Hay unos ojos

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Me encontré otra vez con Santa Lucía, esta vez en la Galería Nacional de Arte de Washington. Se ve bien, considerando su trágica vida y sus mil setecientos años de edad. La estimo por su leyenda y por su presencia en la Divina comedia, donde, con María y Beatriz, es una de las tre donne benedette: la Trinidad de mujeres que salva en Dante a todos los hombres confundidos.

La leyenda, finalmente siciliana, es menos fina: asediada por un enamorado que no cesaba de alabar sus ojos, Lucía, adversa a las metonimias, se los extirpó y se los dio al muchacho para que dejara de molestar. En la iconografía suele entregar los ojos en un plato, pero Francesco del Cossa –el de la Galería– prefirió esto:

¿En qué medida el surrealismo nació de las vidas de las santas? Los ojos de Lucía miran de lejos a Remedios Varo, a Buñuel, al desojado Villaurrutia, al Paz de “El ramo azul”. Más intrigante es la semejanza con la “flor de los amantes” que la “genia en libertad” Léona Delcourt le dibuja a Breton, quien la publica en Nadja (1928), ese hermoso libro que narra su eterno amor de nueve días:

“Nadja ha inventado una flor maravillosa para mí: La flor de los amantes”, escribe Breton; es el “signo bajo el que debe situarse nuestro tiempo juntos”. Los estudiosos, desde luego, han analizado sudorosamente la novela y los dibujos. A mí me intriga que en el naïve diseño de los ojos/pétalos y el protagonismo del reptil genitor –esa serpiente húmeda de la que surge todo amor–, además de los “corazones invertidos” de Radiguet, haya una remembranza formal con el eternamente misterioso Manuscrito Voynich:

Santa Lucía luminosa y Nadja Esperanza se miran, a través de los siglos, los mutuos ojos deslumbrantes: son los únicos ojos que pueden ver al Sol impunemente. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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