Canarios en la mina

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“Todo futuro es un lugar de prueba, un experimento en marcha”, dice Gabriel Trujillo Muñoz en Utopías y quimeras. Guía de viaje por los territorios de la ciencia ficción (Jus, 2016), libro con el que se suma a los cartógrafos de lengua española que han elaborado sus propias rutas para explorar el orbe ultradiverso de esta perspectiva artística, como el catalán Miquel Barceló y su Ciencia Ficción. Nueva guía de lectura (Ediciones B, 1990, actualizada en 2015), el argentino Sergio Gaut vel Hartman y El universo de la ciencia ficción (Círculo Latino, 2006), o la española Lola Robles con la recientemente publicada En regiones extrañas. Un mapa de la ciencia ficción, lo fantástico y lo maravilloso (Palabaristas, 2016).

Estas, entre otras guías sobre el subgénero, comparten la intención de presentar fuera del ámbito académico una vista panorámica de sus obras más relevantes, generalmente escritas en inglés, junto con algunos libros de producción local que hayan ganado cierta popularidad entre la crítica o los aficionados a la también llamada “ficción especulativa” o “prospectiva”, quizá en un intento para atraer a lectores potenciales más escrupulosos. El denominador común es necesario para realizar la ineludible defensa de la ciencia ficción como una forma literaria relevante (¿cuántas veces más habrá que decir que Doris Lessing fue la invitada de honor de la Worldcon de 1987 antes de ganar el Nobel en el 2007, o que 1984 de George Orwell está incluida en Novelas y novelistas de Harold Bloom? Quizá hasta que tenga más presencia el contrapunto de esta clase de criterios). Pero la puesta en común también es necesaria para ofrecer claves de lectura y acompañamiento crítico, pues si de algo carece la ciencia ficción, sobre todo en lengua española, es de una tradición crítica suficientemente visible, amplia y diversa.

Fuera de la necesidad de establecer un punto de partida, cada guía obedece a un criterio subjetivo de selección. Por ejemplo, la del Miquel Barceló es un “manual de instrucciones” para introducirse en el ghetto de la ciencia ficción, la de Lola Robles ofrece categorías de las relaciones que se establecen entre este tipo de ficción, la realidad y el acto de la lectura y pone cuidado en recuperar, además, las aportaciones que autoras de diversos orígenes han hecho a estos subgéneros.

Gabriel Trujillo Muñoz dedica especial atención a las letras mexicanas, pero el rasgo más característico de su guía de viaje es que elige a la utopía como señera de la ruta. En este ensayo la utopía se comprende no solo como fórmula literaria sino como una intención transformadora, un motivo que atraviesa cualquier producción artística que tenga una voluntad crítica, pero sobre todo, constructiva para el futuro, independientemente de si puede o no enmarcarse cómodamente dentro de las definiciones más conservadoras de la ciencia ficción. Para Trujillo es “la afirmación perentoria de una esperanza de cambio a partir de las diferencias asumidas, de las posibilidades imaginadas. La promesa de cambiar individual y colectivamente, de crear mundos alternativos, donde rija otro sistema de valores, distintas concepciones de vida, nuevas formas de justicia”. Por eso están, además de Mundo feliz de Aldous Huxley o Dune de Frank Herbert, “Desde la república de la conciencia”, poema de Seamus Heaney, o La princesa Mononoke, película de Hayao Miyazaki. Este criterio le permite evidenciar otra característica destacable de la ciencia ficción: su permeabilidad. En entrevista, Trujillo declaró: “A veces criticamos las fronteras políticas o geográficas, pero no criticamos las fronteras artísticas o estéticas, y en ese sentido, la ciencia ficción tiene más libertad para moverse como quiera.” Para quienes leen y escriben dentro del subgénero, la taxonomía suele ser tan azarosa como señala la socorrida boutade de Norman Spinrad: “Ciencia ficción es todo aquello que los editores publican bajo la etiqueta de ciencia ficción.”

Con esta bandera, Trujillo reclama algunos territorios de la literatura nacional porque, si la ciencia ficción no ha figurado en el registro oficial de nuestras letras, sería menos probable aún que José Joaquín Fernández de Lizardi, Amado Nervo o Enrique González Martínez figuren como autores que incursionaron en ella. La utópica isla de Saucheofú, un fragmento de El Periquillo Sarniento censurado por las autoridades de la época; la poesía apocalíptica de “El diluvio de fuego” de González Martínez, y “La última guerra de Nervo (donde se narra el levantamiento de los animales a través de el fonotelerradiógrafo, escrita casi cuarenta años antes de Rebelión en la Granja), aparecen junto a personajes anómalos de la imaginación en México, como el inventor Juan Nepomuceno Adorno, el periodista Pedro Castera y el médico Eduardo Urzaiz. Estos autores pioneros, agrupados dentro del capítulo “Utopías clásicas mexicanas”, no son ningún descubrimiento reciente para los historiadores nacionales y extranjeros de la ciencia ficción mexicana, quienes desde hace décadas han reconstruido en no pocas investigaciones los orígenes de esta literatura –que data de 1775– y su genealogía en nuestro país. De hecho, Utopías y quimeras es una ampliación y actualización de Biografías del futuro. La ciencia ficción mexicana y sus autores (UABC, 2000) o Los confines. Crónica de la ciencia ficción mexicana (Grupo Editorial Vid, 1999), trabajos previos del autor (esto es notorio en algunos pasajes que se habrían beneficiado de un trabajo de edición más cuidadoso).

“Resucitar es el mejor atributo y la mayor fortaleza de la ciencia ficción mexicana”, menciona Trujillo Muñoz al anotar las esporádicas oleadas de producción a lo largo del siglo XX, entre las que se encuentran Mejicanos en el espacio (1968) de Carlos Olvera y Después de Samarkanda (1977) de Manou Dornbierer. Luego detalla el llamado boom de la ciencia ficción mexicana durante los años noventa, para el que fueron capitales las antologías de cuento y las publicaciones independientes que dieron a conocer las propuestas de los que hoy son nombres fácilmente ligados a este tipo de literatura: José Luis Zárate, Federico Schaffler, Pepe Rojo, Libia Brenda Castro, Lauro Paz, Blanca Martínez, Alberto Chimal, Guillermo Lavín, Bernardo Fernández, entre otros.

Hay en Utopías y quimeras claves importantes para entender la ciencia ficción en general y la que se escribe en México: que es una literatura notablemente influida por su contraparte estadounidense, pero que es también autónoma y autóctona, y que pese a su apariencia inofensiva, subestimada por los circuitos más elitistas, es una literatura audaz, dispuesta a hacer el intento por cumplir tareas que a las otras parcelas de las letras les resultan risibles, como utilizar la imaginación para ofrecer no solo un vislumbre de los problemas del futuro, sino soluciones, planos para construir alternativas vitales en todos los ámbitos de lo humano, desde el mal uso del poder, los efectos de la tecnología, el abuso de los recursos naturales, hasta las desigualdades sociales o el significado de nuestro aislamiento cósmico. Trujillo recupera aquella idea de Kurt Vonnegut: quienes escriben ciencia ficción son como los canarios que los mineros llevaban a la mina a manera de advertencia, sabiendo que las aves percibirían antes que ellos el veneno que podría matarlos.

Quizás a esto se deba que las escritoras de ciencia ficción sí suelen aparecer en este tipo de recuentos, y esta guía de viaje no es la excepción. Trujillo menciona a veteranas como la incómoda autora de Metrópolis, Thea Von Harbour, y a nuevos valores como Nnedi Okorafor; repasa el papel que autoras como Marcela del Río y Blanca Martínez han tenido en la ciencia ficción nacional, y dedica un buen número de páginas a hablar de La mano izquierda de la oscuridad (la novela sobre el planeta donde el sexo-género cambia según la ocasión y existe solo a ratos), escrita por Ursula K. Le Guin, acaso la representante más lúcida, prolífica y brillante de la ciencia ficción americana. Aún así, habría sido deseable que a las quimeras de Trujillo se sumaran las de más autoras: Margaret Cavendish (contemporánea de Sor Juana), Connie Willis, Octavia Butler, Gabriela Rábago Palafox. Después de todo, la fabulación utópica tuvo un importante auge con la ciencia ficción feminista de los años setenta, con El hombre hembra de Joanna Russ a la cabeza. Como dice la misma Le Guin, que con Los desposeídos. Una utopía ambigua y El eterno regreso a casa revolucionó la noción misma de lo utópico, “Utopía ha sido euclidiana, europea y masculina […] nuestra pérdida de la fe en ese radiante castillo de arena quizá permita que nuestros ojos se adapten a una luz tenue, y en ella percibir otra especie de utopía”, una más esperanzada que optimista, que ya se vislumbra en la intención manifiesta de Utopías y quimeras, y que encuentra eco en las corrientes más actuales de la ciencia ficción: el transhumanismo y el solar punk. ~

 

Gabriel Trujillo Muñoz

Utopías y quimeras. Guía de viaje por los territorios de la ciencia ficción

Ciudad de México, Jus, 2016, 272 pp.

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(Ciudad de México, 1979). Narradora y ensayista, periodista de cine y literatura. Pertenece al colectivo de arte y ciencia Cúmulo de Tesla.


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