza la Constitución chiapaneca) como fue el caso.
     La ruptura de la Alianza por Chiapas tiene varias explicaciones, pero a mi juicio la más importante fue, sin duda, la sorprendente decisión del gobernador de no apoyarse en los partidos que lo habían conducido al triunfo. En su gabinete ningún cargo importante quedó ocupado por algún cuadro político de los partidos que conformaron la Alianza por Chiapas, sino por ex pri’stas, personalidades independientes o dirigentes de organizaciones sociales. Por otra parte, Pablo Salazar se ha rodeado de asesores chiapanecos, cercanos a Rosario Robles, que hicieron toda su carrera política en el Distrito Federal. Estas decisiones generaron muchos resentimientos. El PAN se distanció del gobernador. En el PRD se produjo una escisión con la salida de Gilberto Gómez Maza, líder histórico de la izquierda chiapaneca. Pero el resultado más grave fue que ningún partido de la antigua Alianza por Chiapas se sintió comprometido con el actual gobierno y, por lo tanto, no se esforzó por repetir una amplia coalición que le habría asegurado un apoyo estable en el Congreso del estado y en las presidencias municipales. Cada partido pensó tan sólo en aumentar su propio caudal de votos. El resultado fue la enorme sobrerrepresentación del PRI, que con tan sólo el 37% de los votos tendrá el 60% de los diputados y 61% de las presidencias municipales.
      
     El PRI: Perder ganando
     Sin embargo, a pesar de lo que podrían sugerir estos logros, la situación del PRI en Chiapas no es nada prometedora. El partido atraviesa por la crisis más grave de su historia. En un primer momento, la mayoría pri’sta del Congreso del estado se enfrentó abiertamente con el nuevo gobernador, negándose a aprobar el presupuesto estatal. Pero, con el paso de los meses, se fue conformando un grupo de diputados pri’stas, encabezado por Édgar de León, dispuesto a dialogar con Pablo Salazar. Este grupo fue creciendo hasta desplazar de la Presidencia del Congreso del estado al líder de los pri’stas intransigentes, Mario Carlos Culebro, y aprobar, con muchos meses de retraso, el presupuesto presentado por el gobernador.
     Pero los conflictos internos del PRI no pararon ahí. Mario Culebro, que también era el dirigente estatal del partido, se enfrentó a la dirigencia nacional por la elección de candidatos para diputados y presidentes municipales, de tal forma que se presentaron dos convocatorias distintas para el registro de candidaturas, una del Comité Directivo Estatal (CDE) y otra de la Comisión Ejecutiva Nacional (CEN). Mario Culebro fue destituido de la dirigencia estatal, pero después de una negociación con el CEN recuperó su cargo. Este acuerdo resultó de lo más efímero: a la hora de registrar a los candidatos ante el Instituto Estatal Electoral (IEE), el PRI presentó dos listas: una elaborada por el CEN y la otra por el comité estatal. Según este último, la lista presentada por la dirigencia nacional había sido negociada con el gobernador Pablo Salazar, para garantizarle diputados dispuestos a apoyar su gobierno. Nueva crisis, nueva toma de las oficinas del PRI estatal, nueva destitución (ahora definitiva) de Mario Culebro. Finalmente, la lista de candidatos elaborada por el CEN fue declarada la única válida por el IEE.
     Para el momento de las elecciones, los ciudadanos estaban convencidos de que, entre los candidatos a diputado del PRI, la mayoría eran personas dispuestas a llegar a un acuerdo de gobernabilidad con Pablo Salazar. Se vislumbró entonces la paradójica posibilidad de un gobernador elegido por una amplia coalición anti PRI, gobernando con el respaldo de los diputados del PRI.
     Pero las sorpresas nada más estaban empezando. Los diputados salientes decidieron aprobar el presupuesto del año 2002 (en vez de que esta tarea correspondiera a los entrantes, como era la norma hasta entonces). Por si esto fuera poco, el 20 de octubre, en una sesión nocturna, extinguieron la figura de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados, que era presidida por el partido mayoritario (es decir por el PRI), para reemplazarla por una Comisión de Régimen Interno en la que cada partido estará representado por un diputado; desaparecieron la Contaduría Mayor de Hacienda, dependiente del Congreso, para crear un órgano de fiscalización superior autónomo del mismo Congreso, cuyo titular será nombrado a propuesta del Poder Ejecutivo por un periodo inamovible de siete años. Finalmente, para evitar que el Congreso entrante diera marcha atrás a estas reformas, modificaron la Constitución para que ésta sólo pueda ser reformada con las dos terceras partes de los votos de los diputados y de los ayuntamientos, mayoría calificada que no tiene el PRI.
     Al tener noticia de estas reformas, la dirigencia nacional mandó suspender la sesión del Consejo Político Estatal en la que se iba a elegir a la nueva dirigencia estatal. Sin embargo, la sesión se llevó a cabo y Édgar de León, principal promotor de las reformas, fue electo presidente del Comité Directivo Estatal y tomó posesión de las oficinas del partido. Los diputados entrantes manifestaron públicamente su repudio a las reformas, que limitaban drásticamente su capacidad de negociar con el gobernador. La dirigencia nacional expulsó de las filas del partido a los 17 diputados salientes que aprobaron las reformas, incluido obviamente Édgar de León, y amenazó con aplicar la misma sanción a los miembros de los ayuntamientos que avalaran la reforma. A la fecha, 80 ayuntamientos pri’stas lo han hecho sin que la amenaza del CEN se haya cumplido.
     De esta manera, el PRI chiapaneco, a pesar de haber ganado la gran mayoría de las diputaciones y de las presidencias municipales, se encuentra en acelerada descomposición. El gobernador aparece, entonces, como el gran triunfador de todos estos conflictos. De hecho, no ha habido personaje político importante que se le haya opuesto que no haya tenido que renunciar a su cargo. Ese fue el caso de los presidentes del Supremo Tribunal de Justicia, del Congreso y del Instituto Estatal Electoral. Al parecer, ahora le toca el turno al rector de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, el Lic. Cuauhtémoc López Sánchez. Si bien todo esto asegura la gobernabilidad del estado a corto plazo, estas maniobras políticas pueden llegar a tener graves consecuencias sobre la vida política democrática del estado a mediano y a largo plazo. Todos los partidos políticos están divididos entre pablistas y no pablistas, de tal forma que no sólo sus fundamentos ideológicos han desaparecido, sino que incluso los electores, en el momento de emitir su voto, ignoraban si estaban sufragando a favor del gobierno actual o en contra de él. Tras los sorprendentes bandazos de los diputados, gran parte de los ciudadanos ha llegado a la conclusión de que todos los políticos están dispuestos a venderse al mejor postor (en este caso el gobernador).
     En consecuencia, al mismo tiempo que la ciudadanía chiapaneca se muestra cada vez más participativa, tolerante y dispuesta al pluralismo, la clase política parece esforzarse por minar los fundamentos mismos de la democracia: el régimen de partidos, el equilibrio de poderes y el estado de derecho.
      
     ¿Y el EZLN?
     Durante todo el proceso electoral, el EZLN brilló por su ausencia. Prácticamente ningún candidato hizo referencia al problema de la insurgencia neozapatista. Tampoco se le puede atribuir al EZLN una influencia importante en los resultados electorales. Ni siquiera se puede culpar al abstencionismo zapatista de algunos de los triunfos del PRI, como fue el caso en 1995. En las zonas tradicionalmente zapatistas, el IEE pudo capacitar a los funcionarios de casilla e instalar las urnas sin incidente alguno. Con la única excepción de Ocosingo —cuyos límites se han reducido a raíz de la creación de los municipios de Benemérito de las Américas y de Marqués de Comillas—, el ya tradicional abstencionismo zapatista no es perceptible en los resultados, dado que afecta a un número cada vez menor de electores potenciales.
     El movimiento parece haberse quedado sin brújula después de la marcha a la ciudad de México. Aunque muchos pensaron que eso mostraría la fuerza del zapatismo, en realidad parece haber producido un enorme desgaste en el EZLN y haber enfriado muchas de las simpatías que suscitaba en la opinión pública. El Subcomandante Marcos desperdició, una vez más, una de sus mejores cartas para darle una salida pacífica a su movimiento rebelde. Al abandonar abruptamente la capital antes de que el Senado empezara a debatir la reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas, Marcos dio una prueba fehaciente de que no le interesa sentarse a negociar con ninguno de los poderes de la República. Prefiere mantener vivo el mito del guerrillero poeta, puro e intransigente, a contribuir en la solución de los gravísimos problemas que aquejan a las regiones indígenas de Chiapas.
     Sin duda alguna, salvo imprevistos, Marcos tiene asegurado por los siglos de los siglos un lugar privilegiado en el panteón de la izquierda radical, junto al Che Guevara. Pero los indígenas que depositaron su confianza en él se encuentran, hoy en día, confundidos y desorientados. Dado que la comandancia general se ha quedado sin estrategia, las bases zapatistas —cada vez más reducidas y más aisladas— actúan por iniciativa propia, respondiendo a las muy diversas situaciones coyunturales por las que atraviesan sus regiones.
     En San Andrés Larráinzar, la deserción de milicianos, que viene produciéndose desde 1995, ha tenido como resultado reforzar hasta extremos inimaginables al PRI. Después del nuevo municipio de Aldama (en donde también hubo importantes bases zapatistas en torno a la localidad de Santa Marta), Larráinzar es el municipio más pri’sta de todo el estado. En efecto, el PRI obtuvo ahí el 89% de los votos.
     Se podría alegar que esto es resultado del abstencionismo zapatista, pero este argumento no resiste un análisis más fino. Si calculamos el porcentaje de votos a favor del PRI, no sobre el total de votantes, sino sobre el total de los electores inscritos en la lista nominal, Larráinzar, con el 44%, llega en tercer lugar estatal después de Aldama y de Santiago El Pinar, un nuevo municipio que se creó con localidades que antes pertenecían a Larráinzar. Además, en tiempos recientes se ha producido un fenómeno bastante sorprendente. Muchas de las personas que desde 1999 abandonaron las filas del EZLN no han querido reingresar al PRI. Dado que el municipio cuenta con dos presidencias municipales, la constitucional en manos de los pri’stas, y la autónoma, zapatista, y que toda localidad tiene, de igual forma, dos agentes municipales, los antiguos milicianos se encontraron fuera del control de toda autoridad y alejados de toda forma de organización comunal, ya que no participan en asamblea alguna. Esto fue considerado como una aberración por ambas autoridades, quienes de mutuo acuerdo decidieron terminar con esta situación. Así, en todas las localidades, los dos agentes —el pri’sta y el autónomo— se reunieron y convocaron a los "sin partido" para conminarlos a que se integraran a alguna de las dos asambleas existentes en la comunidad. Muchos antiguos zapatistas volvieron entonces a quedar bajo la presidencia del municipio autónomo, pero sin contribuir al mantenimiento económico de los milicianos ni acudir a las reuniones que promueve el EZLN. De esta forma, si bien el ayuntamiento autónomo mantiene su fuerza en Larráinzar, cada vez se aleja más del EZLN.
     En Chenalhó, la comunidad de Las Abejas se ha reintegrado plenamente a la vida del municipio. Registraron, bajo las siglas del PRD, una planilla municipal que obtuvo el 33% de los votos,  y quedaron en segundo lugar detrás del PRI, que ganó con el 60%. Este resultado, más que honorable, le garantiza a Las Abejas contar con varios regidores de representación proporcional en el próximo ayuntamiento. Con el regreso a sus comunidades de los últimos refugiados de Acteal, los zapatistas del municipio de Polhó han quedado más aislados que nunca.
     Por todas partes, el nuevo obispo Felipe Arizmendi, con suma discreción y gran eficacia, ha promovido la reconciliación entre catequistas zapatistas y catequistas opuestos al movimiento. En la zona chol se han vuelto a abrir las iglesias que la organización pri’sta Paz y Justicia había clausurado.
     En la Selva Lacandona, bases zapatistas que habían expulsado de sus comunidades a los vecinos que no simpatizaban con el movimiento han restablecido contacto con ellos, y en algunos casos les han dado garantías para que regresen a sus tierras.
     Sin duda, estos reacomodos suscitan, en algunos casos, fricciones y choques más o menos violentos, que la prensa nacional se encarga puntualmente de dar a conocer a la opinión pública. Sin embargo, a pesar de algunos incidentes aislados, las comunidades se van reconciliando y la idea, nueva en Chiapas, de que personas de creencias religiosas y de simpatías políticas diferentes pueden convivir armoniosamente va arraigando en forma paulatina. Al respecto, la manera en que el PRD de Chamula ha subvertido el discurso de los caciques tradicionales es muy significativa. Durante décadas, los líderes pri’stas de Chamula expulsaron a los disidentes alegando que atentaban contra la unidad del municipio; ahora los perredistas argumentan que son los caciques quienes dividen al pueblo, al impedir que los chamulas de distintos credos y militancias políticas vivan juntos en la demarcación.
     El EZLN también enfrenta serias dificultades al disminuir la ayuda internacional que recibía. El movimiento ha pasado de moda en Europa y Estados Unidos, y la nueva situación mundial, marcada por los atentados terroristas en Nueva York y Washington y por la guerra en Afganistán, no favorece en lo más mínimo el regreso de los zapatistas al escenario internacional. Muchas ONG —ya sea por convicción, ya sea presionadas por sus proveedores de fondos— han empezado a colaborar con el gobierno de Pablo Salazar en planes de desarrollo comunitario, alejándose así de las posiciones radicales e intransigentes.
     Dado que la negociación entre el gobierno y el EZLN parece haber entrado en un callejón sin salida, y en vista de que ninguno de los actores políticos está interesado en provocar nuevos enfrentamientos violentos, lo más probable es que el movimiento neozapatista siga reduciéndose poco a poco. Algunos afirman que quienes siguen fieles al EZLN son los mismos que ingresaron al movimiento en sus inicios. Es probable, por lo tanto, que se mantengan al margen de las instituciones nacionales por muchos años, como lo hicieron los rebeldes cruzob en la península de Yucatán tras la Guerra de Castas. El mito neozapatista tiene, pues, larga vida, pero su realidad es cada día más tenue. –

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(ciudad de México, 1954), historiador, es autor, entre otras obras, de Encrucijadas chiapanecas. Economía, religión e identidades (Tusquets/El Colegio de México, 2002).


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