Una reforma tan deseada

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Gilberto Guevara Niebla

Poder para el maestro, poder para la escuela

Ciudad de México, Cal y Arena, 2016, 264 pp.

 

En 2011, la sombra de la catástrofe silenciosa, que se había cernido sobre el sistema educativo nacional veinte o más años atrás, continuaba su ruta ascendente y amenazaba con abarcarlo todo en la educación de millones de niños y jóvenes del país. Un año después, el gobierno emanado del mismo PRI redivivo y arrepentido, que había regresado por sus fueros y que fue el responsable directo de esa catástrofe, iniciaba un proceso reformador de alcances mayúsculos que, ahora sí, daría poder a los maestros y a las escuelas.

¿Fin de la historia? Pues no.

El nuevo libro de Gilberto Guevara Niebla –dirigente estudiantil en 1968, exsubsecretario de Educación Básica y actual integrante de la junta de gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE)– aborda, en su primera parte, el diagnóstico más o menos conocido de un sindicato nacional, el SNTE, y una disidencia enquistada, la CNTE, que se apropiaron de las principales instituciones educativas del país y le arrebataron al Estado la rectoría de la educación. ¿Cómo ocurrió esto? Guevara Niebla nos dice poco acerca de la manera en que se gestó esa relación atípica de poder –en la que el sindicato nacional hacía lo que le daba la gana, ponía autoridades y designaba subsecretarios–, quiénes fueron los responsables y qué explicaciones les deben a los mexicanos (no obstante, nos recuerda que Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís encumbraron a Elba Esther Gordillo, y que Felipe Calderón la coronó como la reina de la educación en el país). El proceso reformador iniciado en 2012 no ha contado con un mea culpa explícito por parte del gobierno que ahora “conduce las instituciones del Estado” –una precisión que al autor le parece importante–, pero que no ha aclarado cómo fue que perdió la rectoría en materia educativa.

Guevara Niebla divide su libro en tres partes –críticas, realidades y problemas– y cinco preámbulos, en donde aborda el ideal de los maestros, la crisis educativa, las fuentes históricas de dicha crisis, la colonización de la educación y la profesión docente antes de la reforma. Su defensa de la reforma educativa en curso comienza con una estampa idílica: a los maestros, nos dice el autor, “los guía un ideal transformador de justicia social y democracia”. O: los maestros –¿todos?– “aspiran a construir un México fuerte formando personas fuertes: con su acción en el aula quieren formar ciudadanos autónomos, de personalidad vigorosa, inteligentes”. Esas aspiraciones aterrizan pronto en una realidad abrumadora: el acto educativo en México se ha visto afectado por la corrupción, el bajo crecimiento económico, la pobreza, el desastre ecológico, la deficiente formación ciudadana, la opresión, la delincuencia organizada o el olvido.

La discusión sobre el futuro de la reforma –aderezada por el conflicto en las calles y carreteras de algunos estados y la presión de la disidencia magisterial, con todo y sus prácticas vejatorias e incluso delincuenciales– tiene su origen en dos vertientes: la de quienes argumentan que esta reforma es meramente laboral y administrativa y la de quienes afirman –sobre todo los investigadores de la educación– que debió empezar por los contenidos curriculares, con un debate que involucrara a los profesores, y proseguir con la revisión de la práctica docente a través de las evaluaciones.

¿Cómo, por lo demás, se podría hacer una consulta a 1.2 millones de maestros y maestras para incorporar sus puntos de vista, cualesquiera que estos fueran, en el corazón de la reforma? En los foros organizados en 2014 para revisar el modelo educativo, hubo una movilización de miles de profesores que participaron en todo el país y cuyas opiniones, sin embargo, apenas fueron tomadas en cuenta. Es una vieja posición de la izquierda (y de la izquierda en los ámbitos académicos) pedir una amplia consulta a las bases antes de implementar un cambio, como si no se supiera de antemano que esa forma de asambleísmo arroja magros resultados.

La reforma, nos dice Guevara Niebla, empezó como debía hacerlo: atacando de raíz el nudo de la catástrofe educativa, la relación perversa que se había establecido por décadas entre las dirigencias sindicales y los gobiernos del pri y el PAN. El resultado ha sido una dirigente sindical detenida (Elba Esther Gordillo) y su sustitución por un líder (Juan Díaz de la Torre) que había llegado a las altas esferas del SNTE ¡gracias a Gordillo! No mucho más.

No hemos sido testigos, sin embargo, de una acción real para desmontar el arreglo corporativo entre el Estado y los sindicatos, específicamente el SNTE, y el autor deja esta pesada carga en un simple llamado a que estos organismos gremiales cambien solo porque les ha llegado la hora. Ni el SNTE ni la CNTE o los sindicatos estatales han modificado su actuación y en un número importante de entidades siguen imponiendo sus condiciones coludidos con los gobiernos estatales que ven en estos arreglos únicamente el beneficio político.

Se antoja, por tanto, muy difícil la reinvención del SNTE, como propone el autor. ¿Cuáles serían los incentivos para las actuales dirigencias de reinventarse a sí mismas, de cambiar la relación que les ha dado tantos dividendos?, ¿solo porque el tiempo histórico tocó a su puerta? Mientras no exista una reforma laboral real, que revise el papel corporativo de los sindicatos y elimine las transferencias directas de recursos a los gremios –el educativo y tantos más–, incluyendo las cuotas que son descontadas por nómina, la reinvención motu proprio será una quimera. Como dispararse en un pie.

Para Guevara Niebla, el orden de acontecimientos en la reforma es el correcto: primero acabar con la relación atípica entre el Estado y el sindicato nacional, luego revisar el desempeño docente a través de las evaluaciones –a fin de averiguar el nivel de conocimientos y la práctica actual de los maestros en el aula– y finalmente llegar a una revisión del modelo educativo.

Si esto es correcto, la labor es encomiable y titánica, aunque los logros sexenales sean más que inciertos. El resultado neto que se tiene hasta ahora es, de manera esquemática, el siguiente: a) dirigencias sindicales montadas más o menos en el mismo aparato y con prácticas similares a las de las últimas décadas (ausencia de rendición de cuentas, prebendas, corrupción, chantajes e incluso amenazas); b) un proceso de evaluación docente muy atropellado y cuestionado, cuyas bases e instrumentos –según se avizora– serán modificados debido a la presión social en las calles y a que la Secretaría de Gobernación ha hecho suyo el conflicto –con la anuencia del INEE, que ha visto cuestionada su autonomía–, y c) una nueva consulta nacional para revisar el modelo educativo y los contenidos curriculares, que habrán de centrarse en los aprendizajes y no en el viejo esquema de enseñanza donde el profesor lo sabía todo y era la única fuente de conocimiento.

Como ha observado Ricardo Raphael en su artículo “¡Cállate, siéntate y pon atención!”, publicado en El Universal, el modelo educativo mexicano es autoritario y no fue concebido para formar ciudadanos libres; sus profesores, por otro lado, fueron entrenados para desarrollar su práctica docente sobre la base de la obediencia en el aula y no del pensamiento crítico. ¿Cómo van a transitar cientos de miles de maestras y maestros que desde hace muchos años enseñan desde su escritorio y piden a sus alumnos obediencia y disciplina a un modelo de participación, acompañamiento al alumno y estímulo al pensamiento crítico en donde el docente se asuma asimismo como sujeto de aprendizaje? ¿Cómo hacer para que los maestros vean su profesión no desde la óptica gremialista –donde el sindicato lo es todo para poder avanzar en su carrera–, sino desde la perspectiva académica y de investigación, creando colegios que los estimulen intelectualmente, formen y representen en el ámbito de la práctica docente?

Por último, las instituciones del Estado y quienes las encarnan deben abandonar sus impulsos de obtener provecho político del sistema educativo nacional. (Y aquí no debe haber espacio para la ingenuidad: cómo olvidar que la SEP decidió, unos días antes de las elecciones intermedias de 2015, suspender hasta nuevo aviso las evaluaciones, en respuesta a las movilizaciones violentas de la CNTE.)

Es un hecho que la reforma educativa en curso tiene atributos para ser tomados en cuenta, pero no menos cierta es la manera desastrosa en que se han comunicado tanto sus principios, objetivos y evaluaciones, como los resultados positivos –magros pero existentes– alcanzados hasta ahora. Y mientras no haya un diálogo académico y pedagógico con el magisterio nacional, seguirá latente la amenaza de que esta reforma se vaya al despeñadero. Porque se trata de una reforma que todos desean, pero pocos comprenden. ~

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Es periodista y director editorial de Educación Futura


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