Cunde el pánico en el Partido Republicano

A menos de un mes de la elección, la estampida de congresistas, candidatos, ex funcionarios y barones del Partido Republicano alejándose de la campaña de Trump parece incontenible.
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Cero y van dos. Terminado el segundo debate presidencial volvió a evidenciarse que de los dos candidatos a la presidencia solo una está capacitada para ocupar el puesto: Hillary Clinton. Así lo vieron los principales diarios de la nación, las grupos de votantes independientes entrevistados después del debate y así lo vi yo también.

Sin embargo, como bien dijo el legendario cátcher de los Yanquis de Nueva York, Yogi Berra, “esto no se acaba hasta que se acabe”. Y esto se acaba el 8 de noviembre.  

Las semanas previas al debate no habían sido favorecedoras para Donald Trump. Un reportaje del New York Times sugería que si Trump no hacía públicas sus declaraciones de impuestos era porque no había pagado impuestos federales desde 1995. Y añadía un factor adicional: no pagaba impuestos porque el hombre cuya fama se cimenta en su habilidad para hacer dinero negociando a la perfección, había reportado pérdidas en sus negocios por un total de 916 millones de dólares.

La duda de si había evadido pagar impuestos se esfumó durante los debates cuando Trump admitió que una maniobra legal le había permitido no pagarlos. Una manipulación que a sus asesores Rudy Giuliani y Chris Christie les pareció “genial”.

No en balde sus contrincantes republicanos en las elecciones primarias y los hombres de negocios serios como Michael Bloomberg o Warren Buffet lo describen como un estafador.

Luego vino la grabación que publicó el Washington Post que desnudaba la libidinosa personalidad del candidato republicano, su vulgaridad y su profunda indecencia. Nunca en la historia política de este país, que ha tenido su buena cuota de adúlteros y libertinos, se había oído a un candidato presidencial expresarse en esos términos sobre las mujeres.

Su lenguaje fue tan soez que obligó a los medios que lo transmitían a advertir que no era apropiado para menores de edad. Tampoco, diría yo, para adultos dado que hombres y mujeres opinaron que sus comentarios eran inaceptables.

Antes de empezar el segundo debate la pregunta para los votantes era obligada, larga y compleja. ¿Bastaría con que se mostrara arrepentido y ofreciera una disculpa por ser un depredador sexual para otorgarle estatura presidencial?

Si esa era la vara con la que se le mediría es evidente que no pasó la prueba. Su disculpa, de prisa y de dientes para afuera, fue claramente insuficiente. No convenció a la gente que sigue teniéndole respeto a la institución presidencial. Dijo que así hablan los hombres cuando están en los vestidores deportivos y luego, con infantil desenfado, dijo que él creía que Bill Clinton era peor que él.

Francamente, y aún conociendo y reprobando la conducta libertina de Bill, no creo que haya comparación entre ambos porque, como señaló Hillary, los comentarios de Trump reflejan a la perfección su perversa visión de las mujeres, y a los olvidadizos les volvió a recordar cómo se ha expresado Trump de las mujeres que le cuestionan. Menos conocidos, sin embargo, son otros comentarios que revelan la profundidad de su menosprecio a las mujeres como este que escribió en su libro Trump 101, objetivando a las mujeres al comparar su belleza con la de un edificio o una obra de arte y otros 17 comentarios ofensivos que recopiló el Huffington Post.

Cuando oigo a Trump hablar pienso en la palabra “estulticia”, un arcaísmo que se le aplica a la perfección porque se refiere a aquellos que con sus acciones y palabras demuestran su ignorancia y falta de tacto haciendo gala de su necedad, idiotez y falta de respeto a otras personas.

Habiendo sido apabullado en el primer debate se esperaba que Trump reaccionara en el segundo mostrándose presidencial para ampliar su base de seguidores. Es cierto que no gritó como ha sido su costumbre durante toda la campaña pero ¿se mostró coherente? ¿Habló en detalle sobre alguna de sus vagas promesas de engrandecer a América? ¿Convenció a los escépticos de su candidatura con su elocuencia? ¿Se mostró “presidenciable”? No, no, no y no.

Es probable que con su lenguaje de vestidor deportivo haya entusiasmado a ese segmento de sus seguidores a quienes Hillary llamó “deplorables”, es decir, a los misóginos, racistas, xenófobos, intolerantes, kukluxclanes, homófobos que ven en Trump al Mesías que los sacará de sus miserias. La revista Forbes, reconocida como la Biblia de los banqueros, recién publicó una encuesta de Bloomberg en la que da una muestra de las convicciones de los seguidores de Trump: cerca del 40% piensa que los negros son menos inteligentes que los blancos, y que son flojos, groseros y más violentos que los blancos. El 76% apoya prohibir la entrada al país de musulmanes y los miembros del Ku Klux Clan celebran su candidatura como una oportunidad dorada para su causa.

Pero quiero creer que la otra canasta de republicanos, los que como dijo Hillary en el mismo discurso, “sienten que el gobierno los ha abandonado, que a nadie le importan, que nadie se preocupa por su futuro y que se aferran a la idea del cambio como tabla de salvación,” gente decente que por legítimas razones ideológicas o partidistas no quiere a Hillary ni al Partido Demócrata, empieza a tener serias dudas sobre la estabilidad mental y la capacidad de su candidato.

Por lo pronto, la estampida de congresistas, ex funcionarios y barones  republicanos alejándose de la campaña de Trump parece incontenible y eso que todavía no se divulgan nuevas grabaciones en las que, según las filtraciones, Donald Trump hace gala de su estulticia.

 

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Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.


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