Si sangra, vende, y entre más sangre, pues mejor

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Dicen los que saben, y los que defienden lo que hacen, que el periodismo es el proceso de narrar una historia que tiene un propósito: un propósito en el gesto narrativo y un propósito en lo que se narra. Veamos.

Hace unas semanas Monterrey lanzó al mundo mediático la siguiente historia: un jovencito de nombre Diego Santoy entra a casa de su exnovia, la guapa Erika Peña Coss –hija de una celebridad mediaticoastrológica local–, asesina a los dos menores de la familia, acuchilla a la desafortunada joven, y escapa con la empleada doméstica como rehén. El asesino reaparece unos días después detenido, con su hermano Mauricio, compañero y encubridor, según dicta de inmediato la corte mediática.

Como toda historia que se precie de serlo, en esta época de verborrea mediática en tiempo real, la narrativa que nos llega desde tierras regias tiene todos los elementos para constituirse en un clásico: un asesino joven; una (ex)novia guapa; dos víctimas inocentes, tanto en edad como en circunstancia; una madre de las víctimas, muy guapa también, que vive de leer en los astros el devenir humano; un padre de las víctimas que también lee en los astros el futuro de los mortales y que predijo la desgracia vivida; un hermano del asesino que enaltece el amor fraterno; un padre del malhechor que da la cara por los hijos… Sangre, pasión, víctimas inocentes, padres y hermanos que lloran frente a las cámaras y, sobre todo, los astros, que se negaron a revelar la tragedia con el tiempo suficiente y el tino adecuado como para prevenirla. Elementos todos que, entretejidos a partir de los gritos y susurros del espectáculo mediático, se articulan en una de esas historias que se vuelven referencia sentida en tertulias y sobremesas.

La corte mediática, esa que juzga, califica y entretiene a su antojo y voluntad, se da vuelo: entrevistas, reconstrucciones, conjeturas, especulaciones, condenas, absoluciones –pero sobre todo mucho llanto, mucha sangre, y un poco más de llanto. La máxima en su máxima expresión: si sangra, vende; y si sangra mucho, vende más.

Vuelvo a ese mes de marzo y veo que sucedieron otras cosas en México y en el mundo: el agua y su escasez; elecciones y reconfiguraciones geopolíticas; deportes y derechos de autor; muertes locales e incursiones aéreas en Iraq; en fin: temas había. Pero tal vez pasaron inadvertidos por quienes arman la agenda noticiosa de las televisoras nacionales en sus espacios de mayor audiencia (esos que parecen confundir, cada vez más, el interés público con el supuesto interés del público): porque casi quince minutos (poco menos de la cuarta parte del noticiario) le dedicó Televisa, por ejemplo, una de esas noches, a la historia del regio asesino. Los ciudadanos mexicanos nos enteramos de todo lo que necesitábamos saber para seguir siendo: “Señora Coss, ¿dónde se enteró de que le habían matado a sus hijos?”, “¿cómo se enteró?”, “¿qué sintió en ese momento?”, “¿cómo va su hija a reconstruir su vida? Se lo pregunto con la mejor de las intenciones…” En Azteca no se quedan atrás: “Al Asesino de Cumbres lo detuvieron en el baño.” Y por ahí vemos la habitación del asesino, su ropa, su privacidad, para rematar con una bonita referencia: “Esto que sucedió es, casi, casi, como Romeo y Julieta. ¿O no?”

Hace un par de años, un grupo de profesionales del periodismo estadounidense se reunió a revisar lo que estaban haciendo, y cómo lo estaban haciendo. Y se les ocurrió hacer público una especie de manifiesto: “Los periodistas debemos preguntarnos, constantemente, qué información tiene el mayor valor para los ciudadanos. Si bien el periodismo debe ir más allá de temas como el gobierno y la seguridad pública, también es cierto que un periodismo recargado de trivialidades y falsos significados, a final de cuentas, termina por engendrar una sociedad trivial.” 1

Decíamos que el periodismo es el acto de narrar una historia con un propósito. El periodismo (sobre todo televisivo) que estamos padeciendo hoy parece tener un (des)propósito muy claro: enaltecer lo trivial, en el qué y en el cómo, hasta convertirlo en un ruido que aturde y no revela. La tragedia que vive la familia Peña Coss es muy real. La tragedia que padecemos los mexicanos, con el periodismo trivial, morboso y estridente, también lo es. Pero, ¿alguien todavía se da cuenta? ~

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