Sahagún antropológico. Su aportación cuestionada.

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Estamos conmemorando en México, España, Francia, los Estados Unidos y otros países los quinientos años del nacimiento de un fraile franciscano, Bernardino de Sahagún. A él se han atribuido dos principales y grandes merecimientos. Uno es haber reunido un gran caudal de testimonios en náhuatl sobre "las cosas naturales, humanas y divinas" de los antiguos mexicanos.
Complemento de ese primer merecimiento es haber transvasado al castellano, en su Historia general de las cosas de Nueva España, con prólogos y otras anotaciones suyas, la mayor parte de los testimonios recogidos de labios indígenas. El otro merecimiento que se atribuye a Sahagún es el diseño de un método de investigación que se considera precursor, si no es que primero, en la investigación antropológica de una cultura tal como hoy se practica.
     Esto sin mencionar sus aportaciones lingüísticas y sus varios trabajos, también en náhuatl, como comentarios bíblicos, cantos en lengua indígena y sermones para la evangelización de los indios. Ahora bien, frente a quienes han considerado que, por los testimonios que reunió, el método de investigación que diseñó y sus aportaciones lingüísticas merece el reconocimiento de pionero de la antropología, ha habido otros que han criticado severamente la figura y la obra de este fraile. Sin embargo, antes de atender a sus trabajos y a los cuestionamientos que se le han hecho, conviene recordar en forma sumaria lo más sobresaliente en la vida de Bernardino de Sahagún.
     Se formó él en la Universidad de Salamanca, o sea en ambiente propicio para recibir la influencia de lo mejor del humanismo español renacentista. Movido verosímilmente por los vientos renovadores de un cristianismo que proclamaba una transformación espiritual al modo de la Iglesia apostólica, hizo suyos los ideales de San Francisco de Asís e ingresó en su orden religiosa. En ella pasó luego a formar parte de la que había sido antigua Custodia del Santo Evangelio, anticipo de la que se fundaría en México. Así animado, se embarcó en 1529 rumbo a Veracruz, para adentrarse en la recién conquistada Nueva España. Allí estableció de inmediato estrecho contacto con los pueblos de cultura y lengua nahuas de la región central de México.
     Tenían él y sus colegas franciscanos como misión primordial atraer al cristianismo a millones de indígenas vencidos. Su antigua cultura se presentaba a sus ojos en algunos aspectos admirable, pero en otros, como la práctica de los sacrificios humanos y las figuras de varios de sus dioses, espantable, cual inspirada por el mismísimo Demonio.
     Sahagún aprendió muy pronto la lengua náhuatl —conocida también como mexicana o azteca— y trabajó unos años en varias comunidades nativas. Cuando en 1536 los franciscanos, con apoyo del virrey Antonio de Mendoza y del emperador Carlos V, inauguraron formalmente el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para jóvenes indígenas en su mayoría de noble linaje, fue él escogido como uno de sus primeros maestros. Allí, al lado de otros frailes, formados también en universidades europeas incluyendo a la Sorbona, y contando con la presencia de algunos sabios nativos, médicos, pintores y conocedores de sus "antiguallas", inició un acercamiento más estrecho y hondo a la cultura indígena.

Realización de dos primeras pesquisas
En tanto que Bernardino escribía, desde 1540, sermones y otros opúsculos de tema religioso en náhuatl, pronto se sintió atraído por conocer el pensamiento, los valores morales y la historia de las gentes entre quienes convivía y laboraba. Al ocurrir en México una fuerte epidemia conocida como cocoliztli, probablemente tifo exantemático, Bernardino pudo preguntar a algunos de los maestros indígenas del Colegio qué hacían antiguamente en casos como ese. La respuesta fue que, además de aplicar determinados medicamentos a los apestados, invocaban con fervor al dios Tezcatlipoca.
     Sahagún obtuvo entonces el texto de la principal oración a ese dios en caso de pestes.1 Luego, para satisfacer su deseo de conocer la cultura indígena, hizo transcribir otras oraciones y numerosos discursos que se pronunciaban en las más variadas circunstancias, como en casos de guerras y hambrunas, de entronización de gobernantes y en ocasiones de grandes momentos a lo largo de la vida, desde el nacimiento, la entrada en la pubertad, el noviazgo, el matrimonio, el embarazo, el ingreso a la escuela, la enfermedad y la muerte. Esos textos, expresados como él notó con "muchas delicadeces en sentencia y en lenguaje",2 fueron para él revelación de lo que pronto apreció como "el quilate de esta gente mexicana […] que echan el pie delante a muchas otras naciones".3 Testimonio de muy grande significación fue luego resultado de una segunda pesquisa suya. Consistió ella en recoger hacia 1554 el relato de labios "de viejos principales y muy entendidos que se hallaron presentes en la guerra, cuando se conquistó esta ciudad".4 Tales testimonios, añadió el mismo Sahagún, incluyeron la "relación de muchas cosas que pasaron durante la guerra, las cuales ignoraron los que los conquistaron". De la veracidad de lo que manifestaron esos ancianos notó Bernardino que "eran personas de buen juicio y se tiene por cierto que dijeron toda la verdad".5
     Los relatos que sobre la Conquista así reunió, junto con otros incluidos en varios códices y diversos textos en náhuatl, son los que precisamente integran la Visión de los vencidos. En paralelo con lo que sobre la conquista escribieron Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y varios soldados cronistas españoles, son ellos el otro espejo en que se reflejó con toda su fuerza el drama del encuentro que culminó con la ruina de una civilización.

Un proyecto de investigación integral
Lo alcanzado por Bernardino debió acicatear su interés. Ello lo movió a ampliar y estructurar sus pesquisas. Según él lo declaró, fue su superior provincial quien, "por santa obediencia", le ordenó hacia 1557 las emprendiera. Hay quien piensa que el mismo Sahagún obtuvo que se le ordenara lo que en realidad quería emprender. Y es justamente en lo que él declaró sobre sus propósitos donde se encuadran los cuestionamientos que modernamente se le han hecho.
     Muchas citas de sus palabras podrían acumularse aquí que muestran de manera patente que su intención era ahondar en la cultura de los pueblos nahuas para identificar las idolatrías de las que la consideraba infiltrada y así poder erradicarlas por completo. El misionero debía obrar como el médico que busca de dónde procede la enfermedad de su paciente. La causa en el caso de los indios no era otra que la que él consideraba abominable influencia del Demonio. Había que esclarecer cómo se había ella originado, en qué consistía y cuáles eran sus alcances en la vida entera de los pueblos indígenas.
     Su enfoque —este es el meollo de la primera objeción— estuvo por ello viciado desde un principio. El que otros califican de "humanista" y precursor de la investigación antropológica, se había propuesto en sus pesquisas conocer para luego perseguir y erradicar el pensamiento y las prácticas religiosas, la visión del mundo, las formas de educación, el saber médico y todo cuanto en la cultura nahua tuviera huella idolátrica.
     La otra objeción, vinculada a la anterior, ha consistido en preguntarse si no ocurrió acaso que los indios, percatados de los propósitos inquisidores del escudriñador de idolatrías, optaron por engañarlo en sus respuestas, malguiándolo en sus pesquisas de suerte que lo que creyó haber descubierto estaba muy alejado de la propia realidad cultural.
     En el acercamiento que aquí haremos a lo que he llamado "su gran proyecto de investigación integral", necesario es tomar en cuenta estas objeciones.
     Primero fue en el pueblo de Tepepulco, en el sureste del actual estado de Hidalgo, luego en Tlatelolco y finalmente en México-Tenochtitlan donde Sahagún desarrolló sus investigaciones.

En todos los casos —según lo reitera— su método implicó las siguientes formas de proceder: 1) Valerse siempre de la lengua náhuatl. 2) Dialogar con ancianos y principales reconocidos públicamente como conocedores de sus costumbres y tradiciones, es decir del meollo de su cultura. 3) Adaptarse al modo como ellos preservaban y transmitían sus conocimientos, con apoyo en sus libros o códices con pinturas y signos glíficos, acompañados de comentarios por la vía de la oralidad. 4) Contar con el auxilio de antiguos estudiantes suyos de Tlatelolco que transcribían dichos comentarios en su lengua y copiaban las pinturas y signos glíficos. 5) Abarcar, en el campo de su interés, la realidad plena de la cultura indígena, sus "cosas naturales, humanas y divinas", temas sobre los que preparó cuestionarios. 6) Proceder con flexibilidad, prescindiendo de los dichos cuestionarios cuando le pareció conveniente y escuchar sin más lo que manifestaban aquellos con quienes conversaba. 7) Poner énfasis en el aspecto lingüístico para lograr una más penetrante comprensión. 8) Pasar por triple cedazo los testimonios allegados, o sea confrontar los obtenidos en Tepepulco con los aportados luego en Tlatelolco y México-Tenochtitlan.
     La que llamaremos su "investigación de campo" abarcó varios años, desde 1558 hasta casi 1570. Posteriormente dedicaría Sahagún siete años más a ordenar y poner en limpio al modo de un libro europeo, en el conocido como Códice florentino —por conservarse actualmente en la Biblioteca Mediceo-Laureziana de Florencia—, el conjunto de "sus escripturas", es decir los testimonios recogidos en náhuatl con una versión parafrástica en castellano.
     Bernardino obtuvo a lo largo de sus pesquisas tres géneros principales de testimonios. Unos fueron respuestas a los cuestionarios que había preparado; otros, expresiones espontáneas de los sabios y ancianos. Hubo asimismo enunciaciones de textos que cabe calificar de "canónicos", o sea establecidos por la antigua tradición. Entre ellos están veinte himnos sacros, varias oraciones, numerosos discursos y diversos relatos históricos o legendáricos que hizo copiar. No siendo posible describir aquí este gran caudal de testimonios, reiteraré que conciernen ellos a una gama enorme de instituciones y aspectos de la cultura nahua: los dioses, las fiestas, los sistemas calendáricos, augurios, huehuehtlahtolli, testimonios de la antigua palabra, astronomía, costumbres de los señores, cualidades y vicios de nobles y gente del pueblo, listas de gobernantes, comercio y economía, historia natural, animales, plantas y minerales, así como el relato portador de la Visión de los vencidos.

¿Qué respuesta puede darse a las objeciones?
Es del todo cierto que Sahagún se propuso identificar idolatrías para erradicarlas. A esto hace referencia en muchos lugares de su Historia general. Ahora bien, el hecho de que en sus comentarios en castellano calificara de idolátricas tales o cuales prácticas o creencias no invalida los testimonios en náhuatl que, sin calificativo alguno, hablan de dichas prácticas y creencias.
     A Bernardino le interesaba conocer lo más íntimamente posible las instituciones y aspectos relacionados con lo que llamó "las cosas naturales, humanas y divinas".6 Por eso pasó "por triple cedazo" cuanto pudo averiguar.
     Lo que obtuvo en sus pesquisas quedó transcrito en "sus escripturas", es decir en varios centenares de folios, no pocos de ellos acompañados de pinturas y signos glíficos. Esto ocurrió de modo más patente en los que se han llamado sus Primeros memoriales, portadores de los testimonios recogidos en Tepepulco. Allí los textos en náhuatl constituyen la "lectura" de las pinturas aportadas por los ancianos y sabios. También es allí patente su interés lingüístico a través de las listas de vocablos nahuas acompañados de una explicación.
     De enorme interés, tanto en esos manuscritos como en los procedentes luego de Tlatelolco y México-Tenochtitlan —incluidos en los que hoy se conocen como Códices matritenses por conservarse en bibliotecas de la capital de España—, son también numerosas las anotaciones marginales de mano de Sahagún.
     A través de ellas es posible enterarse del largo y complejo proceso de obtención y distribución de los testimonios en náhuatl que fue haciendo transcribir. Así, por ejemplo, indica en ocasiones dónde y cuándo obtuvo tales o cuáles relatos, la importancia que les concedió y el lugar que pensaba asignarles en las sucesivas estructuraciones que fue dando a sus textos. Ello hasta que, de acuerdo con otras anotaciones, finalmente los distribuyó en libros y capítulos al modo de una obra europea.
     Y, pasando ya a la presentación definitiva de sus testimonios en el llamado Códice florentino, cabe enterarse allí de cómo realizó Bernardino un transvase de su contenido al castellano. Conservando el texto en náhuatl en una columna, aparece éste acompañado en otra de una versión, unas veces resumida y otras parafrástica. Las pinturas, muy numerosas, que se intercalaron en dicha versión no son en este caso las aportadas originalmente por los ancianos indígenas sino "lecturas" o interpretaciones de lo expresado en náhuatl, realizadas un tanto tardíamente por pintores influidos ya por el arte europeo.
     Quien las contemple y se percate de esto podrá encontrar tal vez nuevo argumento en contra de la procedencia netamente indígena de los testimonios allí incluidos. Sin embargo, la crítica sólo será válida en relación con tales pinturas y no con los textos mismos en náhuatl cuyo origen y fidelidad pueden comprobarse acudiendo a los códices más antiguos que los registran, los Matritenses. En ellos están las más antiguas transcripciones de lo obtenido en Tepepulco, Tlatelolco y México-Tenochtitlan. Esos textos fueron "lectura" indígena de pinturas como las que allí se conservan, derivadas directamente de las de Tepepulco.
     En cambio —conviene reiterarlo—, las pinturas que hizo incluir Sahagún en el Códice florentino, que fue ya portador de su Historia universal de las cosas de la Nueva España, con su transvase al castellano y numerosos comentarios y explicaciones suyas, son interpretaciones tardías o lecturas de lo expresado en náhuatl, obra, como se dijo ya, de pintores indígenas adiestrados en el arte europeo.
     De esta suerte hoy es posible enterarse de los testimonios mismos originales en los códices conservados en Madrid y asimismo del modo como los distribuyó e interpretó Sahagún en castellano y, pictográficamente, sus pintores en el Códice florentino.

Y puede decirse sin temor a equivocarse que, en más de una ocasión, no acertaron ellos a ilustrar debidamente lo aportado originalmente por los ancianos y sabios. De esto son ejemplo los dibujos que incluyeron representando algunos animales que nunca habían visto y sólo erróneamente imaginaron.
     Ahora bien, a través de los comentarios y explicaciones que incluyó Sahagún en el llamado Códice florentino se torna patente algo que mucho importa notar. Él, que se había propuesto identificar idolatrías para erradicarlas, poco a poco, a medida que fue adentrándose en su investigación, se sintió atraído por la cultura indígena y en ocasiones expresó honda admiración ante ella. Dan fe de esto los juicios que emitió, entre otras muchas cosas, acerca de las antiguas formas de educación vigentes entre los nahuas;7 sus conocimientos médicos;8 la organización de sus mercados y la solemnidad de su culto religioso;9 la elegancia de lenguaje y la profundidad de sentencias en sus plegarias y discursos;10 sus normas morales y manera de gobernar;11 así como el aprecio que tenían por sus sabios y maestros.12 Como en varios lugares lo afirmó, admiró en suma y quiso dar a conocer "el quilate de esta gente mexicana […] que fueron tan atropellados y destruidos, ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes".13
     Corroboración de que el propósito de identificar idolatrías, lejos de impedir la captación de testimonios fidedignos, influyó en el rigor de sus investigaciones, lo ofrecen numerosos testimonios aportados en otras fuentes independientes. Éstas incluyen además los códices indígenas que se conservan y numerosos hallazgos arqueológicos. Por mi parte he realizado varias de estas confrontaciones y he comprobado que Sahagún recogió textos en náhuatl que aparecen como lecturas de determinadas páginas de códices o que iluminan la significación de importantes hallazgos de la arqueología.
     Como ejemplos citaré los testimonios que hablan de las ceremonias del Fuego nuevo, que coinciden con lo representado en la página 34 del Códice Borbónico; los que tratan de determinados sacrificios a Tonatiuh, el Sol, según se representan en la página 71 del Códice Borgia o los que se refieren al nacimiento de Huitzilopochtli y la lucha con su hermana Coyolxauhqui que dieron la clave para comprender el significado de los hallazgos realizados en el recinto del Templo Mayor de Tenochtitlan.14
     Esto responde asimismo al segundo de los cuestionamientos, es decir el que plantea la duda sobre la veracidad de los ancianos y sabios que proporcionaron sus testimonios. Sahagún hubo de responder en vida a algunos "émulos" que —según dijo— "han afirmado que todo lo escripto en estos libros [incluidos en el Códice florentino], antes déste, y después déste son ficciones y mentiras".15 La respuesta suya fue que "hablan [los tales émulos] como apasionados y mentirosos, porque lo que en este libro está escripto no cabe en entendimiento de hombre humano el fingirlo, ni hombre viviente pudiera fingir el lenguaje que en él está. Y todos los indios entendidos, si fueran preguntados, afirmarán que este lenguaje es el propio de sus antepasados y obras que ellos hacían".16
     Una vez más, la comparación con otros testimonios, recogidos de forma independiente, es la mejor manera de corroborar lo afirmado por Sahagún. En el caso de los huehuehtlahtolli o testimonios de la antigua palabra, a los que precisamente dirigieron "los émulos" su objeción, es posible compararlos con los que hizo transcribir fray Andrés de Olmos y con otros muchos, algunos de los cuales se siguen pronunciando hasta el presente en varias comunidades nahuas.17
     También respecto de las fiestas a lo largo del año solar, según las describen los textos de Sahagún, cabe establecer comparación con lo aportado en la Historia de las Indias de Nueva España de fray Diego Durán, basada en otros testimonios nahuas de primera mano.18 Y la comparación puede extenderse a las representaciones pictóricas de esas fiestas en códices como el Borbónico, el Telleriano-Remense, el Vaticano, el Magliabecchi, el Tudela y otros.

Legado y mensaje de Sahagún
Por el método que diseñó para investigar, y por el gran caudal de testimonios que allegó sobre la cultura de los pueblos nahuas, Bernardino de Sahagún ha sido reconocido como pionero de la antropología.
     En esto se encuentra el meollo de su gran legado. Tal vez no exista otro caso en la historia de la antropología en el que pueda seguirse, paso a paso, un proceso semejante de investigación, largo y complejo a la vez, como el realizado por Bernardino y del cual fue dando cuenta él mismo. Las numerosas anotaciones que añadió a "sus escripturas" con testimonios en náhuatl, dan buena cuenta de ello. En lo que toca a lo que llamaré su mensaje y lección perdurable, en sólo un aspecto me fijaré.
     Se centra éste en su aportación referida al conocimiento y admiración del Otro. Sahagún, que inició sus pesquisas para identificar y luego erradicar idolatrías, quedó a la postre en alto grado atraído por la cultura misma a la que así se había acercado. Para comprender al Otro, radicalmente distinto, estudió a fondo su lengua y se adaptó plenamente a su manera de comunicarse. Contempló y estudió sus libros de pinturas y caracteres glíficos e inquirió su significación escuchando atentamente la palabra de los viejos y los sabios. Y, aunque llevaba consigo cuestionarios que había preparado meticulosamente, siempre que fue conveniente los hizo a un lado y optó por escuchar y anotar lo que libremente le comunicaron los ancianos y principales.
     Hoy, en que, a pesar de todos los adelantos de las ciencias y las tecnologías de la comunicación, vemos que en muchos lugares del mundo prevalecen los rechazos, fruto de incomprensión, Bernardino de Sahagún se nos presenta como un ejemplo digno no sólo de admiración sino de seguimiento. Con su magna aportación, demuestra que es posible el diálogo inter-étnico, es decir entre gente de lenguas y culturas radicalmente diferentes, y ello aun cuando había iniciado el diálogo para identificar idolatrías.
     Tal es su mensaje y su lección. Por eso, a cinco siglos de su venida al mundo —en 1499—, su persona y de modo particular su obra siguen atrayendo a muchos. Cuanto allegó en lengua náhuatl, transvasó al castellano y comentó, continúa siendo objeto de estudio, consulta y aprovechamientos como rico manantial de noticias. Pionero de la antropología fue él quien, con entrega plena, se propuso comprender, hasta llegar a admirar, a los Otros, gentes de lengua y cultura radicalmente distintas. Su humanismo de español renacentista hizo verdad el dicho de que ninguna realidad humana pudo resultarle ajena. –

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