La culpa es de Tintín

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Tintín no muere nunca en los álbumes de Hergé. Aunque Tintín siempre está a punto de morir. Siempre está a punto de ser fusilado por un pelotón de fusilamiento y siempre está a punto de caer al abismo y siempre está a punto de recibir un balazo en un atentado y siempre está a punto de volar por los aires a causa de la explosión de una bomba o del estallido de un polvorín y siempre está a punto de ser devorado por un animal salvaje.

Hergé decía ser Tintín pero no pudo matar a Tintín. Gustave Flaubert decía ser Madame Bovary, pero Gustave Flaubert mató, muy dolorosamente, a Madame Bovary: suicidio por envenenamiento de arsénico. Quizá Hergé deseaba matar a Tintín, y deseaba matarlo desde el primer álbum, Tintín en el país de los soviets, hasta el último álbum, inacabado, Tintín y el Arte-Alfa, pero no encontró las razones para matarlo. Nunca hay razones para matar a Tintín: no engaña a sus amigos, no traiciona a su patria, es fiel, leal, abnegado, defiende la justicia.

Pese a tan destacadas virtudes, Tintín aparece siempre, en algún momento de cada álbum, como un falso culpable. En Tintín en el país de los soviets, Tintín es acusado de colocar una bomba en un tren. En El loto azul las autoridades japonesas ponen a Tintín bajo orden de busca y captura. En La oreja rota, Tintín es acusado de crímenes que no ha cometido en medio de los permanentes golpes de estado de San Teodoro. En La isla negra, Hernández y Fernández detienen a Tintín en un tren como autor de un robo y de una agresión que no ha cometido. En El cetro de Ottokar, Tintín es acusado por los conspiradores de Syldavia de ser un terrorista anarquista. En Tintín en el país del oro negro, Tintín es apresado, acusado de espionaje y condenado a muerte. En Tintín en el Congo, Tintín es acusado de robar un fetiche. En Tintín en América, Tintín es acusado de loco, porque cree haber detenido al mismísimo Al Capone él solo. En Los cigarros del faraón, Tintín es acusado falsamente de tráfico de cocaína.

No sólo Tintín es el falso culpable. En Las joyas de la Castafiore, unos gitanos son acusados falsamente de haber robado las joyas de la diva. En falsos culpables, Hergé está muy cerca de Alfred Hitchcock: investigación, movimiento y acción. Y, también, extrañamente cerca de Franz Kafka: burocracia, conflicto lingüístico, nonsense. El protagonista de El proceso, Joseph K., decide pensar que todo es una broma. También piensa que todo es una broma Roger Thornhill, el protagonista de Con la muerte en los talones. Tintín parece pensar que todo es una broma. Por eso se disfraza tanto Tintín, por eso se disfrazan tanto Hernández y Fernández, Estragón y Vladimir.

Hergé padecía un gran sentimiento de culpa. Se sentía culpable de haber abandonado su viejo grupo de scouts para pasarse a los scouts católicos. Se sentía culpable por haber colaborado durante la ocupación nazi con la prensa pro-nazi y haberse dedicado a trabajar, como había pedido el rey de Bélgica. Hasta los últimos momentos de su vida pedía perdón por su colaboración.

Se sentía culpable por su relación sentimental: se resistía a pedir el divorcio de su mujer, Germaine, pese a que ya vivía con su nueva mujer, Fanny. Se sentía culpable por no poder ser un gran pintor. Se sentía culpable por haber abandonado durante tantos años a su amigo Tchang Tchong Yen. Se sentía culpable por no ser tan culto como debiera, por no ser tan libre como debiera. Se sentía culpable y por eso, quizá, necesitaba estar siempre rodeado de asesores que amortiguaran el peso de su culpa, como el abate Norbert Wallez.

Escribe Pierre Assouline en su biografía de Hergé (Destino): “Nadie está mejor situado que ella [Germaine] para conocer la fragilidad de su talón de Aquiles: la culpabilidad. Nadie sabe lo que este complejo, tan grande en él, debe a la parte innata, y lo que debe a la parte adquirida. Si Georges ha conservado un rasgo de carácter de su educación católica es éste. Para hacerle daño, sólo basta tocar donde le duele”.

En Elogio de la culpa, de Marcos Aguinis, la culpa explica en primera persona cómo sin ella no existiría el hombre:  

No me alimento desde mi origen de hierbas aromáticas ni de melodías armoniosas, sino de una fuente sucia, arcaica y tremenda: la agresividad humana. Por eso es inútil demostrarle a un individuo culpógeno que no tiene culpa: la siente igual; proviene de su renuncia, no de una satisfacción. Y renuncia porque ya ha transitado un camino psíquico previo en el que sí hubo deseo, fantasía de su realización y fantasía de que eso conducía a una catástrofe inevitable. Renuncia porque tiene instituida su conciencia moral. Y la conciencia moral a menudo funciona como el nudo de una horca. Es atroz, decepcionante, pero no olvide que sin la Culpa, ubicua y temible, no se habría impuesto la ley. Y todo habría sido más atroz todavía.

Parece que esa culpa ubicua sea la que haya llevado también a Hergé a defender el imperio de la ley y de la justicia.

Revoloteando junto a la culpa: la obsesión por las sociedades secretas, los Aniotas de Tintín en el Congo o Los hijos del dragón del Loto Azul o la mafia de Tintín en América, y la obsesión por los grandes animales salvajes, cocodrilos, elefantes, leones, tiburones.

Y, sin duda, es la culpa la que convierte a Tintín en chivo expiatorio: aunque chivo expiatorio de forma incompleta, porque nadie consigue jamás matar a Tintín. Ni siquiera Hergé consiguió matar a Tintín.

Hergé creó dos personajes. Uno, inhumano por su perfección, por sus habilidades, por su sentido del deber, porque no tiene ningún vicio, ningún defecto. El otro, profundamente humano, por sus imperfecciones, por sus debilidades, porque bebe sin moderación y porque fuma (aunque cuando fue creado todavía fumar no era un grave vicio). Uno se llamaba Tintín. El otro se llamaba capitán Haddock. El primero lo creó bajo una fuerte influencia católica. El segundo lo creó cuando ya estaba bastante liberado de esa influencia católica, aunque no había abandonado su deseo de buscar lo espiritual y seguía investigando en lo desconocido, en lo oriental, en lo esotérico.

Hergé busca en los sueños. Lee a Carl Jung. Visita a un psicoanalista que le diagnostica tras una sola sesión. A Hergé no le gusta el diagnóstico y decide guardarse sus pesadillas. Si acaso, se las endosa a Tintín. Tintín es poco humano, y no siente dolor físico ni siente la presión del amor, pero tiene pesadillas. Tiene pesadillas en Los cigarros del faraón. Tiene pesadillas en El cangrejo de las pinzas de oro. Tiene pesadillas y premoniciones en Tintín en el Tíbet. Tiene pesadillas en Las 7 bolas de cristal. Y, aunque son pesadillas instrumentales, que sirven para que la acción avance, quizá sean las pesadillas las que hagan que Tintín envejezca, sólo dos años en Tintín y los pícaros, después de medio siglo de congelación.

Escribió Theodor Fontane en su novela La elección del capitán Von Schach: “Donde hay mucha luz, hay mucha sombra”. Y aunque lo escribió muchos años antes de que naciera Hergé, parece que lo estuviera escribiendo para él. ~

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(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.


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